Carolina de Brunswick, 'la Reina agraviada'

Por hola.com

En la reina Carolina del Reino Unido (1768-1821) se aúnan dos características que en primera instancia podrían parecer contradictorias. Por un lado la enorme popularidad y simpatía que despertó entre el pueblo británico del siglo XIX, en perjuicio de su marido, el rey Jorge IV (1762-1830), y, por otro, el aura de misterio que le rodeó a lo largo de toda su vida y que culminó en su, todavía a día de hoy, enigmática muerte. En estas líneas repasamos la vida de esta polémica mujer, que protagonizaría alguno de los grandes escándalos de la Familia Real británica.

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Nace la futura reina Carolina en Brunswick (Alemania) el 17 de mayo de 1768 con el título de Duquesa de Brunswick-Wolfenbüttel y siendo hija del duque Carlos Guillermo (1735-1806) y la esposa de éste, la princesa Augusta de Gran Bretaña, hija mayor del rey Jorge III (1738-1820). Poco se conoce de su infancia, aparte de varios testimonios que alaban su simpatía y de las crónicas que hablan de una educación acorde con la que se estilaba en aquellos tiempos para las damas de la nobleza, siendo capaz de hablar francés e inglés con soltura y de conocer los vericuetos de la etiqueta. La Duquesa, pese a su origen alemán, habría mostrado desde siempre una querencia por el país natal de su madre e incluso en su más pronta juventud habría quedado prendada de un oficial británico en visita a la casa familiar. Este idilio tendría sin embargo un carácter meramente platónico, porque pronto los padres de Carolina comenzaron a planear el matrimonio de su hija con Jorge, el Príncipe de Gales. La duquesa Carolina, además de estar emparentada con la Familia Real inglesa, era de hecho prima de su futuro esposo, tenía una posición económica muy holgada, que según todas las fuentes, fue una razón determinante para que las negociaciones llegaran a buen puerto. El compromiso fue anunciado en 1794.

El Príncipe de Gales, pese a su juventud, tenía ya antes de conocer a Carolina un pasado turbulento. Con tan solo diecisiete años, el Príncipe había mantenido un tórrido romance con la actriz y poetisa Mary Robinson (1757-1800), y seis años después se había casado en secreto con la católica Maria Fitzherbert (1756-1837), si bien el enlace no fue válido al no haber sido autorizado por el Rey. El Príncipe no solo había mostrado un carácter disoluto, sino que además se caracterizaba por un estilo de vida derrochador que le había llevado a tener unas deudas de más de 60.000 libras de la época, sobre todo por las fastuosas reformas que llevó a cabo en su residencia londinense de Carlton House. El único modo de sanear sus cuentas era, pues, contraer matrimonio con una potentada. La elegida fue Carolina de Brunswick.

La boda se celebró el 8 de abril de 1795. Los contrayentes no se conocían de antemano y la primera impresión mutua no pudo ser peor. Es conocido que el Príncipe pidió un vaso de brandy para poder aguantar el mal trago de casar con una mujer que le resultaba poco atractiva. Por su parte, la ya Princesa de Gales se quejó de que el Príncipe en nada se parecía a los retratos –era en realidad más grueso y mucho menos bien parecido- que se le habían enviado a su Alemania natal. El matrimonio fue, casi desde el primer momento, un auténtico desastre. La pareja de hecho hizo vida marital tan solo unos cuantos días –el Príncipe se hecho en brazos de su nueva amante, la Condesa de Jersey (1753-1821), casi de inmediato- de la que nació la única hija de la pareja, la princesa Carlota de Gales (1796-1817).

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La situación del matrimonio llegó a ser insostenible –los Príncipes no aparecían nunca juntos en público y los desplantes del Príncipe comenzaron a ser la comidilla de la sociedad londinense-. El Príncipe planteó a su padre el divorcio, pero el Rey se negó en rotundo. No obstante el 30 de abril de 1796 el Príncipe mandó una misiva a su esposa en la que le informaba de que pese a que legalmente seguirían estando casados, de facto harían vidas separadas. La Princesa sufría así la humillación de ser repudiada por su marido.

Quizás como venganza por el desprecio de su marido, la princesa Carolina, que se había trasladado a vivir a Blackheath, comenzó a llevar una intensa vida social, no dejando pasar ninguna de las muchas fiestas y convites de la alta sociedad londinense. Rumores de todo tipo comenzaron a correr, como los que se referían a sus muchos presuntos amantes. Todas estas noticias comenzaron a llegar a oídos de Palacio, que por lo pronto impidió que la Princesa viera con frecuencia a su pequeña hija.

El escándalo de la azarosa vida sentimental de la Princesa llega a su culmen en 1806, cuando una comisión formada por el premier y varios ministros investigan el caso de William Austin, un presunto hijo ilegítimo de la Princesa de Gales. Pese a que la comisión llegó a la conclusión de que no existía ninguna evidencia de la maternidad de la esposa del Heredero, el daño a la reputación de la Princesa fue gravísimo. La Princesa fue víctima del vacío de la sociedad británica, en parte debido a la campaña de desprestigio que se orquestó desde el círculo de confianza del Príncipe de Gales, que buscaba cualquier excusa para anular su matrimonio. Finalmente, la princesa Carolina no pudo aguantar la presión y el 8 de agosto de 1814 abandonaba el Reino Unido, camino de Italia.

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En tierras transalpinas la Princesa de Gales se instala a las orillas del Lago de Como. La Princesa contrata los servicios de un mayordomo local, Bartolomeo Pergami, que pronto se convertirá en una figura inseparable de la esposa del Príncipe de Gales. En toda Europa se habla del presunto romance entre la Heredera británica y su amante italiano. Las noticias llegan a Londres y el príncipe Jorge manda buscar pruebas del adulterio de su mujer en Italia. Las investigaciones concluyen que la Princesa y Pergami hacen de hecho vida de casados. El Príncipe ofrece a su aún esposa reconocer el adulterio y, así, facilitar el divorcio, que en aquellos tiempos en Inglaterra solo podía producirse tras la confesión expresa del infiel. La Princesa se niega a aceptar la propuesta de su marido.

Cuando se están produciendo las negociaciones del posible divorcio de los Príncipes de Gales, el rey Jorge III fallece y los Príncipes de Gales se convierten en Soberanos del Reino Unido. La ya reina Carolina se dispone a regresar a Londres de su exilio, después de rechazar una oferta del Gobierno de permanecer en territorio italiano a cambio de una sustanciosa pensión. En Gran Bretaña la postura de la Reina es vista con hostilidad por las autoridades, no así por el pueblo llano, que la considera una víctima de las maquinaciones de su marido y que se echa a las calles para defender el honor de su nueva Soberana. El Rey se muestra inflexible e insiste en que miembros del Parlamento examinen de nuevo las pruebas sobre la supuesta infidelidad de la Reina con su intendente italiano. Diariamente en la prensa aparecen nuevas revelaciones sobre la vida privada de la Reina auspiciadas por el Rey y sus consejeros más cercanos.

El 19 de julio de 1821 se celebra en la Abadía de Westminster la coronación del nuevo Rey. La reina Carolina acude para asistir a la investidura de su marido pero se la niega la entrada. La humillación es mayúscula. La Reina grita que se le abran las puertas por ser la jefa de Estado, pero solo recibe la indiferencia de los guardas. Ultrajada, abandona la escena y esa misma noche cae gravemente enferma. Diecinueve días después la Reina fallece, probablemente de un cáncer, aunque las especulaciones sobre un posible envenenamiento nunca han sido descartadas habida cuenta que sus informes médicos desaparecieron misteriosamente. Pese a ser Reina, y siguiendo sus deseos, fue enterrada en Brunswick y no en Westminster como le correspondería. En su lápida se puede leer: “Carolina, la agraviada Reina de Inglaterra”.