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Alimentación

Dra. Miriam Nova Sánchez, especialista en nutrición pediátrica: “Cuando el niño asocia la comida con momentos agradables, está más dispuesto a probar y disfrutar”


La especialista explica qué hacer para que coman de todo sin tener que obligar a los niños a comer cuando ya están saciados o cuando algo no les gusta


Dra. Miriam Nova Sánchez, pediatra especialista en nutrición pediátrica y coautora de Nutrirse ConCiencia© LID Editorial
3 de noviembre de 2025 - 7:00 CET

Si queremos que nuestros hijos coman sano, es esencial enseñarles a regular sus emociones también cuando están sentados en la mesa. Si les obligamos a comer cuando ya están saciados o a probar, sin más, lo que no les gusta, estaremos sentando las bases para que su relación con la comida no sea la más adecuada. ¿Cómo hacerlo entonces? La Dra. Miriam Nova Sánchez, pediatra especialista en nutrición pediátrica y coautora de Nutrirse ConCiencia (LID Editorial), da las claves para ayudar a los niños, desde que son pequeños, a alimentarse correctamente tanto en la infancia como en la adolescencia y en la vida adulta. 

¿Qué papel desempeñan las emociones a la hora de lograr que un niño se alimente bien?

Las emociones desempeñan un papel fundamental en la conducta alimentaria. La regulación emocional en la infancia se asocia de manera directa con patrones de alimentación saludables. Los niños que se sienten tranquilos, respetados y acompañados, y que desarrollan una buena capacidad para gestionar sus emociones, tienden a consumir más alimentos saludables y a disfrutar del momento de la comida. En cambio, estados emocionales negativos, como la presión o el miedo, se relacionan con patrones alimentarios inadecuados, conductas de sobreingesta o rechazo alimentario, convirtiendo la comida en un conflicto. 

La alimentación no es solo nutrirse: también es compartir, explorar, sentirse cuidado. Por eso, el entorno emocional —cómo ofrecemos, qué tono usamos, cuánta paciencia tenemos— es tan importante como lo que hay en el plato.

Cuando un niño rechaza determinados tipos de alimentos o come menos de lo que su cuerpo necesita, ¿es posible ayudarle a cambiar la situación a través de las emociones?

Sí, es posible. Las emociones influyen directamente en la relación que el niño establece con la comida. Cuando hay rechazo o bajo apetito, lo primero no es forzar ni insistir, sino observar con sensibilidad: ¿qué está sintiendo ese niño?, ¿qué necesita más allá del alimento?

El acompañamiento emocional puede marcar la diferencia. Validar lo que siente, ofrecer sin presionar, permitir que explore a su ritmo y crear un entorno tranquilo son gestos que ayudan. También es útil involucrarlo en la preparación de los alimentos, presentarlos de forma atractiva y evitar que la comida se vuelva una lucha.

Fomentar la autonomía en la mesa no solo mejora la relación del niño con la comida, sino que también fortalece su desarrollo global.

Dra. Miriam Nova Sánchez, pediatra especialista en nutrición

El entorno familiar y las prácticas parentales son determinantes. La clave está en transformar el momento de comer en una experiencia respetuosa y agradable. Cuando el niño se siente comprendido y en calma, su cuerpo responde mejor. Y muchas veces, el apetito también. 

En casos más complejos, intervenciones basadas en psicoterapia y educación emocional —como el tratamiento familiar o la terapia cognitivo-conductual— han demostrado eficacia para modificar hábitos alimentarios y mejorar la regulación emocional. Siempre es importante abordar la situación de forma integral, considerando tanto la perspectiva del niño como las dinámicas familiares.

¿Cómo sentar las bases para todo ello desde el inicio de la alimentación complementaria?

La alimentación complementaria es mucho más que una etapa nutricional: es un proceso de socialización, donde el niño observa, imita y aprende de los comportamientos alimentarios de sus cuidadores, consolidando hábitos y preferencias que van a perdurar toda la vida. Por eso, es fundamental abordar esta etapa con respeto, paciencia y presencia.

Ofrecer alimentos variados con calma, permitir que el bebé explore con sus manos, y confiar en su capacidad de autorregularse son gestos que favorecen una relación positiva con los alimentos. No se trata de que coma “todo” desde el primer día, sino de que se sienta seguro, curioso y respetado

También es importante cuidar el entorno: comer en familia, sin pantallas, con tiempos tranquilos y sin prisas. Lo que sembramos en esos primeros meses —la actitud, el tono, la disponibilidad emocional— deja huella en cómo el niño se vincula con la comida y con su propio cuerpo.

¿Por qué es importante fomentar la autonomía del niño en la mesa?

Fomentar la autonomía en la mesa no solo mejora la relación del niño con la comida, sino que también fortalece su desarrollo global. Cuando puede tocar, elegir o decidir cuánto quiere comer, está ejercitando habilidades motoras, cognitivas y emocionales que lo ayudan a crecer con confianza. Además, al respetar sus señales de hambre y saciedad, le enseñamos a escuchar su cuerpo y a tomar decisiones desde el bienestar. Esto previene conflictos, favorece la autorregulación y sienta las bases para una relación saludable con la comida a lo largo de la vida.

Promover la autonomía no significa dejarlo solo, sino acompañarlo con límites claros y afectuosos. Es permitirle participar, equivocarse, aprender. Y eso, en la mesa y en la vida, es un regalo que los adultos podemos ofrecer cada día.

¿Qué pautas recomendaría a los padres para educar el paladar de los hijos?

Educar el paladar es un proceso gradual que se construye con constancia, curiosidad y ejemplo. Los niños aprenden a disfrutar de los sabores cuando se les expone, desde pequeños, a alimentos reales, variados y preparados con cariño. Para favorecer este aprendizaje, se recomienda introducir progresivamente alimentos con distintos sabores y texturas, priorizando opciones frescas, mínimamente procesadas y ricas en nutrientes: frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y proteínas de calidad. Es fundamental evitar el exceso de sal, azúcar y ultraprocesados, que distorsionan la percepción del sabor natural. Algunas pautas útiles:

  • Ofrecer variedad desde el inicio, sin miedo a los sabores nuevos.
  • Repetir la exposición con paciencia: a veces hacen falta 10 o 15 intentos.
  • Presentar los alimentos con naturalidad, sin disfrazarlos ni esconderlos.
  • Comer en familia, mostrando disfrute y apertura ante lo que se ofrece.
  • Fomentar la preparación casera y la participación del niño en la cocina.

El paladar también se forma en lo emocional: cuando el niño asocia la comida con momentos agradables, está más dispuesto a probar y disfrutar.

Nutrirse ConCiencia, de Dra. Heldry González Torres y Alicia García Esteban© LID Editorial

¿Cómo crear unos buenos hábitos alimenticios en los niños desde que son pequeños?

Los buenos hábitos se construyen desde la primera infancia, a través de la repetición, el ejemplo y la conexión emocional. No se trata de imponer reglas estrictas, sino de generar una rutina coherente y afectuosa que el niño integre con naturalidad.

Algunas claves para favorecer este proceso:

  • Ser ejemplo: los niños aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice.
  • Establecer rutinas con comidas compartidas, sin distracciones ni pantallas.
  • Ofrecer alimentos nutritivos y variados, adaptados a su etapa de desarrollo.
  • Respetar el apetito del niño, sin obligar ni negociar cada bocado.
  • Validar sus señales: permitir que exprese hambre, saciedad o preferencias sin juicio.
  • Evitar usar la comida como premio, castigo o consuelo emocional.
  • Involucrarlo en la cocina, la compra o la elección de ingredientes.

Cuando el niño asocia la alimentación con bienestar, seguridad y vínculo, los hábitos se consolidan con mayor facilidad. Lo importante no es que coma “perfecto”, sino que desarrolle una relación sana, flexible y consciente con la comida.

En la adolescencia cambian muchas cosas, entre ellas, en ocasiones, los hábitos alimenticios (empiezan a consumir más bollería industrial, más bebidas azucaradas o energéticas…). ¿Qué puede implicar todo eso para la salud del adolescente?

La adolescencia es una etapa de transformación física, emocional y social, donde los hábitos alimentarios pueden volverse más desordenados, influenciados por la presión social, la publicidad y la búsqueda de autonomía. El aumento en el consumo de productos ultraprocesados puede tener consecuencias importantes para la salud, ya que tienen alto contenido de azúcares añadidos, grasas saturadas, sodio y aditivos, y un bajo aporte de fibra, micronutrientes y proteínas de calidad. Su consumo frecuente se asocia con mayor riesgo de sobrepeso, obesidad, alteraciones en la regulación de la glucosa que pueden predisponer a la diabetes tipo 2, y déficits nutricionales al desplazar alimentos frescos y nutritivos de la dieta diaria. 

Las emociones desempeñan un papel fundamental en la conducta alimentaria.

Dra. Miriam Nova Sánchez, pediatra especialista en nutrición

También pueden provocar cambios en el estado de ánimo, como irritabilidad, fatiga o dificultad para concentrarse, debido a los picos y caídas de energía que provocan los azúcares simples. En el caso de las bebidas energéticas, su consumo puede afectar el sueño, aumentar la ansiedad y alterar el ritmo cardíaco, especialmente si se combinan con otras sustancias estimulantes.

¿Cómo ayudar, en esta etapa, a veces tan complicada, a que nuestro hijo retome las buenas costumbres?

Para ayudarle a retomar buenos hábitos, lo más importante es mantener el vínculo y el ejemplo. Escuchar sin juzgar, abrir espacios de diálogo y mostrar interés genuino por lo que vive. En lugar de imponer, es más efectivo invitar: proponer, compartir, ofrecer alternativas saludables sin convertir la comida en una batalla.

También es clave sostener rutinas familiares —como comer juntos, cocinar en casa o planificar las compras— que le recuerden que el cuidado sigue presente. El ejemplo adulto sigue siendo poderoso, incluso cuando parece que no lo mira.

La adolescencia no es una pérdida de costumbres, sino una oportunidad para que el joven reelabore lo aprendido desde su nueva identidad. Cuando el entorno es respetuoso, coherente y disponible, muchas veces las buenas prácticas reaparecen solas, porque ya estaban sembradas. Educar sobre el valor de una alimentación equilibrada, fomentar el pensamiento crítico frente a la publicidad y ofrecer alternativas saludables en casa y en el entorno escolar son estrategias clave para cuidar su salud a largo plazo.

¿Qué hacer en caso de que empiece a desarrollar ciertas conductas que podrían relacionarse con trastornos alimentarios?

Cuando un adolescente muestra conductas que podrían estar relacionadas con un trastorno alimentario es fundamental intervenir con sensibilidad, empatía y buscar ayuda profesional cuanto antes. Estos trastornos son complejos y requieren un abordaje especializado, que incluye tratamiento psicológico, nutricional y médico. Cuanto más temprano se interviene, mejores son los resultados.

Observar con atención y sin juicio es clave. Cambios drásticos en el peso, aislamiento social y patrones alimentarios irregulares —como evitar comidas, obsesionarse con las calorías, comer en secreto, hacer ejercicio en exceso o mostrar una imagen corporal negativa— son señales de alerta que no deben ignorarse.

También es importante mantener una comunicación abierta. Hablar con el adolescente desde la comprensión, sin confrontarlo ni minimizar lo que siente, puede abrir la puerta a que exprese sus preocupaciones. Validar sus emociones, mostrar disponibilidad y evitar comentarios sobre su cuerpo y forma de comer son gestos que construyen confianza.

El entorno familiar juega un papel crucial. Mantener rutinas, evitar presiones en torno a la comida y fomentar una imagen corporal positiva son formas de acompañar sin invadir. La educación emocional, el refuerzo de la autoestima y el apoyo constante son pilares en el camino hacia la recuperación.

Acompañar en este proceso no es fácil, pero sí posible. Cuando el adulto se posiciona como guía disponible y respetuosa, el adolescente tiene más herramientas para reconstruir su relación con la comida y con su cuerpo. Con apoyo profesional y familiar, hay camino, recursos y esperanza.

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