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Quizá en un momento de gran intensidad emocional has llegado a pensar (o incluso a verbalizar) ese sentimiento: ‘Le odio’. Un sentimiento causado por la animadversión hacia alguien. “El odio es una emoción altamente intensa que se da como respuesta ante un tipo determinado de estímulos. El ser humano odia cuando en la mayoría de los casos siente un ataque directo o agresión hacia su persona o cuando han sido vulnerados sus derechos y violada su integridad física, psicológica y espiritual”, nos cuenta la psicóloga y coach ejecutivo Pilar Guerra Escudero.

 

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Enemigo de la empatía

“El odio, compañero desde el origen del individuo, es la emoción que se resalta en las relaciones personales en las que se suceden maltratos, desde el más sutil hasta el más perverso, llegando a ser el motor principal de catástrofes humanas como el terrorismo y los genocidios. Cuando odiamos activamos un circuito neuronal cerebral que tiene que ver con una emoción destructiva hacia nosotros y hacia el objeto de desprecio. El odio, enemigo de la empatía, accede a sacar nuestro lado más oscuro con el fin de desear el peor de los deseos para otras personas o grupos de ellas de manera extrema. Conceptos como las razas, las ideas políticas, la religión y las relaciones amorosas activan este sentimiento con el fin de que el ser humano pueda desatar sus emociones más dañinas”, nos cuenta la experta.

 

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Así reacciona nuestro cerebro

La psicóloga cita una investigación del University College of London, que concluyó que cuando odiamos a alguien, en nuestra mente se activa un circuito que bajo ningún aspecto se registra con otros sentimientos como el amor o el miedo. “Parece ser que cuando se odia se estimulan zonas de la corteza cerebral asociadas con el comportamiento de la acción hacia la agresividad. De la misma manera se estimulan áreas que tienen que ver con poder llegar a predecir las acciones y movimientos de los demás, por lo que la probabilidad de querer hacer daño al otro y conseguirlo es alta. Quien odia, concluye este estudio, está muy alerta ante su adversario”, nos detalla.

 

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Del amor al odio…

No podemos olvidar, además, que tanto en el amor como en el odio uno se adentra en un tipo de relación muy intensa. “Ambos sentimientos están muy relacionados, lo que podría explicar el porqué podemos pasar del amor al odio en muy poco tiempo. La persona a la que antes amábamos ha podido generar un cambio en su conducta: una infidelidad, un maltrato una estafa, un acoso… De tal manera que al convertirse en enemigo podemos llegar a odiarle con la misma intensidad con la que antes hubiésemos dado la vida por él”, remarca.

 

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Diferencia entre la ira, la agresividad y el odio

Pilar Guerra nos explica que mientras que la emoción de ira o agresividad son mecanismos de supervivencia necesarios para una finalidad determinada, odiar en sí no tiene una base o finalidad para el efecto de sobrevivir. “Expertos en el tema sostienen que el odio es una emoción que se va construyendo y desarrollando de manera cultural. Odiar, por lo tanto, nos sirve para alertarnos, atacar, evitar o destruir todo aquello que interpretamos que pueda ser amenazante para nuestra tranquila supervivencia. El odio no es un instinto primario. Un estudio revela que la maldad relacionada con odiar solo aparece en el ser humano cuando éste es consciente de esta emoción. También está relacionado con la emoción de rechazo hacia otros”, remarca.

 

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Por qué odiamos desde un punto de vista psicológico

Quien más quien menos ha podido experimentar esta sensación en un momento dado. “El que se sienta libre de odio que tire la primera piedra. Todo ser humano ha de admitir que ha podido sentir odio en algún momento determinado. Más que odio pudiésemos decir que hemos pasado por grandes enfados elevados a la máxima potencia”, detalla la psicóloga que añade que, eso sí, afortunadamente este sentimiento extremo va bajando en intensidad, frecuencia y duración a medida que el tiempo va dándonos tregua para que podamos elaborar nuestras frustraciones cuando las cosas no salen como a nosotros nos gustaría que saliesen.

“Sin embargo, mantener un estado de odio constante contamina el alma, envenena al estado de ánimo, convirtiéndonos en seres agresivos y altamente desconfiados”, señala.

 

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Odiar sin conocer

Lo cierto es que el odio es una emoción social que emerge como manera de reacción ante la injusticia, la vergüenza o el desprecio hacia alguien humano o incluso hacia algo en forma de objeto. El odio no solo va dirigido hacia aquel o aquello que nos amenaza. “El gran problema surge cuando se odia algo o alguien que ni tan siquiera conocemos. El racismo, el clasicismo, la homofobia o la misoginia son un ejemplo claro de odio llevado al extremo, a grupos sociales. Parece ser que en estos casos el odio colectivo de personas viene dado como consecuencia de razones muy profundas y patológicas”, detalla.

 

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La influencia de prejuicios y estereotipos

Así, es paradójico interpretar sin datos objetivos lo que las personas creemos que son. "En los genocidios, por ejemplo, se llegaba a tales extremos de rechazo a consecuencia de los prejuicios y estereotipos. Los líderes de genocidios no odiaban por lo que las personas eran, sino por como ellos creían que estas personas eran, no por lo que estas personas pudiesen hacer. Daba lo mismo a lo que se dedicasen, lo que pensaran, sus valores o sus costumbres, lo que les importaba a los líderes del odio era lo que ellos interpretaban, los juicios que emitían de esos grupos de seres humanos", comenta la experta.

 

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Reacción a una amenaza

“El odio tiene que ver con que el cerebro humano tiene programada una alerta para detectar todos aquellos estímulos que interpretamos como amenazas. Parece ser que estudios demuestran que lo que es diferente a nosotros es peligroso, de tal manera que se activa el mecanismo de alerta y con esta la acción de defendernos, llegando incluso a rechazar. Se odia, pues, a lo que nos supera”, considera la experta.

Pilar Guerra no quiere pasar por alto otro aspecto importante: el odio, además, también se aprende dependiendo de la familia en la que hayamos nacido y la sociedad cultural a la que pertenezcamos. “Vemos todas aquellas muestras que denoten odio. El aprendizaje se da por imitación: todo lo que observamos lo repetimos. Aun así, afortunadamente, hay muchos que aprendemos por oposición a lo que nos han enseñado. Tener la habilidad de discernir hace que muchos seres humanos podamos elegir entre odiar o simplemente desarrollar otras muchas emociones que tengan que ver con la armonía y la estabilidad”, concluye.

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