Ir al contenido principalIr al cierre de página
Es Tendencia

Educación

Begoña Bravo, psicóloga experta en inclusión: "Los jóvenes con discapacidad y sus familias necesitan, sobre todo, seguridad emocional"


Esas barreras dan lugar a que el 40% de los jóvenes con discapacidad abandone o ni siquiera inicie estudios posobligatorios


Begoña Bravo, directora de Inclusión de la Fundación Adecco© ANA ENCABO
9 de septiembre de 2025 - 7:30 CEST

Los niños y adolescentes con discapacidad se enfrentan a muchas más barreras que otros menores de su edad y que podrían evitarse. Una de esas barreras se la encuentran en el sistema educativo, algo que determina su futuro, pero también su bienestar emocional y que, en consecuencia, merma sus derechos, pues no tienen la misma facilidad de acceso a la educación que otros niños y adolescentes de su edad. De hecho, el El 67% de los jóvenes con discapacidad cree que no podrá dedicarse a su vocación por esas barreras en la educación, además de las existentes en las empresas y en la sociedad en general, según el X Informe Jóvenes con discapacidad, motor de futuro de la Fundación Adecco.

Hemos hablado con Begoña Bravo, directora de Inclusión de la Fundación Adecco, acerca de cuáles son esas barreras, de cómo afecta a los menores y qué haría falta para superarlas. Lo explica con claridad y en detalle.

Las barreras minan el aprendizaje y la participación desde edades tempranas y se agravan en las etapas postobligatorias, generando más abandono escolar temprano

Begoña Bravo, directora de Inclusión de la Fundación Adecco

¿Cuáles son las principales barreras que niños y adolescentes con discapacidad se encuentran en el sistema educativo?

Los niños y adolescentes con discapacidad afrontan barreras transversales en su etapa educativa, que se acentúan en los estudios postobligatorios, como refleja la reducción del alumnado con Necesidades Educativas Especiales a medida que avanza el nivel formativo. Según revela la encuesta realizada para nuestro informe Jóvenes y Discapacidad, el 55% de los jóvenes con discapacidad no recibió el acompañamiento necesario y que un 40% abandonó o ni siquiera inició estudios por dificultad para seguir el ritmo o comprender los contenidos.

En términos generales, persisten importantes déficits en recursos clave como profesorado especializado, adaptaciones curriculares, ayudas técnicas o becas específicas. Pero las barreras varían según el tipo de discapacidad: en la física o motora, persisten obstáculos arquitectónicos y logísticos, como la falta de accesibilidad o el tiempo insuficiente para desplazarse entre aulas; en la visual, escasean materiales adaptados (lectores de pantalla, descripciones alternativas, etc.); en la auditiva, faltan intérpretes de lengua de signos y recursos de subtitulado, además de una comunicación docente poco adaptada; en la intelectual o del desarrollo, hay déficit de metodologías estructuradas, faltan materiales en lectura fácil y apoyos conductuales, lo que dificulta la continuidad académica; y en la salud mental, predomina la rigidez metodológica y la falta de apoyos emocionales, que agravan la vulnerabilidad del alumnado. 

Otra de las principales barreras que afrontan niños y adolescentes con discapacidad en el sistema educativo es la falta de apoyo personalizado y continuado por parte de profesionales especializados, lo que a menudo deriva en un aislamiento psicológico tanto para ellos como para sus familias, que no siempre saben a quién acudir ni cómo actuar.

¿Cómo les afectan esas barreras?

Las barreras minan el aprendizaje y la participación desde edades tempranas y se agravan en las etapas postobligatorias, generando más abandono escolar temprano y menor continuidad en estudios superiores. Todo ello se traduce en un nivel formativo medio más bajo e infrarrepresentación en la Universidad

Asimismo, la falta de itinerarios formativos adaptados limita la elección y restringe opciones reales, empujando a muchos jóvenes con discapacidad -sobre todo cuando es intelectual- hacia empleos “predeterminados”, que no siempre se ajustan a sus intereses. Como consecuencia, aunque el 85% de los jóvenes con discapacidad tiene una vocación, casi 7 de cada 10 cree que no podrá dedicarse a ella.

Según el 10º informe de jóvenes con discapacidad, un 40% tuvo que abandonar sus estudios, o ni siquiera pudo iniciarlos, debido a la dificultad para seguir el ritmo o comprender los contenidos. ¿Cómo se debería ayudarles para que puedan seguir el ritmo?

Habría que actuar en tres frentes clave: apoyos, flexibilidad y accesibilidad. En el primero, garantizando un currículo y una metodología inclusiva para cualquier tipo de discapacidad, con apoyos personales continuados también en etapas postobligatorias, lo que exige además una formación específica del profesorado. En cuanto a la flexibilidad, resulta esencial adaptar las evaluaciones- con tiempos adicionales, formatos alternativos, criterios que valoren el progreso o reducciones de la carga lectoescritora cuando sea necesario-, para que ningún alumno se quede atrás. 

Finalmente, la accesibilidad debe estar presente desde el diseño, con materiales y entornos adaptados por defecto (plataformas compatibles con lectores de pantalla, subtitulado, lectura fácil, etc), complementados con ayudas técnicas y software de apoyo que permitan a los jóvenes avanzar en igualdad de condiciones.

¿Existe, de verdad, la educación inclusiva en España?

Sí hay educación inclusiva en España, pero con luces y sombras: existe un marco normativo y muchos centros aplican buenas prácticas -especialmente en etapas tempranas, donde suele haber más recursos-; sin embargo, esos apoyos se diluyen en la FP, Bachillerato y Universidad, lo que impide una inclusión plena y sostenida en el tiempo. Los datos de nuestra encuesta son claros: el 55% de los jóvenes con discapacidad no recibió el acompañamiento necesario en la etapa educativa y un 40% abandonó o ni siquiera inició estudios por no poder seguir el ritmo o comprender los contenidos; además, 1 de cada 4 percibe al profesorado poco preparado. 

Este déficit de apoyos y ajustes se refleja en la caída de alumnado con NEE a medida que sube el nivel (de 37.488 en Infantil a 6.234 en Bachillerato) y en su baja presencia universitaria (solo 1,6% del alumnado), indicadores de que la inclusión no es homogénea ni está garantizada en las etapas superiores. Aun así, hay potencial: el 85% de los jóvenes con discapacidad tiene vocación definida, pero casi 7 de cada 10 cree que no podrá dedicarse a ella, una brecha que subraya que la inclusión avanza, sí, pero aún no llega con la intensidad y continuidad necesaria.

Niña en silla de ruedas en la biblioteca del colegio© Getty Images

¿Cómo debería ser ésta?

Una educación verdaderamente inclusiva se sostiene en tres pilares: apoyos suficientes, accesibilidad universal y flexibilidad curricular y evaluativa. Deberíamos conectar expectativas con ajustes, formar al profesorado y organizar los centros para trabajar de forma colaborativa. Asimismo, sería importante asegurar la continuidad de recursos en todas las etapas (también en FP, Bachillerato y Universidad), incorporar la voz del alumnado y la coordinación con familias y servicios, cuidando el bienestar y la convivencia para que nadie quede atrás.

Más allá de los apoyos técnicos o académicos, los jóvenes con discapacidad y sus familias necesitan, sobre todo, seguridad emocional y confianza en el futuro

Begoña Bravo, directora de Inclusión de la Fundación Adecco

Conviene también insistir en la importancia de que los apoyos no se limiten al ámbito académico, sino que incluyan también la esfera social, con un acompañamiento temprano y cercano por parte de profesionales. Muchas veces, una de las principales dificultades para que una persona con discapacidad continúe formándose no está en lo puramente académico, sino en el impacto psicológico del aislamiento y la desorientación, que pueden minar su motivación y su confianza en el futuro.

Los padres y las familias de menores con discapacidad se suelen preguntar cómo será el día de mañana de su hijo, cómo saldrá adelante. ¿Cuál es la situación más común en los jóvenes con discapacidad una vez que tienen edad para trabajar? ¿Qué opciones tienen?

Si nos fijamos únicamente en los datos, la realidad es que al llegar a la edad laboral, muchos jóvenes con discapacidad permanecen fuera del mercado (su tasa de actividad es apenas del 21,6%), en parte porque continúan formándose, pero en otros muchos casos por falta de apoyos o de expectativas. Ahora bien, detrás de esas cifras también hay historias que demuestran que otro camino es posible. Cuando existe un acompañamiento experto y continuado en el itinerario de empleo, que empieza en la orientación y no se interrumpe cuando el joven accede a un trabajo, lo habitual es que se consoliden trayectorias laborales estables y con proyección. 

Vemos que funciona especialmente cuando se apuesta por un empleo con apoyo, por ajustes razonables en los puestos de trabajo y por programas formativos conectados con las aspiraciones de los jóvenes, que les permiten descubrir que su talento tiene espacio en el mercado. Por eso es clave tejer alianzas sólidas entre la Administración, las empresas y el tercer sector, capaces de sumar recursos, generar oportunidades, garantizar acompañamiento y, sobre todo, transmitir confianza.

¿Qué ayuda emocional precisan para superar todo eso?

Más allá de los apoyos técnicos o académicos, los jóvenes con discapacidad y sus familias necesitan, sobre todo, seguridad emocional y confianza en el futuro. En muchos casos arrastran años de sobreesfuerzo, de sentirse “a contracorriente” en el sistema educativo o en la búsqueda de empleo, y eso deja huella. Por eso es clave que cuenten con espacios de escucha y acompañamiento emocional, con profesionales que les ayuden a gestionar la incertidumbre y, en ocasiones, la baja autoestima. También necesitan redes de apoyo entre iguales, donde compartir experiencias y descubrir que no están solos en el camino. Y, por supuesto, requieren mensajes claros de que sus proyectos vitales son posibles.

¿Qué opciones tienen aquellos jóvenes con discapacidad que no logran encontrar empleo y que ya no tienen familiares que puedan hacerse cargo?

Cuando un joven con discapacidad no encuentra trabajo y no cuenta con apoyo familiar, existen redes públicas y comunitarias que cubren cuatro frentes: garantía de ingresos básicos, apoyos para la vida independiente y la vivienda (ayuda en el día a día, acompañamiento y recursos residenciales), itinerarios de empleo (orientación, formación, prácticas y empleo con apoyo) y apoyos para la toma de decisiones y el bienestar emocional. El objetivo es que nadie quede desprotegido y pueda mantener su autonomía mientras construye su proyecto de vida.

¿Dónde acudir? Primero, a servicios sociales municipales, que son la puerta de entrada y coordinan la valoración y los recursos; después, al servicio público de empleo para la orientación y la formación; y, en paralelo, a entidades del tercer sector y asociaciones de discapacidad de cada territorio, que ofrecen acompañamiento cercano y soluciones de vivienda y empleo.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.