El calzado respetuoso o barefoot se ha convertido en el más buscado por los padres para sus hijos. Y no lo hacen siguiendo una moda o una tendencia, sino las recomendaciones de podólogos y fisioterapeutas. Si ya, en ocasiones, resulta un tanto difícil elegir el zapato o la zapatilla adecuado para cada niño, ¿cómo debe ser una bota de invierno barefoot o respetuosa? ¿Es necesario que las botas también sean barefoot?
“Sí, unas botas inadecuadas pueden modificar la pisada del niño”, nos responde la Dra. Natalia Lyuta, podóloga especializada en Podología pediátrica que forma parte del equipo de Clínica de Podología Avançada Dr. Lluís Castillo, miembro de Top Doctors Group. “Un exceso de rigidez o refuerzo puede limitar el movimiento natural de las articulaciones y alterar las fases de la marcha. Por el contrario, una suela muy amortiguada puede generar inestabilidad y favorecer las caídas”. Destaca, además, que un calzado poco apropiado puede interferir en el correcto desarrollo y estimulación del crecimiento óseo.
El calzado respetuoso favorece un desarrollo osteoarticular adecuado, mejora la motricidad y previene deformidades y lesiones.
En lo que a las botas de agua se refiere, muchos padres optan por no hacer un desembolso elevado y comprar unas ‘clásicas’ o con los dibujos que más les gusten a sus hijos. Incluso en familias que sí optan por el calzado barefoot en zapatillas o zapatos, a veces parece que en las botas de agua se puede hacer la excepción. Sin embargo, no debería ser así, puesto que “el calzado respetuoso favorece un desarrollo osteoarticular adecuado, mejora la motricidad y previene deformidades y lesiones”, tal y como señala la podóloga pediátrica.
“Las botas de agua, aunque se usen poco, suelen ser poco transpirables y muy rígidas. Al estar fabricadas con materiales como goma, el pie se mueve dentro de una estructura poco sujeta, lo que puede provocar rozaduras o ampollas”, apostilla. “Por eso, deben reservarse únicamente para momentos puntuales, no para un uso prolongado”.
Botas de invierno barefoot para niños
“El término barefoot, que literalmente significa descalzo’, no alude solo a la forma del zapato, sino a su filosofía: permitir que el pie se mueva, sienta y trabaje como lo haría sin calzado”, comenta Lau García Perdomo, zapatera en Zapato Feroz y experta en movimiento libre y la pedagogía de Emmi Pikler. La experta detalla cómo ha de ser una bota de invierno para que sea respetuosa:
- Flexibilidad total: la suela debe doblarse fácilmente en todas direcciones, sin rigidez que limite el movimiento natural de los dedos y el arco plantar.
- Sin drop: el talón y la puntera deben estar a la misma altura. Cualquier elevación altera la postura y el equilibrio natural del cuerpo.
- Ligereza: un calzado pesado modifica la pisada y sobrecarga la musculatura.
- Hormas amplias: el espacio de los dedos debe permitir la extensión y apertura, fundamentales para la propiocepción y la estabilidad.
- Materiales transpirables y sostenibles: respetar el pie también es respetar el entorno; materiales naturales, sin tóxicos ni metales pesados, ayudan a mantener la salud de la piel y del planeta.
La Dra. Lyuta añade que, aunque se trate de una bota, el calzado nunca debe inmovilizar el tobillo, ya que es una articulación clave para la estabilidad y la marcha. “Debe permitir libertad de movimiento, manteniendo una sujeción cómoda”, incide. “En niños más activos o mayores puede ser recomendable un contrafuerte semirrígido que aporte estabilidad sin limitar la movilidad natural”. En la misma línea, García Perdomo afirma que “Una bota barefoot bien diseñada no inmoviliza el pie: lo acompaña, no lo corrige ni lo dirige”.
¿Cómo elegir las botas de invierno más adecuadas para los niños?
“La talla es fundamental”, recalca la podóloga, que explica que lo recomendable es dejar aproximadamente 1 cm de margen y revisar el calzado cada mes, puesto que los pies de los niños de hasta 2 años crecen unos 1,5 mm al mes y de los 2 a los 3, cerca de 1 mm. “También conviene observar posibles desgastes asimétricos, que pueden ser una pista de alguna alteración en la pisada”. Otro aspecto importante a tener en cuenta es elegir el calzado según la actividad del niño y, ante la duda, consultar a un profesional. “No siempre el calzado más caro es el mejor”, subraya la especialista.
La zapatera experta en movimiento libre añade que “el mejor calzado es el que pasa desapercibido para el niño”. Por eso, recomienda a los padres que se fijen más en cómo se comporta su hijo al usar las botas que en el diseño o la tendencia.
Las claves para elegir las botas barefoot más adecuadas para cada niño son, según ella, las siguientes:
- Ajuste correcto en largo, ancho y alto: el pie debe tener margen para crecer, moverse y expandirse. -Un zapato pequeño deforma; uno grande, inestabiliza.
- Comodidad observable: si el niño camina, corre y se agacha con naturalidad, el zapato es adecuado. Si tropieza, se los quita o se queja, algo no va bien.
- Facilidad para poner y quitar: fomenta la autonomía y la motricidad fina.
“Y sobre todo, confiar en el instinto: los padres son los primeros observadores del confort de sus hijos. Ninguna etiqueta sustituye al sentido común”.
¿Los barefoot son para todos los niños?
“No necesariamente”, responde la podóloga pediátrica. “Los barefoot pueden ser muy beneficiosos, pero no son adecuados para todos los casos. En niños con alteraciones biomecánicas o determinadas patologías pueden provocar inestabilidad o molestias”. De ahí que lo ideal sea valorar cada caso de forma individual y adaptar el tipo de calzado a las necesidades específicas del niño.
El mejor calzado es el que pasa desapercibido para el niño.
Lau García Perdomo nos contesta que los barefoot sí son adecuados en la mayoría de los casos, y comparte con la Dra. Natalia Lyuta que, cuando existen patologías diagnosticadas, malformaciones o tratamientos ortopédicos, debe consultarse siempre con un profesional sanitario antes de comprar cualquier calzado. “Lo importante es no confundir corrección con protección: muchos niños que llevan zapatos ‘con soporte’ lo hacen por costumbre, no por necesidad”, puntualiza.
“El calzado no debe ayudar a andar ni estabilizar lo que la naturaleza ya hace perfectamente. Debe permitir sentir, moverse y crecer con libertad”. Lo argumenta explicando cómo el movimiento libre y el contacto sensorial del pie con el suelo mejoran la coordinación, el equilibrio y la inteligencia motriz. “De hecho, diversos estudios sobre desarrollo infantil muestran que los niños que pasan más tiempo descalzos tienen una mejor propiocepción y control postural”.





