Hace apenas unas semanas, con motivo de la 80ª Asamblea General de la ONU, vimos pasear a Máxima de Holanda por las calles de Nueva York junto a su hija Amalia, evocando el espíritu cosmopolita de Sex and the City. Entonces, la reina apostó por la sofisticación con estampados y guiños neoyorquinos. Hoy, de vuelta a su rutina institucional en el país, la reina ha elegido la vía contraria: un look clásico y atemporal. Puede parecer que Carrie Bradshaw —el personaje que encarna Sarah Jessica Parker en la icónica serie— ha salido de la monarca al abandonar suelo estadounidense, pero nada más lejos de la realidad: el broche floral con cristales es la prueba de ello.
La cita ha tenido lugar en Houten, donde la soberana ha realizado una visita de trabajo a ADG, un grupo empresarial familiar dedicado a los servicios en los sectores de instalaciones, salud y seguridad. Un acto de carácter técnico, sin grandes alardes ni alfombra roja, pero en el que la reina ha vuelto a demostrar la versatilidad de su estilo. El look ha sido, en apariencia, un compendio de básicos: un top sudadera azul marino de manga larga, ligeramente estructurado, y unos pantalones blancos de traje de corte recto y caída ligera. Ambos son un básico de armario, esas prendas salvavidas que solucionan cualquier look.
Sin embargo, como suele ocurrir con Máxima, el detalle más pequeño ha sido el que ha cambiado el tono de todo el conjunto. Ese detalle ha sido un broche, protagonista absoluto del día. Dos flores, una mayor y otra más pequeña, recubiertas de brillantes de distintos tamaños. Una pieza que ha roto la sobriedad del conjunto sin perder elegancia. Los broches, tan característicos en las casas reales europeas, han sido durante siglos un lenguaje propio: un código silencioso que las reinas utilizan para añadir matices al protocolo. En Máxima, además, son una forma de expresión personal. La reina neerlandesa acostumbra a alternar piezas históricas del joyero real con diseños contemporáneos que renuevan ese legado sin rigidez.
Completaban el look unos zapatos de tacón de ante azul marino y un bolso de mano negro, tipo sobre, con efecto piel de cocodrilo. En cuanto a las joyas, la reina ha lucido unos pendientes lágrima en tonos verdes y azulados que han aportado la única nota de color al conjunto. En sus manos, hemos podido ver un anillo y una pulsera de diamantes. Además, ha optado por una manicura en tono burdeos, un color tendencia este otoño.
Lo más interesante del look de Máxima es que muestra a la perfección la idea de “básicos de armario”. En su vestidor, la reina de los Países Bajos ha sabido encontrar un espacio intermedio entre la teatralidad que la caracteriza —recordemos sus tocados y los volúmenes arquitectónicos— y una elegancia clásica y funcional. Hoy ha optado por esta segunda vía, consciente de que el escenario lo pedía. El azul marino, color institucional por excelencia, transmite autoridad sin rigidez; el blanco, pureza y transparencia. La combinación de ambos, crea una imagen sólida, pero cercana.
En los últimos años, la monarca ha demostrado que el estilo también puede ser una herramienta de empatía. Tras la muerte de su hermana Inés en 2018, un episodio que marcó profundamente a la familia real neerlandesa, Máxima ha volcado gran parte de su agenda en la salud mental y el bienestar emocional de los jóvenes. Hace apenas unos días, en Utrecht, habló sobre la importancia de “adoptar un enfoque positivo” en torno a la salud mental, un tema del que no suele hablarse con tanta apertura en la realeza europea. Ese compromiso emocional también se refleja en sus apariciones públicas.