Recordamos la boda de Jean-Christophe Napoleón: el ‘sí, quiero’ que unió a dos de las dinastías más legendarias de Europa

Él es descendiente de Napoleón Bonaparte. Ella, Olympia von und zu Arco-Zinneberg, de su segunda esposa, María Luisa de Austria. Y el suyo fue un enlace que hizo revivir a Francia su esplendor pasado

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Fue uno de los personajes más fascinantes de la Historia, y aun habiendo transcurrido más de dos siglos de su muerte, su figura continúa generando controversia y admiración a partes iguales. Con su nueva película, el director Ridley Scott ha vuelto a traer a Napoleón Bonaparte a la actualidad, y, con él, a su actual ‘heredero’, Jean-Christophe Napoleón.

El príncipe, de 37 años -quien no faltó al estreno del film- está hoy al frente de esta dinastía fundada por Napoleón I en 1804. Él es el aspirante al extinto trono imperial de Francia -es sobrino tataranieto del emperador francés-, un papel que asumió cuando apenas era un niño -contaba once años cuando su abuelo, Luis, le designó como sucesor en su testamento-.

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Jean-Christophe Napoleón y Olympia von und zu Arco-Xinneberg en el estreno de la película dirigida por Ridley Scott©GettyImages
Jean-Christophe Napoleón y Olympia von und zu Arco-Xinneberg en el estreno de la película dirigida por Ridley Scott

Un capricho del destino

Como él mismo contó a Point du vue, la primera vez que descubrió a Napoleón como figura histórica “debía tener 5 o 6 años, en una misa en Los Inválidos”. “También hay recuerdos escolares”, reconocía. “Desde el jardín de infancia, cuando la gente me preguntaba cómo me llamaba y yo respondía Jean-Christophe Napoleón, mi nombre despertaba reacciones y curiosidad entre mis compañeros”.

Aunque su imperio es muy distinto al de su conocido antepasado -su universo es el de las finanzas-, hace cuatro años, su boda con Olympia von und zu Arco-Xinneberg devolvió a Francia el esplendor del pasado.

Con su ‘sí, quiero’, el país galo revivió su propia historia. La novia es bisnieta del último emperador de Austria y tatarasobrina nieta de la archiduquesa María Luisa de Austria, la segunda esposa de Napoleón Bonaparte.

Aquel fue un matrimonio ‘estratégico’. Su enlace aspiraba a sellar la paz entre dos imperios enfrentados -Francia y Austria-, y Napoleón esperaba, además, tener un heredero de sangre real.

Jean-Christophe y Olympia, en cambio, unían sus destinos por amor –“Cuando conocí a Olympia, me zambullí en sus ojos y no en su árbol genealógico”, aseguró el príncipe-, y con la realeza europea -desde Pablo de Grecia a Beatriz de York- como testigo.

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Todo un guiño a la historia

“Después de conocernos, nos reímos al descubrir esta coincidencia histórica”, explicó Jean-Christophe a la prensa francesa. Pero no cabe duda de que su boda fue todo un guiño a la historia de Francia. Tanto, que incluso el escenario elegido para su unión, la catedral de San Luis de los Inválidos, en París, fue el mismo donde se casaron Napoleón y María Luisa de Austria, y donde descansan los restos del emperador.

Jean-Christophe llegó al templo del brazo de su madre, Beatriz de Borbón-Dos Sicilias, mientras que Olympia lo hizo junto a su padre, el conde Riprand von und zu Arco-Zinneberg.

La novia escogió para la ocasión un vestido digno de una emperatriz, un fabuloso diseño de Óscar de la Renta, de seda blanca, con escote corazón y bajo asimétrico, incrustado de guipur en forma de ramas y hojas de helecho en tono marfil sore un tejido de red. Tal y como contábamos en ¡HOLA!, la firma realizó además una capa a medida del mismo tejido para que Olympia pudiera cubrirse los hombros en la celebración religiosa. Se necesitaron diez modistas y 1400 horas de trabajo para realizar el bordado. La firma también creó el largo velo con las mismas hojas blancas del vestido, sujetado por una fabulosa tiara bandeau de diamantes, una joya histórica de los Habsburgo.

Para completar su look, llevó unos pendientes largos en forma de lágrima, a juego con la tiara, y en su mano derecha el anillo de compromiso que le regaló Jean-Christophe. Una pieza que, además, escondía un detalle ‘español’, dado que el diamante principal, de cuarenta quilates, perteneció a la emperatriz Eugenia de Montijo, tatarabuela del novio.

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Tras la ceremonia, Jean-Christophe y Olympia se subieron a un Citroën Tiburón vintage que condujo el novio hasta el castillo de Fontainebleau, situado a las afueras de París. Los recién casados ofrecieron una cena de gala en otro escenario que también fue especial para Napoleón Bonaparte: allí fue donde se autoproclamó emperador, y donde firmó su abdicación antes de irse al exilio en la isla de Santa Helena.

El broche de oro a una boda que, como dijo el príncipe, era el “fruto de la reconciliación y la construcción europea”. La unión de dos de las dinastías más legendarias del continente europeo.


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