Hay novias como Mónica que necesitan tiempo, que prueban siluetas, combinan tejidos, cambian de opinión mil veces hasta encontrar ese vestido que, al fin, les hace sentir ellas mismas. Y hay otras, sin embargo, que lo tienen claro desde el principio, que saben lo que quieren, lo que no, y que no dudan en tomar las riendas para diseñar un vestido que no sea simplemente bonito, sino verdaderamente suyo.
Adriana pertenece a este segundo grupo. Desde el primer momento, tuvo claro que no quería dejar en manos del azar algo tan personal como su vestido de novia. Y con esa convicción, empezó un camino que no solo la llevó a encontrar el diseño perfecto, sino a crearlo desde cero.
Un escote bardot y una falda con volantes
Nuestra protagonista del día diseñó su traje nupcial con la ayuda de su madre y lo hizo realidad junto a Musal Defier Atelier. “Tuve claro desde el principio que quería un corte clásico con algo de movimiento, muy mediterráneo, que me representara”, cuenta. ¿La inspiración? Tan auténtica como la propia novia. “Me inspiré en mi ropa, en la primavera en la que me casé, e incluso tiene un cierto aire de flamenca, haciendo un guiño a España en una boda muy internacional”, reconoce.
Fue un proceso creativo, casi orgánico. “El vestido se fue haciendo a sí mismo”, aclara, porque fueron modificando detalles a medida que pasaban las semanas y avanzaban los preparativos. “El propio lugar de la celebración, la música de Abba con la que entré a la iglesia, el ramo… ¡Todo me inspiraba!”. El resultado fue uno de esos vestidos que se te quedan grabados en la retina, por diferente, por espectacular y, lo más difícil, por seguir siendo sencillo a pesar de su complejidad de confección.
Eligió un diseño de corte en A, una silueta que que abraza delicadamente la parte superior del cuerpo y se ensancha de manera gradual hacia la parte inferior, creando una figura delicada y elegante. Además, optó por un cuerpo bardot, un escote que une a princesas y aristócratas, a estrellas de cine y modelos o a novias reales como Adriana, que estaba radiante. La primera capa estaba confeccionada en crepe blanco y sobre ella, fueron colocando varias capas de distintos tipos de tul. “La primera tenía un bordado con unas florecitas monísimas y minúsculas. El escote llevaba una puntilla muy delicada con hilo plateado”, nos cuenta.
El movimiento que pedía se lo dieron los volantes de la falda, una tendencia que no dejamos de ver esta temporada tanto en novias, como en invitadas. “Los fui añadiendo en la última prueba, desordenados y de distintos tamaños, recuerdo ir viendo como quedaban y añadir otro y otro más, ¡no sabía parar!
Para la celebración y fiesta posterior, la novia tenía guardado un as bajo la manga. “Después de la cena, me puse un vestido largo de crochet con escote halter, acompañado de pendientes de flores color coral y unas alpargatas”, relata. Con la ayuda de su hermano, se cambió a toda prisa y volvió a la fiesta para sorprender a los invitados con una batucada de samba. Casarse con un brasileño… ¡es lo que tiene!
En busca del accesorio perfecto
El velo fue una pieza clave en su look nupcial, delicado y lleno de significado. Lo confeccionaron también en Musal Defier Atelier, con un tul finísimo que caía suavemente desde un recogido a media altura. “Lo llevé sujeto con los mismos alfileres de perlas con los que se casó mi madre. Fueron mi ‘algo prestado’ y me hacía mucha ilusión llevarlos conmigo”, cuenta la novia.
Sin embargo, hubo un pequeño susto que acabó en anécdota. “¡El velo se me me olvidó en casa! Nos dimos cuenta media hora antes de la ceremonia. Pensé: 'Bueno, sin velo'. Pero mi padre cogió el coche, fue a por él y volvió en tiempo récord. Se vistió en cinco minutos. Fue el héroe de la boda”, recuerda sonriendo.
Los alfileres añadían valor sentimental a un recogido sencillo y elegante, realizado por el estilista Jehosua Vogele, de Oui Novias. “Hice una prueba con él y me conquistó lo mucho que le gustaba su trabajo. Estuvo conmigo desde que empecé a arreglarme hasta la misma iglesia. Un diez como maquillador y como persona”. Un maquillaje, por cierto, muy natural y luminoso, pensado para realzar sus rasgos sin disfrazarlos.
Para las joyas, optó por piezas cargadas de simbolismo. Los pendientes fueron un regalo de su madre, y juntas los eligieron en López y Linares, en Toledo. “Cuando vi unos que tenían la misma florecita que la tela de tul de mi vestido, pensé: son para mí”, recuerda. Su anillo de pedida, un tresillo de oro blanco, sencillo y muy especial, fue una creación de la firma española Bea Soldado. “Lo elegimos para que pudiera llevarlo cada día, y desde entonces no me lo he quitado”, confiesa.
Los zapatos fueron “una elección quizás poco tradicional”, pero absolutamente suya. Se decantó por unos salones de tacón kitten de Ganzitos, en un original azul metalizado. “Fueron mi ‘algo azul’, comodísimos y súper ponibles. Quería algo que después pudiera volver a usar y que me representara”, razona.
El ramo lo creó Marta, la florista encargada de decorar la iglesia, y lo hizo a partir de una petición clara: algo desordenado, silvestre y con mucho verde. “Es un color que me representa. Ella me vio, vio el vestido y lo tuvo clarísimo. Me entendió al instante”, recuerda.
Una historia de amor que acabó en sí quiero
La historia de Adriana y Arthur comenzó en Valladolid, en unas Navidades del 2019 que ninguno de los dos olvidará. Ella acababa de terminar la carrera de Medicina y preparaba el MIR desde Madrid; él, jugador profesional de balonmano y, aunque es de origen brasileño, vivía en Valladolid. El destino los cruzó una tarde cualquiera, en una cafetería. “Fue tomando un café que duró aproximadamente tres horas”, recuerda Adriana. Pero fue mucho más que un café: fue el inicio de una relación que, muy pronto, desafiaría trenes, horarios y una pandemia.
“Desde entonces, no hubo domingo que Arthur no cogiera un tren para venir a verme, aunque fuera solo para estar dos horas juntos en mi único día libre”, cuenta la novia. Cuando llegó el confinamiento, siguieron compartiendo cafés, aunque esta vez por videollamada. “Cuando pudimos volver a vernos en persona, no nos volvimos a separar”.
Después de cuatro años de relación, la pedida llegó sin previo aviso. “Él siempre me decía que me pediría matrimonio el día que menos me lo esperase, y así fue”, recuerda Adriana. El lugar elegido fue una playa de Málaga, en el día “más nublado y con más viento de la historia”, según ella, pero eso no impidió que comenzaran una nueva y emocionante etapa. “Así somos nosotros, y claro, dije que sí”.
El 22 de junio de 2024, Adriana y Arthur celebraron su boda en un entorno de cuento. La ceremonia religiosa tuvo lugar en la iglesia de San Andrés Apóstol, en Cubas de la Sagra (Madrid), una construcción histórica con aire tradicional, perfecta para un ‘sí, quiero’ íntimo y emotivo. “Fue muy bonito, muy cercano y muy nuestro”, dice Adriana.
Lo mejor vino después: cruzar la calle para comenzar la celebración. “Hicimos la fiesta en La Casona de Cubas, que está justo en la acera de enfrente de la iglesia, así que todos los invitados pudieron ir caminando”, explica. La cercanía de los espacios facilitó que todo fluyera de forma natural, sin traslados ni interrupciones. El ambiente fue festivo, familiar y muy internacional, con invitados llegados desde diferentes países para acompañar a la pareja.
Una decoración muy personal
A pesar de no contar con wedding planner, la pareja organizó todo con muchísima implicación. “Fue más trabajo, pero cada detalle tenía nuestra esencia”. La decoración colonial del espacio, el catering de Casseroles, la posibilidad de que estuviera Bruno, el labrador de la novia, y la ayuda de Pablo y Celia, responsables de la finca, hicieron que todo saliera perfecto.
La música fue otra de las protagonistas: un grupo de rumba amenizó el cóctel, hubo batucada y DJ. “Literalmente solo paré de bailar durante la cena”, cuenta Adriana. El ambiente fue tan especial como esperaban. “Tener a todos juntos, los de España y los de Brasil, fue lo más emocionante. Era como juntar dos vidas paralelas. Estábamos felices”.
De todo el proceso, Adriana se queda con varias lecciones. “Comprobad que lleváis todo antes de salir de casa”, dice riendo. También insiste en la importancia de la música, de dar un toque personal a la boda y de disfrutar. “Pase lo que pase, es vuestro día, vuestro regalo. Y pasa volando. Por eso hay que bailar, disfrutar, y sobre todo, hacerlo juntos”.