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Mujer escuchando música© Getty Images

Marc Rodríguez, psicólogo: "Repetir en bucle una canción puede ser una forma de sanar sin hablar"

Escuchar una canción en bucle no es una manía sin sentido sino una estrategia emocional para procesar recuerdos y sentimientos, según la psicología


16 de julio de 2025 - 18:00 CEST

Te sabes el estribillo, cuando cambia el ritmo y cada pausa… y aún así vuelves a ponerla. Esa canción. Esa melodía. No es casualidad ni obsesión: es tu cerebro hablando el idioma de las emociones. Y según la psicología, tiene todo el sentido del mundo.

Cómo dejar de racionalizar las emociones© Getty Images

Marc Rodríguez, Psicólogo Especialista en Inteligencia Emocional, nos ayuda a entender este fenómeno tan cotidiano como poderoso. Porque no solo repetimos canciones por placer, sino también para regular nuestro estado emocional, activar recuerdos y reconectar con quienes fuimos.

“Cuando algo nos remueve por dentro —una alegría intensa, una pena reciente— poner en bucle esa canción que nos ‘entiende’ es como abrazar una manta cálida en un día frío”, explica Rodríguez.

Dopamina sonora: placer instantáneo

Un estudio de la Universidad de McGill (Salimpoor et al., 2011) demostró con resonancias magnéticas que escuchar música activa el circuito de recompensa del cerebro, como lo hacen el chocolate o el sexo.

“La música funciona igual: al escuchar una melodía que te encanta —ese estribillo pegadizo o esa voz que te estremece— tu cerebro libera dopamina en los circuitos de recompensa”, explica el psicólogo. “La única diferencia es que, en lugar de endulzar el paladar o despertar la pasión, la música endulza tus oídos y despierta tu emoción”.

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Repetir para regular

Ese bucle no es casual. Se llama "mere exposure effect": cuanto más escuchas algo, más te gusta… hasta cierto punto. Algunas canciones están diseñadas para enganchar, con estructuras repetitivas y microvariaciones melódicas.

Pero el motivo va más allá:

“Repetimos el tema porque nos ayuda a estabilizar nuestro ánimo: si estamos tristes, esa melodía melancólica nos permite procesar la pena; si estamos eufóricos, esa base rítmica refuerza la energía”, afirma Rodríguez. “La canción en bucle actúa como un mantra que acompaña y modula nuestro estado emocional”.

Duelo, nostalgia y memoria emocional

Escuchar una canción puede ser como abrir una cápsula del tiempo. La música conecta el hipocampo (memoria) y la amígdala (emociones), y por eso revivimos momentos intensos al oír ciertos acordes.

“En el duelo, donde las palabras a veces se quedan cortas, la música puede expresar lo inexpresable: sirve de espejo para nuestras lágrimas y, al mismo tiempo, de bálsamo que suaviza el nudo del dolor”, señala Rodríguez. “Es una ‘máquina del tiempo’ emocional”.

Y con la nostalgia ocurre algo similar:

“La nostalgia es como ese aroma de bizcocho que te devuelve a la cocina de tu infancia. Escuchar una canción de tu adolescencia o de aquel verano inolvidable es esencial para reforzar nuestra identidad”.

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 ¿Y si fuera autoterapia?

La repetición musical no es solo entretenimiento: es una forma de autocuidado emocional.

“La música en bucle es el sedimento que poco a poco baja a la base, clarificando el agua”, dice Marc Rodríguez. “Al repetir esa canción que ‘resuena’ con tu momento, te das permiso para sentir, procesar y soltar emociones retenidas. Es una estrategia de regulación emocional accesible y sin efectos secundarios”.

¿Hay un tipo de persona más propensa?

“Suelen compartir cierta sensibilidad emocional y curiosidad interior”, explica el psicólogo. “Son personas que conectan de forma profunda con sus sentimientos y que buscan en la música un canal de expresión cuando las palabras no bastan. También suelen tener una memoria asociativa muy viva”.

Escuchar en bucle una canción es un fenómeno neuroemocional que no tiene nada de banal. Es nuestro cerebro buscando placer, consuelo, sentido y conexión.

“Permitirnos escuchar esa canción en bucle cuando lo necesitamos es como encender una luz en un pasillo oscuro de nuestro interior: nos ayuda a sentirnos comprendidos, acompañados y, poco a poco, más ligeros”, concluye Marc Rodríguez.

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