Leer es mucho más que sumergirse en otros mundos y disfrutar de conocimientos y de una expresión artística. La lectura tiene mucho peso en el desarrollo personal y emocional, por eso, se intenta fomentar desde el colegio. Pero las familias tienen un peso muy destacado en que el niño y el adolescente acabe adquiriendo un hábito lector.
Rocío Lavigne, profesora de Psicología Educativa y de la Educación; Juan Francisco Romero, docente e investigador de la Universidad de Málaga, y Marta Romero, psicóloga, forman parte de un grupo de investigación especializado en el estudio de los trastornos del neurodesarrollo y las dificultades de aprendizaje, así como en la puesta en marcha de intervenciones psicopedagógicas en distintos ámbitos. Juntos han escrito el libro Disfrutar de la lectura, ambiente familiar alfabetizador (Ed. Pirámide), donde abordan cómo lograrlo desde el aula y desde el hogar, con propuestas concretas para poner en marcha. Hemos charlado con ellos.
Una vez que el niño automatiza la tarea lectora, el aprendizaje de la lectura no ha acabado y hay que dedicarle tiempo a la comprensión lectora en los cursos más avanzados
En España, la lectura se suele iniciar en Educación Infantil, con cuatro o cinco años. Sin embargo, hay quienes argumentan que sería mejor comenzar a los seis años. ¿Cuál es su opinión?
Depende de cada niño. Hay quienes a los 4 años ya tienen un desarrollo del lenguaje (vocabulario, fonología…) adecuado que permitiría la iniciación del aprendizaje de la lectoescritura antes de los 6 años. Pero hay niños que no.
No obstante, esperar a que los niños tengan 6 años, por norma general, para enseñarles a leer, podría ser una buena estrategia para aquellos con un, digamos, “diferente” desarrollo del lenguaje, pero una incorrecta estrategia para los que están muy motivados por la lectura y se encuentran preparados para afrontar esta tarea. Y el deber de la escuela es atenderlos a todos y adaptar la enseñanza a las necesidades de cada uno.
En el libro hablan de cómo "un alto nivel de vocabulario da lugar a numerosos beneficios en el aprendizaje del niño, tanto en la comunicación y en el lenguaje oral como en el escrito". ¿De qué manera estimular el vocabulario desde que nacen?
A través del lenguaje oral. Hay que hablar con nuestros hijos. Y a medida que van creciendo leerles cuentos. Hay que leer con ellos, tal y como explicamos detenidamente en el libro, comentar las lecturas, inventar historias, finales de los cuentos, juegos…
Algo que parece obvio, como comunicarnos con nuestros hijos y dedicarles tiempo, escucharles, darles nuestra opinión… parece ser que en los últimos tiempos es una actividad en desuso y, sinceramente, es una pena, porque no solo se pierde la estimulación del lenguaje oral, sino que se pierde un tiempo difícil de recuperar y unos momentos que ayudan a fortalecer el vínculo familiar.
En los últimos años, los profesores de etapas educativas superiores se quejan de un empobrecimiento en la comprensión lectora de los alumnos. ¿A qué puede deberse?
A diversos factores. Entre ellos destacamos la falta de práctica tanto en la escuela como en casa. Hay que entender que una vez que el niño automatiza la tarea lectora, el aprendizaje de la lectura no ha acabado y hay que dedicarle tiempo a la comprensión lectora en los cursos más avanzados e incluso en etapas educativas superiores como secundaria y bachillerato. Todo ello se relaciona con el mejor desarrollo y el aprendizaje en otras áreas en las que la compresión lectora se encuentra directamente implicada.
Además de todo ello, no podemos olvidar el papel que juegan las pantallas en toda esta historia. El uso de pantallas –móviles sobre todo– y el consumo de redes sociales quita muchísimo tiempo a los niños, y no tan niños, de actividades en las cuales la comprensión lectora juega un papel importante. La verdad es que este último comentario precisaría otra entrevista.
Los niños y adolescentes tienen unas lecturas obligatorias a lo largo de cada curso. ¿Es una buena táctica para fomentar su amor por los libros?
Si queremos fomentar la motivación por la lectura, esta no tiene que ser una obligación. Hay que permitir al alumno que pueda elegir la lectura que más le interese. El interés, en definitiva, es que lean, lo que sea, pero que lean. Por lo que, a veces, las elecciones de los libros por parte de los profesores no están pensadas en los intereses de los niños, sino en los intereses del profesorado. Que no está mal, pero deberían combinarse ambas prácticas. Quizá, leer en clase algunos libros clásicos y comentarlos, ayudando al alumnado a comprenderlos. Y para casa, a través de un sistema de préstamo, incentivar la lectura de cualquier tipo.
¿Cómo podemos propiciar un ambiente familiar alfabetizador, término que da título al libro?
Leyendo. Es la clave. La familia debe leer, los niños deben observar a los padres leyendo, hay que compartir estos momentos, comentar las lecturas… La clave es la conversación, aprovechar cualquier momento del día para compartir nuestras vivencias, incluyendo dentro de estas vivencias los comentarios de las lecturas que estamos leyendo. No obstante, a lo largo del libro explicamos la forma de llevar a cabo un programa de ambiente familiar alfabetizador tanto en casa como en la escuela, incluyendo las herramientas para ello.
Aun en un entorno familiar donde se propicie la lectura, ¿por qué algunos hijos leen y otros no?
Porque solo propiciando la lectura no surge siempre el interés por la misma. Hay que trabajar en casa y en la escuela la motivación por esta tarea. Hay que entusiasmar a los niños por leer.
¿Es bueno ofrecer premios a los hijos menos lectores si leen un libro?
Habría que definir lo que significa premio. Si por premio entendemos compartir con el niño momentos increíbles, darles un beso, un abrazo, sonreírle… considerándose estos comportamientos como refuerzos positivos, la respuesta es que sí. Sin embargo, si por premio entendemos algo material y además que se plantee desde la perspectiva de que “si te lees este libro, obtendrás una recompensa”, en ese caso consideramos que no es la forma más adecuada de trabajar la motivación por la lectura.
Muchos adolescentes dejan de leer cuando llegan a esta edad. ¿Por qué es así y cómo hay que actuar?
La adolescencia es una etapa compleja, hay muchos intereses que interfieren en la lectura. Una de las causas de que dejen de leer cuando llegan a esta etapa puede deberse a que en etapas anteriores no se trabajó lo suficientemente bien el interés por la práctica lectora y ahora no es una de sus prioridades. La lectura implica esfuerzo, y los chicos tienen que hacer una gran labor de abstracción de la multitud de estímulos (que además algunos son muy atractivos) que tienen a su alrededor, que resulta muy compleja para ellos.
En cuanto al cómo hay que actuar, en primer lugar, teniendo presente desde la educación primaria que leer entraña esfuerzo, es difícil y hay que practicarlo. En segundo lugar, habría que hablar con ellos para llegar a un acuerdo encontrando lecturas que fuesen de su interés (cómics, revistas…), sin tener prejuicios sobre sus elecciones. Lo ideal sería mostrar curiosidad por las mismas, conversar en torno a ellas.
¿Qué rutina de las que han estudiado tiene más tasa de éxito a la hora de potenciar la lectura entre los más pequeños?
Tal y como venimos diciendo a lo largo de la entrevista: que los padres lean, que hablen con sus hijos. La conversación tiene mucho poder. Tienen que leer en casa, los niños tienen que ver que leen, también tienen que leer a sus hijos y con sus hijos. En definitiva, la lectura debe convertirse en un elemento nuclear de la familia, en torno al cual giren otras actividades. La lectura compartida, tal y como se comenta en el libro, no solo mejora el conocimiento del lenguaje, el desarrollo cognitivo, etc., sino que también favorece las relaciones afectivas entre los miembros de la familia.
Si realmente las familias tomasen conciencia de lo que significa dedicar 10-15 minutos al día a actividades lectoras con sus hijos, no dudarían en emplear ese tiempo en esta práctica. A la larga, los efectos sobre el interés lector, la comprensión lectora, el rendimiento académico y las relaciones entre los implicados, son bastantes positivos. Por lo que merece la pena intentarlo. Animamos a todos los padres a que introduzcan en sus rutinas familiares esta práctica tan necesaria.











