Ser consciente de tus emociones te hace más resiliente

Cuando ocultamos nuestros sentimientos y emociones de forma habitual puede llegar a darse el caso de que ni tan siquiera nosotras mismas sepamos a qué emoción atenernos, y esto es un punto vital para relacionamos con nuestros problemas y retos, que demandan nuestra cara más resiliente.

Por Cristina Soria

Nos protegemos del dolor, no solo desde un punto de vista físico, sino también psicológico. Cada persona desarrolla sus propios mecanismos para afrontar las situaciones que consideramos complicadas o dañinas. Hay múltiples formas de ver la vida, y lo que para unos es una situación traumática, para otros no tiene ninguna importancia. Por eso, también ejercemos distintos métodos de esquivar las balas de la emoción, pretendiendo no sufrir más de la cuenta y aprendiendo a digerir cada vez mejor los sinsabores.

Sin embargo, los emociones de todo tipo tienen un cometido psicológico. Nos advierten de peligros, refuerzan los actos que no debemos volver a repetir y colman de placer nuestra percepción cuando obramos bien, nos esforzamos o somos reconocidos.

En función del tipo de problemas y de sensibilidades, es común que se desarrollen una serie de medidas para aislarnos ante lo que nos produce malestar y que nos obsequiemos con aquellas vivencias y emociones que nos resultan agradables. Sin embargo, según desarrollamos nuestra personalidad, todo el cauce que conduce a nuestras emociones se embrolla y sofistica, y cada vez es más difícil saber por qué estamos realmente molestos, y cuál es la raíz pura de lo que consideramos placentero.

Esta situación está directamente relacionada con que muchas veces, con el objetivo de protegernos, hemos aprendido a ignorar nuestras emociones, a silenciarlas o a dejarlas a un lado para luego.

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Cómo silenciamos nuestras emociones

No existe un instante concreto al que podamos remontarnos y recordar cuándo fue la primera vez que ocultamos nuestras emociones a nosotros mismos, pero lo cierto es que quien más y quien menos de vez en cuando trata de coger valor y pretender que ciertos problemas no le afecten. Generalmente suele ser una actitud relacionada con dos cuestiones contrarias: un alto nivel de sensibilidad o de resistencia.

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Quien es muy sensible, se protege adrede de ciertas emociones, hasta llegar a confundirlas y mantenerlas en reposo para que no le afecten. Por otro lado, quienes han desarrollado una personalidad ampliamente resistente se ven inmersos en una dinámica en la que ciertas emociones sobran, son poco receptivos a sentirlas a flor de piel y prefieren obviarlas.

Sin embargo, cuando nuestras emociones dejan de afectar en la zona consciente de nuestro carácter, dejamos de poder etiquetarlas, comprenderlas y poder actuar en consecuencia. Porque cuanto mejor nos conocemos a nosotros mismos, ante podremos atajar a las consecuencias.

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Más emoción, más resiliencia

Percibir a flor de piel las sensaciones y emociones que tienen que ver con situaciones negativas, frustrantes o traumáticas no es lo más deseable. Sin embargo, conseguir un cauce para que estas emociones no nos afecten y sin embargo percibirlas, es la mejor opción para aprender de ellas.

Quien vive cercano a sus emociones conoce mejor los motivos más primarios de sus deseos y también está próximo a comprender en mayor medida cual es el mecanismo de sus frustraciones. No silenciar las emociones ni dejarlas debajo de la alfombra es un ejercicio de autoconocimiento que te ayuda a evolucionar, a superar los cambios y a demostrar una actitud más resiliente frente a los cambios de la vida.

De esta forma, quien vive en cada momento la percepción de su dolor y de su alegría, es capaz de dictar un juicio certero sobre cuáles son sus auténticas competencias: qué problemas afectivos o de recursos tiene en cada momento, y aplicar una actitud resiliente ante los problemas que se presenten.

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