En su cumpleaños, la artista catalana invita a mirar más allá del eslogan: Motomami fue una época, una estética y una declaración artística que cambió la percepción pública de Rosalía; pero a los 33 años su armario, como su música, demuestra que la identidad de una estrella no se reduce a un subgénero. Este giro no es una renuncia dramática ni una pirueta de marketing, sino la evolución lógica de una figura pública que ha atravesado un periodo de expansión creativa y ahora parece ordenar su archivo visual, rescatando lo útil del choque y convirtiéndolo en repertorio. Un adiós al estilo de 2022 y parte de 2023 que llenó sus looks de códigos nuevos: cuero, actitud motorista, plataformas imposibles y una iconografía deliberadamente polarizante
'Motomami': cuando el alter ego tomó el volante
La era de Motomami no fue únicamente un disco, fue un manifiesto visual, una cartografía estética, “una energía”, en palabras de la propia artista. Rosalía canalizó un aura motorista: chaquetas de cuero, botas con plataformas, botas por encima de la rodilla, medias de rejilla, transparencias y escotes que dividían a la audiencia entre fascinación y escándalo. Metafóricamente, fue como si la Motomami —esa figura de gatillo estético— se hubiera instalado en su cabeza; como si tuviera un trastorno de personalidad múltiple y esta hubiera tomado el control durante 2022. Esa presencia no era tímida: se anunciaba con casco, gafas gigantes y una actitud “de asfalto”.
Las imágenes de la cantante con casco y gafas oscuras fueron icónicas: aquellas gafas parecían pegadas a su cara de la misma manera que en el famoso verso satírico de Francisco de Quevedo, «érase un hombre a una nariz pegado». Una comparación juguetona que resume el grado de simbiosis entre artista y accesorio. Eso, unido a estilismos oversize con toques masculino que mezclaban lo callejero con lo teatral, amplificó la sensación de que Rosalía había convertido su vida en un desfile permanente. Salía a la calle como si cada lunes fuera una pasarela de la semana de la moda de París o Nueva York. Fue una época en la que Rosalía explotó la tensión entre lo agresivo y lo sensual; un alter ego —la Motomami— que dominó el imaginario público.
Momentos para la hemeroteca de la moda
El archivo Motomami está lleno de fotos para recordar: combinaciones imposibles —una camisa blanca impecable, perfecta para la oficina, con pantalones de chándal y sandalias transparentes de plataforma—; o la imagen aparentemente disparatada de una falda de seda vintage con motivos ecuestres combinada con unos zapatos de pelo verde que evocan tanto a Flubber como al mismísimo Grinch. Hubo guiños que recordaban al star system norteamericano: cierta afinidad con el streetwear extremo de amigas como Kylie Jenner se percibía en la desvergüenza y en la mezcla de sensualidad y calle.
¿Qué ha pasado en 2025?
El giro no llegó de la noche a la mañana. La metamorfosis ha sido gradual. Piezas como las gafas oscuras permanecen —quizá porque su carrera y su vida son tan deslumbrantes que es necesario protegerse—, pero ahora se combinan con prendas que apelan a una elegancia más clásica. Menos transparencias, más metros de tela; el negro sigue siendo su compañero fiel, pero el blanco aparece con frecuencia, cargado de simbolismo (un detalle que algunos han interpretado como “guardar prendas para un gran día” y que, tras el compromiso frustrado, ella ha llevado con otra lectura: vestir blanco como acto de reconstrucción). No podemos olvidarnos de su look vintage en Nueva York, un guiño a Carrie Bradshaw y a Sexo en Nueva York.
La Rosalía actual se acerca más a la mujer francesa del siglo XXI: gabardinas, bailarinas (también en versión metalizada), chaquetas finas de punto —esas “rebecas” de la abuela— y faldas largas. En la alfombra roja, su look vira hacia lo romántico y femenino; cuando opta por negro, lo hace desde la sofisticación y la sastrería, no desde el choque. Al mismo tiempo, conserva su habilidad para reutilizar códigos Motomami cuando la narrativa lo requiere: una bota larga aquí, un corsé allá, y el efecto es diferente porque ahora forma parte de un vocabulario mayor. También existen causas más prácticas: la artista ha ampliado su papel como embajadora y musa de casas de alta costura, un lugar donde la versatilidad y la sofisticación pesan más que el atrevimiento.
Un movimiento de madurez performativa
Cumplir 33 no borra el motor que impulsó Motomami; lo coloca en su sitio dentro de una carrera que ya ha demostrado que puede mutar sin perder coherencia. La Rosalía actual parece menos interesada en personificar un solo mito visual y más en construir una biblioteca estilística: capaz de convocar la moto, el corsé o la gabardina según el capítulo que necesite contar. Y eso es, en moda y en música, una ventaja estratégica: ser imprevisible pero reconocible.