A poco más de media hora de Sevilla, en una finca agraria y ganadera de la campiña del Guadalquivir, se encuentra el castillo de la Monclova, que desde el siglo XVI pertenece a una de las casas nobiliarias más antiguas de nuestro país: los duques del Infantado y marqueses de Ariza.
Detrás de este título concedido por los Reyes Católicos está la familia Arteaga, volcada en la conservación de un tesoro nacional, parcialmente abierto al público para visitas y eventos por su valor histórico. Orgullosa de este pedacito de legado familiar, Almudena de Arteaga Anchústegui, marquesa de Santillana, nos muestra la parte privada de la propiedad, en la que tan buenos ratos ha pasado.
Con ella recorremos sus preciosos jardines, su majestuoso patio andaluz y unas estancias señoriales cargadas de historia, e incluso se calza las botas para enseñarnos a varear los olivos de los que extraen cuatro variedades de aceite: koroneiki, arbequina, hojiblanca y frantoio. Cada Navidad, la aristócrata escapa del ajetreo de Madrid, donde trabaja y reside junto a su marido y sus tres hijos, y deja olvidado el móvil en algún rincón sin cobertura.
Duerme bien, come mejor y se recupera de cada año que deja atrás paseando junto a los suyos por el campo, montando a caballo, jugando partidas de continental y mus, tomando el aperitivo al sol del invierno, o acurrucándose junto a la chimenea.
Entre muebles y retratos de época, hablamos con la hija de José Luis Anchústegui y Lluria y Almudena de Arteaga y del Alcázar, actual duquesa del Infantado y reputada escritora de novela histórica, sobre este sitio de interés cultural y recreo.
¿Cómo llegó la Monclova a vuestra familia?
Se tiene constancia de que en este enclave, ya en el 42 a.C., existía una fortaleza romana que, durante la época musulmana y la reconquista, tuvo un gran valor estratégico por su situación entre Sevilla y Córdoba. Pero no fue hasta el siglo XVI que estas tierras cayeron en manos del poeta Garcilaso de la Vega, emparentado con el marqués de Santillana por su matrimonio con Leonorde la Vega. Hoy, mi tío Iván de Arteaga, marqués de Ariza, es el garante de este patrimonio que forma parte de nuestra infancia.
¿Cómo es tener la oportunidad de vivir en un sitio con tanto pasado? ¿Se siente su peso?
Solo por la responsabilidad que conlleva mantenerlo como antes lo hicieron otros, pero cada vez que cruzamos los arcos de la entrada nos envuelven los recuerdos felices. Para nosotros este lugar significa familia.
“Mi tío, el marqués de Ariza, es el garante de este patrimonio histórico que forma parte de nuestra infancia”
¿Y qué papel ha jugado en ella?
Monclova ha tenido épocas menos lustrosas. El castillo que veis ahora estaba muy deteriorado. En 1910, mi tatarabuelo Joaquín de Arteaga, antiguo duque del Infantado, lo reconstruyó, embelleciéndolo con restos del convento de la Merced de Lorca, columnas romanas de Córdoba y otros elementos artísticos traídos de Italia y de distintas zonas de España. Después de él, cada generación se ha esforzado por preservarlo.
¿Vienes a menudo?
Sobre todo en Navidad. De pequeña, cuando mi bisabuelo aún vivía, éramos tantos que, a pesar de tener un comedor grande, hacíamos dos turnos para el almuerzo y las cenas. A todos los niños nos llamaban tocando la campana del campanario para que fuéramos corriendo desde donde estuviéramos jugando. Hoy seguimos reuniéndonos casi 30 personas. Mis hijos saben que esto es una suerte, y espero que pasar tiempo con sus primos sea un recuerdo que guarden para siempre.
Hablando de memoria familiar, ¿cómo transmitís la de vuestro linaje?
Custodiamos un archivo histórico con un valor patrimonial incalculable que es fundamental para entender la historia de España: de cartas manuscritas de Isabel la Católica a legajos y poemas del marqués de Santillana que van desde la Edad Media hasta el siglo XX.
“En 1910 mi tatarabuelo Joaquín de Arteaga, antiguo duque del Infantado, reconstruyó y embelleció el castillo”
Y en este contexto, ¿qué significa para ti ser marquesa de Santillana?
Mis padres son los culpables de mi pasión insaciable por la historia, la cual empezó como un pasatiempo, escuchando sus divertidas anécdotas, y se convirtió en una responsabilidad, al representar a quienes represento. Entiendo que no podré ser un personaje tan célebre como lo fueran mis antepasados, pero al menos quiero ayudar a transmitir lo que hicieron por España.
La producción agraria y ganadera es un recurso crucial para vosotros. ¿Qué encarna para ti el campo andaluz?
Es sinónimo de descanso y tiempo en familia. Pero Monclova no es solo un refugio, sino también una explotación agrícola y ganadera. Aquí aprendí a montar a caballo, a tirar al plato, a jugar a las cartas, a cosechar, a distinguir los diferentes tipos de olivos que hay y a varearlos a mano de la forma clásica... Y podría seguir durante horas.
¿Y qué te gustaría que la gente supiera del entorno rural que, a menudo, se pasa por alto?
La importancia del campo en la economía, cultura e identidad de nuestro país. El aceite andaluz es reconocido mundialmente, pero el sector necesita propuestas presupuestarias que lo apoyen.
“Para mí el campo andaluz es sinónimo de descanso y tiempo en familia. Aquí aprendí a montar a caballo, a tirar al plato o a varear los olivos de la forma clásica”
De hecho, el castillo está rodeado por un maravilloso olivar. ¿Producís vuestro propio aceite?
-Sí, se cosecha desde 1398. Fue mi bisabuelo el que empezó a plantarlo de la forma más moderna posible para su época, luego mi abuelo hizo lo propio en intensivo y, a día de hoy, mi tío cultiva estas tierras en superintensivo para poder emplear cabalgadoras e instalar regadíos. Hacemos la trazabilidad, la almazara y el envasado en Monclova con variedades tales como koroneiki, arbequina, hojiblanca y frantoio.
¿Cuál es tu momento preferido de todo el proceso?
Es impresionante observar cómo caen todas las aceitunas en la lona y, acto seguido, se meten en los camiones que van a la almazara. A los niños les encanta verlo y ayudar a empujarlas cuando la tolva se atasca. Es algo que les hipnotiza. A veces hay que recordarles que es la hora de comer porque pierden la noción del tiempo.
“El olivar se cosecha desde 1398. Hacemos la trazabilidad, la almazara y el envasado de nuestro propio aceite”
La Monclova no es el único castillo que forma parte de vuestro patrimonio, también el de Manzanares el Real. Háblanos del proyecto de recuperación en el que estáis inmersos.
Es una iniciativa apasionante en la que están trabajando mi tío Iván y mi hermana Teresa y, como no podía ser de otra manera, mi madre les ayuda aportando su conocimiento. En este caso está en la sierra de Madrid, en las faldas de la Pedriza del Manzanares, lindando con el embalse de Santillana, construido por mi tatarabuelo. Al igual que Monclova, se localiza en un paraje único que estamos deseando compartir.
Larga tradición
Para un interiorismo palaciego con un punto rústico, apuesta por lo clásico, utiliza materiales nobles, recupera piezas de distintas épocas e introduce guiños a la artesanía que se integren con naturalidad y reflejen el orgullo porel campo y sus oficios.




































