María Amalia de Sajonia, reina de España y princesa de Polonia

Su papel fue de gran importancia, mostrando a una mujer que supo anticipar la figura de la reina consorte contemporánea, autónoma y emprendedora

Por hola.com

Probablemente sea la reina María Amalia (1724-1760) una de las Soberanas de España más desconocidas, quizás por el hecho de que falleciera, de forma prematura, apenas dos años después de que su marido, Carlos III (1716-1788) fuera coronado como Rey. Sin embargo, la vida de esta Reina merece ser revisitada, una vez que su papel, especialmente como Reina de Nápoles, fue de gran importancia, mostrando a una mujer que lejos de quedar solapada por su poderoso marido, supo anticipar la figura de la reina consorte contemporánea, autónoma y emprendedora. En estas líneas repasamos su biografía.

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Nace la futura Reina de España el 24 de noviembre de 1724 en Alemania, en el Castillo de Dresde, con el nombre de María Amalia Cristina Francisca Javiera Flora Walburga de Sajonia. Era María Amalia hija de Augusto III de Polonia (1696-1763) y de María Josefa de Austria (1699-1757), a su vez hija de José I del Sacro Imperio Romano Germánico (1678-1711). La princesa María Amalia vino al mundo pues en una de las dinastías más antiguas del continente europeo, la llamada Casa de Wettin, cuyos orígenes se remontan al siglo X. Siendo su padre Soberano de Sajonia y Rey de Polonia, la joven Princesa crece entre dos cortes: la de Dresde y la de Varsovia, en compañía de sus muchos hermanos, entre los que se encontraban su hermana María Josefa (1731-1767), quien acabaría contrayendo matrimonio con el Delfín de Francia, Luis (1729-1765), o María Cunigunda (1740-1826), futura Princesa Abadesa de Essen y Thorn. Gracias al abolengo de su familia, pronto las cortes europeas se fijarían en la princesa María Amalia como posible candidata a emparejar con alguno de los príncipes casaderos europeos.

La joven María Amalia, así lo relatan las crónicas de la época, era ya en la tardía infancia una muchacha de gran estatura para su edad, muy rubia, de tez muy clara y con unos ojos marrones muy bellos. Además era una joven con grandes inquietudes intelectuales, especialmente aquellas referidas al mundo artístico, que adoraba. Las noticias sobre la Princesa no tardarían en llegar a Madrid, donde los reyes Felipe V (1683-1746) e Isabel de Farnesio (1692-1766) se encontraban embarcados en la búsqueda de una esposa para su hijo mayor y futuro Rey de España, Carlos III. No era María Amalia la primera candidata que los Soberanos españoles habían considerado. De hecho, el Heredero había sido comprometido a la tierna edad de seis años con Felipa Isabel de Orleans, Mademoiselle de Beaujolais (1714-1734). Sin embargo, cuando por razones estratégicas este arreglo matrimonial fue descartado, los Reyes, especialmente la reina Isabel, vieron en la princesa María Amalia la candidata idónea para acompañar a su hijo mayor en el altar. De este modo, a Don Pedro Cebrián, Conde de Fuenclara (1687-1752), le fue encargada la tarea de cerrar el acuerdo por el que los príncipes Carlos y María Amalia contraerían matrimonio. Las negociaciones entre las dos familias llegarían a buen puerto el 16 de diciembre de 1737 en Viena.

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La boda, por poderes, después de que los novios – el novio con 21 años y la novia con 13 - se hubieran conocido a través del envío de retratos, se celebra en Dresde el 9 de mayo de 1738. A las setenta y dos horas, la Princesa, ya esposa del Príncipe español, comenzaba su viaje rumbo a Italia, donde el futuro Rey de España ejercía como Soberano de Nápoles y Sicilia desde comienzos de aquella década. La Princesa acudió al encuentro de su esposo en compañía de su hermano, el príncipe Federico Cristián Augusto (1722-1763). La Princesa llegó a Nápoles finalmente el 19 de junio de aquel año, celebrándose la velación por la que se refrendaba el matrimonio de la pareja de forma inmediata.

Pese a que el matrimonio había sido de conveniencia y dispuesto totalmente por la Familia Real española, la fortuna deparó que los dos jóvenes se enamoraran apasionadamente casi desde el momento de conocerse en persona. Los dos compartían la pasión por la caza y la Princesa solía acompañar a su marido a las monterías, algo nada habitual para la época. Tampoco era corriente que la esposa del Rey ocupara en ausencia de éste su lugar en el consejo de estado, algo que, dada la confianza profunda de los Príncipes, sí ocurría en el matrimonio de los futuros Reyes de España. María Amalia tomaría no pocas importantes decisiones de carácter político y supo colocar a políticos afines en puestos de responsabilidad, como fue el caso de Bernardo Tanucci (1688-1783), a quien la Soberana nombró Ministro de Asuntos Exteriores.

La Reina también se propuso convertir a la ciudad de Nápoles en una urbe a la altura de cualquier gran ciudad europea. Para ello se afanó en la construcción de importantes edificios de la ciudad transalpina, como el Palacio de Caserta, el Palacio de Portici, el Palacio de Capodimonte o el Teatro de San Carlos.

La pareja tendría durante sus años de matrimonio trece hijos. Los cinco primeros fueron mujeres: María Isabel (1740-1742), María Josefa (1742-1742), María Isabel (1743-1749), María Josefa (1744-1801) y María Luisa (1745-1792). La falta de un hijo varón, siempre una fuente de preocupaciones en las casas reales cuando de la familia del heredero se trata, se solventó en 1747, el año en el que nació el príncipe Felipe, Duque de Calabria (1747-1777). Sin embargo, pronto se descubrió, para gran pesar de los padres, que el pequeño Felipe padecía de graves dolencias nerviosas y de no menos leves discapacidades intelectuales – se llegó a acusar a la nodriza de la enfermedad del Príncipe, tal era la desesperación que se apoderó de la corte al conocerse el estado del Heredero – que le incapacitaban para ser heredero al trono. Afortunadamente, la pesadumbre sería sustituida por la alegría cuando al año siguiente la princesa María Amalia dio a luz a otro varón, el príncipe Carlos (1748-1819), futuro Rey de España. Tras él vendrían de hecho varios descendientes varones más: los infantes Fernando (1751-1825), Gabriel (1752-1788), Antonio Pascual (1755-1817) y Francisco Javier (1757-1771).

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Los muchos embarazos y la muerte de muchos de sus hijos en sus primeros años de vida hicieron mella en la Princesa que dejó de ser la encantadora joven que había llegado años atrás a la corte napolitana para convertirse progresivamente en una mujer taciturna e irascible. Los rumores incluso apuntaban a que la Princesa descargaba físicamente su ira con sus damas de honor. Sin embargo, su marido, el príncipe Carlos nunca dejó de estar enamorado de su esposa, achacando su voluble y difícil carácter al sufrimiento por la pérdida de sus queridos hijos.

Cuando Luis I (1707-1724) y Fernando VI (1713-1759), hermanos por parte de padre del príncipe Carlos, mueren sin descendencia, el trono de España recae en el marido de la princesa María Amalia, que desde ese momento, el 10 de agosto de 1759, se convierte en reina consorte de Carlos III de España. La pareja, acompañada por la mayoría de sus hijos, abandona de forma precipitada Nápoles para trasladarse a Madrid. La Reina, que había sufrido un grave accidente de equitación poco antes, se enfrenta al reto de convertirse en Soberana de la nación española. Pese al gran recibimiento de los españoles, la Reina, muy deprimida y aquejada de ataques de histeria, no consigue adaptarse a su nuevo país. La Soberana, que no hablaba español, se muestra desubicada, incómoda con el clima y la comida españoles, y aislada en una corte que le resultaba ajena. Pese a ello, y al brevísimo periodo en el que fue Reina de España, la Soberana fue responsable de la creación de la Real Fábrica del Buen Retiro, dedicada a la producción de porcelana de la mejor calidad, y se propuso reformar la educación de los españoles y mejorar las infraestructuras sanitarias del país.

Sin embargo, todos los planes de la Reina se truncan por su endeble salud. El 27 de septiembre de 1760, baldada por el accidente de caballo y víctima de una tuberculosis, la reina María Amalia muere en el Palacio del Buen Retiro a los treinta y cinco años de edad. Sus restos descansan en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial junto a los de su amado esposo, el rey Carlos III, que fallecería en 1788.