A pesar de que actualmente contamos con más acceso a la información que nunca, habitualmente los padres se sienten muy inseguros en el cuidado y la educación de sus hijos. El libro Embarazo y crianza con sentido común (Ed. Bold Letters) explora los primeros mil días de vida del bebé; esto es, desde el embarazo hasta los dos años, para recorrer la gestación, el parto, el posparto y el cuidado del bebé. Es una obra en la que han participado 11 profesionales de la salud y la educación con reconocido prestigio.
Hablamos con el coordinador de la misma, Armando Bastida, enfermero de Pediatría y coordinador de la plataforma Criar con Sentido Común (CSC), cuyos expertos han asesorado de forma integral a más de 50.000 familias en toda España, poniendo el foco en el amor y el respeto al niño.
Cuando entiendes por qué tu bebé se despierta, por qué necesita brazos, por qué no controla esfínteres con un año… tomar decisiones acordes a tus valores es más fácil y más coherente
En la era de la sobreinformación, ¿cuál es el secreto para criar a un hijo con sentido común?
Precisamente, filtrar. Hoy no falta información, falta criterio. El “sentido común” en la crianza no es una cosa mágica que unos tienen y otros no: es la mezcla entre escuchar al bebé, escucharte a ti y conocer mínimamente cómo funciona su desarrollo.
Cuando sabes qué necesita un bebé según la ciencia, te resulta mucho más fácil distinguir entre lo importante, entre sus necesidades, y la información que no ayuda ni aporta, porque acaba siendo ruido. Es lo que hemos intentado con el libro, ofrecer información ya filtrada para que, combinada con el instinto y con todo lo que un bebé aporta al pedir lo que necesita, aparezca ese criterio o sentido común tan necesario.
Como comenta el pediatra Carlos González en el prólogo, no hay una sola manera de criar a un hijo, aunque parece que se nos aboca a ello. ¿Qué se puede hacer para formar el tipo de familia que cada uno desea poner en marcha?
Lo primero es entender que la diversidad es saludable: no todas las familias viven, sienten o educan igual. Está bien hacerlo a nuestra manera, siendo lo deseable un modelo en el que haya respeto por todos los componentes de la familia, bebé incluido.
Lo segundo: liberarnos del “qué dirán”. Criar a un hijo no es una competición social. Ni debemos demostrarle nada a nadie. Es un proceso íntimo donde cada familia debería poder decidir su camino sin culpas externas. Y tercero: formarse un poco. Cuando entiendes por qué tu bebé se despierta, por qué necesita brazos, por qué no controla esfínteres con un año… tomar decisiones acordes a tus valores es más fácil y más coherente.
¿Qué papel juega el error de los padres en la crianza con sentido común?
Un papel enorme y necesario. Los padres perfectos no existen. Pero lo que sí existe es la reparación, el aprender de lo que no funcionó bien y tratar de hacerlo mejor mañana. Porque los hijos no necesitan padres impecables: necesitan padres responsables, que sepan decir “me he equivocado” y pedir perdón, que sigan presentes y que estén dispuestos a mejorar. Ahí es donde nace el vínculo y, sobre todo, la confianza.
En el libro participan expertos en varios campos. ¿Necesitan los padres de ahora más acompañamiento profesional que en otras épocas?
Sí. Pero no es solo que necesiten más acompañamiento, es que están más solos. Antes criabas rodeado de tu tribu: tu madre, tus vecinas, tus hermanas, tus amigas, que estaban ahí y sabían lo que era un bebé real, no un bebé idealizado. Y el criterio de nuestras madres quedó totalmente contaminado de los expertos que, en su época, llegaron a decir cosas que hoy nos parecen impensables. Entre eso, y que hoy en día muchas familias crían aisladas, a veces sin haber cogido un recién nacido en brazos en su vida, es lógico que busquen apoyo profesional: quizás no solo para criar “mejor”, sino para hacerlo con menos miedo y más tranquilidad.
¿Cómo aplicar ese sentido común en la crianza cuando ambos progenitores no están de acuerdo?
Primero, aceptando que es normal. Criamos desde nuestra historia personal, nuestras heridas, nuestras creencias… y muy rara vez coinciden al 100%. La clave es colocar las necesidades del niño en el centro, y no las opiniones adultas. Si la ciencia dice que un bebé no manipula, que no hay que dejarle llorar, que necesita contacto… entonces hay un suelo común sobre el que ambos pueden apoyarse y construir su modo de maternar y paternar, aunque haya diferencias.
Desde ahí, será cuestión de negociar, hablar, ceder a veces y aprender juntos. La crianza compartida no es ir a una: es ir a una para el bienestar del niño, no para tener razón, disponiendo cada uno de su espacio como madre y padre (o pareja).
¿Estamos perdiendo el instinto que siempre ha caracterizado a la maternidad por el bombardeo de consejos externos?
El instinto sigue ahí, nunca se fue. El problema es que lo tenemos secuestrado. Cuando te dicen con relativa frecuencia que “no lo cojas”, “no lo duermas en brazos”, “no lo alimentes tanto”, “se va a acostumbrar”… tu instinto intenta hablarte, pero queda enterrado bajo toneladas de dudas y culpabilidad. Y así, el instinto se va apagando poco a poco... Y se reactiva cuando alguien te explica que tus ganas de coger a tu bebé, de consolarle, de protegerle… son exactamente lo que necesita.
En el libro se desmontan algunos mitos como que dejar llorar al bebé sea inocuo o que los brazos malcríen. ¿Cuáles siguen perdurando aunque la ciencia los ha desmontado?
Muchos. Que “siempre quieren brazos por capricho”. Que “duermen mal porque no los acostumbras a dormir en su cuna desde el primer día”. Que “comen mal porque les consientes”. Que “un buen cachete a tiempo soluciona muchos problemas posteriores”. Que “los niños lloran para manipular”... Son mitos que, en realidad, no resisten ni un minuto de evidencia, pero siguen vivos porque se transmiten de generación en generación desde hace mucho, mucho tiempo. Y a veces es más fuerte la costumbre que la ciencia.
"Lo mejor para nuestros hijos no es que sean felices, sino que sean niños capaces, independientes y seguros", destaca el libro. ¿Cómo contribuir como padres para que lo logren?
La independencia no se enseña empujando, sino acompañando. Eduard Punset decía que "para ser independiente hay que ser antes dependiente". Cuando un niño se siente seguro, atendido y visto, cuando tiene satisfechas sus necesidades desde la dependencia, aflora la independencia: explora más, prueba más y se atreve más. Es decir, paradójicamente, los niños más independientes suelen ser los que han tenido más brazos de pequeños, más escucha y más vínculo seguro.
¿Qué podemos hacer para lograrlo, o cómo acompañarles? Podemos validar sus emociones, estar disponibles, poner límites con respeto, y no con miedo, permitir que practiquen, incluso cuando tardan más o se equivocan... básicamente, tratar de ser la madre, o el padre que nos habría gustado tener.









