Reconocer y expresar las propias emociones no siempre es fácil, pero sí necesario. Más aún en los primeros años de la maternidad, en la que el mundo entero y la propia mujer cambian radicalmente y, a veces, parece que queda todo patas arriba. Así lo cree Eva Medina, psicóloga especialista en psicoterapia humanista con niños y adolescentes, que acaba de publicar Crear Crecer Criar (Ed. Desclée de Brouwer).
Hemos hablado con ella y nos confiesa que su vocación como psicóloga nació de una infancia difícil y de su necesidad de averiguar los porqués de aquella etapa. Eso le ha ayudado también a afrontar su propia maternidad de manera diferente, mucho más respetuosa y siendo plenamente consciente de la necesidad de validar y cuidar su propio estado emocional. Detalla cómo eso es clave para el bienestar y el desarrollo de la inteligencia emocional de los hijos.
Durante los primeros años de la vida, lo que la madre siente y no expresa se lo traspasa al bebé.
¿Tener un hijo cambia la manera de ver el mundo y de entenderse a uno mismo?
Según mi experiencia personal y también como profesional acompañando a familias, tener un hijo es una de las experiencias más transformadoras en la vida, o la que más. Cambian las prioridades, cambia el foco de atención, cambia la manera de vivir por completo. Necesitamos reorganizarnos, volver a estar en el mundo con un nuevo ser que se convierte en el centro de atención, ya que su bienestar y su desarrollo dependen de nosotros y de nuestros cuidados, a la vez que seguimos siendo responsables de nuestro propio bienestar: tenemos que reaprender la vida, cómo cuidarnos y poder hacernos responsables de nosotros y nosotras mismas y de nuestros hijos. Responsabilizarnos de nosotros como personas adultas que somos a veces se convierte en algo complejo, y es todo un arte cuando, además, traemos hijos al mundo.
En el libro confiesas que tuviste una infancia difícil y explicas que tus heridas se transformaron en herramientas emocionales cuando te convertiste en madre. ¿Cómo se produjo esa transformación y de qué herramientas se trata?
Sí, tuve una infancia difícil. En mi familia de origen había problemas: mi padre era alcohólico y terminó su vida muy deteriorado. Mi madre nos crió como pudo, haciéndose cargo de la casa, de la familia y trabajando fuera también para mantenernos. Crecí rodeada de dificultades, gritos y carencias afectivas y emocionales. A los 12 años decidí que un día sería psicóloga y que esto me ayudaría a comprender lo que sucedía en mi familia. Yo era una niña muy sensible y me refugié en la escritura. Adoraba el arte; me dedicaba sobre todo a pintar y escribir. Me refugié demasiado en mi mundo interior; me aislé de las relaciones sociales. Ya de adulta, hice terapia durante varios años (antes de mi maternidad), y aquí aprendí lo fundamental en la comprensión de mis propias emociones: a identificarlas y encontrar maneras de poder acompañarme y expresarlas.
Para mí fue clave haber vivido todo lo que viví, para que, cuando llegó el momento de ser madre, pudiera ejercer todas esas herramientas de expresión emocional que aprendí a lo largo de mi vida. Y esto es lo que he querido transmitir en el libro: que otras personas puedan beneficiarse de herramientas que son sencillas de aplicar en momentos de estrés con la crianza, en los que necesitamos poder hacer con ellas algo que sea fácil y rápido. Pueden ser diferentes herramientas y van desde pintar una emoción hasta, por ejemplo, retorcer una toalla para expresar la rabia.
Dedicas varias páginas al significado de la maternidad y hablas de generosidad, de la transformación más profunda… ¿Qué significa exactamente ser madre?
Para mí, ser madre ha sido y es el acto de generosidad más grande que vivo. Hay una entrega impresionante y, aun así, sigue habiendo más amor para dar. Emerge un torrente de amor y de fuerza interior con la maternidad… y, a la vez, el cuerpo nos avisa de que necesitamos cuidarnos, y es un camino de aprendizaje el de encontrar herramientas sencillas que podamos conciliar con la vida ocupada que tenemos las familias y que, a la vez, sean efectivas para el autocuidado. Es una transformación profunda porque nos pone delante desafíos que no nos hubiéramos imaginado antes de estar ahí, como noches sin dormir y, al día siguiente, vernos afrontando el día con la alegría y el placer que nos trae sentir la conexión con nuestras hijas e hijos.
“Vuelvo a caer en un pozo sin fondo del que otra vez tengo que aprender a salir”. Es una cita textual de tu libro, una confesión que haces acerca de la crianza (de “la crianza que mata”, dices). ¿Cómo surge esta sensación?
Esta sensación surgió como consecuencia de muchos meses de entrega a la crianza de mi hijo. Cuando fui madre, me imaginaba estar con él las 24 horas de cada día y era lo que yo deseaba. Sin embargo, la realidad me puso delante que necesitaba cuidarme. Toqué fondo muchas veces durante los primeros años; sentía mucha intensidad emocional. Escribía principalmente para desahogarme… y después me pareció que podría ser una buena idea mantener esos textos de desahogo en el libro.
Con el tiempo voy descubriendo que las madres necesitamos poder expresar estas cosas para evitar que se queden y nos hagan daño dentro. Confío en que leer esos desahogos míos en el libro pueda ayudar a las madres a sentirse mejor con los sentimientos que atraviesan durante el proceso de la crianza.
¿Se puede seguir disfrutando de la maternidad a pesar de esa sensación?
Claro que sí. La maternidad es maravillosa, con sus luces y sus sombras. He querido visibilizar la parte más dura y difícil de la maternidad para ayudar a que se exprese y evitar que se quede dentro y dañe por miedo a mostrarla. Sin embargo, es maravilloso poder sentir el amor inmenso que nace desde dentro cuando somos madres y que, a pesar de la entrega y del cansancio que esta nos puede suponer, está por encima ese sentimiento tan inmenso, el torrente de amor.
Y, si nos entregamos a disfrutar, la crianza nos trae muchos regalos. Podemos aprender a entregarnos a disfrutar con nuestros hijos e hijas por encima de las tareas y las exigencias del día a día. Esto puede convertirse en un desafío día a día, algo a seguir entrenando en el proceso de la crianza.
En el libro hablas de la renuncia al sacrificio. ¿Cómo evitar ese sacrificio si no se ve el camino para llegar a todo y cuando renunciar al trabajo, a horas laborales o a otras obligaciones no es posible?
Muchas personas crecimos con la idea de que maternidad y sacrificio vienen unidas. Una cosa es tener que asumir la responsabilidad que implica ser madre o padre, y otra diferente es resignarnos a vivir la maternidad como un sacrificio. Yo quiero disfrutar de jugar con mi hijo, de verlo crecer, de las bromas, los planes, compartir espacios, aprender juntos/as… Podemos renunciar a vivir la maternidad como un camino de sufrimiento.
Por el contrario, si ponemos la atención en seguir creciendo como personas y atender nuestras necesidades, nuestros gustos, nuestro ocio… nuestros hijos aprenderán a cuidarse, ya que somos los espejos principales en quienes se miran para aprender a tratarse a sí mismos/as.
Es más sano expresar al bebé que nos sentimos desbordadas, muy cansadas y con rabia y frustración por no poder descansar, que hacer como si estuviéramos bien cuando por dentro nos estamos sintiendo de otra manera.
Es cierto que el tema de la conciliación laboral puede condicionar el tiempo que pasamos con los hijos; aun así, creo que podemos encontrar maneras lo más armónicas posible para aprender a disfrutar el tiempo que estamos con ellos (por ejemplo, renunciar a tener casas perfectas o la ropa doblada siempre). A veces podemos necesitar ayuda y acompañamiento para conseguirlo, porque a la mayoría no nos han enseñado a ser madres y padres de esta manera.
Las emociones ocupan, según señalas en el libro, un lugar predominante en la crianza. ¿Cómo influyen las emociones de los progenitores en el desarrollo de los hijos?
Durante los primeros años de la vida, el bebé está fusionado con su principal persona cuidadora, que suele ser su madre. Esto significa que el bebé se siente en resonancia con lo que siente su madre, y lo que la madre siente y no expresa se lo traspasa al bebé. Por eso es tan importante aprender a conocer nuestras emociones y poder expresarlas, poner palabras a lo que sentimos… Cuando encontramos maneras de expresar lo que sentimos, liberamos al bebé de tener que hacerse cargo, de alguna manera, de esas emociones.
Para mí, es más sano expresar al bebé que nos sentimos desbordadas, muy cansadas y con rabia y frustración por no poder descansar, que hacer como si estuviéramos bien cuando por dentro nos estamos sintiendo de otra manera. Si lo expresamos, le transmitimos coherencia al bebé. Aunque podamos sentirnos culpables de sentir todas esas cosas, es sano expresarlas, sabiendo que el bebé tiene derecho a pedir cuidados, atención… y nosotras también tenemos derecho a estar cansadas y expresarlo, por ejemplo. Yo creo que se trata de poder aprender a naturalizar nuestras emociones y darles espacio, sean las que sean.
¿Cómo educarlos emocionalmente de manera adecuada cuando la madre o el padre (o ambos) se encuentran en un momento complicado?
Para mí, la idea de la educación emocional hacia los hijos consiste en transmitirles la realidad del mundo emocional, que es que unas veces estamos mejor y otras peor. Los momentos complicados y las crisis también existen. Pienso que los hijos necesitan incorporar también el permiso a sentirse mal a veces: tristes, enfadados… y esto será posible si les mostramos nuestras propias emociones, sean estas las que sean.
También indicas que, al tener hijos, se puede revivir la propia infancia y que es una oportunidad de renacer. ¿Cómo surge esa oportunidad?
Sí, esto es algo muy potente que transité durante los primeros años de la crianza de mi hijo. La mayoría de las mujeres durante el puerperio, que son esos primeros años de la crianza, estamos muy emocionales; es una mezcla de la revolución hormonal que vivimos y también algo adaptativo al momento, para que estemos al servicio del cuidado de nuestros bebés. No podemos pensar con tanta claridad, y las emociones se hacen mucho más presentes durante esta etapa. Estamos más vulnerables; muchas de nosotras estamos, la mayor parte del tiempo, entregadas a la crianza, nuestro cuerpo ha cambiado, dependemos de cuidados externos para criar a nuestras hijas e hijos, siendo que la mayoría, antes de ser madres, contábamos con una independencia económica, una libertad en cuanto a las salidas y los planes que hacíamos…
Nuestra vida ha cambiado muchísimo, y esa vulnerabilidad puede hacer que emerjan más fácilmente los asuntos pendientes de nuestra infancia. Ahí podemos mirarlos de frente; este puede ser un proceso durísimo… y nos da también la oportunidad de despedir partes nuestras que ya no queremos e ir encontrándonos con una nueva persona y una mujer diferente a la que éramos antes.
Es muy intenso vivir este proceso y encontrarnos con que no nos reconocemos en el espejo, ni en la manera de pensar ni de ser en muchas cosas (con lo que nos identificábamos antes deja de valernos). Es una reinvención continua la que ocurre durante esos primeros años de la crianza. Y, según mi experiencia personal y de acompañar a otras mujeres, aquí, en este proceso, es donde, si lo permitimos, ocurre ese renacimiento.




