Además de haber fundado juntos la plataforma Educa en Positivo (educaenpositivo.com), con la que ayudan a cientos de familias, Isabel Cuesta y Daniel Pérez son pareja y tienen tres hijos. Un día, una de sus hijas le preguntó a Isabel si estaba gorda, una de esas preguntas que no es tan fácil de responder como podría parecer en un principio. La respuesta de su madre fue clave para que la niña se quitara esa idea de la cabeza.
Cuesta y Pérez, experta en Psicología Adleriana y experto en Neuropsicología Infantil, respectivamente, compartieron lo ocurrido con sus seguidores en redes sociales y, rápidamente, el vídeo se hizo viral porque no, la respuesta no es “¡pero si no estás gorda!”. Y ellos lo explicaban a la perfección. Ahora acaban de publicar el libro Mamá, ¿estoy gorda? (Ed. Beascoa), con el que ayudan también a los niños y a las niñas ante este tipo de dudas que a muchos les surgen y que tan dañinas pueden ser. Hemos hablado con ellos acerca de qué hacer si nuestros hijos nos plantean este tipo de cuestiones, y aclaran con detalle los pasos a seguir.
Un comentario sobre el cuerpo muchas veces es solo la punta del iceberg: debajo hay miedo a no encajar, búsqueda de aprobación, comparación social o un golpe a su autoestima.
El libro nace de una experiencia real, de la ocasión en la que vuestra hija se dirigió a ti, Isabel, y te dijo “Mamá, ¿estoy gorda?”. ¿Cuántos años tenía tu hija en ese momento y cómo te hizo sentir esa pregunta?
Tenía unos 10 años y acababa de llegar de un campamento de verano. Cuanto pronunció esa frase, sentí una punzadita en el pecho y, en seguida, sentí que era la oportunidad de sembrar en ella el amor y el respeto hacia su cuerpo. Ten en cuenta que yo fui una niña que deseaba adelgazar para sentirse válida; que entendió que “estar delgada” te acercaba a la aceptación.
En ese instante tuve claro que no quería repetir lo que yo escuché tantas veces de mi propia madre que, con toda su buena intención, siempre me decía: “pero si estás perfecta”. De hecho, yo nunca lo creí, pensaba “es mi madre, ¿qué me va a decir ella?". Y no quería que mi hija aprendiera que su valor depende de mi opinión, de la de los demás o de su apariencia.
Por eso decidí no negar su emoción, sino acompañarla con preguntas que le ayudaran a mirarse desde otro lugar: desde la curiosidad y la gratitud. Y fue precioso ver cómo se transformaba su mirada: de la inseguridad al asombro; de la tristeza a la admiración.
¿Qué le diríais a los padres cuyos hijos o hijas empiezan a cuestionar su apariencia física? ¿Cómo pueden hacerles ver que no es así?
Lo primero es no minimizar lo que expresan. No sirve decir “claro que no” o “no digas tonterías”. Los niños no buscan que les hagamos cambiar de idea, sino que entendamos su emoción; esto nos acerca y conecta.
Un comentario sobre el cuerpo muchas veces es solo la punta del iceberg: debajo hay miedo a no encajar, búsqueda de aprobación, comparación social o un golpe a su autoestima.
En lugar de intentar convencerlos, podemos:
- Validar la emoción: “entiendo que te sientas así”.
- Preguntar con suavidad: “¿qué te ha hecho pensarlo?”
- Desmontar la creencia de que su valor depende de su apariencia.
- Ayudarles a descubrir todo lo que su cuerpo les permite vivir y experimentar.
La clave no es que crean que “no están gordos”, sino que comprendan que su valor no depende de su aspecto, sino del simple hecho de ser.
En las claves para padres y educadores que dais al final del libro, habláis de la fuerza de las preguntas. ¿Cómo saber qué preguntas hemos de hacer a los hijos?
Aprender a preguntar lleva entrenamiento, no siempre vamos a saber formular la pregunta adecuada para cada momento. La idea es que los padres actuemos desde la curiosidad de querer entender las ideas y emociones de nuestros hijos. Que la pregunta ayude al niño a encontrar sus propias conclusiones y eso es mucho más poderoso que cualquier respuesta adulta. Cuando sermoneamos, por lo general, dejan de escuchar. Cuando preguntamos su cerebro se pone a trabajar y a buscar respuestas. El aprendizaje, por tanto, es más significativo.
Algunas preguntas útiles:
- “¿Qué cosas puedes hacer gracias a tu cuerpo?”
- “¿Qué sientes cuando corres, saltas o abrazas?"
- “¿Qué parte de tu cuerpo te ayuda cuando…?”
- “¿Qué te hace pensar que deberías verte de otra manera?”
La intención es guiarlos de la inseguridad hacia la gratitud, desde la duda hacia la seguridad interna. Y, entender que no me tiene que gustar cada parte de mi cuerpo, pero sí enfocarme en mi ser de forma completa, en que soy importante para mi comunidad, no el más importante, pero mi aportación y existencia es necesaria, suma, cuenta. Ver lo valioso que soy desde este enfoque más holístico.
En psicología adleriana sabemos que, cuando el niño llega a su propia conclusión, esa idea se integra de verdad. Por eso en el libro la madre no da respuestas: acompaña.
¿Cómo y cuándo empiezan a surgir ese tipo de dudas en la mente de las niñas y los niños?
Mucho antes de lo que imaginamos. Depende de cada peque, pero entre los 6 y 7 años ya aparecen la comparaciones: “ella es más alta”, “él es más delgado”. A partir de los 10, con la preadolescencia, el cuerpo cambia y el entorno —colegio, redes, comentarios inocentes de adultos— amplifica la inseguridad.
El cuerpo se convierte en un territorio donde se juega la pertenencia, la aceptación y el “encajar”. Por eso es tan importante acompañarles antes de que el entorno “les enseñe a mirarse mal”. Y por eso es importante que revisemos nuestra propia relación con nuestro cuerpo, porque a veces sin querer, lanzamos mensajes opuestos a lo que queremos “he engordado”, “no tenía que haber comido esto, ahora tengo que ir al gym a compensar”, “me siento horrible”, “hoy no ceno que tengo una boda y quiero caber en el vestido”... Los niños no se quedan con lo que les decimos, sino con cómo les hacemos sentir y con nuestra manera de actuar.
¿Se puede evitar que los hijos duden acerca de su imagen corporal y que se acomplejen?
Evitarlo al 100% no es realista: viven en un mundo obsesionado con la estética. Pero sí podemos reducir muchísimo la probabilidad de que esa duda se convierta en un complejo. ¿Cómo? Evitando comentarios sobre cuerpos, propios o ajenos, favoreciendo una relación sana con la comida y con nuestro propio cuerpo, empatizando y acompañando sus emociones sin minimizar, enseñando pensamiento crítico (“¿es real lo que ves en pantallas?”) y promoviendo un sentimiento de comunidad (“eres valioso, eres parte”).
No se trata de que nunca sufran, sino de que tengan el acompañamiento que necesitan en los momentos difíciles.
Teniendo en cuenta la exposición constante a imágenes idealizadas de belleza, ¿es más difícil ahora que antes fortalecer el autoconcepto? ¿Cómo lograrlo?
Sí, es más difícil. Las redes sociales muestran cuerpos filtrados y vidas editadas. Y los niños no tienen aún la madurez cognitiva para cuestionarlo.
¿Qué podemos hacer? utilizar estos mismos contenidos, publicidad, series y películas, etc. como fuente para reflexionar juntos en familia:
- “¿Crees que esta imagen es real?”
- “¿Cómo te hace sentir?”
- Exponerles a diversidad corporal real: entre sus referentes, actores, cantantes, deportistas… existe diversidad también.
- Evitar reforzar mensajes centrados en el físico.
- Modelar un lenguaje respetuoso hacia nuestro propio cuerpo.
- Reforzar habilidades internas: esfuerzo, generosidad, pensamiento crítico.
Cuanto más fuerte es el autoconcepto, menos peso tienen los cánones.
¿Puede un complejo físico convertirse en la antesala de un trastorno de la conducta alimentaria? ¿Cómo?
El origen de los trastornos de conducta alimentaria es multifactorial y, aunque no somos expertos en la materia, sí reconocemos factores que suponen un riesgo. Objetivar el cuerpo, la autoexigencia y el perfeccionismo, vacíos emocionales, la culpa, eventos traumáticos, reprimir o no querer sentir determinadas emociones…
No se trata de que nunca sufran, sino de que tengan el acompañamiento que necesitan en los momentos difíciles.
Un complejo no es un trastorno, pero puede convertirse en un caldo de cultivo. Porque un complejo, entre otras cosas:
• Fomenta la comparación constante
• Alimenta la idea de que “mi valor depende de mi cuerpo”
• Genera vergüenza e inseguridad
• Despierta la necesidad de control absoluto
• Y eso puede llevar a restricciones, culpa, atracones, obsesión…
Cuando separamos al cuerpo del ser y se convierte en un proyecto a corregir, aumenta el riesgo. Por eso, la prevención empieza mucho antes de cualquier síntoma: empieza en el lenguaje, en la escucha, en el ambiente emocional del hogar, en el vínculo que establecemos con nuestros hijos e hijas, y en nuestra propia autoestima.
¿De qué manera pueden los padres darse cuenta de que ese pequeño complejo se está convirtiendo en un problema de mayor calado?
Señales de alerta:
- Cambios bruscos en el comportamiento, restringir alimentos…
- Evitar piscinas, fotos o ropa concreta.
- Comentarios autocríticos frecuentes.
- Compararse con otras personas de forma reiterada.
- Mirarse constantemente al espejo o pesarse compulsivamente.
- Cambios emocionales intensos ligados a comida o cuerpo.
- Rechazar actividades que antes disfrutaban.
La clave es acercarse desde la seguridad: “Estoy contigo. ¿Cómo te puedo ayudar?”. Y pedir ayuda profesional si lo consideramos necesario.
Habláis también en el libro de la importancia de educar en la mirada hacia la alimentación; ¿cómo transmitir a los hijos una adecuada relación con la comida desde pequeños?
Con el ejemplo, siempre. Los niños no solo escuchan lo que decimos, nos observan todo el tiempo.
En casa buscamos:
- Una alimentación equilibrada, nutritiva y variada.
- Evitar palabras como “bueno”, “malo”, “prohibido”, “porquería”.
- No usar la comida como premio ni castigo.
- No obligar a terminar el plato.
- Respetar señales de hambre y saciedad.
- No acallar emociones con comida.
- Crear un ambiente tranquilo en las comidas: sin pantallas, sin prisas.
La clave no es que crean que “no están gordos”, sino que comprendan que su valor no depende de su aspecto, sino del simple hecho de ser.
Lo importante no es solo lo que comemos, sino la relación que construimos con la comida. Porque la comida es mucho más que alimento, es cultura, tradiciones, cariño, socialización, aprendizaje, emociones…
Queremos que aprendan a escuchar las señales de hambre y saciedad, sin demonizar alimentos, pero ofreciendo opciones saludables, hábitos sanos, una vida activa, porque gracias a su cuerpo les permitirá vivir, sentir, experimentar y disfrutar toda su vida.





