Una cervecería forjada en las frías tierras de Irlanda a mediados del siglo XVIII que se convertiría en un imperio; y una familia que acabaría siendo una de las más poderosas e influyentes del Reino Unido, pero sobre la que parece pesar una ‘maldición’ de la que no se ha podido librar a lo largo del tiempo.
Los Guinness llegan a la pequeña pantalla el próximo 25 de septiembre. Netflix estrena una serie -La casa Guinness-, que ya muchos comparan con Succession, y que lleva el sello de Steven Knight, el hombre tras el éxito de Peaky Blinders.
La ficción comienza con la muerte de Sir Benjamin Guinness, quien deja cuatro herederos: Arthur, Edward, Anne y Ben. Sin embargo, antes de morir, el empresario tomó una controvertida decisión: dejar todos sus negocios cerveceros a sus hijos Arthur y Edward -apartando así, a los otros dos-.
Si bien la serie promete centrarse no sólo en sus descendientes sino, también, en el impacto que Guinness tuvo en el entramado industrial de Dublín, muchos recuerdan estos días las desgracias personales que ha tenido que afrontar una dinastía que amansó una fortuna marcada por la desgracia.
Arthur Guinness, la 'desdicha' personal de un visionario
Arthur fue quien sentó las bases del imperio. Un empresario visionario que, en 1759, usó las 100 libras que su padrino, el arzobispo de Cashel, le había dejado en herencia para firmar un contrato de arrendamiento, por nueve mil años, para una cervecería que estaba en desuso en St. James’s Gate (en Dublín), por la que apenas pagaba 45 libras al año.
Casado con Olivia Whitmore, el matrimonio tuvo nada menos que 21 hijos, de los que diez fallecieron durante su infancia.
Asesinato en El Cairo
Pese a la desdicha personal de Arthur, hay quien sitúa el origen de la 'maldición' de los Guinness en Walter Guinness, primer barón Moyne. Confidente e íntimo amigo de Winston Churchill, era ministro del Estado Británico en Oriente Medio, cuando en noviembre de 1944 fue asesinado en El Cairo.
Miembros de un grupo terrorista esperaron a que saliese de su residencia, en la capital egipcia, y le dieron tres disparos: en el cuello, en el abdomen y en el pecho -que Walter intentó proteger levantando su mano-. Moriría, a causa de las heridas, horas más tarde, y el ataque conmocionó a la sociedad británica.
Un año más tarde, perdería la vida Arthur Onslow Edward Guinness, hijo de Rupert Edward Cecil Lee Guinness, segundo conde de Iveagh, y Lady Gwendolen Florence Mary Onslow. Murió en combate, con apenas 32 años, mientras luchaba en los Países Bajos -antes de que terminase la Segunda Guerra Mundial-.
Tara Browne, el hombre que inspiró a los Beatles
El 'chico dorado' del 'Swinging London' que quedaría inmortalizado en una canción, A day in the life, de los Beatles -aunque su amigo Paul McCartney negó durante mucho tiempo que ese tema se refiriese a él-. Tara Browne, hijo de Oonagh Guinness, formaba parte de la escena cultural del vibrante Londres de los años sesenta, y se codeaba, en fiestas, con los Rolling Stones o Jean Cocteau. Era uno de los herederos de la cervecera, pero murió antes de recibir la parte que le correspondía de la fortuna -que le llegaría a los 25 años-.
En septiembre de 1966, se puso al volante de su Lotus Elan. De copiloto, su entonces novia, la modelo Suki Poitier. Browne, que entonces tenía 21 años, "se volvió loco en un coche", como dice la canción: se saltó un semáforo en rojo y terminó chocando con un camión que estaba aparcado. Falleció al día siguiente.
Su pareja sobrevivió, pero quince años más tarde, el destino jugó en su contra, murió en un accidente de coche, junto a su marido, Robert Ho, en Portugal.
"Si hubiera sido pobre, habría sido feliz"
Lady Henrietta Guinness, descendiente directa de Arthur Guinness, tampoco tuvo suerte. Dicen que nunca pudo recuperarse del accidente que sufrió, en un Aston Martin, cuando volvía a Londres en 1961; y en 1978 saltó de un puente en Umbría, Italia, acabando con su vida. "Si hubiera sido pobre, habría sido feliz", aseguran que dijo en una ocasión.
Aquel mismo año, el pequeño Peter Guinness, de cuatro años, también fallecía en un accidente automovilístico.
En 1986, la familia recibió otro nuevo y duro golpe cuando Olivia Channon -hija de Paul Channon, que formó parte del gabinete de la que fuera Primera Ministra del Reino Unido Margaret Thatcher, e Ingrid Wyndham, que estuvo casada con Jonathan Guinness- murió de una sobredosis en los pasillos abovedados del Christ Church College de Oxford, tras terminar los exámenes finales. Dos años después, John Guinness, cayó desde el Monte Snowdon tras resbalar en el hielo a 150 metros de altura.
Honor Ultoh
La última y sonada pérdida de los Guinness fue hace cinco años. Honor Uloth, hija de Lady Louisa Jane Guinness y Rupert Ultoh, exsubdirector de la revista Country Life -y nieta de Benjamin Guinness, tercer conde de Iveagh, que fue presidente de la compañía cervecera- moría, con tan sólo 19 años.
Ese viernes 31 de julio, había ido a la mansión que la familia tenía en Chichester, en Sussex (Reino Unido) para disfrutar de un día con amigos. Su hermano Rufus, que entonces tenía quince años, la encontró en el fondo de la piscina por la noche. La ambulancia la trasladó con vida a un hospital cercano y, más tarde, al centro St. Thomas de Londres. El seis de agosto, la joven perdía la vida. No había bebido alcohol. Se manejaron varias hipótesis, pero lo que quedó claro es que la causa de la muerte había sido un fuerte golpe en la cabeza.
De nuevo, el mundo volvió a hablar de la 'maldición' que parece pesar sobre una familia que consiguió llegar a lo más alto... con un 'precio'.