Directora del Instituto Jane Goodall en Congo y responsable veterinaria del Centro de Rehabilitación de Chimpancés de Tchimpounga, el más grande de África, Rebeca Atencia, conocida como la ‘Jane Goodall gallega’, ha hecho de su vida una auténtica aventura dedicada a la protección de los chimpancés y a la conservación de la naturaleza. Desde los bosques de Ferrol hasta la selva del Congo, esta veterinaria gallega, de 48 años, ha dirigido durante dos décadas un santuario de primates, enfrentándose a desafíos que parecen sacados de una película y compartiendo su pasión con quienes la rodean. En esta entrevista nos abre las puertas de su mundo, recordando sus inicios, su encuentro con Jane Goodall, fallecida el pasado uno de octubre, los momentos más intensos en la selva y sus sueños de futuro, siempre guiada por la esperanza y la pasión por la vida.
Rebeca, tu vida parece una película. ¿Cómo comenzó esa historia?
Todo empezó en Galicia, en Ferrol, el lugar donde me crié. En aquella época veía esa zona como un paraíso. Ahora, cuando vuelvo, me encuentro eucaliptos por todas partes, pero entonces era mi mundo, una especie de selva propia, aunque hoy sean esos bosques gallegos que conocemos. Creo que muchas pasiones nacen en la infancia, cuando ves las cosas por primera vez y te marcan para siempre. A mí me ocurrió allí: nació mi amor por la naturaleza, por proteger a los animales. Me inspiró gente del entorno, especialmente un guardabosques al que observaba disfrutar paseando por el monte. Yo le veía y quería sentir esa conexión con la tierra. De pequeños también pasábamos mucho tiempo en el campo y, sin darme cuenta, empezó mi obsesión: trabajar con animales, rehabilitarlos y reintroducirlos en la naturaleza. Después llegó la formación. Hice la carrera en Madrid e, incluso antes de terminarla, tuve muy claro que quería especializarme en fauna salvaje. Era mi camino. Entonces surgió la oportunidad de viajar al Congo. Fui primero de visita, pero, como ya tenía experiencia con animales salvajes, durante ese viaje me ofrecieron un trabajo en un proyecto para reintroducir chimpancés en la selva. Y me lancé a la aventura. En teoría iba a ir solo un año, pero África es así: llegas sin saber cuándo —o si— te irás.
De eso hace ya dos décadas, ¿cómo recuerdas los comienzos?
La primera vez que fuí a Afríca fue en 2004. Durante ese viaje me ofrecieron trabajar y, pocos meses después, ya estaba de vuelta. Al principio, como decía, mi idea era quedarme solo un año, pero la vida tenía otros planes para mí. Antes de que finalizara ese primer año ya estaba completamente integrada y trabajando como responsable del equipo de reintroducción de chimpancés en plena selva, en el Parque Nacional de Conkouati-Douli. Era la supervisora del proyecto y todo el equipo estaba formado por trabajadores congoleños.Fue una auténtica aventura. Llegué sin hablar francés —lo aprendí allí, viviendo y trabajando— y me encontré en mitad de la selva, enfrentándome a todos los peligros que conlleva ese entorno y, al mismo tiempo, protegiendo a los chimpancés. Tenía experiencia con ellos, sí, pero trabajar con chimpancés en cautividad es muy distinto a hacerlo con animales reintroducidos en la naturaleza. Allí no hay barreras: están delante de ti, adultos, y a veces pueden atacarte o cargar contra ti; otras veces eres tú quien tiene que protegerlos. Era como vivir dentro de una película, rodeada de animales capaces de matarte en cualquier momento —un elefante, por ejemplo, puede aplastarte en cuestión de segundos. Y, aun así, desde el principio supe que ese era mi lugar.
¿Qué te llevó a especializarte en los primates, y en concreto en los chimpancés? ¿Fue algo que descubriste en el continente africano o siempre habías tenido ese interés?
Siempre me interesaron por la cercanía que tienen con nosotros los humanos. Al principio era simplemente curiosidad, una fascinación inicial. Pero tampoco tenía acceso directo a primates, así que era un interés casi intuitivo, algo que estaba ahí sin poder profundizar demasiado.Eso cambió cuando empecé a colaborar con un santuario que hay en Madrid, llamado Rainfer. Trabajé con ellos durante años, justo cuando estaban empezando a recibir chimpancés. Les apoyé mucho y, trabajando allí, entendí algo que marcó mi camino: muchas especies pueden vivir en cautividad, pero cuando ves un chimpancé en esas condiciones se te rompe el alma. Yo acababa de terminar la carrera y me costaba aceptar que un ser así estuviera allí, sin la libertad que le corresponde. Te preguntas: “¿Cómo es posible que esté aquí? ¿Por qué no está en su selva?”. Y entonces aparece el impulso, casi infantil pero profundamente honesto: querer llevarlos donde tienen que estar, querer entender por qué ocurre esto y cómo solucionarlo. Esa necesidad fue lo que me llevó a la selva. Quería ver, comprender y, sobre todo, apoyar procesos reales de rehabilitación y reintroducción. Pensaba que sería un año, solo un año, para adquirir experiencia y ayudar sobre el terreno. Pero antes de que ese primer contrato terminara en el Congo, ocurrió algo que lo cambió todo: Jane (Goodall) apareció en mitad de la selva.
¿Y cómo fue ese momento?
Pues fue de repente, de la nada. Bueno, lo habían preparado antes, pero aun así era como irreal. Nos dijeron: “Va a venir Jane Goodall”. Y no te lo crees. Era 2005, hace ya veinte años, y yo pensaba: “¿Cómo va a venir aquí?”. Pero sí, llegó, aunque tardó varios días. Tuvo que pasar la noche en otro sitio, luego coger coche, barco… hasta entrar en el parque y llegar al campamento. Me acuerdo perfectamente porque nosotros nos comunicábamos con una radio de larga distancia. No había ni teléfono satélite, ni internet, ni nada. Solo esa radio. Cada noche hacíamos una llamada para confirmar que todo estaba bien. Durante dos días la radio no funcionó por una tormenta que movió la antena. Así que no sabíamos nada, si vendría o no. Y de pronto apareció en aquel barco. Jane, con su coleta de siempre, aunque despeinada porque se le había levantado el pelo con todo el viaje y el lío.
Eso también es como una escena de película, ¿no?
Sí, sí, sí.
¿Qué sentiste al conocerla?
Yo la había conocido ya en España, así, muy de pasada, en un centro que estaban creando para un santuario de chimpancés en Alicante. Ella había venido a apoyarlo, y, claro, yo era una más entre muchos, no tenía ninguna relación directa con ella. Pero realmente cuando la conocí de verdad fue en el Congo. Ahí fue cuando tuve ese contacto real, esas conversaciones, ese intercambio humano y profesional. Y claro que impresiona. De repente ver que una persona tan importante, tan referente, aparece allí, en mitad de la selva. Pero lo que más me impactó fue que fuese yo la que tenía que explicarle lo que hacíamos, cómo trabajábamos, cuál era el proceso, explicarle eso a ella, que era la mujer de los chimpancés. Esa mezcla de orgullo, responsabilidad y vértigo es una sensación muy fuerte. Era como decirme a mí misma: “Bueno, esto está pasando y te toca estar a la altura”.
¿Cómo era ella?
Una persona que escucha, muy sencilla. Y recuerdo que me observaba muchísimo: cómo hablaba, cómo me movía, cómo me expresaba. Yo, además, hablaba una mezcla extraña entre francés e inglés, porque llevaba tanto tiempo allí metida que ya no tenía un idioma claro. Le conté lo que estaba viviendo en aquel momento. Yo estaba en una etapa muy “dentro”, muy metida en ese mundo. Llevaba casi un año sin hablar con nadie de fuera, del mundo occidental. Era mucho tiempo así, aislada. Mi vida allí era levantarme cada mañana, organizar a los equipos para que salieran a seguir a los chimpancés y comprobar después que realmente los estaban siguiendo bien. Asegurarme de que todos estaban bien, de que los chimpancés anidaban bien. Mis objetivos diarios eran completamente distintos a los que puedes tener en cualquier otro sitio. Allí, a veces, nos quedábamos sin comida y teníamos que apañárnoslas para conseguirla. O el filtro del agua dejaba de funcionar o no quedaba leña para hacer fuego. Eran problemas básicos, muy primarios, y, al mismo tiempo, fundamentales. Pero mi prioridad absoluta era que esos chimpancés sobrevivieran. Yo estaba en un momento de muchísima pasión, con una manera muy intensa de contar las cosas y hablaba de la selva desde un lugar muy profundo, con una unión enorme con la naturaleza, con los peligros, con lo que significaba estar allí. Y Jane vio algo en mí, por eso me observaba tanto. Ella me ha dicho muchas veces que en aquel momento se vio un poco a ella misma.
¿Cuándo empezaba?
Sí. Yo simplemente le mostré lo que estábamos haciendo en ese momento. Recuerdo que entonces Jane no estaba del todo convencida de los proyectos de reintroducción, porque todavía no se hablaba tanto de ellos. Y yo pensaba: “Tengo que explicarle que sí es posible, porque lo estoy viviendo cada día. Es posible devolver a los chimpancés a la vida salvaje”.Y justo ocurrió algo casi mágico. Apareció Vino, un chimpancé que ya vivía libre y se acercó al campamento. Nosotros estábamos dentro de una cabaña y lo vimos desde allí. Jane me preguntó: “¿Qué le estás dando de comer?”. Y yo le contesté: “Nada. Él se alimenta de la selva”. Se quedó mirando y dijo sorprendida: “¿Así está de fuerte, solo con lo que encuentra en la selva?”. “Sí —le dije—, es un chimpancé completamente adaptado”. Fue como si el mismo entorno hubiera querido responder por mí.
Después ocurrió otra anécdota que nunca olvidaré. Jane quería ir al baño y allí para llegar había que caminar por un sendero entre árboles hasta un baño tradicional. La acompañé un tramo y luego la dejé sola. Justo antes de separarnos, se giró y me preguntó: “¿Y si me encuentro con un chimpancé reintroducido? ¿Qué hago?”. Yo pensé: “¿Jane Goodall me está preguntando esto a mí?”. Ella no estaba acostumbrada a ese tipo de chimpancés, que son un punto intermedio entre los salvajes y los de cautividad, que pueden ser imprevisibles.
Le dije: “No te preocupes. Haz exactamente lo mismo que harías con un chimpancé salvaje. No va a pasar nada. Tranquila”. Y siguió caminando. Fue un momento muy especial, porque entendí que, incluso para ella, aquello era nuevo.
Ahora que ya no está, ¿cómo valoras la relación que mantuviste con ella a lo largo de todos estos años?
Durante muchos años, ella venía al Congo una vez al año, hasta el inicio de la pandemia. Tras el COVID, no volvió. Cada visita duraba aproximadamente una semana y esos momentos eran muy especiales. Más allá de la comunicación habitual por correo electrónico, con el tiempo comenzó a interesarse por todo lo que sucedía allí y me brindaba su apoyo en situaciones complejas. Por ejemplo, cuando necesitábamos financiación para la adquisición de las islas o cuando surgían problemas con el gobierno y teníamos que intentar convencerles, su orientación siempre fue valiosa y acertada.
¿De qué manera te acompañaba en esos momentos difíciles?
No se trataba de darme consejos directos, sino de acompañarme en la búsqueda de soluciones y apoyarme en aquello que conocía bien. Siempre la tenía presente: sabía que si surgía una situación complicada, alguien me respaldaría. Ella entendía cómo trabajaba y cómo pensaba, y yo conocía su manera de ver las cosas. Esa comprensión mutua hacía que su apoyo fuera firme y natural.
¿Cuáles han sido las lecciones más valiosas que te ha transmitido, tanto en el plano profesional como en el personal?
Tanto en lo personal como en lo profesional, me transmitía esperanza. En un mundo donde vemos noticias tan duras y a veces parece que todo se rompe, tener una voz que ofrece optimismo es fundamental. Siempre veía el lado positivo de las cosas, como si el vaso estuviera medio lleno, y animaba a seguir adelante y a confiar en las personas. Creía en la capacidad del ser humano de lograr lo que parece imposible y por eso apoyaba a quienes tenían pasión y convicción, alentándoles a dar el paso. Eso es lo que hacía conmigo: cuando le contaba algún proyecto, como rescatar chimpancés de cierta zona, ella simplemente decía: "Muy bien, te apoyo". Y esa palabra, ‘te apoyo’, lo decía todo.
He leído en alguna ocasión que para ti era como una abuela, ¿es así?
Sí, un poco, para mi era como la figura de una abuela… o al menos así lo sentía yo. Le contaba cosas y, a veces, me daba consejos. Me asombraba pensar en cómo, con todo lo que tenía entre manos —tantas fotos, tanta gente, tantos países— encontraba tiempo para responder a mis correos o atender mis llamadas, escuchando atentamente todo lo que le explicaba.
¿Nunca dejaba sin respuesta tus correos o llamadas?
No siempre respondía el mismo día, y yo, a menudo, contestaba aún más tarde. De hecho, conservo un correo suyo al que todavía no he respondido. Lo increíble es que ella siempre estaba atenta a cualquier situación con los chimpancés o incluso con otras especies. Me escribía: "Rebeca, ¿puedes hacer algo por este chimpancé?". Por ejemplo, uno en Argentina, o en Guinea, y me pedía que interviniera.
A veces no podíamos hacer nada, pero en otras ocasiones sí. Cuando recibía un caso de otro país, primero tenía que contar con la aprobación del lugar donde trabajaba, porque mi base está en el Congo. También necesitaba financiación y la autorización de mis superiores; era un proceso largo. Pero ella, desde el primer momento, validaba la prioridad de la acción y me decía: "Sí, esto hay que hacerlo, es urgente". Esa confianza y apoyo eran enormes.
¿Cuánto significaba para ti su apoyo en esos momentos?
Lo que más valoro de ella es que sabía escuchar. Siempre me ha fascinado la gente que dedica tiempo a escuchar y a apoyar causas que parecen imposibles; personas que, con su ejemplo, inspiran a otros. Ella se inspiraba en quienes la rodeaban y, al escucharlos y respaldarlos, les daba fuerza y esperanza para seguir adelante. Para mí, eso es lo más hermoso: su espíritu indomable, siempre positivo, constructivo, respetuoso y atento. Es algo que se percibe desde fuera, pero también se siente desde dentro. Haber compartido tanto tiempo con ella ha sido increíble.
¿Cómo recibiste la noticia de su fallecimiento?
Estuve con ella la semana anterior. Nos vimos en Nueva York, donde estaba haciendo una gira por Estados Unidos y pasé varios días a su lado. Se encontraba perfectamente, tanto física como mentalmente. Tenía una memoria prodigiosa, impresionante. Cuando nos despedimos, me dijo: "¿Ya te vas, Rebeca? Ya no te veo más aquí". Y yo le contesté que sí, que me iba. Entonces me dijo: "Bueno, pues nos vemos en unos días en el Congo" porque tenía previsto viajar allí. Estábamos organizándolo todo para que viniera el mes siguiente; incluso ya estábamos mirando los billetes. Después de Nueva York pasé por Madrid y, desde allí, volé a Indonesia, donde tenía que visitar un centro de rescate de orangutanes y revisar unas instalaciones. Acababa de llegar cuando, al día y medio, me llamaron. Era de noche. Mi hijo —que, además, se llama como uno de nuestros chimpancés— fue quien me dio la noticia. Al principio pensé que era una broma; no podía creerlo. Tenía el teléfono apagado por la hora, y, cuando lo encendí y empecé a ver las noticias, fue un shock absoluto. No me lo podía creer. Era como si estuviera hablando contigo ahora mismo y mañana me dijeran que ya no estás. Mucha gente me ha dicho: "Bueno, era mayor, podía esperarse". Pero no es así. Ella no estaba enferma, no había señales. Seguía viajando como siempre, con su energía inagotable. Ni siquiera dejaba que nadie le cogiera la maleta: la levantaba ella misma para pasarla por los controles. Era esa típica situación en la que, por cortesía, le ofrecías la mano para ayudarla a levantarse y respondía: "No, no, no me des la mano, me levanto yo sola". Siempre hacia adelante, siempre fuerte.
Parece que era una mujer de carácter muy marcado, ¿verdad?
Así es. Podía moverse y desenvolverse perfectamente por sí misma. Justo el último día que la vi, me reía mucho con ciertas situaciones. La gente se sorprendía ante su manera de actuar. Al final de un evento, salió del ascensor y un señor le ofreció la mano; ella se la quitó con naturalidad y siguió caminando. Más tarde, cuando se levantó para hablar, nuevamente le ofrecieron la mano y ella volvió a rechazarla. Yo no podía evitar reírme, porque la conocía y sabía por qué lo hacía: le gustaba andar, le encantaba viajar sola. Incluso quería viajar sola al Congo. Yo le dije que no, que iría con ella, porque allí se habla francés y ella no domina el idioma. Íbamos a viajar juntas y eso me hacía ilusión: compartir esa experiencia una vez más.
Te han comparado con ella y te llaman la ‘Jane Goodall gallega’. ¿Cómo vives ese reconocimiento?
Me parece muy bonito, pero no es exactamente así. Cada persona es independiente y tiene su propia identidad. Ese reconocimiento hace referencia a otra persona, conocida mundialmente, mientras que yo, en comparación, no soy tan conocida. Yo soy Rebeca. Cada uno de nosotros somos diferentes, aunque compartamos un objetivo común. Aun en la distancia, estábamos unidas por esa causa, pero cada una mantenía su independencia. A menudo dicen que soy "la heredera", pero yo no lo siento así. Hay muchos herederos. Ella fue alguien que, hasta el último día, transmitió un mensaje muy bonito, inspirando a muchísima gente que vio su ejemplo y cambió su vida gracias a que la escucharon. Esa capacidad de dar fuerza y esperanza es lo que deja un legado y yo me considero simplemente una más de todos los que siguen inspirándose en ella.
Pero me has dicho que se fijó mucho en ti. ¿Crees que te llegó a ver como su sucesora?
No sé si realmente me veía como su sucesora. Hay muchos que trabajan con la misma dignidad y compromiso. Ella hacía cosas diferentes a las mías; yo soy yo. Mi labor se centra en el rescate y protección de los chimpancés en el Congo: programas de educación, conservación y la gestión del centro de rescate. Trabajábamos juntas, unidas por objetivos comunes y juntas conseguimos sacar adelante proyectos que resultaban muy difíciles, durante muchos años. En todo ese tiempo hubo momentos buenos y malos, crisis, etapas con mucha financiación y otras muy complicadas, problemas en el centro o con el gobierno… El día a día no es fácil para cualquiera. Pero durante estos veinte años, estuvimos ahí, siempre juntas. Algo que voy a echar mucho de menos es verla en diferentes países. La última vez fue en Nueva York; antes la vi en Málaga, en Bélgica… Siempre coincidíamos en reuniones, conferencias, eventos, y, a veces, de repente, ahí estaba ella, dando una charla, y yo aparecía. Su mirada era un gesto de cariño, como diciendo: ‘Estoy aquí contigo’. Era increíble.
Rebeca, por lo que me estás contando, da la sensación de que eras como una hija adoptiva para ella, alguien por quien sentía un aprecio enorme
Decir que era solo conmigo sería mucho; también había otras personas muy cercanas a ella en España, como Federico Bogdanowicz. Cada vez que coincidía con él, la mirada de ella se iluminaba. Conectaba de manera especial con cada persona. Federico, por ejemplo, era muy bromista y eso la hacía reír; a ella le encantaba compartir esos momentos de humor. Recuerdo una charla en Málaga: Mary Lewis, que fue su asistente durante casi veinte años, nos hizo una foto a Federico, a Jane y a mí, y dijo: ‘Mira, esta es la gente favorita de Jane’. Por eso digo que no estaba sola; había otras personas con quienes compartía un vínculo fuerte. Sin embargo, todos somos herederos de su legado, de esos mensajes tan bonitos que dejó y de la inspiración que transmitía a quienes la rodeaban.
Cuando afirmas que "Jane solo hay una", ¿a qué cualidades de ella te refieres y qué es lo que la hacía única?
”Vamos a estar viajando por el mundo hasta los 91 años”, decía con su característica energía. Su única visión era compartir lo que sabía y transmitirlo a los demás. Porque cuando te das cuenta de que algo funciona y tiene impacto, quieres seguir adelante. Así lo veía ella: cada charla, cada encuentro, cada historia que contaba tenía efecto sobre la gente. Aunque repetía las mismas historias, siempre las adaptaba al público, cautivando a todos y dejando que salieran de sus conferencias contentos y alegres. Era consciente del tiempo limitado que le quedaba y lo ilustraba señalando con los dedos la distancia entre sus manos: antes tenía más tiempo, ahora menos. Aun así, quería aprovechar cada instante para seguir compartiendo sus experiencias, su energía positiva y su mensaje. Cada momento era una oportunidad para inspirar y conectar con la gente.
¿Crees que los chimpancés y los orangutanes notarán la pérdida de Jane? Es una curiosidad personal mía.
Creo que no son solo los chimpancés o los orangutanes quienes sentirán su ausencia. Jane siempre decía que no solo protegía a los animales, sino que incluía a los humanos dentro del ecosistema. La selva está formada por todos sus habitantes: animales y personas, y es fundamental buscar un equilibrio entre todos. Por eso, no se trata únicamente de los chimpancés. Creo que el mundo entero sentirá la pérdida de alguien como ella, una persona que transmitía tanta energía positiva, paz y esperanza. Su ausencia se notará en todo el planeta.
Y mirando al futuro, Rebeca, ¿qué sueños o proyectos te gustaría seguir desarrollando?
Pues a mí me gustaría seguir haciendo lo que hago: intentar salvar chimpancés y proteger el planeta, en la medida de lo posible. Cada año trabajo en un proyecto diferente y ahora estoy muy ilusionada con algo que ocurrió hace poco. Nos llamaron al Ministerio a distintas organizaciones y finalmente nos confirmaron que van a sacar el proyecto de ley de protección de Grandes Simios y que quieren llamarla Ley Jane Goodall. Me pareció algo maravilloso, porque era algo que necesitábamos. Además, vamos a ser pioneros en España con esta ley, lo cual es increíble. Se trata de buscar respeto y dignidad para cada individuo: chimpancés, gorilas y orangutanes que están en España y que no deberían estar allí. Que no sean maltratados, que no se les use para espectáculos o publicidad y que al menos puedan vivir en condiciones de libertad y respeto. Esa es la esencia de la ley. Me parece increíble que se haya iniciado este proyecto.
¿Te quedas definitivamente en África o volverás a España en algún momento?
No lo sé. Ahora mismo no tengo muy claro cómo lo voy a organizar. Tenía previsto estar en Indonesia, pero se me adelantó todo, cambié mi vuelo y llegué antes. Ahora estoy trabajando desde aquí, aunque mi labor principal es en el Congo. Gran parte de mi trabajo administrativo se puede hacer online y gracias a internet puedo hacer reuniones y coordinar muchas cosas desde España. Viajaré a África y a otros países para misiones, por periodos de una semana, diez días o un mes, y después regresaré. Así es como estoy organizando mi trabajo actualmente.
¿Conocen tus hijos todo este mundo tuyo?
Sí, tengo dos hijos mellizos, Kutú y Carel, de catorce años. Estuve con ellos en el Congo y, actualmente, están escolarizados aquí, pero conocen perfectamente mi mundo y todo lo que hago.
¿Crees que ellos van encaminados a seguir tus pasos?
Pues posiblemente. La pasión por los animales y el concepto de conservación, eso desde luego lo tienen. Después, que hagan lo que quieran, ¿no?














