Cuando una mujer ha criopreservado sus óvulos, se relaja y no cuida tanto su fertilidad como debería, según señala Virginia Ruipérez, enfermera y especialista en fertilidad natural y salud reproductiva. Es fundamental cuidarse en todo momento, tanto cuando ya se piensa en someterse a la fecundación in vitro (FIV) para transferirse los óvulos que se congelaron en su día como antes de extraerse los gametos para proceder a su criopreservación.
En concreto, Ruipérez habla de 90 días, en los que hay que seguir una serie de cuidados concretos destinados a que los óvulos que van a ser congelados tengan la mejor calidad y maduración posible, de manera que sea más factible la consecución del embarazo cuando llegue el momento.
Es importante preparar el cuerpo para conseguir óvulos de mayor calidad.
¿Qué lleva habitualmente a una mujer a tomar la decisión de congelar sus óvulos?
En primer lugar, creo que influye mucho la autonomía que las mujeres hemos adquirido en el cuidado de nuestra salud. Hoy tenemos acceso a la información, decidimos sobre nuestro cuerpo y gestionamos nuestro bienestar de forma consciente. Esa cultura del autocuidado —alimentación, bienestar, prevención— nos ha hecho protagonistas de nuestra salud y también de nuestras decisiones reproductivas.
Y luego, a parte de esta parte más feminista de la mujer —porque creo que tiene un punto feminista—, también está el hecho de que estamos postergando la edad de tener hijos por motivos económicos y sociales. Hoy en día se terminan las carreras más tarde, se consigue estabilidad laboral más tarde, la estabilidad económica llega más tarde —me refiero a poder tener tu propia casa—... y luego está el tema de la pareja. Creo que también la pareja está en crisis y cuesta mucho encontrar una pareja estable y tomar la decisión de tener un hijo.
Pero, sobre todo, deciden congelar porque sienten que no es el momento, aunque tienen claro que quieren ser madres, o quizá no, pero quieren proteger y preservar su maternidad para un futuro. Pero esto es un arma de doble filo, porque muchas veces congelan óvulos sin calidad, sin garantías reales,: congelan, pero por ejemplo no preparan esos óvulos tres meses antes para asegurar una buena calidad, ni lo hacen en varias tandas para aumentar las probabilidades de obtener un embrión viable y de calidad.
¿Hay que prepararse antes de llevar a cabo el procedimiento?
¿Cómo puedes favorecer la calidad de tus óvulos? Sobre todo, rejuveneciendo la membrana externa del folículo. ¿Con qué? Con esa vitamina, por excelencia, que regenera pieles, mucosas y membranas celulares: la vitamina A en forma de betacaroteno.
El óvulo es una célula, de hecho, es la célula más grande del cuerpo de la mujer, así que, si tomas muchos alimentos ricos en betacarotenos —esos de color naranja como la zanahoria, la calabaza, el boniato, el melocotón, el melón, el mango, la piña, la papaya, los nísperos o las nectarinas—, vas a rejuvenecer esa membrana externa del óvulo. Eso evita que se oxide, que es lo que sucede con la edad, y así conseguimos un óvulo de mayor calidad madurativa.
También es muy importante activar la hipófisis con la vitamina E, que es la vitamina que nos lleva al embarazo. De hecho, su nombre científico, tocoferol, viene del griego tokos (embarazo) y pherein (llevar): “la que lleva al embarazo”. Esta vitamina activa la hipófisis para que produzca la hormona FSH, que es la que permite la maduración del folículo.
¿Dónde la encontramos? En nueces, avellanas, pipas de girasol y de calabaza, el aguacate y el aceite de oliva virgen extra de calidad. Con las nueces, las avellanas, el aguacate y el aceite de oliva estamos aportando vitamina E que activa la hipófisis, pero también omega 3 y omega 6, que fortalecen la membrana fosfolipídica de las células. Esto no solo protege el ADN, sino que mantiene en buen estado la membrana del óvulo, evitando su daño y favoreciendo que madure de calidad.
Es decir, los frutos oleaginosos (nueces, avellanas, aguacate, aceite de oliva) actúan por doble vía: por un lado, aportan vitamina E, que estimula la FSH y favorece la maduración del óvulo en 90 días, y por otro, mantienen la integridad bioquímica de la membrana del óvulo, junto con los alimentos ricos en betacarotenos de color naranja.
Y esto es pura fisiología. No hay más. La maduración de un folículo dura 90 días. Yo siempre digo que “tú metes las maderas en el horno hoy, pero las sacas dentro de tres meses”. Es importante preparar el cuerpo para conseguir óvulos de mayor calidad, porque el cuerpo elige no el folículo más joven, sino el que mejor ha madurado, el que tiene más receptores de FSH en su membrana.Por eso, la calidad madurativa del folículo es el parámetro por el que el cuerpo decide cuál es el mejor óvulo.
Hablas de un margen de 90 días. ¿Por qué? ¿Qué ocurre en ese período de tiempo?
Es importante prepararse, mínimo, 90 días antes de la quirotestelación (la estimulación ovárica) para conseguir esos óvulos, porque la maduración del óvulo dura 90 días, igual que la fabricación del esperma.
Las mujeres nacemos con toda la cantidad de óvulos que vamos a tener para el resto de nuestra vida, pero esos óvulos están en forma de folículos que deben madurar. El proceso de maduración de un folículo dura unos 90 días, y durante ese tiempo se puede favorecer que esa madurez sea de mayor calidad.
La propia biología elige el folículo que tiene mejor calidad madurativa. Por eso, la madurez es un parámetro clave biológicamente hablando. No es tan importante la cantidad de óvulos que tiene una mujer —que se mide con la hormona antimülleriana—, como la calidad de ese folículo, la calidad madurativa, que se evalúa a través de la hormona FSH, un análisis que se realiza el tercer o cuarto día del ciclo menstrual y que mide precisamente la calidad del óvulo.
No podemos cambiar el número de óvulos que tenemos, pero sí podemos mejorar su calidad madurativa.
Entonces, ¿por qué son necesarios ese mínimo 90 días de preparación? Porque si hoy empiezas a alimentarte de manera fértil, vas a favorecer la calidad madurativa de esos folículos. Es fundamental preparar el organismo durante esos 90 días para que los óvulos que se estimulen tres meses después se hayan beneficiado de todas las vitaminas, minerales y ácidos grasos esenciales que mejoran su madurez y calidad.
No podemos cambiar el número de óvulos que tenemos, pero sí podemos mejorar su calidad madurativa. Y esto me parece algo muy revelador y profundamente importante: las mujeres podemos influir positivamente en la calidad de nuestros folículos, y eso cambia por completo la perspectiva sobre nuestra fertilidad.
¿Cómo es exactamente el proceso de vitrificación de óvulos?
El proceso de congelar un óvulo es prácticamente igual a la primera etapa de una fecundación in vitro; se trata de estimular el ovario con hormonas para conseguir que los folículos maduren durante un solo ciclo, en aproximadamente un mes.
Lo interesante aquí es que lo que el cuerpo hace de forma natural en tres meses, la medicina lo acelera en uno. Y eso, en algunos casos, puede hacer que se obtengan óvulos inmaduros que todavía no han terminado su proceso natural de maduración. Por eso, en los últimos años se está avanzando hacia un nuevo enfoque, más respetuoso con los ritmos del cuerpo: las fecundaciones in vitro en ciclo natural. En ellas apenas se utiliza medicación y se respeta ese proceso más suave, fisiológico y natural de maduración del folículo.
En resumen: se estimula el ovario para que los folículos maduren en un mes; después, si el objetivo es la preservación, esos óvulos se vitrifican (congelan); y si la intención es realizar una fecundación in vitro, entonces se fecundan con el esperma para obtener un embrión o blastocisto.
¿Las mujeres que se han sometido a este proceso recurren siempre a esos óvulos congelados más adelante?
Hay de todo. Hay mujeres que los utilizan y mujeres que no. En mi consulta, por ejemplo, hay muchas mujeres que han congelado sin preparar su cuerpo durante los 90 días previos y, cuando entienden conmigo que el proceso no se hace “desde un folículo preparado”, deciden entonces realizar un método de preparación de 90 días y probar primero el embarazo espontáneo o una estimulación más consciente.
De todas formas, creo que siempre hay que intentar utilizar el material biológico que se tiene congelado, ya sean óvulos o embriones, sobre todo en mujeres más maduras. Muchas sienten una especie de lealtad o apego a lo que tienen congelado, algo emocional, como si dejarlo ahí pendiente no las dejara avanzar.
Ahora bien, este tema también tiene un componente social y económico. En mi caso, siempre intento que las mujeres busquen el embarazo de forma espontánea y natural, independientemente de la edad, siempre con sentido común. Por ejemplo, a una mujer de 40 años no le puedo recomendar que espere un año y medio, pero sí unos meses razonables antes de recurrir a una técnica asistida.
Cuando una mujer de 40 viene a consulta y ha congelado óvulos hace tiempo, mi recomendación suele ser la misma: intentemos primero el embarazo espontáneo, porque siempre es más fácil para el cuerpo lograrlo de forma natural que pasar por todo el proceso de estimulación, descongelación, fecundación y transferencia.
Hay que recordar que la efectividad de una fecundación in vitro ronda el 40% en mujeres de 20 años, y baja con la edad. Así que, en la práctica, la congelación es solo la primera fase de un proceso que después implicará una fecundación in vitro completa. De hecho, el 50% de mis pacientes llegan tras un in vitro fallido, y mi tasa de bebé nacido sano es del 73%. De ese porcentaje, la mitad logra el embarazo con un nuevo in vitro y la otra mitad de manera espontánea, incluso después de experiencias previas negativas.
En general, las mujeres que más suelen usar los óvulos congelados son las madres solteras por elección. Ellas representan un grupo importante: mujeres con gran autonomía y consciencia, pero que a menudo disponen de menos recursos económicos. Por eso, cuando deciden ser madres con un donante, suelen recurrir a lo que ya congelaron, porque hacerlo todo de nuevo les supondría un coste muy alto.
En cambio, las mujeres con pareja suelen apostar por su cuerpo y por sus óvulos actuales. Muchas veces lo que podemos estimular y madurar hoy, con una buena preparación, tiene más calidad que lo que se congeló hace cinco años, incluso aunque entonces fueran más jóvenes. Porque la calidad no depende solo de la edad, sino también del estado metabólico, hormonal y nutricional del momento.
Y luego está el factor psicológico: muchas mujeres se relajan demasiado pensando que “tienen los óvulos congelados”, y no se cuidan tanto. Pero hasta que no se descongelan y se ven los resultados reales —si fecundan, si llegan a blasto, si hay embriones de calidad—, no se sabe qué se tiene realmente.
¿Puede que, una vez que se acude a ellos para intentar lograr el embarazo, esos óvulos no tengan la calidad óptima?
La verdad es que sucede con bastante frecuencia en los procesos de reproducción asistida. Muchas mujeres se preparan para una fecundación in vitro, hacen la estimulación ovárica y, cuando llega el momento de utilizar esos óvulos —ya sea en fresco o descongelados—, se encuentran con que ninguno fecunda, o bien no evolucionan como deberían.
A veces, los óvulos no llegan a fecundarse; otras, se fecundan pero no alcanzan el estadio de blastocisto, que es el necesario para poder transferirlos al útero. En otros casos, sí se logra transferir un blastocisto, pero el proceso termina en una beta negativa (es decir, sin embarazo) o incluso en un aborto espontáneo. Por eso siempre insisto en que el objetivo no es solo conseguir un embrión o una prueba positiva de embarazo, sino un bebé nacido sano. Esa es la verdadera meta.
Y sí, muchas veces sucede que, cuando se descongelan esos óvulos, no sirven para nada en términos biológicos, porque no fecundan, no evolucionan correctamente o no llegan a implantarse. Esto tiene mucho que ver con la calidad del óvulo en el momento en que se congeló, con el tipo de estimulación que se hizo y con el estado del cuerpo de la mujer antes del procedimiento.Si el organismo no estaba preparado, si no se había hecho un trabajo previo de tres meses para mejorar la calidad ovocitaria, es muy posible que esos óvulos no tengan la calidad óptima.
¿Debe la mujer preparar su cuerpo de alguna manera antes de someterse a la fecundación in vitro para recibir sus óvulos congelados, ya fecundados?
Aquí entramos en otra fase: cómo preparar el cuerpo para recibir esos óvulos fecundados y favorecer que el embrión se implante correctamente. Aquí lo importante es mejorar la calidad del endometrio, del útero, porque de cómo esté ese tejido va a depender que el embrión se implante o no. El endometrio es, por así decirlo, la “piel” interna del útero, y cuanto más sana y receptiva esté, más fácil será que el embrión se anide.
¿Y cómo se mejora esa piel del endometrio? Con los alimentos de color naranja y de color morado. Los de color naranja, ricos en betacarotenos, son esenciales porque no solo mejoran las membranas externas de las células —incluidas las de los óvulos—, sino que también regeneran pieles y mucosas.
Y el endometrio, al ser una mucosa que se renueva cada mes, responde muy rápido a los cambios en la alimentación. Por ejemplo, si tomas alimentos como zanahoria, calabaza, melocotón, melón, mango, piña o papaya, estás aportando betacarotenos que ayudan a rejuvenecer la piel del útero para que el embrión se pueda implantar con más facilidad. El útero es muy agradecido: el endometrio se regenera todos los meses, se engrosa y se desprende con la menstruación, así que es un tejido fácil de mejorar. De hecho, muchas mujeres que empiezan con la alimentación fértil notan resultados visibles en solo un mes: la regla se vuelve rojo brillante, sin coágulos, y eso ya indica que el endometrio está más limpio, más irrigado y más receptivo.
Muchas sienten una especie de lealtad o apego a lo que tienen congelado, algo emocional, como si dejarlo ahí pendiente no las dejara avanzar.
Por otra parte, los alimentos de color morado —como la remolacha, el rabanito, la lombarda, las uvas, la granada, las ciruelas o incluso la sandía— aportan antocianinas, esos pigmentos naturales de color morado que ayudan a licuar la sangre y mejorar la circulación. Por eso siempre digo que el vino tinto es bueno para el corazón: porque licúa la sangre y previene infartos.Pues con el útero pasa lo mismo: los alimentos morados mejoran la microcirculación sanguínea del endometrio y eso favorece la implantación del embrión.
Entonces, todo lo que sea alimentación de color naranja y morado mejora tanto la piel del endometrio como su riego sanguíneo.Un ejemplo muy sencillo: una ensalada de remolacha y zanahoria es una combinación perfecta para favorecer la implantación.
Así que sí, se puede preparar el cuerpo antes de recibir los óvulos fecundados, y se debe. Y hacerlo con alimentos vivos, de colores fértiles, que regeneren, oxigenen y activen el útero.
¿Qué franja de edad es la más adecuada para congelar los óvulos?
Lo ideal es que la mujer empiece a plantearse su maternidad, como máximo, entre los 35 y 37 años. Ese sería el límite biológico recomendable porque a partir de los 37 años empieza un declive natural de la fertilidad, y realmente se pone en riesgo la posibilidad de conseguir un embarazo con los propios óvulos.
Es un punto de inflexión muy claro: a partir de esa edad la calidad ovocitaria baja notablemente y las probabilidades de embarazo disminuyen de forma considerable. Por eso, lo ideal es congelar los óvulos antes de los 37 años. Si a esa edad aún no se ha tomado la decisión de ser madre, es importante al menos hacerse estudios de fertilidad: ver cómo está la reserva ovárica, las hormonas y el estado del aparato reproductor a nivel ecográfico.
Es mucho más recomendable evaluar y actuar a los 37 que esperar a los 39. Después de los 38 o 39 años, las probabilidades bajan mucho, no solo de lograr el embarazo, sino también de conseguir óvulos de calidad genética adecuada.
¿A qué edades es más habitual que las mujeres tomen la decisión y recurran a esta técnica?
Depende mucho de la persona, pero sí que es verdad que cada vez más mujeres jóvenes se lo plantean. Aún así, con 20 años la mayoría no piensa en la criopreservación; suelen empezar a considerarlo entre los 27 y los 30 años, cuando ya tienen una cierta estabilidad o conciencia sobre su fertilidad.
Las mujeres más maduras, en cambio, a partir de los 39 años, ya tienen que tomar una decisión: o lo hacen o no lo hacen, pero no se puede seguir posponiendo. En general, la franja más habitual está entre los 25 y los 35 años, aunque es cierto que en los últimos años ha aumentado mucho el interés por congelar los óvulos a edades más tempranas, como medida preventiva o por pura autonomía reproductiva.






