En lo más alto de unas colinas, conocidas como B, y completamente rodeada de viñedos, se alza La Sauvageonne, la casa donde el famoso bodeguero francés Gérard Bertrand y su familia encuentran la paz incluso en tiempos de vendimia. Y es que, aunque se trate de su refugio de fin de semana y vacaciones, allí también hacen vino. Uno, además, de los más especiales para la familia. “Todo comenzó con mi abuela Paule, una mujer admirable, nacida el 1 de enero de 1900. Fue ella quien, en 1920, adquirió las primeras viñas”, cuenta Gérard. Su padre, Georges, continuó su labor desarrollando los viñedos de Villemajou, hoy el corazón de la conocida bodega, y él no tardó en entrar en el negocio familiar: a los diez años, participó en su primera vendimia y hoy, tras más de cincuenta cosechas, sigue sintiendo la misma emoción cuando se acerca el momento.
Su historia, sin embargo, da para todo un libro. De joven, además de bodeguero, fue un conocido jugador de rugby. “Durante cinco años, llevé esas dos vidas en paralelo. Era capitán del Stade Français y también jugaba en la selección. A los 30 años llegó un momento, eso sí, en el que tuve que elegir. Y ahí fue cuando pasé del universo de los estadios al de las bodegas, con la misma intensidad, la misma disciplina y las mismas ganas de dar lo mejor de mí”, sigue él.
“Quise trabajar mano a mano con la naturaleza, y no contra ella. La biodinámica, más que una técnica, es sobre todo una filosofía” - Gérard
Desde entonces, su visión ha sido tan innovadora como fiel a sus raíces. Quizá influido por su esposa, la naturópata Ingrid Bertrand —que fundó, hace poco más de un año, su propio centro de bienestar, Maison Yutori, en la cercana ciudad de Narbona—, apostó desde mucho antes de que fuese tendencia por la agricultura biodinámica, en la que se evita el uso de químicos y se respetan los tiempos de la naturaleza. “Siempre quise trabajar mano a mano con la naturaleza y no contra ella. La biodinámica, más que una técnica, es sobre todo una filosofía”, resume él. Y su manera de entender el vino lo ha llevado a colaborar con personalidades como Jon Bon Jovi, que le eligió para desarrollar su propio vino, y a firmar los que se sirven en el Elíseo durante importantes cenas de Estado. Todo un orgullo para la familia.
En La Sauvageonne, la pasión por la naturaleza se extiende más allá del viñedo. Ingrid lo expresa con naturalidad: “Un suelo vivo da un vino vivo, como un microbioma equilibrado que aporta energía al ser humano”. Para ella, vivir en un entorno así es un privilegio y una responsabilidad, y se encarga junto a su marido de que en la casa, a la que se escapan siempre que pueden desde la cercana Corbières, donde residen habitualmente, nunca falten alimentos cultivados en el propio viñedo y siguiendo los mismos preceptos: tomates, higos, acelgas, berenjenas…
La casa, como no podría ser de otro modo para ellos, está pensada para ser disfrutada con amigos. Tanto dentro como fuera, cuenta con amplios comedores con vistas al inmenso viñedo —cuya mejor perspectiva es desde la espectacular infinity pool de la terraza—, y la cocina, abierta al comedor exterior, es un auténtico lugar de encuentro, con azulejos artesanales y tradicionales de la zona, que reflejan el peculiar color rojizo de la tierra de esas colinas. La sobriedad convive en toda la vivienda con detalles que hablan, como sus vinos, del terroir: desde el cavernoso pasillo con techos pintados en ocre a las paredes de piedra vista o mesas de madera reutilizada. La juventud de sus dos hijos, Emma y Mathias, también se deja sentir a través de modernos detalles, como altavoces de última generación o sorprendentes lámparas Delight de Ingo Maurer.
Emma, llena de energía, es la encargada de acercar la bodega a las nuevas generaciones. “Creo que las nuevas generaciones buscan ante todo experiencias, emociones y sentido. Mi papel es abrirles las puertas de un universo en el que el vino no sea solo un producto, sino una historia, un arte de vivir”. Su frescura y vitalidad se traducen en proyectos que combinan música, gastronomía, arte y bienestar en las diferentes fincas familiares por todo el Languedoc, como el Château l’Hospitalet Wine resort, Beach Club & Spa, donde los distintos vinos de la bodega se degustan a ritmo de DJs y con los pies en la arena. “Quiero hablar a los jóvenes de otra manera, con códigos que les resulten familiares”.
Mathias, de momento, estudia para dedicarse a las energías renovables, influenciado por la pasión de sus padres por la tierra y su preservación para las siguientes generaciones.
Ambos conservan un sinfín de recuerdos en La Sauvageonne. “Cada verano, alrededor del 15 de agosto, nos reunimos aquí toda la familia y de noche salimos a mirar las estrellas. Aquí el cielo es infinito, no hay contaminación lumínica y parece que puedas tocar la Vía Láctea con los dedos”, cuenta Emma. Allí mismo también se adentraron en el universo familiar: “Todos los domingos, en torno a la comida en familia, probábamos un vino. Primero una gota, luego un sorbo y, más tarde, una copa. Mi padre quería que nos familiarizáramos no solo con los sabores, sino también con la energía del vino”, sigue Emma. Y así, entre conversaciones y paseos entre viñas, se dibuja la esencia de esta familia: profundamente vinculada a la tierra, con gran respeto hacia la naturaleza y una convicción compartida de que el vino es, ante todo, un estilo de vida.
Tiempo de vendimia
Desde los perfectos útiles para vendimiar -ahora que estamos en temporada- a los diseños más inspiradores para disfrutar del resultado, nos dejamos seducir por la estética campestre y evocadora de las bodegas.