La historia de amor de Carlos Fernando de Borbón y Penélope Smyth

Por hola.com

Uno de los miembros de la Casa Borbón-Dos Sicilias más controvertidos en su época fue don Carlos Fernando, Príncipe de Capua (1811-1862). Su vida estuvo marcada por su apasionada historia de amor con la irlandesa Penelope Smyth, una mujer de gran belleza, pero rodeada de misterios, con la que protagonizaría un matrimonio morganático, que le condenaría al exilio hasta su muerte, una vez que el enlace nunca sería reconocido por su hermano mayor, el rey Fernando II de las Dos Sicilias (1810-1859). Esta semana dedicamos pues estas líneas a la biografía del príncipe Carlos Fernando y, en especial, a su relación con Penelope Smyth.

Nace Don Carlos Fernando el 10 de noviembre de 1811 en Palermo, siendo hijo del Rey de Sicilia, Francisco I (1777-1830) y de la segunda mujer de éste, la infanta de España María Isabel, hija a su vez del rey Carlos IV (1748-1819) y de María Luisa de Parma (1751-1819). El pequeño, al ser el segundo hijo en la línea sucesoria al trono siciliano recibió el título de Príncipe de Capua, una tradición que se remontaba al siglo XI. El matrimonio de los padres de don Carlos Fernando había sido un arreglo político, hasta el punto de que la Infanta había casado con apenas doce años de edad. Pese a ello la relación entre ambos fue mejor de lo que podría haberse esperado, en gran parte gracias al buen carácter del rey Francisco y a las escasas ambiciones de la Infanta, solo preocupada por la felicidad de su familia, que estaría formada, además de por don Carlos Fernando, por once vástagos más, cinco hijos y seis hijas.

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Ya desde su más tierna infancia, el Príncipe se descubrió como una persona enormemente simpática, alegre y escasamente interesada por el boato típico de las cortes europeas decimonónicas. Así sería como don Carlos Fernando se convirtió en el hijo predilecto de sus padres. Como consecuencia de esto, el Príncipe creció entre algodones y rodeado de caprichos, a diferencia de su hermano mayor, el futuro rey Fernando II, a quien se le exigía una rectitud y una educación propios de un futuro Jefe de Estado. Pese a la cierta indolencia que caracterizó su juventud, el Príncipe logró llevar a cabo una carrera militar, convirtiéndose en vicealmirante a los diecinueve años de edad, y llegó a sonar como candidato para ocupar los tronos de Grecia y Bélgica, aunque sin éxito en ninguno de los dos casos.

Es en estos años de juventud cuando el Príncipe conoce al que será el amor de su vida, la joven Penelope Caroline Smyth, miembro de una antigua familia irlandesa con un supuesto lejano pasado glorioso al que el Príncipe recurriría profusamente – llegó a auspiciar la publicación de un libro en este sentido, con el pomposo título de Genealogía de la antigua y noble familia Smyth - para intentar así darle relumbrón a una relación que a ojos de la conservadora sociedad decimonónica era desigual y en cierto modo decepcionante.

No existe consenso entre los historiadores sobre el momento y el lugar en que los jóvenes se conocieron. La versión más extendida refiere a un supuesto noviazgo de una hermana de Penelope con un noble italiano, el príncipe Cimitelli, que habría servido para que se produjera el encuentro. Sea como fuere, los jóvenes se enamoran perdidamente casi de inmediato. Mucho se ha discutido sobre los orígenes de Penelope. Una de las crónicas de la época la describe como “una de las muchachas más guapas de Exeter, si bien proviene de una familia de clase media corriente que vive en los suburbios de la capital de Devonshire”. Este modesto linaje no es obstáculo para el Príncipe italiano para comenzar a cortejar a la joven irlandesa.

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La relación, pese a no ser bien vista por la familia del novio, se afianza con el tiempo. En marzo de 1836, Penelope conoce en persona a María Cristina de Borbón de las Dos Sicilias (1806-1878), hermana de su novio y en aquellos momentos Regente del Reino de España, al ser viuda de Fernando VII (1784-1833). La reina María Cristina se muestra encantadora con Penelope, animándola a llamarla “hermana” en vez de “Majestad” y prometiendo hacer todo lo que estuviera en su mano para ablandar el corazón de su hermano, el rey Fernando II. Cuáles fueron los esfuerzos de la Reina española para convencer a su hermano mayor a aceptar el matrimonio morganático de su hermano con la irlandesa, no ha podido ser descubierto, pero lo cierto es que el Rey siciliano no dio su brazo a torcer y continuó negando a su hermano el visto bueno para desposar con Penelope.

Convencido de sus sentimientos, el príncipe Carlos Fernando decide casarse con su novia pese al rechazo del jefe de la Casa Borbón-Sicilias. La boda se lleva a cabo en Escocia, concretamente en una pequeña villa de sur del país llamada Gretna Green, muy conocida en su momento por ser uno de los pocos lugares en Europa donde era posible que los menores de edad contrajeran matrimonio civil legalmente sin el consentimiento de los padres. Los ya casados intentaron igualmente celebrar una ceremonia religiosa a través del rito anglicano, pero el embajador de las Dos Sicilias en el Reino Unido, a petición del rey Fernando, mandó una carta al Arzobispo de Canterbury en el que le informaba que “según los decretos del Reino siciliano el matrimonio de un príncipe de sangre real no será válido sino tiene el consentimiento del monarca”.

Sin posibilidad de sellar el matrimonio ante Dios y poco menos que proscritos en la corte siciliana, los Príncipes se convierten en objeto de todo tipo de rumores en la sociedad italiana. El más grave de ellos fue el que hacía referencia a la supuesta ambición de Penelope de arrebatar el trono de las Dos Sicilias a su cuñado. Pese a que no existe ningún dato objetivo que sostenga esta habladuría, el Rey, temeroso de una conspiración por parte de su cuñada, habría invitado a su hermano y la esposa de éste a abandonar Sicilia. Los Príncipes marchan pues así al exilio. Destierro del que de hecho nunca regresarían.

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El destino elegido en primera instancia es la Isla de Malta. Allí los Príncipes encargan la construcción de un palacio en la localidad de Sliema, donde vivirán durante catorce años y crecerán sus dos hijos: Francisco de Borbón, Conde de Mascali (1837-1862) y Victoria de Borbón, Condesa de Mascali (1838-1895).

Fernando II nunca perdonaría a su hermano que no hubiera obedecido sus órdenes de no contraer matrimonio con una plebeya. La relación entre ambos jamás se retomaría. Don Carlos Fernando tendría que conformarse toda su vida con una pequeña dotación que correspondía a la herencia paterna. Sus varios intentos de ser perdonado por el Rey fueron en vano – algunos estudiosos apuntan al hecho de que pidiera asimismo una enorme suma de dinero a la que decía tener derecho por ser príncipe de sangre real.

Con la muerte de Fernando II y la llegada al trono siciliano de Francisco II (1836-1894), la situación del Príncipe y su familia mejoró considerablemente, pudiendo disfrutar de nuevo de una generosa dotación anual que les permitiría vivir a caballo entre Ginebra, Spa y Aix les Bains. Sin embargo, el fin de la dinastía Borbón en Sicilia en 1861, después de la derrota de sus tropas a manos de los revolucionarios de Garibaldi (1807-1882), supuso un nuevo varapalo para Don Carlos Fernando y los suyos.

El príncipe Carlos Fernando moriría en 1862 en Turín con apenas 50 años de edad. Penelope se retiraría a una villa en la localidad toscana de Lucca donde moriría en 1882 después de haber tenido que sufrir la muerte de su hijo Francisco, quien padecía graves problemas psiquiátricos.