La turbulenta vida de la condesa de la Provenza

Por hola.com

Probablemente sea la princesa María Josefina de Saboya (1753-1810), nieta por vía materna del rey Felipe V de España (1683-1746), una de las figuras más vilipendiadas de la historia de Francia. En los albores a la Revolución Francesa, la Princesa fue repetidamente acusada de ser poco menos que una salvaje, a causa de su presunta incultura y a su escaso respeto a las más mínimas reglas de la higiene. En la actualidad, sin embargo, se considera a la princesa María Josefina como una víctima de los ataques feroces de los revolucionarios antimonárquicos. Mujer, en cualquiera de los casos, profundamente desafortunada tanto en el plano sentimental como en el de la salud, la biografía de la princesa María Josefina de Saboya ocupa hoy estas líneas.

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Nace María Josefina Luisa de Saboya en Turín el 2 de septiembre de 1753, siendo la hija de Víctor Amadeo III de Saboya (1726-1796), Rey de Cerdeña, y de María Antonia de Borbón (1729-1785), Infanta de España al ser, a su vez, hija pequeña de Felipe V. El matrimonio entre ambos había sido arreglado por Fernando VI (1713-1759) con el objeto, puramente estratégico, de mantener la influencia española en tierras transalpinas. Pese a que apenas existió amor entre la pareja concibieron doce hijos. El contexto familiar al que llegó la ínclita María Josefina era, no obstante, en extremo conservador y religioso –su padre era, de hecho, alguien con una vocación militar acusadísima y un catolicismo exacerbado y poco interesado en otros menesteres, como el de paternidad-, por lo que la educación de la pequeña dejó mucho que desear. Muy apegada a su hermana María Teresa (1756-1805), quien en el futuro casaría con el que llegaría a ser Rey de Francia, Carlos X (1757-1836), ambas pasarían la infancia prácticamente sin separarse, creando un vínculo enormemente sólido.

El único objetivo de los padres de María Josefina en relación a sus hijos era que casaran de forma beneficiosa para los intereses financieros y políticos de la familia. En el caso de María Josefina, al igual que en los de su hermana María Teresa y su hermano Carlos Manuel (1751-1819), la maniobra de los futuros reyes sardos estuvo dirigida a que enlazaran con la Familia Real francesa. De este modo, María Josefina casaría el 14 de mayo de 1771, contando la novia con dieciocho años y el novio dieciséis, con Luis Estanislao de Francia (1755-1824), Conde de Provenza y Duque de Anjou, sexto hijo de Luis de Francia (1729-1765) y de María Josefa de Sajonia (1731-1767). Era el Conde un hombre de cultura superior a la de su esposa, si bien ya desde su más tierna infancia había dado signos de una suerte de obsesión por el lujo y la ostentación que le había conducido a vivir, siendo apenas un adolescente, en un espectacular palacio –el Palacio de Luxemburgo de París, actualmente sede del senado galo- que rivalizaba incluso con el del Monarca.

El matrimonio, un mero arreglo entre los padres de los contrayentes, no pudo empezar peor. Es conocido que la joven María Josefina se espantó al ver a su futuro esposo, al que siempre consideraría poco atractivo y de maneras bruscas y poco educadas. Por su parte, el Conde no tenía mejor impresión de su esposa, a la que pronto aborrecería por, según relatan las crónicas, el escaso apego al aseo personal de la Condesa, que hacía que apenas que se acicalara –no usaba perfume-. Sea como fuere –hoy en día los historiadores matizan la descripción de la Condesa como una desaseada, achacando la fama a la propaganda antimonárquica de la época-, el matrimonio tardaría años en consumarse.

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El matrimonio, de hecho, nunca tendría hijos aunque la Condesa tuvo varios abortos, concretamente en 1774 y 1781, desmintiendo los rumores, muy habituales en aquella época, de que la susodicha era virgen.

La vida de la condesa Josefina en la Corte de Versalles no solo fue complicada por la difícil relación con su detestado marido, sino también por la escasa empatía que tenía por su cuñada, la futura reina María Antonieta (1755-1793), casada con Luis Augusto (1754-1793), hermano del Conde y futuro Luis XVI. María Antonieta nunca aceptó a su cuñada, a la que siempre trató con desdén por su físico poco agraciado y su escaso talento para relacionarse en sociedad. Sin el apoyo de su influyente cuñada en la Corte, la Condesa progresivamente se aisló en sus aposentos. Esta situación, que comenzó a hacer mella en su carácter, cada vez más taciturno, se acentuó todavía más cuando su cuñado llegó al trono en 1774 y su esposa se convierte en la mujer más poderosa de Francia.

Su marido, mientras tanto, comenzó a despreciarla en público y, sin apenas disimular, inició una apasionada relación con Anne Nompar de Caumont (1753-1842), Condesa de Balbi y madre de cuatro hijas. Mujer de gran belleza y de una inteligencia notable, la Condesa pronto consigue ocupar una de las habitaciones del Palacio de Luxemburgo y comienza a recibir todo tipo de regalos de su amado. Su marido, al conocer la relación extramatrimonial de su esposa pone el grito en el cielo. El Conde de Provenza mueve hilos en la judicatura parisina y consigue que el marido despechado sea declarado legalmente como enajenado mental e internado en el manicomio de Senlis, donde, de hecho, acabará muriendo.

Obviamente el engaño del Conde no pasó desapercibido a María Josefina, quien, lejos de echárselo en cara, decidirá comenzar una relación sentimental con Juana Margarita de Gourbillon (1737-1817), una aristócrata casada, que supondría un enorme escándalo en la Francia del siglo XVIII. Los rumores llegaron hasta tal punto, que el Rey decidió expulsar a Juana Margarita y a su marido de la capital a la ciudad de Lille, si bien, el idilio, de hecho el gran amor de la Condesa, no finalizaría en ese momento, sino que continuaría hasta el final de sus días.

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Al estallar la Revolución Francesa en 1789, los Condes, huyendo de una muerte segura, abandonan tierras galas y se exilian en Alemania. Durante el destierro, la relación marital se deteriora todavía más si cabe y la Condesa se refugia en los brazos de Juana Margarita, quien se instala en la ciudad de Kiel. Cuando en 1799 el Conde pide a su mujer acompañarle en la boda de su sobrina María Teresa (1778-1851) con el Duque de Angulema (1775-1844), que se celebra en Letonia, la Condesa viaja, desafiante, acompañada de su Juana Margarita. Al negarse el Conde a que las dos mujeres asistan a la boda, María Josefina se encierra en sus habitaciones, negándose a salir de ellas y provocando la conmoción de los invitados al enlace.

En 1808, los Condes deciden trasladarse a vivir a Londres. Juana Margarita no tarda en llegar a tierras inglesas en busca de su amada, pero el Conde consigue que el encuentro entre las dos amantes no se produzca. La estancia de María Josefina, profundamente deprimida por su imposibilidad de estar cerca de Juana Margarita, en la capital del Támesis no será, sin embargo, larga. En 1810 muere, a causa de un edema, a los 57 años de edad después de haber sufrido además largamente problemas de las vértebras que terminaron deformando su figura de forma muy severa. Sus restos mortales descansan en la Capilla de Nuestra Señora de la Abadía de Westminster. Cuatro años después de su muerte, con la restauración borbónica, su marido llegaría al trono de Francia con el nombre de Luis XVIII de Francia.