Madame de Choin, la mujer de ‘El Gran Delfín’

Por hola.com

Madame de Françoise d’Aubigné, Madame de Maintenon (1635-1719), cuya biografía ocupó este espacio la semana pasada, no es la única esposa morganática que jugó un papel relevante en la Historia de la Francia del siglo XVIII. El primogénito de Luis XIV (1638-1715), Luis de Francia, conocido como el Gran Delfín (1661-1711), también vivió una intensa historia de amor con una mujer de estatus desigual, Marie-Émilie de Joly de Choin (1670-1732), que terminaría igualmente en un matrimonio secreto, nunca aprobado por el Rey. Mujer de admirable discreción, ajena a intereses espurios y siempre desinteresada, Madame de Choin fue no pocas veces el blanco de crueles críticas de cortesanas que envidiaban su posición. Hoy repasamos pues la vida de Madame de Choin.

Nace Madame de Choin el 2 de agosto de 1670 en Bourg-en Bresse, a unos setenta kilómetros al norte de Lyon, siendo hija de Guillaume Claude de Joly de Chion, Gran Bailío de Espada, máxima autoridad judicial de un territorio galo, dependiente directamente del Rey, además de Barón de Choin y de Anne Clémence Bonne de Grolée de Mépieu, proveniente a su vez de una destacada estirpe de la antigua provincia francesa del Delfinado. Tanto Marie-Émilie, como sus quince hermanos restantes, nacieron pues en una familia no solo de rancio abolengo, sino muy relevante en cuanto a su poder político y a su red de contactos, que llegaban hasta la Corte de Versalles. No es extraño pues que la joven Marie-Émilie recibiera una educación exquisita, con el fin, principalmente, de que en el futuro pudiera casar de forma ventajosa, estratégica y económicamente, para su familia.

Como cabía esperar, llegada la juventud, los padres de Marie-Émilie comenzaron a presentar a la joven en los círculos más selectos de Francia, incluido el Palacio de Versalles. Para este fin hicieron uso de la tía de la muchacha, la Condesa de Bury, dama de honor de María Ana de Borbón, princesa de Conti (1666-1739), quien era hija, a su vez, de Luis XIV y de Louise de la Vallière (1644-1710), una de las amantes del llamado Rey Sol. A la presentación en Palacio de la joven Marie-Émilie acude lo más granado de la Corte. Entre los asistentes se encuentra asimismo el primogénito del Rey, el Gran Delfín Luis. La sensación que provoca la joven es muy positiva, como demuestran las crónicas del evento en el que se destaca, sobre todo, su belleza – especialmente sus ojos llaman la atención – y su educación y cultura excepcionales.

El Gran Delfín queda prendado de Marie-Émilie. No hacía mucho que el Heredero, quien apenas había cumplido los treinta años, había quedado viudo, tras fallecer la muy desgraciada y poco apreciada María Ana Victoria de Bavaria (1660-1690), con la que el Gran Delfín, en realidad, había tenido escaso contacto – la princesa alemana sufría de graves depresiones que la llevaron en los últimos años de su vida a aislarse en sus aposentos, sin apenas tener contacto con su marido -, más allá de haber engendrando tres hijos: Luis, el Pequeño Delfín (1682-1712), el futuro Felipe V de España (1683-1746) y Carlos, Duque de Berry (1686-1714). El Gran Delfín pues intenta por todos los medios entrar en contacto con Marie-Émilie, pero ésta parece poco predispuesta a dejarse cortejar por el hijo del Rey. De hecho, desencantada de la vida de la Corte, decide retirarse al convento de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de París, donde espera encontrar la tranquilidad. Algunas fuentes apuntan, no obstante, que la negativa de la joven a comenzar una relación con el Heredero tiene que ver con el idilio que mantendría en esos momentos con el conde François-Alphonse de Clermont-Chaste, un aristócrata luxemburgués.

El Gran Delfín no ceja en cualquier caso en su empeño y utiliza a la Condesa de Bury, a la Princesa de Comty y a la esposa de su padre, Madame de Maintenon para convencer a la joven de sus nobles intenciones. Tras innumerables negativas, el Heredero decide tomar la iniciativa y plantarse ante la casa de su amada – que entretanto se ha mudado al barrio de Saint-Jacques de la capital del Sena – y declararle su amor incondicional. La joven queda profundamente impresionada por el gesto del Gran Delfín y decide darle una oportunidad.

El profundo enamoramiento del Heredero llega a oídos de su padre, que se muestra contrario a un posible matrimonio morganático. Por ello ordena que Marie-Émilie sea enviada a un convento fuera de la capital. Sin embargo, la semilla del amor entre los dos jóvenes parece haber germinado ya de manera irremediable. Marie-Émilie comienza a visitar regularmente, en el más estricto de los secretos, a su pretendiente en el Chatêau de Meudon, la residencia del Gran Delfín, a unos cinco kilómetros de París.

En 1694, ó 1695, según otras fuentes, el Gran Delfín y Marie-Émilie contraen matrimonio en secreto. No existe ningún documento que certifique la boda entre ambos, pero algunos historiadores apuntan a que el Rey habría dado su visto bueno verbalmente al enlace e incluso se llegó a rumorear que Marie-Émilie habría casado embarazada de un niño que habría muerto a los dos años de edad. Sin embargo, oficialmente, Marie-Émilie nunca sería reconocida, jamás sería nombrada Delfina – siempre sería conocida como Señorita de Choin – y nunca tendría un papel institucional dentro de la Familia Real gala.

Las crónicas de la época sí mencionan cómo el Gran Delfín, antes un hombre taciturno, se convirtió después de casarse con Marie-Émilie en una persona alegre, afable y relajada. Por su parte, Marie-Émilie lleva una vida muy sencilla dentro de la Corte. Su gran apoyo dentro de Palacio era su suegra, Madame de Maintenon, una mujer con una trayectoria vital muy parecida a la suya. No será Marie-Émilie, sin embargo, una mujer ambiciosa o con agendas políticas ocultas, aunque sí recibirá, asistiendo a su esposo, a diplomáticos y aristócratas. Quizás a causa de su desinterés por las intrigas palaciegas, Marie-Émilie es objeto de durísimas críticas – sobre todo referidas a su físico – por parte de señoras de la Corte que intentan desacreditarla.

El Gran Delfín muere en 1711 en Meudon a causa de la viruela. Discretamente, Marie-Émilie abandona el Chatêau de Meudon y se instala en casa de un primo. Muestra de su humildad, la viuda del Gran Delfín rechaza recibir la enorme fortuna de su marido y tan solo acepta una pequeña dotación. El Rey, agradecido por su discreción y por su buen corazón, ordena que se le pague una pensión anual de 12.000 libras, que Marie-Émelie destinará hasta su muerte a obras de caridad. En la primavera de 1732, Marie-Émelie cae enferma, muriendo el 13 ó el 14 de abril de ese año, prácticamente olvidada por todos.