Cada año cometemos el mismo error. O, por decirlo de una manera más suave, nos entusiasmamos demasiado a la hora de elaborar nuestra lista de buenos propósitos. Comenzamos, casi siempre, con el objetivo de ir al gimnasio varias veces por semana, leer tantos libros, ver más a nuestros amigos, etc. Y, al cabo de poco tiempo, abandonamos y nos sentimos culpables. ¿Qué hay que hacer para lograr aquello que nos proponemos? La constancia es vital. Pero para que seamos constantes debemos tener muy claros los consejos de Pedro Neira, responsable del Departamento de Psicología en Clínica López Ibor
¿Por qué confundimos constancia con disciplina rígida?
Porque durante mucho tiempo se ha transmitido la idea de que cambiar implica “forzarse” y que la falta de rigidez es sinónimo de debilidad. Desde la psicología clínica vemos justo lo contrario: la disciplina rígida suele sostenerse desde la autoexigencia y el miedo al fallo, lo que genera desgaste emocional.
La constancia real no consiste en apretar los dientes, sino en seguir presentes incluso cuando no podemos hacerlo perfecto. Es una capacidad de continuidad flexible, no una demostración de fuerza.
¿Qué dice la neurociencia sobre cómo se construye la constancia?
La neurociencia muestra que la constancia se construye cuando un comportamiento deja de depender del esfuerzo consciente y pasa a formar parte de los circuitos automáticos del cerebro. Estos circuitos aprenden por repetición, simplicidad y refuerzo, no por castigo ni presión.
Por eso, cuanto más fácil y predecible es un hábito, más probabilidades tiene de mantenerse. El cerebro busca ahorrar energía, no superarse cada día.
¿Por qué la fuerza de voluntad no es suficiente para mantener hábitos?
Porque la fuerza de voluntad fluctúa. Está muy condicionada por el nivel de estrés, el cansancio, el estado emocional y el contexto vital. Pretender que un hábito dependa solo de “tener ganas” es poco realista.
En clínica vemos que las personas más constantes no son las más motivadas, sino las que diseñan su entorno para que el hábito ocurra incluso cuando no apetece: horarios claros, expectativas bajas y rutinas adaptadas a la vida real.
En Navidad, cuando se rompen rutinas, ¿cómo se puede cuidar la constancia sin obsesionarse?
Asumiendo que las rutinas se van a flexibilizar y que eso forma parte de la vida. La clave no es mantener todo igual, sino definir qué es lo mínimo suficiente.
En lugar de pensar “ya no hago nada”, conviene preguntarse “¿qué versión pequeña puedo sostener estos días?”. Esa actitud reduce la culpa y evita el abandono completo, que es lo que realmente rompe la constancia.
¿Qué papel juegan las emociones en el abandono de hábitos saludables?
Un papel decisivo. Muchas personas abandonan hábitos no porque no puedan, sino porque se sienten mal consigo mismas al no cumplirlos como esperaban. La culpa, la frustración y la autoexigencia excesiva generan rechazo hacia el propio hábito.
Cuando un comportamiento se asocia a malestar emocional, el cerebro tiende a evitarlo. Por eso, la forma en la que nos hablamos cuando fallamos es tan importante como el hábito en sí.
¿Cómo influyen los pequeños logros en la motivación a largo plazo?
Los pequeños logros son el verdadero motor del cambio. Cada vez que una persona cumple algo alcanzable, se refuerza la sensación de competencia y control. Esto genera motivación intrínseca, que es la que realmente se mantiene en el tiempo.
Esperar grandes resultados suele llevar a la desmotivación, mientras que acumular pequeños éxitos crea una base sólida para sostener el hábito a largo plazo.
¿Por qué empezar “poco a poco” funciona mejor que los grandes propósitos?
Porque empezar poco a poco reduce la presión y el miedo al fracaso. Los grandes propósitos suelen estar diseñados para una versión idealizada de nosotros mismos, no para la persona real que tiene cansancio, imprevistos y emociones cambiantes.
Desde la psicología clínica sabemos que el cambio se consolida cuando el hábito encaja en la vida cotidiana, no cuando exige reorganizarla por completo.
¿Cómo evitar el pensamiento de “ya lo retomaré en enero”?
Cuestionando la idea de que necesitamos un momento perfecto para empezar. Enero no cambia el funcionamiento del cerebro ni elimina las dificultades previas.
Mantener una continuidad mínima ahora facilita mucho más la vuelta después. No se trata de posponer, sino de seguir conectados al hábito, aunque sea de forma muy reducida.
¿Qué hábitos básicos conviene sostener incluso en vacaciones?
No todos, solo los que actúan como reguladores del bienestar psicológico:
- Un descanso relativamente regular.
- Algún tipo de movimiento diario, aunque sea breve.
- Ritmos básicos de comida y autocuidado.
Estos hábitos funcionan como una estructura mínima que protege el estado de ánimo y facilita la vuelta a la rutina.
¿Qué consejo daría para entrenar la constancia sin vivirlo como una carga?
Cambiar el criterio con el que evaluamos la constancia. No es constante quien nunca falla, sino quien vuelve sin castigarse.
La constancia sana se basa más en la amabilidad y la flexibilidad que en la dureza. Cuando dejamos de pelearnos con nosotros mismos, mantener hábitos deja de ser una carga y pasa a ser una forma de cuidado.







