Verano

Consejos para evitar los riesgos para la salud propios de las piscinas

El cloro es uno de los responsables de que nuestra piel presente un aspecto áspero o de que nos piquen los ojos después de haber pasado unas horas en la piscina. Pero no el único factor que puede poner en riesgo nuestra salud. Te contamos qué riesgos comportan las piscinas a nivel de salud para poder evitarlos

Por hola.com

Una de las opciones de ocio más apetecibles en verano es la piscina. A ella acuden personas de todas las edades y con cualquier tipo de condicionante físico o mental: bebés recién nacidos, embarazadas, personas con discapacidad, población de avanzada edad… Aunque la gran mayoría de los usuarios encuentra en las altas temperaturas o en la necesidad de disfrutar de unos minutos de relajación y de sombra la excusa perfecta para visitar estos espacios acuáticos, lo cierto es que la piscina permite llevar a cabo una actividad física muy beneficiosa para la salud.

Estos beneficios no se limitan al mantenimiento del tono muscular, al aumento de la flexibilidad o a la mejora de la capacidad pulmonar y cardíaca. La natación estimula las capacidades motrices y cognitivas del cuerpo humano: la fuerza, el equilibrio, la velocidad de reacción… También contribuye a mejorar la autoestima, el humor o a prevenir trastornos como la depresión o el estrés. En el caso de los más pequeños de la casa, el baño se considera un ejercicio excelente, pues mejora la independencia, la autoestima, favorece el desarrollo social y psicológico del niño, mejora la potencia y la coordinación muscular y abre el apetito.

Sin embargo, las piscinas comportan algunos riesgos para la salud. Virus, parásitos, hongos o infecciones amenazan la salud de quienes buscan disfrutar de un día al aire libre. Los usuarios de la piscina “aportan” gérmenes que quedan en el agua y las altas temperaturas se encargarán de que sea más fácil que estos se reproduzcan y contagien a aquellas personas cuya inmunidad sistémica y local se encuentre debilitada. Ducharse antes de meterse en el agua contribuiría a eliminar el traslado de gérmenes a la zona de baño evitando contagiar a otras personas, pero no todo el mundo cumple con esta responsabilidad. Por tanto, tener en cuenta determinadas medidas de prevención e higiene evitará que un soleado día de piscina se convierta en una pesadilla.

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Quemaduras solares y conjuntivitis actínica en las piscinas

Las quemaduras solares se manifiestan por enrojecimiento, sensación de quemazón o dolor, descamación o formación de ampollas en la piel. Es importante evitar la exposición solar directa durante las horas de mayor radiación, es decir, entre las 12 del mediodía y las cuatro de la tarde, sobre todo de los niños menores de un año. Además, es importante utilizar una crema de protección solar con un factor de protección (SPF) de 30 o superior. Sus consejos de utilización son bien conocidos: aplicarla sobre la piel seca treinta minutos antes de la exposición, extenderla por todo el cuerpo, y repetir su aplicación cada dos horas, sobre todo si el niño se ha mojado.

Los ojos no solo sufren los efectos del cloro. El sol puede convertirse en un gran enemigo de nuestra salud ocular. Los rayos ultravioleta provocan conjuntivitis actínica, es decir, una inflamación del ojo contraída de una exposición prolongada a los rayos actínicos (ultravioleta). Existe un complemento en el que no solemos reparar y que tiene una importancia vital para nuestra salud cuando nos exponemos a las radiaciones solares: las gafas de sol.

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Conjuntivitis irritativa debido al cloro de las piscinas

El contacto de los ojos con el cloro del agua puede producir conjuntivitis irritativa y poner en riesgo la integridad del epitelio corneal. Y es que, el cloro, que se utiliza como agente antibacteriano, produce una irritación química de la conjuntiva, de ahí que sea recomendable el uso de gafas de buceo o natación. Los oftalmólogos señalan que en verano se incrementan las “conjuntivitis de piscina” un 20 %, con enrojecimiento de los ojos, escozor, sensación de arenilla y cuerpo extraño, hipersensibilidad a la luz (fotofobia) y lagrimeo. Los expertos recomiendan evitarla intentando no compartir toallas y utilizando gafas de buceo.

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Otitis externas debido a la presencia de gérmenes en el agua de las piscinas

Uno de los motivos de consulta más frecuentes del verano en las consultas y las urgencias son las otitis externas. Estas se producen por la infección por gérmenes que proliferan en el agua de las piscinas, parques acuáticos, áreas recreativas acuáticas, etc. Estas otitis no suelen acompañarse de fiebre, de tos o de mocos, síntomas típicos de la otitis del invierno, que a veces se presenta con secreción purulenta o mucosa que sale del oído. Esta patología se observa especialmente en las personas buceadoras y se caracteriza por dolor intenso del pabellón auricular, generalmente al tocar o movilizar la oreja para poner o sacar una camiseta, o al apoyarse para dormir.

El tratamiento consiste en evitar la causa y en la aplicación de unas gotas con antibiótico en el conducto del oído. El problema se cura en pocos días. Para evitar las otitis de verano es muy importante dosificar el tiempo de baño dando margen a que se sequen los conductos del oído. Los expertos recomiendan, incluso, proteger los oídos con tapones de silicona que impidan la entrada de agua.

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Hongos en los pies

En verano son muy frecuentas los casos de tiña del pie (hongos en los pies o pie de atleta) por el mayor uso de las instalaciones acuáticas y porque las condiciones ambientales (calor, humedad por sudoración) favorecen la proliferación de los hongos. Se manifiestan por la aparición de picor, enrojecimiento y fisuras entre los dedos de los pies. Este problema suele tratarse con medicamentos antifúngicos, en crema o en comprimidos, según la extensión de la infección. El riesgo de contagio por hongos puede prevenirse utilizando siempre sandalias, lavándose bien los pies tras el uso de estos espacios, secándolos bien y aplicando polvo desodorante, que elimina el exceso de humedad.

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Cistitis debido a la humedad del bañador

En el caso de las mujeres, los gérmenes presentes en el agua de las piscinas efectuarían su entrada al organismo a través de la vagina, llegando a la uretra y a la vejiga. Esto producirá la temida cistitis, es decir, una infección urinaria cuyos síntomas más habituales son las ganas constantes de orinar y el escozor al terminar la micción. La humedad de los bañadores o el agua fría favorecen su aparición porque producen cambios en la flora vaginal y la zona queda desprotegida.

Para evitar que la cistitis nos amargue las vacaciones, los urólogos aconsejan tomar medidas de prevención: beber mucho líquido, cambiar el bañador mojado por uno seco, evitar el estreñimiento, no extremar la higiene porque los lavados continuos arrastran germenes malos pero también los buenos, limpiar la zona siempre de delante hacia atrás y orinar siempre después de haber mantenido una relación sexual. Un buen aliado frente a las infecciones de orina es el arándano rojo por su contenido en proantocianidina tipo A.

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"Corte de digestión" en las piscinas

El mal llamado “corte de digestión” también es más frecuente en verano. Se produce debido a una reacción brusca, hayamos ingerido alimentos o no, entre la temperatura del cuerpo y el agua fría de la piscina al meternos de golpe en ella. Nuestro cuerpo reacciona con cambios en la frecuencia del corazón, en la tensión arterial, en la distribución de la sangre, etc. pudiendo llegar a producir una pérdida de conocimiento y/o una parada cardiaca. A esta reacción se le denomina hidrocución. Evitar esta complicación es tan sencillo como hacer comidas ligeras si nos vamos a meter al agua después de comer, evitar el ejercicio físico intenso antes de entrar en contacto con el agua y bajar la temperatura corporal poco a poco: refrescar brazos, piernas, cuello y luego el resto del cuerpo.

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