El funcionamiento del cerebro de los niños es mucho más fácil de entender cuando escuchamos a Álvaro Bilbao o leemos sus libros. El reconocido neuropsicólogo, que es también doctor en Psicología de la Salud y se ha formado en instituciones como el prestigioso hospital John Hopkins, nos recibía este jueves en Madrid con motivo de la presentación de la Edición 10º Aniversario de El cerebro del niño explicado a los padres (Plataforma Editorial), todo un clásico de los libros de crianza que lleva 10 años en el Top 100 de los más vendidos y que se ha traducido a más de 20 idiomas.
Le hemos preguntado por el éxito del libro y responde con humildad y con la misma sencillez con la que expone complejas explicaciones de la Neurociencia. Y nos ha hablado, como no podía ser de otro modo, de crianza y de la importancia de poner límites a los niños. Señala, además, cuáles son los ingredientes que no pueden faltar para el correcto desarrollo cerebral.
Tener unos padres afectuosos es una vacuna frente a problemas de salud mental
Se cumplen diez años de la publicación de ‘El cerebro del niño explicado a los padres’ y sigue siendo un superventas. De hecho, es un clásico, uno de los primeros libros que casi todas las familias compran tras la llegada de un primer hijo. ¿Te imaginabas que llegarías a este punto? ¿Cuál es el secreto de este éxito tan brutal?
No me imaginaba llegar a este punto, porque claro, el sueño de cualquier autor que escribe un libro es que sea un best seller, pero este libro se ha convertido en lo que llaman los libreros -yo no lo conocía el término- un long seller, que es un best seller que se mantiene en el tiempo durante muchos años y sigue vendiéndose tanto como al principio y se ha traducido a todos estos idiomas. Es algo que no me esperaba ni de broma.
Yo creo que el secreto del éxito es que yo no había leído ningún libro de educación ni de crianza, yo venía de libros científicos; simplemente hablé desde la experiencia clínica de lo que yo sabía del cerebro de los niños. Fue un libro muy honesto, en el sentido de que, sin dejarme influenciar por el qué dirán estos, qué dirán los otros (hay muchos bandos en el mundo de la educación), quise hacer un libro que se centrara en lo que creo que es muy importante para los niños, que se describe con mucho equilibrio, con amor, pero sin olvidar ninguna parte del cerebro, porque todas son importantes.
Es muy significativa la manera en la que describes, en la introducción de esta edición limitada de tu libro, cómo detrás de toda la teoría que reflejas en él, lo verdaderamente importante es lo que aprendiste de tu mujer acerca de cómo criaba a vuestros hijos. Extrapolando esto a cualquier otra familia, ¿cuál es el papel del amor, del vínculo, en el correcto desarrollo cerebral de los niños?
Es fundamental. Uno de los más importantes estudios sobre bienestar humano, el estudio longitudinal de la Universidad de Harvard, y los resultados los hemos empezado a conocer hace muy poquitos años, nos dice que la variable que más influye, de todas, en el bienestar emocional de las personas a lo largo de todo el ciclo vital, tanto a nivel emocional como a nivel de salud física (hablamos de diabetes, de trastornos metabólicos, de trastornos neurodegenerativos e incluso, de cáncer), tiene que ver con la calidad. Y hace mucho hincapié en esta otra palabra: la calidez de las relaciones que tenemos a lo largo de nuestra vida y, muy especialmente, durante la infancia. Es decir, que tener unos padres afectuosos es una vacuna, un antídoto, frente a problemas de salud mental y todo tipo de problemas de salud a lo largo de la vida. Es muy importante que los padres conectemos con esa parte cariñosa.
Muchas veces nos preguntamos “bueno, ¿y qué pasa con las generaciones antiguas que se educaron con unos abuelos, con unos padres, que eran muy duros?” Pues tenemos muchos estudios que nos dicen que aquellos excombatientes de guerra que crecieron en familias donde se juzgaba con mano dura, lejos de que esa dureza les protegiera frente a los horrores de la guerra, les hizo más vulnerables a estrés postraumático, a depresión, y que aquellos soldados que habían crecido en hogares donde se crió con amor, lejos de hacerles más blandos, se les hizo más resistentes a los horrores de la guerra. Por lo tanto, eso es importante que lo tengamos en cuenta.
Explicas en el libro que los ingredientes clave para que el cerebro se desarrolle de manera adecuada son el equilibrio y el sentido común. La cuestión es ¿cómo se logra? ¿Cómo pueden los padres mantener el equilibrio cuando no tienen tiempo para nada y el sentido común cuando sus hijos parecen no hacerles caso o incluso cuando tienen problemas de comportamiento?
Ahí es importante, lo primero, no dejarnos guiar por tendencias o por comentarios de personas que, muchas veces, ni son expertos ni tienen una formación adecuada, ni nos conocen a nosotros. Vemos muchas veces tendencias de educación, para mí un poco radicales, en las que a los niños se les educa sin límites, sin normas, y otras veces, vemos a personas, quizá mayores, cuando dicen que “lo que le hace falta a ese niño es un buen bofetón”. Intentar buscar el equilibrio es buscar algo que sea intermedio.
Por ejemplo, un truco que yo utilizo con un tema que es un poco trivial, pero para que veas esa parte de equilibrio cómo la intento llevar a rajatabla: cuando mis hijos me piden un capricho, yo intento seguir una norma, que es que, si un día le he dicho que no algo, al siguiente día quizá le digo que sí, para no ser que el que siempre dice a todo que no -que suele ser mi tendencia- ni ser el que dice a todo que sí. Quizá un día “no”; otro día pues será “sí”.
Y en cuanto al sentido común, intentar guiarnos por las sensaciones que tenemos por dentro. Está claro que dar un sopapo al niño no va a ser la solución, pero si sentimos que algo que está haciendo no nos gusta, no nos parece bien y nos lo dicen nuestras tripas, simplemente intentaremos poner el límite de una forma más amable, pero seguir esas sensaciones que tenemos, porque las sensaciones suelen ser las adecuadas.
En cuanto a los límites, comentas en el libro que hay muchos padres que tienen miedo, en cierto modo, a poner a sus hijos algún límite. ¿Se nos ha ido de las manos el querer criar de manera respetuosa, que no sepamos hacerlo?
Sí, a veces confundimos respeto con permisividad y criar de forma respetuosa no es hacer todo lo que el niño quiere o todo lo que al niño le apetece, o evitar que el niño llore a toda costa, sino respetar sus necesidades de desarrollo. En algunos casos va a ser decirle que no a algunas cosas, aunque llore; en otros casos, va a ser poner un límite: aunque le apetezca mucho irse a jugar al parque con sus amigos, pero en ese momento igual nos toca ir a comprar calcetines porque no tenemos, tenemos que volver un poco a ese equilibrio.
El respeto no es que el niño no sufra en ningún momento, sino respetar esas necesidades de que aprenda normas, que aprenda modales, que aprenda a esperar, que aprenda paciencia… que son cosas que a nosotros nos enseñaron de pequeños y que son muy importantes para el desarrollo. Tenemos muchos estudios que demuestran que, por ejemplo, la paciencia es, junto con el afecto, una de las mejores habilidades que puede desarrollar un niño.
Hay familias que pasan de la permisividad al extremo contrario, al autoritarismo, porque el niño no hace caso a nada. ¿Cómo pueden los padres quedarse en el justo medio, que decía Aristóteles, y no pasarse por un lado ni por el otro?
Los padres que más gritan y más pierden el control que he visto yo son padres que, cuando sus hijos eran muy pequeños, creían que los límites no eran importantes o que podían perjudicar y no pusieron ningún límite, y luego se ven desbordados. Entonces, es importante intentar tener una coherencia durante todo el tiempo de educación del niño y que sepan, desde que son bien pequeños, que nosotros somos padres que sabemos decir que no.
Criar de forma respetuosa no es hacer todo lo que el niño quiere o todo lo que al niño le apetece, o evitar que el niño llore a toda costa, sino respetar sus necesidades de desarrollo
Y otro aspecto importante es saber que no tenemos por qué dar explicaciones, que no tenemos por qué justificarnos ni pedir permiso. Y eso viene acompañado de ser capaz de decir que no, dando una pequeña explicación y no continuar con la conversación. Es decir, “nos tenemos que ir a comprar calcetines o nos tenemos que ir ahora de casa de los abuelos, aunque a ti te apetezca mucho seguir jugando”; el niño nos va a insistir, pero no hay que darle más respuesta. A mí me pasa cuando les digo que se ha acabado el tiempo de pantallas, de televisión; me dicen “¡no, papá!”, pero se ha acabado. Internar mantenernos en nuestro centro.
Muchas veces algo que nos va a sacar del centro es discutir, entrar en debates o conversar mucho con los niños. Cuando son pequeños, cuando tienen dos o tres años, no tienen ni siquiera capacidad de razonamiento y, por lo tanto, podemos explicar las cosas una vez para que las vayan desarrollando, pero no podemos entrar en debates; y cuando son mayores, sabemos que van a intentar tirar del hilo y nosotros tenemos que mantenernos firmes.
Hace ya 10 años decías en tu libro cuáles eran las mejores aplicaciones móviles para niños menores de 6 años: ninguna. Hace tan solo unos meses, una década después de aquella afirmación, la Asociación Española de Pediatría actualizó su recomendación al respecto, recalcando la importancia de 0 pantallas antes de esa edad.
Exactamente, lo mismo que había dicho yo.
¿Qué veías ya entonces para hacer esa afirmación con tanta rotundidad?
Yo llevaba trabajando, desde 1999, en rehabilitación neuropsicológica con adultos y con niños, y teníamos muchos estudios que decían que los programas de rehabilitación diseñados para mejorar la memoria, la atención, la concentración… de niños o adultos no tenían ningún beneficio en esos niños y, a veces, incluso podían provocar efectos negativos. Por lo tanto, yo ya sabía que eso era una receta que no iba a funcionar, por lo menos a nivel positivo.
Y, a la vez, sabía que hay un efecto que llamamos “efecto desplazamiento”, que es que todas las cosas que nosotros hacemos están desplazando a otras. En el caso de los niños, jugar frente a una pantalla, le va a desplazar de jugar en el parque, desarrollar la psicomotricidad, hablar con mamá o papá, ser capaz de jugar con juego libre, juego simbólico… y, por lo tanto, sabía que iba a ser en detrimento de otras habilidades cognitivas de los niños.
Ojalá me hubiera equivocado y las pantallas fueran la panacea para que los niños fueran más listos, más empáticos y tuvieran mejor autoestima, pero, por desgracia, se ha confirmado que lo que dije aquel día con tanta rotundidad se ha mantenido con el tiempo.
¿Qué pueden hacer los padres para frenar la excesiva exposición a pantallas de sus hijos?
Es muy importante que nosotros, como padres, podamos tener un diálogo constante con nuestros hijos y hablar de cómo nos sentimos y decirles “a mí no me gusta que pases tanto tiempo con la pantalla” y, entre todos, veamos cómo podemos ir poniendo límites. Hay que tirar mucho de todo lo que son las herramientas que vienen incluidas en los dispositivos de control parental, para el tiempo sobre todo, pero también para poder supervisar los contenidos, y trabajar mucho con ellos.
A veces es importante darles alternativas porque si, efectivamente, el niño llega a casa del instituto, come solo y hasta las 18:00 de la tarde no aparecen los padres, pues es muy probable que desde las cuatro hasta las seis esté viendo las pantallas. Igual si le apuntamos a algún deporte de equipo, si le apuntamos a unas clases de natación, y conseguimos convencer a otro padre y meten a su mejor amigo, pues ahí va a ser mucho más fácil que participe. Siempre involucrar a amigos es una cosa que es una moneda de cambio, que a los niños sí les merece la pena frente a las pantallas. Pero si toda la alternativa que tienen en casa es pantalla, Fortnite y demás, ahí va a desplazar muchos otros aprendizajes que son importantes.
Un tema del que hablas mucho en tus redes sociales es el de niños con mucho temperamento. ¿Qué consejo darías a los padres de estos niños con tanto carácter o que incluso manifiestan comportamientos disruptivos?
Ahí lo que mejor funciona, el primer paso que trabajamos siempre con consulta, es que el padre o la madre busque con el niño una hora de exclusividad a la semana. Eso es magia.
De verdad, te puedo contar casos y casos, pero muchas veces solo con esa medida ya los niños bajan mucho el nivel de desafío, de confrontación, etc. Si, además, somos capaces de hacer algo tan sencillo como poner en una hoja en blanco o una cartulina unas normas familiares, mejor, porque a mí que el niño sea disruptivo me puede preocupar más o menos, pero que haya faltas de respeto, que al padre o la madre le insulte, que pegue… unas pocas normas en casa escritas en papel logran muchos cambios.
Y luego ir trabajando con los padres el hecho de que sean capaces de poner límites y normas. Por ejemplo, llevo un grupo terapéutico desde hace tres años en un colegio -es un grupo de niños disruptivos- y con ellos trabajo muchas otras cosas: trabajo autocontrol, inhibición, control atencional, resolución de problemas, resolución de conflictos. Son esas cinco habilidades que trabajo, las trabajamos dos días a la semana de forma un poco intensiva, pero casi siempre la clave viene de que los padres aprendan en casa resolución de conflictos, trabajen el vínculo con el niño, que casi siempre empieza con el tiempo de exclusividad, y aprendan a poner normas y límites. Pero eso solo no funciona; tiene que funcionar en combinación con el tiempo de exclusividad, con el vínculo.