Tener una buena autoestima no solo es sinónimo de bienestar emocional y de éxito académico y social, sino que va mucho más allá. Una sana autoestima es el mejor escudo protector que todo niño y adolescente puede tener ante un entorno hostil o frente a diversos obstáculos y dificultades. Pero ¿cómo fomentarla en nuestros hijos? Sobre ello hemos hablado con Úrsula Perona, psicóloga infantil, docente universitaria y directora del Instituto Úrsula Perona, que acaba de publicar el libro El arte de criar con autoestima (Ed. Sentir). Perona explica de manera clara y sencilla cómo conseguirlo y por qué es tan importante.
¿Cómo definirías la autoestima?
La autoestima es la manera en que un niño aprende a mirarse a sí mismo. No es solo cómo se siente, es la voz interna que lo acompañará toda la vida. Es la combinación entre sentirse valioso, capaz y digno de amor. Es el vínculo emocional que establecemos con nosotros mismos.
Si tuviera que elegir un solo legado que dejar a mis hijos, sería una sana autoestima.
Es lo que sostiene a un niño cuando falla, cuando se compara, cuando el mundo le exige. Y también lo que le permite vivir con autenticidad, sin tener que demostrar nada para sentirse suficiente.
¿Cómo se forma la autoestima de los niños?
Se forma minuto a minuto, en lo cotidiano. En cómo lo miras cuando te cuenta algo, en cómo reaccionas cuando se equivoca, en si validas sus emociones o las minimizas. Se construye a partir de tres grandes elementos: lo que el niño piensa de sí mismo, cuán capaz y valioso se siente, y lo que percibe que los demás ven en él.
Cada gesto, cada palabra, cada vez que los consolamos o los acompañamos sin juzgar, cuando les animamos afrontar retos y les dejamos resolver los problemas, estamos fortaleciendo su autoestima.
¿Qué es lo más básico, lo esencial, para criar hijos con autoestima?
Lo esencial es que el niño sienta que su valor no depende de lo que hace, sino de quién es. Que sepa que puede fallar y seguirá siendo amado. Eso es el amor incondicional. También es fundamental que vea adultos que se relacionan con cariño consigo mismos. No podemos pedir a un niño que se hable con respeto si vive con un adulto que se habla con dureza.
Yo diría que lo más importante es ofrecer un hogar emocionalmente seguro: un lugar donde las emociones no se castigan, donde el error forma parte del aprendizaje y donde el amor no se negocia. “Si un niño aprende que puede ser él mismo sin miedo, tendrá la mitad del camino recorrido.”
Por otra parte, es fundamental no caer en la sobreprotección: cada vez que hacemos algo por él que podría intentar solo, le enviamos el mensaje de que no creemos que sea capaz.
Hablas en el libro de la huella genética de la autoestima; ¿el tener una buena o una mala autoestima se hereda?
Sí, existe una predisposición genética que influye en cómo gestionamos las emociones, la sensibilidad, la tendencia a compararnos o a ser más autoexigentes. Es la parte de nuestra personalidad llamada carácter: los rasgos de personalidad básicos con los que nacemos. Pero no es determinante. La genética predispone, pero no sentencia.
Lo que realmente moldea la autoestima es el ambiente: la forma en que acompañamos, cómo hablamos, cómo validamos, cómo corregimos. Esto tiene un impacto enorme. Por eso siempre digo que “la autoestima se hereda, pero también se aprende… y, sobre todo, se puede transformar.”
¿Cómo saber si nuestro hijo tiene una sana autoestima?
Un niño con buena autoestima se atreve. Se equivoca sin hundirse. Pide ayuda cuando la necesita. Tiene una voz interna que no lo castiga, sino que lo acompaña. También suele mostrarse más flexible: acepta sus errores, es capaz de tolerar la frustración y disfruta siendo él mismo. No necesita compararse constantemente ni busca aprobación a toda costa.
En cambio, cuando hay baja autoestima vemos señales como miedo excesivo a fallar, rigidez, autocrítica intensa, dificultad para tomar decisiones o tendencia a evitar retos por miedo al error. Se aprecia también en las relaciones sociales: un niño excesivamente complaciente, que tiene miedo a poner límites a los demás o expresar su opinión, suele tener baja autoestima.
¿Un padre o una madre que tiene dañada su propia autoestima puede fomentarla en sus hijos?
Sí, absolutamente. De hecho, muchos padres y madres sanan su propia autoestima mientras aprenden a fortalecer la de sus hijos. Lo esencial es tomar consciencia. Si tú detectas patrones de autocrítica, inseguridad o miedo al conflicto, ya has dado el primer paso.
Lo que importa no es ser perfecto, sino ser responsable. Revisar la propia historia emocional para no transmitir aquello que nos dañó. Modelar una relación más amable con uno mismo es una de las mayores herencias que puedes dejar.
Si tuviera que elegir un solo legado que dejar an mis hijos, sería una sana autoestima. Tras muchos años, como psicóloga infanto-juvenil he detectado que, debajo de muchos problemas como ansiedad, depresión, dependencia emocional… se esconde una baja autoestima. Sin embargo, las personas con una autoestima sana son más resilientes, creen en sí mismos, son capaces de afrontar retos y ver su potencial, y de establecer relaciones sanas, sin dejarse influir por los demás.
¿De qué manera pueden afectar a la autoestima de los hijos los mensajes que los padres mandan muchas veces sin darse cuenta? ¿Cuáles son los más habituales?
No hay palabra inocua. Nuestros mensajes son semillas. Algunas hacen florecer y otras dañan sin que lo pretendamos. Frases como “eres muy sensible”, “eres un desastre”, “si te esfuerzas poco no llegarás a nada” o comparaciones con hermanos o amigos van construyendo una identidad que el niño acaba creyendo.
Un adolescente que tiene en casa un lugar seguro, donde puede expresarse sin miedo, está muchísimo más protegido frente al exterior.
A veces no somos conscientes, pero una etiqueta repetida se convierte en una profecía autocumplida. Un niño al que llamas “vago” no se esforzará más, sino menos, porque siente que haga lo que haga siempre será así.
¿Cómo deben los padres hablar a sus hijos para crear el efecto contrario, para potenciar su autoestima sin necesidad de hablar de ella?
La clave está en hablar desde el respeto, describiendo el comportamiento sin juzgar a la persona. No etiquetar, no compararlos y enfocarnos en el proceso, no solo en el resultado. Frases como “he visto cuánto te has esforzado”, “entiendo lo que sientes”, “todos nos equivocamos y aquí estoy para ayudarte” son poderosísimas. La validación emocional es un regalo.
¿Qué hacer cuando vemos que nuestro hijo tiene baja autoestima? ¿Cómo ayudarle a cambiar esa visión de sí mismo?
Lo primero es escuchar. Entender cómo se habla por dentro. Porque la baja autoestima no se corrige con un “pero si tú vales mucho”. Se acompaña.
Debemos ayudarle a identificar sus cualidades, ofrecerle espacios donde pueda sentirse competente, y permitirle equivocarse sin dramatizar. También es muy importante revisar nuestro propio estilo educativo: ¿sobreprotegemos? ¿criticamos demasiado? ¿exigimos en exceso? Y, sobre todo, darle experiencias de éxito reales, pequeñas metas alcanzables que le permitan experimentar que sí puede.
La adolescencia y la preadolescencia es una etapa clave para la autoestima. ¿Por qué?
Porque es el momento en el que el espejo exterior pesa muchísimo. Los adolescentes buscan pertenecer, encajar, gustar. El juicio externo se vive como verdad absoluta. Y además están construyendo su identidad: quién soy, qué quiero, qué me define.
En esta etapa, cualquier crítica cala más hondo y cualquier comparación puede hacerles mucho daño. Su cerebro emocional está más activo que nunca, y la impulsividad también. Si no tienen una base sólida de autoestima, pueden quedar muy expuestos a la presión del grupo, del rendimiento académico o de la imagen corporal. Una fuerte autoestima les permitirá mantenerse más firmes ante las influencias negativas del entorno, establecer relaciones afectivas sanas y proyectarse a futuro (estudios, trabajo) en base a su potencial. Su motivación para el estudio será mayor, lo que es muy importante en esta etapa.
¿Cómo fortalecer la autoestima a esas edades? ¿Qué hacer para que no les afecten mensajes erróneos externos del entorno o de las redes sociales?
La clave es el vínculo. Un adolescente que tiene en casa un lugar seguro, donde puede expresarse sin miedo y donde no se le juzga, está muchísimo más protegido frente al exterior.
También necesitan límites claros, conversaciones sobre emociones, y enseñanzas sobre pensamiento crítico: ayudarles a cuestionar lo que ven en redes, a diferenciar realidad de apariencia y a no basar su valor en un like.
En esta etapa, más que nunca, necesitan referentes adultos auténticos. “La mejor manera de blindar a un adolescente frente a la presión social es enseñarle a ser fiel a sí mismo.” Y eso solo se logra si en casa se permite pensar, sentir y elegir con libertad. Si se le muestra no solo lo valioso que es por ser él mismo, sin necesidad de cambiar nada, sino también su capacidad de crecer y desarrollar todo su potencial. Cuando creemos y confiamos en ellos, les hacemos creer y confiar en ellos mismos.




