Niño enfadado con brazos cruzados©AdobeStock

Crianza

‘Mi hijo no me obedece nunca, ¿qué puedo hacer?’

Que los niños obedezcan ‘a la primera’ o simplemente que hagan lo que se les pide, aunque sea ‘a la segunda’, ‘a la tercera’ o a ‘la cuarta’ es un objetivo de muchas familias. Un libro de la psicóloga Maribel Martínez da pistas para conseguirlo.

Maribel Martínez es psicóloga y especialista en terapia breve estratégica. En su libro ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? (Ed. Arpa), plantea, partiendo de casos reales, soluciones eficaces y sencillas para conseguir que los hijos escuchen a sus padres, los respeten y, de este modo, evitar muchos de los conflictos que surgen en el día a día en las familias.

Hemos charlado con ella para que nos oriente acerca de cómo conseguirlo para lograr esa deseada autonomía y responsabilidad en los hijos, que está directamente relacionada con una crianza sin sobreprotección, donde los conflictos se abordan de manera eficaz.

Dice en su libro que los padres ‘se han profesionalizado’. ¿En qué afecta esto a la crianza?

Hoy en día, antes de tener un hijo, muchas personas hacen cursos sobre el embarazo, el parto, el postparto y la crianza o leen libros sobre pedagogía, alimentación infantil y estimulación precoz entre infinidad de variados temas. La información y la formación están bien, el problema llega cuando esa información es contradictoria y los padres llega un punto en que no saben qué hacer y dudan sobre cuál es la fórmula buena, perdiendo su propio criterio o incluso el sentido común. Esto implica, en muchos casos, no tener confianza en sí mismos como progenitores. Esa falta de confianza es captada por los hijos, lo que les provoca mucha inseguridad y además acaban sufriendo situaciones habituales como que los progenitores no se pongan de acuerdo y cada uno aplique criterios diferentes o que uno haga de ‘poli bueno’ y el otro de ‘poli malo’.

Además, esa necesidad de formación viene dada por el afán de ser unos padres perfectos y esta autoexigencia crea una gran ansiedad, que también sufren los hijos, que no quieren unos progenitores estresados y ansiosos, sino unos padres con sentido común que confíen en sí mismos y transmitan serenidad en la crianza.

¿Por qué el objetivo de que los hijos sean felices a toda costa es, en realidad, una trampa para ellos y para la familia?

El objetivo de que los hijos sean felices es lícito y deseable. ¿Quién no desea que su hijo sea feliz? El problema llega cuando, para que los hijos sean felices, nos olvidamos de otros objetivos o funciones que tenemos como padres. Por ejemplo: educarlos y criarlos desde el amor y con valores hacia su autonomía personal y que se sientan capaces de llevar sus vidas. Pretender que sean felices a toda costa y entender que eso significa que nunca han de llorar, ni frustrarse, ni entrar en desacuerdo con lo que los padres decimos, implica que los niños aprenden a conseguir todo lo que quieren llorando o quejándose, porque siempre que lo hacen los padres temen por su infelicidad y reaccionan consintiendo algo que no es realmente bueno para el niño.

Los niños podrán ser felices como consecuencia de muchas cosas, entre ellas, que aprendan a tolerar la frustración, que se sientan capaces de superar dificultades y a gestionar sus emociones. Si no reciben un ‘no’ como respuesta, si no tienen límites, si no se sienten capaces de aprender nuevas cosas o tener responsabilidades, difícilmente les irá bien en la vida.

Una cuestión clave para la buena relación paterno-filial es ganarse el respeto de los hijos, ¿cómo se consigue?

El respeto es un valor fundamental entre las personas. Este valor se ha de aprender en la familia. El respeto no viene dado por el hecho de ser padres o jefes... Todos conocemos muchos jefes que nadie respeta. El respeto hay que ganárselo. Y los padres hemos de enseñar a los hijos este concepto, no desde la teoría sino en el día a día. Marcándoles claramente qué conductas, gestos o palabras significan una falta de respeto.

Mi hijo no me obedece nunca, ¿qué puedo hacer?©GettyImages

Por lo tanto, si vemos que el niño está enfadado y nos insulta, aunque sea con un ‘leve’ tonta, y pensamos que es pequeño y que “son cosas de niños”, hemos de ponernos a su altura, mirar a los ojos al niño, y decirle muy solemnemente “soy tu madre, háblame bien, no puedes decirme tonta, y ahora discúlpate por haberlo dicho”, el niño debe disculparse con un “perdón” y acto seguido la acción queda reparada. No hace falta nada más. Sencillamente, marcar claramente y cada vez las líneas rojas.

¿Cuáles son las bases de una autoridad paterna bien entendida?

Para empezar, la palabra autoridad no debe confundirse con autoritarismo, ni dictadura; no es en absoluto el “ordeno y mando”. La autoridad parental bien entendida significa que, como padres, hemos de ser una guía para los hijos desde el amor y el respeto mutuo. Hemos de marcar el camino que consideramos saludable para ellos en todos los sentidos: de salud, de hábitos, de inteligencia emocional, de valores, etc.

Para ser una guía hemos de liderar la familia, por lo que nuestra voz y nuestros actos han de ser consistentes y coherentes. Significa quererlos tanto que les ponemos límites, les decimos no cuando tiene que ser no. Significa que les damos valores para ir por la vida, como el respeto y nos hacernos respetar. Significa evitar sobreproteger para que se sientan capaces de hacer lo que se propongan. Significa evitar ser permisivo para que puedan tolerar la frustración. Significa ser una guía sólida para la vida.

Los padres suelen desear que sus hijos “obedezcan a la primera”. ¿Es un objetivo realista? ¿En qué franja se debe mover esa obediencia?

Obedecer a la primera quiere decir que a cada vez que les decimos algo que tienen que hacer en ese momento (ducha, recoger juguetes, comer, poner la mesa, hacer los deberes…) no sea el preludio de un conflicto, porque saben que lo tienen que hacer, aunque no les apetezca.

Hacer caso a los padres cuando dicen algo es imprescindible para poder hacer de guía y acompañarles en todos sus aprendizajes.

Saber decir las cosas para que los hijos hagan caso es difícil, porque no se trata nuevamente del “ordeno y mando” o del “porque lo digo yo”, se trata de que los hijos entiendan que hay unas normas, unos criterios, unos horarios, unas tareas, unas obligaciones y que también hay unos derechos, un aprendizaje y un crecimiento, y que los padres les ayudamos a ir adquiriendo todo esto progresivamente, con pautas claras que puedan ir haciendo día a día.

Libro ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?©Arpa Editores

En el libro recalca que a los hijos no hay que pedirles opinión de todo, ¿qué consecuencias tiene?

La idea que hay detrás del hecho de pedirle la opinión de todo a los niños es, entre otras, el tenerlos en cuenta y que no sientan que les imponemos todo y que estamos siempre abiertos al diálogo. Nuevamente, la idea es buena; estoy totalmente de acuerdo. Pero, claro, no tienen conocimiento de muchos aspectos que los padres hemos de tener en cuenta por su bien.

Ser guías confiables en la vida de nuestros hijos implica que nosotros les decimos a los niños cómo han de ser las cosas, ya que ellos todavía no tienen criterios más allá de divertirse y jugar en ese momento. Por ejemplo, podemos entender que nuestro hijo quiera merendar siempre chocolate, y si le preguntamos: ¿Qué quieres para merendar? La respuesta ya la sabemos: chocolate. Pero, tenemos que velar por su salud y crear buenos hábitos alimentarios y en lugar de imponer autoritariamente “hoy toca esto y punto” o darle chocolate todos los días, podemos preguntarle si hoy el bocadillo lo quiere de queso o de jamón. El niño seguirá prefiriendo el chocolate, claro, pero si siente que su opinión se tiene en cuenta, podrá aceptar mejor los hábitos saludables y los límites.

No hacerlo así significa tener conflictos constantes y que el niño entienda que su opinión tiene el mismo peso que la de los padres y que si argumenta bien podrá tener lo que quiera.

¿Saben los padres tolerar la frustración de sus hijos o intentan evitarla a toda cosa?

Tolerar la frustración es uno de los aprendizajes difíciles que han de hacer los niños. Los padres les hemos de ayudar. Si un niño entiende que cuando hay algo que no quiere hacer, lo dice, se opone, llora o argumenta sus motivos, es muy posible que finalmente no lo haga. El niño aprende rápidamente que de ese modo puede conseguir todo. Le estaremos negando la oportunidad de aprender a tolerar la frustración y potenciaremos un posible niño déspota que consigue todo oponiéndose. Sin darnos cuenta, estaremos creando una dinámica en la que el día a día será muy difícil porque cualquier pequeña acción cotidiana se convertirá en una discusión.

El niño ha de aprender con pequeñas frustraciones diarias. Éstas le enseñarán a sostener otras mayores que el día de mañana deberá sostener y le convertirán en una persona fuerte y resiliente que no se hunde o enrabia a la mínima cosa que le contraría.

¿Cómo imponer el criterio paterno en un asunto tan conflictivo como las pantallas?

El criterio paterno sobre las pantallas se debe considerar como cualquier otro criterio como la alimentación, la educación, los valores, los hábitos, la colaboración en casa, etc.

Si las pantallas son más conflictivas es por la mayor presión social que hay al respecto. “Todos los niños de mi clase tienen móvil menos yo”, “todos pueden tener una cuenta de Instagram menos yo”, “quiero ser youtuber”...

Nuevamente,  los padres han de aplicar su propio criterio, al margen de la presión social. Por ejemplo, los niños cada vez tienen móviles a edades más tempranas y, salvo alguna excepción, podríamos decir que no lo necesitan en absoluto hasta, por lo menos, los 12 años en los que van al instituto. El acceso libre a internet es otro aprendizaje que los padres han de liderar con conocimiento y control parental. Hasta que progresivamente puedan utilizarlo libremente cuando sean mayores.

El momento de la comida y el sueño concentran muchos momentos de crisis de desobediencia, ¿hay algún truco para que no suceda así?

No se trata tanto de “trucos” como de entender qué pasa, qué hacemos para que no pase y valorar si eso funciona o no. Si funciona y conseguimos el objetivo, perfecto. Si no, tenemos que dejar de hacer lo que estamos haciendo y plantearnos algo diferente, si puede ser 180 grados diferente.

¿Por qué son momentos conflictivos en general? Pues, en general, porque los niños en su principio básico vital de disfrutar y divertirse, se niegan a comer algunos alimentos que “no les gustan” y no quieren ir a dormir, porque quieren jugar. Si los padres caen en la tentación de adecuar las comidas a los gustos del hijo, es posible que a corto plazo el niño aprenda que “sus deseos son órdenes”. Si caen en la tentación de dejarle ir a dormir más tarde, las consecuencias son que estará más cansado y por lo tanto más irascible al día siguiente y si se convierte en una costumbre, también habrá consecuencias para la salud.

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