La de Zara Tindall, anteriormente conocida como Zara Philips, fue una de esas bodas memorables repletas de guiños a su familia. Aquel 30 de julio de 2011, hace hoy 14 años, se casó con el jugador de rugby británico Mike Tindall en la iglesia de Canongate, situada en la avenida Royal Mile de Edimburgo, con una ceremonia solemne y emocionante, con una cuidada ejecución, pero alejada de la pomposidad a la que acostumbra la casa real de Reino Unido y sin que fuera televisada. La hija de la princesa Ana escogió el mismo enclave en el que su madre había contraído segundas nupcias con Tim Lawrence, el destino en el que se encuentra la residencia vacacional de su familia. Hoy nos centramos en su look nupcial, repleto de guiños a sus seres queridos y con joyas que cuentan fascinantes historias.
La jinete, sobrina del actual rey Carlos III, escogió una sencilla y tradicional iglesia, alejada de la espectacularidad de la Abadía de Westminster, para dar el ‘sí, quiero’. Era la primera del entorno más cercano a la reina en atreverse a casarse fuera del templo londinense desde que su madre, Ana de Reino Unido, lo hiciera 19 años antes. Esta decisión era toda una declaración de intenciones y auguraba que su estilismo no sería convencional. Y la teoría se confirmó cuando la joven, que entonces tenía 30 años, llegó a las puertas de la ceremonia religiosa (que ofició el reverendo Neil Gardner) con un look favorecedor y estilizado, pero con claras diferencias con el de otras novias de la realeza europea.
Un vestido de novia con corsé
El diseño destacaba por su tirante ancho de tul, su escote cuadrado, su corpiño ajustado —ceñido bajo el pecho—, su cola corta y su corte a la cadera. No llevaba mangas, como sí es habitual entre otras princesas y mujeres de la aristocracia, pero conviene recordar que era pleno verano y que los novios deseaban un enlace algo más íntimo de lo habitual, por ello contaron con 400 invitados (que es un número bajo en comparación con las cifras de más de 700 que resultan comunes en este tipo de celebraciones reales).
El vestido era una creación de Stewart Parvin, firma con sede en Londres y cuyo fundador era uno de los diseñadores de cabecera de la reina Isabel II, abuela de Zara Tindall y quien también ayudó, más tarde, a acondicionar el look nupcial de Beatriz de York que pertenecía a la monarca. Fue la soberana quien propuso a este couturier como candidato a recibir la condecoración de la Real Orden Victoriana, que llegó a otorgarle en marzo de 2016, pues desde que conoció su trabajo en 2007 era una habitual de sus prendas. Volviendo a la pieza ideada para la hija del capitán Mark Phillips, escondía unos bolsillos laterales y estaba confeccionada en satén duquesa de seda, en color marfil, con un corpiño plisado en chevron y una espalda repleta de botones forrados.
Este trabajo no habría sido posible sin una boutique nupcial, ubicada en Londres, que fue el lugar donde novia y diseñador se encontraron y conocieron. De esta forma explicaba el espacio, su papel como intermediario: “La boutique nupcial The White Room ha tenido el placer y el honor de participar en la creación del vestido de novia de Zara Phillips. Zara y el diseñador Stewart Parvin se conocieron a través de The White Room, y las pruebas se realizaron en su exclusiva boutique nupcial, cerca de Zara, en Minchinhampton, en los Cotswolds, muy cerca de Gatcombe Park.
Las propietarias, Rachel Partridge y Lesley Higgins, han tenido una gran afinidad con Stewart Parvin desde que abrió su boutique en septiembre de 2010. Inicialmente, The White Room trabajó con Zara para comprender el look que buscaba y luego contó con la experiencia de Stewart para transformar las ideas en una impresionante alta costura que refleja el estilo contemporáneo y la elegancia de Zara, a la vez que mantiene una elegancia atemporal. De hecho, Stewart se sintió tan inspirado por el proyecto que creó no uno, sino dos vestidos para la novia real, que estamos seguros atesorará para siempre”.
Las calas, protagonistas del ramo de la novia
En el estilismo también llamaron la atención otros accesorios. Empezando por el ramo nupcial, que era una propuesta de uno de los floristas preferidos de la familia real, Paul Thomas, quien desde Londres diseñó un bouquet con calas blancas, follaje de miller dusty y cardos alpinos. Estas últimas son las flores emblemáticas de Escocia y lograron que el resultado contara con un atemporal aire silvestre.
La historia detrás de sus joyas
Otro de los complementos estrella del look de Zara Tindall fueron sus piezas de joyería. A través de estos detalles pudo hacer silenciosos e imponentes homenajes a las mujeres de su familia. Por un lado, los pendientes pertenecían a su madre, la princesa Ana. Eran una creación con marco de diamantes, que contaban con un collar a juego —que también lució en este día— y fueron un regalo de la reina Isabel II y el príncipe Felipe de Edimburgo para su hija, el día que cumplió 18 años.
No obstante, a todas luces, la joya que más brillaba era la tiara que coronaba el look y que acompañaba al voluminoso velo de fino tul de seda y de estilo catedral. Se trataba de una de las joyas más utilizadas por su madre, a la que esta guardaba un cariño especial: la tiara Meandro, una diadema de diamantes, de estilo griego con motivos de madreselva y que, apuntan algunos medios, podría haber sido diseñada por Cartier a principios del siglo XX.
Acompañando el moño bajo, voluminoso y clásico realizado por Evangelos Tsiapkinis de Michael John, estaba esta pieza que perteneció a Alicia de Battenberg, la madre de Felipe de Edimburgo (abuelo de Zara Tindall). Ella se casó con Andrés de Grecia y Dinamarca y como princesa, recibió esta joya, que regaló, a su vez, a Isabel II cuando se casó con su hijo. Más tarde, a los 45 años, le diagnosticaron esquizofrenia, acabó por fundar una orden religiosa de enfermería y vivió sus últimos años en el Palacio de Buckingham, sin grandes bienes que dejar en herencia.
Una famosa joya que pasó de manos para una ocasión especial y que los expertos del momento, como la gemóloga Deborah Papas, de Prestige Pawnbrokers, calificó con las siguientes palabras: “está incrustada con diamantes engastados en un metal precioso blanco, probablemente platino debido a la época en que se fabricó. Se desconoce el valor de la tiara, pero estimo que supera el millón de libras, y si es una pieza de Cartier, podría alcanzar entre 2 y 4 millones de libras (entre 2,3 y 4,6 millones de euros). Un complemento destacado para una boda por amor que sigue inspirando a esas novias que desean un estilismo de princesa, alejado de la visión más clásica.