Fue el 1 de julio de 1995 cuando Marie-Chantal Miller, heredera de una de las mayores fortunas de Estados Unidos y prometida del príncipe Pablo de Grecia, deslumbró al mundo con un vestido de novia que hoy sigue considerándose una obra maestra de la alta costura. La ceremonia se celebró en la catedral ortodoxa de Santa Sofía de Londres, uno de los templos más emblemáticos de la comunidad griega en la capital británica. Unos 1.300 invitados asistieron a la boda, incluyendo representantes de las principales casas reales de Europa, como la reina Sofía de España, el entonces príncipe Felipe o la reina Isabel II.
Fue a su llegada al templo, acompañada por su padre, el magnate Robert Miller, y cuatro minutos antes de la hora a pesar de los contratiempos (el coche que debía recogerlos nunca llegó, pero había otro listo por si surgía cualquier eventualidad), cuando se desveló el secreto mejor guardado, el traje que había diseñado para ella el genio italiano Valentino Garavani.
Un vestido de novia diseñado por Valentino
El vestido, confeccionado en seda de color marfil, tenía una falda voluminosa, tipo tulipán, con bordados en hilos de plata y perlas y una espectacular cola de cuatro metros de largo. El cuerpo, ligeramente encorsetado, presentaba un doble escote. Por un lado, podemos hablar de un acabado palabra de honor; por otro, y gracias al encaje salpicado de flores bordadas, de un favorecedor cuello cisne que funcionaba fenomenal con la manga larga.
Todo el vestido fue realizado a mano en los talleres de Valentino en Roma y requirió el trabajo de 25 costureras durante más de cuatro meses. Un encargo que para el creativo supuso uno de los retos más apasionantes de su carrera, tal y como él mismo confesó en entrevistas posteriores, donde siempre destacó la importancia de mantener un equilibrio entre tradición, majestuosidad y un toque de modernidad que reflejara la personalidad de Marie-Chantal. Una pieza de alta costura que sigue inspirando a las novias de hoy.
La tiara del Corsario, una joya con historia
Para completar su look, Marie-Chantal lució la espectacular tiara del Corsario, una de las joyas más representativas de la familia real griega. Se trata de una pieza que en su origen era un broche de diamantes y perlas de la reina Victoria de Suecia, que acabó heredando Ingrid de Dinamarca, madre de Ana María de Grecia. Fue el regalo de cumpleaños que le hicieron sus padres en agosto de 1964 con motivo de su 18 cumpleaños, justo a tiempo para su boda. Aun así, esa no fue la tiara elegida por la princesa danesa para casarse con el rey Constantino II, pero sí la lucieron sus hijas Alexia y Theodora en más de una ocasión. Y también se la prestó a todas sus nueras, desde Marie-Chantal hasta Chrysi Vardinogiannis, actual mujer del príncipe Nicolás.
El nombre de esta joya ha despertado curiosidad a lo largo de los años, pues no existe un origen completamente confirmado. Se cree que su diseño, con un aire ligero y romántico, pudo haber inspirado la denominación, evocando la estética marinera y las historias de corsarios del siglo XIX. Otros sostienen que el nombre puede estar relacionado con la tradición escandinava de joyas inspiradas en la naturaleza, dado su patrón de hojas de laurel entrelazadas.
Otros detalles del look nupcial
El velo elegido por Marie-Chantal estaba confeccionado en tul de seda finísimo, casi etéreo, y medía más de cuatro metros para poder acompañar la imponente cola del vestido. Se sujetaba cuidadosamente en la parte posterior de la tiara, cayendo de manera fluida y envolvente sobre la silueta de la novia. Estaba rodeado por sencillos bordados y salpicado de mariposas que acentuaban la idea de un estilo romántico, pero con aires modernos, tal como había concebido Valentino.
Muy especial fue también el ramo que eligió la novia. Aunque lo más habitual entre las prometidas de la realeza es optar por composiciones en las que predominan el blanco, ella eligió un pequeño bouquet de rosas de un suave tono rosa. Una elección elegante y atemporal muy imitada en los últimos años.