Dopamine decor es una tendencia en interiorismo que apuesta por llenar los espacios de colores brillantes, formas divertidas, estampados atrevidos y objetos que evocan alegría inmediata. Su nombre hace referencia a la dopamina, el neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa en el cerebro.
Está tan de moda porque responde al deseo de generar ambientes que levanten el ánimo, inspiren optimismo y estimulen emociones positivas. Promete hacernos sentir más felices en casa, no obstante, analizamos con dos expertas en neuroarquitectura si realmente estos ambientes saturados de color y estímulos benefician nuestro bienestar o si, por el contrario, pueden convertirse en una trampa sensorial que sobreestimula y agota. Las profesionales son María Gil Díaz, fundadora de la Academia Española de Neurociencias para Arquitectura y Diseño (AENAD) y Pía López-Izquierdo Botín, doctorada en arquitectura, investigadora principal del grupo Teoría en Activa del Color en Arquitectura (TECA), de la Universidad Politécnica de Madrid, y profesora de la AENAD.

¡Alerta! Los colores vibrantes no siempre alegran
Colores intensos, grandes contrastes de tonos, patrones atrevidos… ¿Puede todo esto afectar negativamente a los habitantes de hogares con esta decoración? María explica que sí. “Para entender por qué, debemos recordar que biológicamente no estamos preparados para los espacios que habitamos. Como especie, en apenas 10.000 años —un parpadeo en nuestra historia evolutiva— hemos abandonado 3 millones de años de vida en entornos naturales para encerrarnos el 90% de nuestras vidas entre cuatro paredes. Nuestro sistema nervioso, diseñado para interpretar las señales de la naturaleza, ahora debe procesar entornos completamente artificiales. Es crucial entender que en la naturaleza los colores intensos y vibrantes aparecen únicamente en pequeñas proporciones: flores, ciertos animales o insectos que destacan precisamente por su excepcionalidad cromática. Estos acentos de color intenso siempre están en equilibrio con la inmensidad del azul del cielo, el verde moderado de la vegetación, el azul de los mares o los tonos tierra del paisaje. Nunca en la historia evolutiva nos hemos visto rodeados de grandes superficies de colores intensos, vibrantes y saturados como propone la tendencia dopamine decor”.
Los colores intensos y los patrones vibrantes afectan negativamente al sistema nervioso, causando ansiedad y fatiga, al no estar en equilibrio con los entornos naturales.
De este modo, la primera característica que debe tener cualquier espacio que habitemos es la seguridad, porque nuestra supervivencia siempre es prioritaria. Como señala el doctor Stephen Porges, científico y padre de la teoría polivagal, esta seguridad no es algo racional, sino un sentir biológico que percibe todo nuestro cuerpo antes incluso de que seamos conscientes de ello. La seguridad es un proceso inconsciente de nuestro sistema nervioso. Diversos estudios confirman que cerca del 80% de la información que percibimos del entorno es visual, siendo los colores aproximadamente un 40% de esa percepción y procesándose antes que las formas. Por ello es necesario que los colores nos aporten seguridad antes que ninguna otra cosa. Pero, cuando vivimos rodeados permanentemente de colores vibrantes, nuestro sistema nervioso puede mantenerse en un estado de alerta continua.

Un equilibrio cromático frente a una explosión de color
Como acaba de exponer la fundadora de AENAD, el equilibrio cromático es fundamental para crear espacios que sean estimulantes, pero también sostenibles para nuestro sistema nervioso. Y advierte, “hay que tener especial cuidado con el empleo de colores intensos, vibrantes y saturados", ya que los tonos cálidos y saturados, como el rojo, el naranja o el amarillo, que son una explosión de color, tienen un efecto muy estimulante sobre el sistema nervioso. Si bien aportan energía y vitalidad, su abuso puede generar estrés, comportamientos hostiles e incluso un aumento del apetito".
Pía añade que “ese equilibrio cromático no solo balancea los colores, sino algo igual o más importante como es la temperatura de color resultante y las dimensiones de cada mancha de color. Si no existe un equilibrio entre los colores fríos y cálidos y las magnitudes de sus superficies, los resultados serán espacios agobiantes por ‘el calor’, terriblemente ‘fríos’, o simplemente inadecuadas por completo”.

¿Agotado por tu casa? La saturación cromática pasa factura
Quizá te estés preguntando cómo influye el paso del tiempo en este tipo de decoraciones tan llamativas y ‘buenrollistas’. Es probable que te cuestiones si corren el riesgo de volverse rápidamente pasadas de moda. La respuesta la da la neuroarquitectura y es que este es precisamente uno de los puntos más problemáticos de los ambientes con estética dopamine decor. Al estar tan ligado a la estimulación inmediata y al impacto visual, su efecto tiende a diluirse con el tiempo y lo que hoy nos parece emocionante, mañana puede resultarnos molesto y agotador.
María explica que, además, nuestras necesidades emocionales y psicológicas cambian con el tiempo. “Un espacio diseñado únicamente para provocar picos de dopamina puede volverse rápidamente inadecuado cuando necesitamos recuperarnos del estrés o encontrar tranquilidad, algo que hoy día es muy necesario ante una vida acelerada y sumergida en la multitarea”.
Esto explica por qué tantas tendencias basadas en el impacto visual tienen una vida tan corta y acaban generando espacios que necesitan ser rediseñados constantemente, alimentando un ciclo de consumo poco sostenible.

Riesgos emocionales de la tendencia ‘dopamine decor’
Pía, doctorada en arquitectura e investigadora principal del grupo Teoría en Activa del Color en Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid, relata que durante la pandemia se empezó a manejar el concepto de bienestar a tres niveles: el bienestar físico (confort térmico, adecuada insonorización, espacios luminosos, etc.), el bienestar psicológico (el miedo emocional, la incertidumbre, la relajación, etc.) y el bienestar social (relaciones con terceros). Eso quiere decir que la inadecuación del color juega un papel esencial a estos tres niveles.
Por tanto, “si utilizamos colores que generan estímulos intensos, es decir, que son muy chillones y saturados, nos desequilibran a nivel físico por el hiperestímulo visual que nos altera a nivel del sentido de la vista y a nivel sensorial. Y a partir de ahí, se rompe todo el ciclo del bienestar, tanto el bienestar emocional como el social”.
¿La receta de la experta? En líneas generales, la clave en el uso del color nos lo dan los esquemas cromáticos a través de los cuales conseguimos unas combinaciones armónicas que descansan en tres conceptos: equilibrio, armonía y proporción.

Colores que abruman
Las consecuencias para nuestro equilibrio emocional de vivir constantemente en entornos de alta estimulación cromática los detalla María:
- Fatiga por sobreestimulación: nuestro cerebro necesita periodos de ‘descanso sensorial’ para procesar la información y regenerarse. Sin estos momentos, podemos experimentar agotamiento mental.
- Dificultad para regular emociones: los entornos visualmente intensos pueden mantener nuestro sistema nervioso en estado de alerta constante, dificultando la regulación emocional.
- Alteración del sueño: la exposición prolongada a colores estimulantes puede interferir con la producción de melatonina, dificultando la conciliación del sueño.
- Ansiedad y estrés crónico: la sobreestimulación prolongada puede contribuir a estados de ansiedad sostenida, precisamente lo contrario a la felicidad duradera que buscamos.

Colores que se deben evitar en los dormitorios (y cuáles sí elegir)
Pía explica que “la gama de rojos y la de naranjas no son adecuadas en zonas de descanso, pues son colores con una frecuencia vibratoria muy alta que produce efectos estimulantes a nivel físico/energético. Mientras que, si los usamos en zonas de reunión, juegos y encuentro, son perfectos”.
Los colores rojos y naranjas son estimulantes, por lo que no son adecuados para zonas de descanso. En su lugar, se recomiendan tonos calmantes como el verde claro, beige o azul.
El hecho es que los colores como el rojo y el naranja tienen una longitud de onda más larga y frecuencias vibratorias y cuyo efecto en el hombre es estimulante, aumentan la actividad cerebral, elevan la presión arterial y aceleran el ritmo cardíaco y respiratorio. Sin embargo, en el lugar donde dormimos necesitamos justamente lo contrario: facilitar la desaceleración fisiológica que es la que debe precede al sueño, con gamas calmantes, como el verde en tonalidades claras (en la propuesta), neutros como el beige y azules (si no son muy profundos).
“Rojos y naranjas son colores recomendados en espacio sociales, siempre y cuando no sea monocromático y haya equilibrio”, afirma María.

¿El estilo ‘dopamine decor’ está totalmente contraindicado?
Pía insiste en que “los colores chillones, en un principio, no son adecuados en ningún caso; mientras que los colores muy saturados e intensos, funcionan muy bien en los espacios de paso, como recibidores, pasillos o aseos de cortesía”. Pueden aportar experiencias inusuales y potenciar la estimulación física.
Así, debemos limitar los colores cálidos intensos a notas de acento o zonas de corta estancia, donde su efecto estimulante es atractivo, pero no resultará abrumador por el tiempo de permanencia.

Los secretos para dormir mejor
El color en sí mismo, no existe. Es una propiedad de la luz y por tanto cuando apagamos la luz al irnos a dormir, desaparece. Independientemente de este hecho físico. Nuestro reloj biológico interno se ha pasado millones de años sincronizándose exclusivamente con la luz del sol: luz azulada para activarnos y luces cálidas al atardecer para prepararnos para dormir. Así funcionamos por naturaleza. “La preparación al descanso, bajar el cortisol y estimular la melatonina, son esenciales Seleccionar gamas de las radiaciones de los verdes-azules favorecen la no activación física”, detalla Pía.
Para favorecer el descanso en los dormitorios y las habitaciones infantiles y juveniles es clave que, si empleamos cromáticas rojas, naranjas y amarillas, estimulantes, sea en toques puntuales.
María agrega que “la ciencia ha descubierto que en nuestros ojos tenemos células especiales que no sirven para ver imágenes, sino que captan cómo cambia la luz a lo largo del día y envían esta información directamente al ‘centro de control’ en nuestro cerebro que regula cuándo dormir y cuándo estar activos. Estas células son especialmente sensibles a la luz azul, que frena la producción de melatonina, la hormona que nos ayuda a dormir. Por eso usar el móvil antes de acostarnos (con su luz azul) nos dificulta conciliar el sueño”.

Luz y percepción de los colores vibrantes, el binomio indisoluble
La luz es absolutamente determinante en cómo percibimos y respondemos emocionalmente al color. Los colores vibrantes de la tendencia dopamine decor pueden verse amplificados bajo ciertas condiciones lumínicas, especialmente con luz LED de alta temperatura de color (luz fría), creando un efecto de sobreestimulación. Por otro lado, bajo una luz más cálida y difusa, estos mismos colores pueden resultar menos invasivos.
“Esta interacción entre luz y color es fundamental y a menudo ignorada en las tendencias decorativas. Un espacio neuroarquitectónicamente bien diseñado considera ambos elementos como un sistema dinámico e interrelacionado, no como factores independientes”, detalla María.
Pía añade que “en entornos naturales de luces muy cálidas y fuertes, como por ejemplo el sur de España o México, los colores vibrantes y chillones se comportan mejor a nivel estético”.

Un ambiente extremadamente colorista no proporciona un bienestar duradero
María identifica que el núcleo del problema con el dopamine decor consiste en que el impacto inicial de un espacio colorido y visualmente estimulante puede proporcionarnos una descarga de dopamina que confundimos con felicidad. Sin embargo, estamos hablando de dos sistemas neuroquímicos diferentes.
Para entenderlo mejor, el endocrinólogo pediátrico Robert H. Lustig nos ofrece una guía clara sobre las diferencias fundamentales entre placer y felicidad:
- El placer es pasajero, la felicidad es duradera.
- El placer extremo lleva a la adicción, la felicidad no es adictiva.
- El placer es dopamina, la felicidad es serotonina.
La especialista en neuroarquitectura afirma que “la dopamina nos ofrece una recompensa inmediata, pero no sostiene nuestro bienestar a largo plazo. De hecho, la búsqueda constante de este tipo de estimulación puede generar un ciclo similar al de otras adicciones: necesitamos cada vez más estímulos para experimentar la misma sensación de recompensa. El verdadero bienestar duradero está más relacionado con la serotonina y otros neurotransmisores asociados con estados de calma, conexión y satisfacción prolongada. Y lo más relevante: los ambientes que favorecen la producción de dopamina de forma constante pueden inhibir la producción de serotonina, haciendo que, paradójicamente, nos sintamos cada vez menos felices”.
Dopamine decor responde a una sociedad que confunde placer momentáneo con bienestar duradero. Así, lo que realmente estamos creando son espacios que buscan una gratificación inmediata, pero no un bienestar real.

Una tendencia que responde a una necesidad estética, pero no emocional
En palabras de María, esta tendencia encarna perfectamente la cultura contemporánea del ‘usar y tirar’: diseños efímeros que responden a un ciclo de consumo constante más que a nuestras verdaderas necesidades de bienestar. Los espacios que siguen la tendencia dopamine decor están pensados para impactar visualmente, para funcionar bien en fotografías y redes sociales, no necesariamente para ser habitados a largo plazo. Y aquí está la paradoja: “mientras buscamos espacios que nos hagan ‘felices’, estamos creando entornos que, neurológicamente, pueden contribuir a la ansiedad, la fatiga mental y una insatisfacción perpetua”.
Diseñar espacios para ser felices puede dar como resultado unos ambientes que generen ansiedad e insatisfacción.
Para integrar aspectos del estilo dopamine decor de forma más saludable y sostenible, la experta en neuroarquitectura propone:
- Zonas de estimulación delimitadas: utilizar microzonas o espacios de corta estancia para los colores vibrantes.
- Elementos móviles en lugar de fijos: incorporar el color intenso en objetos que puedan cambiarse o moverse fácilmente (cojines, arte, accesorios), evitando comprometer permanentemente grandes superficies.
- Diseño sostenible emocionalmente: en caso de necesitar estimulación, utilizar colores estimulantes, equilibrando el resto del espacio en colores más fríos para facilitar la calma y la concentración.
- Personalización neurológica: adaptar la intensidad cromática según la sensibilidad sensorial de los habitantes, reconociendo que cada sistema nervioso responde de manera distinta.
- Conexión con la naturaleza: integrar elementos biofílicos que nos reconecten con patrones naturales, donde los colores intensos existen en pequeñas proporciones equilibradas con fondos neutros.

Jugárselo todo a la carta de la estética
En el diseño de interiores la neuroarquitectura reclama generar estímulos multisensoriales. ¿De qué modo? Jugando con texturas variadas, incorporando elementos sonoros, añadiendo aromas agradables (como aceites esenciales o velas)…
Lo que no se debe hacer es solo dar protagonismo a la estética, como hace el estilo dopamine decor, empleando impactos vibrantes para la vista, pero dejando bastante de lado el resto de los sentidos.

¿Y si diseñamos para la felicidad en lugar del placer?
En conclusión, el diseño de interiores impacta profundamente en nuestras emociones y bienestar. No es solo lo que parece bonito, sino cómo nos hace sentir a largo plazo. Nuestro cerebro procesa todo lo que ve; en un entorno caótico o sobreestimulante, trabaja de más para filtrar información, lo que nos agota sin notarlo. Es como tener demasiadas pestañas abiertas en internet, el sistema se ralentiza.
La neuroarquitectura estudia cómo los espacios influyen en mente y emociones. Los ambientes con exceso de estímulos pueden causar ansiedad, fatiga mental e insatisfacción. En cambio, la calma visual permite que el cerebro ‘respire’, piense mejor, sea creativo y regule emociones. Este equilibrio cromático lo ejemplifica el luminoso salón diseñado por Pía López-Izquierdo Botín.
María afirma: “Más que buscar el impacto inmediato, debemos crear espacios que fomenten la calma, nos ayuden a concentrarnos y conectar, y cuiden nuestro bienestar a largo plazo”. Se trata de diseñar para la felicidad sostenida, no solo para el placer instantáneo. Porque diseñar es también una cuestión emocional y saludable. En un mundo saturado de estímulos, apostar por el equilibrio es más valioso que nunca.
Definitivamente, el verdadero lujo hoy es un hogar que nos invite a simplemente ‘ser’, no a ‘tener’.