Lucía Almagro es divulgadora y científica con formación en Biotecnología y, además, madre de dos niñas. En su último libro, La batalla de Laia, un cuento infantil para mayores de cinco años, ilustrado por Judit Piella, (disponible en su perfil @diariodeunacientifica), combina ciencia, fantasía y hábitos saludables. Con él quiere trasladar lo que pasa en el sistema inmunitario y cómo actúa para defendernos de virus y bacterias, dando siempre un papel protagonista a los menores en este proceso. Hemos charlado con ella.
Cuando los niños comprenden que los virus y bacterias pueden estar ahí, aunque no los vean, cambia por completo su forma de actuar
Para hacer este libro te has inspirado en la curiosidad de tu hija mayor. ¿Cómo fue el proceso de creación?
Todo empezó durante el embarazo de mi segunda hija. Quería que mi hija mayor, Sara, entendiera lo importante que era lavarse las manos para cuidar a su futura hermana. Un día, con su curiosidad habitual, me preguntó por qué. Y fue ahí donde le hablé, de forma sencilla, sobre el sistema inmunitario. Le expliqué que los bebés nacen con poquitos “guerreros” que los protejan y que es por eso que necesitamos ayudarles desde fuera.
Noté que esa conversación fue un punto de inflexión. Desde entonces, Sara se lava las manos de forma autónoma cada vez que va a tocar a su hermana. No porque se lo repitamos, sino porque entendió el motivo. Simplemente, comprendió el "por qué" y eso cambió su comportamiento.
Con mi experiencia me he dado cuenta de que los niños y las niñas, incluso a edades muy tempranas —Sara tiene cinco años—, son capaces de entender conceptos complejos si se los explicamos bien. Y, en este caso, eso me inspiró a crear este cuento. Es una historia que traduce lo que pasa en su sistema inmunológico a su lenguaje, y que los acompaña para que tomen decisiones conscientes desde pequeños.
En el libro hablas de lo que se ve y de lo que no se ve (donde se desarrolla la batalla inmunitaria), para que los menores aprendan la importancia de lo no visible, ¿se sorprenden cuando conocen todos los mecanismos del cuerpo para defendernos?
Sí. Lo que más les fascina es descubrir que dentro de su cuerpo hay unas pequeñas “células guerreras” que los protegen cada día. Esa carismática imagen conecta mucho con ellos y ellas, porque convierte algo invisible y abstracto en algo cercano y emocionante. De repente, su propio cuerpo se convierte en un equipo de héroes que los cuida.
En el cuento no explicamos todos los mecanismos del sistema inmunitario —porque sería demasiado complejo para su edad—, pero sí mostramos el papel de algunas de las células más importantes y cómo actúan frente a los virus. Las hemos personificado para que los niños puedan identificarse con ellas, pero manteniendo siempre el rigor científico detrás de cada personaje y situación. El libro está lleno de metáforas cuidadosamente pensadas, y muchas veces hasta los detalles más insospechados de las ilustraciones tienen una base científica real. Esa combinación de fantasía y conocimiento es lo que hace que los peques aprendan casi sin darse cuenta.
La idea es que, aunque sea una historia de ficción, aprendan desde pequeños a valorar lo que no se ve, a entender que lavarse las manos no es solo una orden de mamá o papá, sino una forma de ayudar a sus defensores internos a hacer bien su trabajo.
¿De qué manera podemos los padres inculcar la importancia de hábitos tan importantes como el lavado de manos para alejar virus y estar sanos?
Desde mi experiencia, inculcar hábitos tan fundamentales como el lavado de manos requiere algo más que repetir una orden. Los niños y niñas responden mucho mejor cuando comprenden el porqué de las cosas. Si les explicamos, con calma y en su lenguaje, por qué es importante lavarse las manos —por ejemplo, para ayudar a su cuerpo a defenderse de los virus—, lo interiorizan de forma mucho más natural y autónoma.
Como madres y padres, pasamos el día dando instrucciones: come, vístete, recoge… Y a veces, la higiene se convierte en una más de esas "órdenes automáticas". Por eso es tan valioso detenernos un momento y transformar ese mensaje en algo especial, en una explicación, un juego o un cuento como el nuestro. A través de la imaginación y la emoción, podemos transmitir hábitos esenciales sin necesidad de imponerlos y eso los hace más duraderos y significativos para ellos.
Si los niños y niñas se sienten libres para hacer preguntas, explorar y entender cómo funciona el mundo que los rodea, estarán más preparados para tomar decisiones responsables el día de mañana
En tus charlas didácticas, ¿cuáles son los errores más habituales en relación con este campo que comentan los niños?
Uno de los errores más comunes que veo en niños y niñas es que asocian la suciedad solo con lo visible. Para decidir si deben lavarse las manos, simplemente se las miran. Si no ven tierra, pintura o manchas, asumen que están limpias. Para ellos, lo que no se ve, no existe. Por eso es fundamental explicarles que hay un mundo microscópico lleno de actividad que ocurre, aunque ellos no lo perciban, incluso mientras juegan o duermen. Comprender que los virus y bacterias pueden estar ahí, aunque no los vean, cambia por completo su forma de actuar.
Otro error frecuente, una vez que conocen cómo funciona el sistema inmunitario, es pensar que no pueden hacer nada por él, como si fuera un equipo ajeno a nosotros. Y no: el sistema inmunitario forma parte de ellos y ellas, y pueden ayudarlo. Esto también es un punto importante del mensaje del cuento. ¿Cómo? Con gestos tan simples como lavarse las manos. Cuando los hacemos partícipes de esas "batallas microscópicas", se sienten útiles, responsables y hasta un poco héroes. Ese empoderamiento es clave para que tomen decisiones saludables por sí mismos.
Los niños tienen miedo cuando enferman porque no saben explicarse lo que les sucede. ¿Qué podemos hacer para tranquilizarlos?
Es completamente normal que niños y niñas sientan miedo cuando enferman. No entender lo que pasa genera inseguridad, y eso nos ocurre también a los adultos. Si además no saben cómo poderlo explicar con palabras, la sensación se multiplica. Por eso, es tan importante darles herramientas para que puedan comprender lo que les sucede y expresarlo a su manera.
Una de esas herramientas es el conocimiento. Hacer accesibles conceptos que pueden parecer complejos, como lo que ocurre dentro del cuerpo cuando estamos enfermos. Por ejemplo, explicarles que, aunque no vean nada, están pasando muchas cosas por dentro, con un equipo de “células defensoras” que los está ayudando a recuperarse. Entender que lo invisible también existe y que tiene una función les da seguridad porque cuando saben qué les pasa, dejan de sentir que todo es un misterio incontrolable. Y eso, en niños, es clave para reducir el miedo y estar conectados con su propio cuerpo.
Uno de los objetivos del libro es acercar la ciencia a los menores, para que no la vean como algo circunscrito a un laboratorio. ¿Crees que gracias a la divulgación hay más conciencia científica en los últimos años desde la infancia?
Creo que gracias a la divulgación, especialmente en los últimos años, ha crecido la conciencia científica en la sociedad, pero todavía arrastramos algunas ideas equivocadas. Una de las más comunes es pensar que para tener cultura científica hay que entender fórmulas complejas o saber mucha teoría, y eso no es así. Muchas veces digo que la gente sabe más ciencia de la que cree. Por ejemplo, quienes disfrutan cocinando aplican conocimiento científico constantemente sin darse cuenta. Calculan tiempos, controlan temperaturas, predicen reacciones y transformaciones en los alimentos. En esencia, no es tan distinto de lo que ocurre en muchos laboratorios.
Durante mucho tiempo se ha presentado la ciencia como algo difícil, inaccesible, reservado solo a unos pocos y eso ha generado una especie de miedo o incluso rechazo. Nosotras queremos romper con esa idea porque la ciencia es cultura, y como tal debe estar al alcance de todos, desde pequeños. No se trata solo de formar futuros científicos, sino de formar ciudadanos curiosos, informados, capaces de hacerse preguntas y entender mejor el mundo que los rodea.
Con el cuento queremos normalizar la ciencia en la infancia, que los peques se topen con ella en la estantería de cuentos de su casa o su cole. Bajarla de esa especie de pedestal en la que a veces se coloca, porque la ciencia también empodera. Si los niños y niñas se sienten libres para hacer preguntas, explorar y entender cómo funciona el mundo que los rodea, estarán más preparados para tomar decisiones responsables el día de mañana. Y eso empieza desde pequeños, cuando una historia les invita a preguntarse qué pasa dentro de su propio cuerpo.
¿Ha cambiado tu forma de trabajar como científica y divulgadora desde que eres madre?
Muchísimo. Ser madre me ha cambiado no solo la forma de ver la vida, sino también mi manera de trabajar como científica y divulgadora. Mi hija Sara ha sido una inspiración constante para acercarme al mundo infantil con una mirada nueva. Muchas veces, hasta que no eres madre, no eres del todo consciente de lo complejo, y a la vez maravilloso, que es educar a una personita en construcción, con todo lo que eso implica: dudas, aprendizajes, retos, y también sorpresas.
Estar en contacto con niños y niñas de forma habitual me ha abierto una puerta a un mundo tremendamente inspirador. Son curiosos por naturaleza, y cualquier explicación sobre cómo funciona el cuerpo o el mundo que les rodea puede convertirse en una chispa de interrogación para ellos. Es un público muy agradecido cuando les sabes llegar.
Con mi hija, además, he podido experimentar y observar hasta dónde llega su capacidad de comprensión —que siempre es mucho más de la que esperamos—, y buscar nuevas formas de hacerle llegar la ciencia. Está siendo un viaje precioso, el de la maternidad y la divulgación de la mano.