La Inteligencia Artificial (IA) ya ha revolucionado nuestras vidas y seguirá haciéndolo en muchos aspectos, para bien y para mal. La mayoría de los adolescentes recurren ya habitualmente a ella y puede resultarles muy útil a la hora de hacer determinados trabajos y proyectos educativos, pero los expertos empiezan a alertar de usos no deseados de la IA por parte de adolescentes, especialmente en lo que tiene que ver con las relaciones humanas.
Muchos interactúan con chatbots como si estos fueran sus amigos y hay chicos y chicas que, incluso, los utilizan como psicólogo. Si riesgo tiene lo primero, por cuanto a que puede llegar a afectar enormemente las relaciones reales, lo segundo puede ser mucho más perjudicial para la salud mental del menor y, según el caso (ideaciones de suicidio, trastornos de la conducta alimentaria…) para su salud física. Acerca de todo ello hemos hablado con Gloria R. Ben, psicóloga de Qustodio experta en nuevas tecnologías.
También chicos y chicas con una vida social activa pueden recurrir a estas herramientas, porque muchas veces sienten que la IA les comprende mejor, valida sus opiniones, o se adapta a su forma de pensar
¿Qué lleva a algunos adolescentes a interactuar con un chatbot como lo haría con un amigo?
Los adolescentes pasan gran parte de su tiempo en entornos digitales, y eso hace que interactuar con un chatbot les resulte algo natural. La facilidad con la que pueden preguntar y recibir una respuesta inmediata es uno de los factores que más les atrae.
Además, la Inteligencia Artificial puede adaptarse progresivamente a lo que le vamos diciendo. Cuanto más interactúan con ella, más sienten que el chatbot les “entiende” o responde de manera afín a sus ideas, lo cual refuerza esa sensación de conexión.
Otro aspecto importante es que, en el mundo digital, las relaciones se perciben como más seguras y menos exigentes que en persona: no hay juicios, no hay silencios incómodos y se tiene un mayor control de lo que se comparte. Para muchas personas, resulta más fácil iniciar una conversación detrás de una pantalla que cara a cara.
¿Estos adolescentes suelen ser menos sociables o tener pocos amigos en la vida real?
Es cierto que puede ser un factor de riesgo. Los adolescentes que tienen más dificultades para entablar amistades o que se sienten inseguros en sus relaciones sociales tienden a pasar más tiempo en su habitación o con dispositivos electrónicos, lo cual puede llevarles a buscar en el chatbot una interacción más sencilla y menos exigente.
Sin embargo, esto no significa que solo lo usen los adolescentes con menos habilidades sociales. También chicos y chicas con una vida social activa pueden recurrir a estas herramientas, porque muchas veces sienten que la IA les comprende mejor, valida sus opiniones, o se adapta a su forma de pensar.
¿Cuáles son los riesgos de esta interacción?
Los principales riesgos surgen cuando el adolescente empieza a confundir la interacción con la IA con una relación real. Ya ha habido casos graves, como el de un chico en EE.UU. que llegó a creer que mantenía una relación amorosa con una IA y que esta le sugirió encontrarse “fuera de este mundo”, lo cual malinterpretó y le llevó a quitarse la vida. Esto demuestra hasta qué punto la frontera entre lo virtual y lo real puede difuminarse en etapas de tanta vulnerabilidad como la adolescencia.
Cuando se formulan preguntas personales, las respuestas que ofrece la IA pueden sonar muy convincentes y el adolescente puede interpretarlas como verdades absolutas o como vínculos emocionales auténticos. Esto aumenta el riesgo de malinterpretaciones y de generar dependencia emocional hacia un sistema que en realidad no siente ni comprende.
Otro riesgo importante es que, si la interacción con la IA resulta más sencilla y gratificante que las relaciones humanas, el menor puede reducir su interés por socializar en la vida real. Como consecuencia, puede derivar en aislamiento, pérdida de habilidades sociales, bajo rendimiento académico y un mayor impacto en su salud emocional (ansiedad, tristeza, retraimiento). En definitiva, el peligro no es usar un chatbot en sí mismo, sino que se convierta en un sustituto de las relaciones y experiencias reales que son esenciales en la adolescencia.
Cuando esa ‘amistad’ con el chatbot evoluciona hasta el punto de que busca en él ayuda psicológica, ¿qué puede implicar?
Cuando la relación con un chatbot evoluciona hasta el punto de buscar en él ayuda psicológica, el riesgo principal es que las respuestas no sean las más adecuadas ni personalizadas. La IA no tiene empatía, ni emociones, ni una verdadera comprensión del contexto de la persona, genera frases automáticas que pueden sonar convincentes, pero no necesariamente útiles o seguras.
La dependencia de estas “respuestas enlatadas” puede retrasar la búsqueda de ayuda profesional y agravar el malestar emocional
A diferencia de un amigo, un familiar o un profesional, un chatbot no puede interpretar matices emocionales ni valorar qué es lo mejor para cada situación. En cambio, una persona real ajusta sus palabras teniendo en cuenta tu situación, tu historia y lo que realmente necesitas en ese momento; la IA no.
Esto significa que, en lugar de encontrar apoyo real, el adolescente puede recibir respuestas vacías, inadecuadas o incluso dañinas, que refuercen ideas negativas o generen más confusión. En casos extremos, la dependencia de estas “respuestas enlatadas” puede retrasar la búsqueda de ayuda profesional y agravar el malestar emocional.
Además de todas las implicaciones que señalas en la pregunta anterior, ¿puede generar adicción al menor ese tipo de interacción?
Efectivamente, toda conducta que produce motivación o placer, aunque sea una satisfacción vacía o pasajera, puede dar lugar a dependencia si se repite de forma constante. En el caso de los chatbots, el riesgo aumenta porque las respuestas suelen dar un refuerzo positivo inmediato (siempre contestan, nunca juzgan, se adaptan a lo que piensas), y además pueden implicar un cierto componente emocional. Esa combinación puede hacer que el menor sienta una necesidad creciente de volver una y otra vez a la interacción, hasta el punto de preferirla a otras actividades reales.
Si se mantiene en el tiempo, esto puede llevar a una pérdida de control y a que la vida social, escolar y emocional se vea afectada, igual que ocurre con otras formas de adicción.
¿Cómo pueden darse cuenta los padres de esta relación insana de su hijo adolescente con la tecnología?
La clave está, como siempre, en mantener una observación cercana de nuestros hijos. No se trata de vigilar ni de controlar, sino de estar atentos a los cambios en sus hábitos, actitudes o carácter, porque suelen ser los primeros indicios de que algo no va bien. Algunas señales de alerta pueden ser: pasar cada vez más tiempo con el ordenador o el móvil, encerrarse con frecuencia en la habitación, mostrarse más reservado/a y hablar menos en casa, salir menos con sus amigos o abandonar actividades que antes disfrutaba, mostrarse más irritable, triste o desconectado/a del entorno familiar, etc.
Estos cambios no siempre significan un problema grave, pero sí son una señal de aviso de que algo está pasando. Lo importante es acercarse con diálogo, escucha y límites claros, mostrando interés por lo que les ocurre, sin poner el grito en el cielo cuando algo no nos guste, siendo comprensivos, y ayudándoles a buscar alternativas que les ayuden a recuperar su vida.
¿Es este tipo de interacciones un motivo más (a parte de los dados habitualmente) para retrasar la entrega del primer móvil a los hijos?
Siempre digo que la edad no debería ser el criterio principal para entregar el primer móvil, sino factores como la necesidad, la madurez y la educación recibida. Hay niños de 12 años que, gracias a un buen trabajo de prevención y acompañamiento por parte de sus padres, colegio, etc., demuestran una gran responsabilidad en el uso de la tecnología. En cambio, hay adolescentes de 16 que aún no han desarrollado ese criterio.
Lo fundamental es que los hijos comprendan que el móvil y la tecnología, bien utilizados, aportan muchos beneficios, pero que también conllevan riesgos si se usan de manera inadecuada. Por eso, antes de tomar la decisión de darles su primer dispositivo, es importante sentarse a hablar con ellos: entender qué les motiva para querer un móvil, explicar claramente los buenos y malos usos, hacerles entender que el móvil no es suyo sino nuestro, que no estamos vigilando o controlando, sino protegiendo, establecer acuerdos y, sobre todo, ser nosotros mismos un ejemplo de cómo hacerlo de forma responsable.
Dada la evolución de la tecnología en los últimos años, ¿es adecuado dejar al niño o al adolescente solo en su habitación con un ordenador o cualquier otro dispositivo electrónico, como era habitual hasta ahora?
No, nunca ha sido adecuado y hoy en día, con el acceso ilimitado a Internet, lo es aún menos. Cuando participo en encuentros con familias suelo utilizar un ejemplo muy gráfico: “¿Dejaríais a vuestros hijos solos en medio de un polígono industrial de noche?”. La mayoría responde que no. Sin embargo, muchas veces sí les dejamos solos con un móvil y libertad total para navegar, lo que puede ser aún más peligroso.
Si la interacción con la IA resulta más sencilla y gratificante que las relaciones humanas, el menor puede reducir su interés por socializar en la vida real
Es fundamental que los hijos comprendan que esta medida no es una prohibición ni un simple control, sino una forma de protección. Por ello, resulta muy valioso apoyarnos en aplicaciones de control parental como Qustodio, que nos dan información muy valiosa acerca del uso que nuestros menores están haciendo de la tecnología.
Acompañarles de manera activa en el uso de sus dispositivos e interesarse por lo que hacen en ellos, nos va a permitir también mejorar la relación con nuestros hijos e incluso, ayudar a que se sientan seguros y desarrollen criterios propios para no ponerse en riesgo.
¿Cómo enseñar a los niños y a los adolescentes a interactuar de manera adecuada con la IA? ¿Qué deben saber los padres al respecto?
Lo primero es que los adultos aprendamos a interactuar con la Inteligencia Artificial. No podemos olvidar que también es algo nuevo para nosotros y que su desarrollo ha sido muy rápido. No pasa nada por reconocer que no lo sabemos todo: sentarnos con nuestros hijos para que nos expliquen qué entienden ellos por IA, para qué creen que sirve y cómo la utilizan puede ser un buen punto de partida.
No se trata de negarla, prohibirla o restarle valor, sino de comprender que, bien utilizada, puede convertirse en una herramienta muy útil. Los padres debemos ser modelos: aprender y enseñar al mismo tiempo. Conversar con los hijos sobre qué es la IA y cómo emplearla de manera responsable, utilizarla juntos y aprovechar esas experiencias para guiarlos son estrategias que permiten, además, fomentar el pensamiento crítico. Es clave enseñarles a no creer ciegamente todo lo que leen o reciben a través de estas herramientas.
Por último, debemos asumir que la van a usar, tanto en sus trabajos escolares como en su vida cotidiana, porque la Inteligencia Artificial ya forma parte de nuestro día a día. Ante esta realidad, lo más constructivo no es rechazar ni prohibir, sino escuchar, acompañar y orientar. Igual que un profesor de Educación Física guía al alumno en el aprendizaje de un deporte, corrigiendo y orientando para que desarrolle hábitos saludables, los padres debemos acompañar a nuestros hijos en el uso de la IA para que aprendan a hacerlo con criterio y seguridad.