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Entre memorias y micrófonos

Piluca, hija de José María Íñigo, tras los pasos de su padre: "Me encantaría ser la versión española de Jimmy Fallon"


"Hace poco vino un médium al pódcast y me dijo, en directo, que estaba viendo a mi padre y que le decía: 'Está muy orgulloso, muy, muy orgulloso de lo que haces"


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Enrique SueroRedactor ¡HOLA!
9 de octubre de 2025 - 21:17 CEST

Piluca Íñigo es mucho más que la hija del legendario periodista José María Íñigo; es una comunicadora con voz propia que ha sabido forjar su propio camino en el mundo de la radio y el podcasting. Nacida en 1988, creció entre micrófonos, cámaras y entrevistas, siendo testigo desde pequeña del brillo y las sombras de una profesión que su padre convirtió en arte. Aunque su vocación inicial era la danza,  encontró su verdadera pasión en la comunicación, en dar forma a historias a través de la palabra escrita o hablada, siguiendo los pasos de su padre. 

Su carrera comenzó en Punto Radio con el programa Cinco Lunas, donde desarrolló su estilo único, caracterizado por su cercanía y naturalidad. Más tarde, dio vida a The ChitChat Club, un videopodcast donde, además de entrevistar a figuras destacadas, se adentra en temas como la autoexigencia, la vulnerabilidad y la importancia de la escucha activa. En sus episodios, se presenta como una "mujer orquesta", encargándose de todos los aspectos de la producción. 

Más allá de su faceta profesional, ha sido una incansable defensora del legado de su padre tras su fallecimiento en 2018. En esta entrevista, nos ofrece una mirada íntima a su vida y carrera, compartiendo recuerdos personales, anécdotas familiares y la puesta en marcha de un proyecto. Una conversación que revela la esencia de una mujer que, con humildad y pasión, continúa el camino trazado por su padre, aportando su propia voz al panorama mediático actual.

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¿Cómo nació la idea de tu podcast?

Surgió de una pulsión interna que llevaba años latiendo dentro de mí, pero a la que no había dado salida. Seguramente por miedo, por no saber cómo hacerlo y por quedarme demasiado en el “cómo”: cómo grabar, qué decir, pero, sobre todo, cómo hacerlo. Cuando logré vencer ese bloqueo, me lancé con un primer proyecto llamado Hablemos español, lechesuna secuela de una sección que tenía en el programa Un día cualquiera, con Pepa Fernández.

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¿Cómo fue esa primera experiencia?

Lo hice sola, sin vídeo, únicamente en formato audio. Me compré un micrófono, descargué un programa de edición y empecé a trastear. Grabé unas diez o quince entregas, pero el proyecto se me hizo bola porque quería incluir mucho sonido, efectos y totales de gente anónima, no solo mi voz. Era complicado hacerlo sola y el resultado no compensaba el tiempo que invertía. Aun así, aprendí muchísimo y entendí lo que suponía hacer un podcast. Cuando ya no pude más, lo aparqué, como tantas cosas y pasé más de un año y medio hasta retomar un segundo proyecto.

Y ese segundo proyecto es el actual, The ChitChat Club. ¿cómo nace?

De la misma pulsión inicial. Pensé: “¿Cómo saco esto que llevo dentro?”. Al principio quise hacerlo yo sola, grabar reflexiones en voz alta, hablar de lo que me gusta, de lo que me invade o me mueve. Pero luego pensé que eso tendría poco alcance y decidí lanzarme a hacer entrevistas, algo que nunca había probado. Quería mantener charlas, ese formato tan propio del mundo del podcast, que me resulta más cercano y natural. Y, en paralelo, también tengo una newsletter, Magic Pils, donde sí comparto esas reflexiones del mundo que me rodea en formato escrito y, me atrevería a decir, con un tono ácido y un toque de humor.

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¿De dónde viene el nombre?

De mis años universitarios. Tenía un grupito pequeño de amigas y siempre nos llamaban la atención en clase porque no parábamos de hablar. Yo era la instigadora de aquellas conversaciones, la que siempre proponía nuevos temas. Y un día, en la ducha —donde, como siempre digo, surgen las mejores ideas—, pensé: “Ya está, se va a llamar The ChitChat Club - aunque confieso que a menudo pienso en un rebranding. Llevaba tiempo dándole vueltas al nombre, al cómo sacarlo adelante, y ese día lo vi claro. Además, tenía un punto rebelde, porque iba justo en contra de mi primer podcast, Hablemos español, leches.

¿Por qué dices que era “ir en contra”?

Porque en mi primer proyecto defendía el uso del español y ahora el título es en inglés. Pero para mí fue una revelación. Fue como salir del armario: me di cuenta de que a mí me encantan los idiomas, me gusta hablar inglés y me divierte la gente que intenta hacerlo aunque no tenga ni idea (ríe). Tuve una especie de liberación interna y pensé: “Pero si yo ya sé inglés, no tengo que demostrar nada a nadie”.

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Así que el nombre tiene también una proyección internacional.

Exacto. The ChitChat Club me permite mantener una puerta abierta a invitados internacionales. Tengo capacidad para entrevistar en inglés, y por eso quise conservar ese nombre. Así nació: de la curiosidad, del aprendizaje, de las ganas de comunicar… y de esa chispa que me impulsa a seguir intentando todo.

Eres muy perseverante, ¿no?

Sí, porque siempre pienso que hay que intentarlo todo. En la vida te vas a llevar muchos noes, muchísimos, como el “no” ya lo tienes, no hay nada que perder. Hasta que llega, existe una ventana de esperanza enorme. Es como cuando compras un décimo de lotería: sabes que tienes un 99 % de posibilidades de que no te toque, pero hasta que se celebra el sorteo, sigues soñando. Yo hago lo mismo con cada invitado. Lanzo la propuesta y, hasta que me dicen que no, imagino la entrevista, las preguntas, la ilusión. Me suelen descartar con un “agenda completa” o “agenda ya comprometida” en vez de decirme claramente que no.

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Grabas en tu casa, algo poco habitual. ¿Qué aporta esa cercanía a tus entrevistas? ¿Qué ventajas tiene?

De momento no puedo invertir en un estudio, pero además tengo la ventaja de haber aprendido a grabar, editar e iluminar todo por mi cuenta. Grabo en casa, en un salón amplio, con un sofá donde cabemos perfectamente dos personas.

Tienes un espacio increíble.

Sí, y precisamente por eso lo hago aquí. Además, grabar en casa aporta cercanía y un ambiente distinto. No es lo mismo ir a un estudio, donde la cámara y el entorno imponen cierta formalidad, que sentarse en un salón cómodo. Yo rompo esa distancia: estamos en el sofá, charlando, con un café, un bizcocho, unas velas… no sabes si estás en una cita, en una entrevista o hablando con una amiga que hace tiempo que no ves.

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¿Ese ambiente influye en la entrevista?

Totalmente. Cuando creas un clima cómodo y relajado, los invitados se sienten libres y eso permite que surjan confesiones y anécdotas que, en otros contextos, quizá no aparecerían. 

Has elegido la palabra japonesa omotenashi para definir tu proyecto. ¿Qué tiene de especial para ti y qué quieres que vivan tus invitados y oyentes?

Cuando era pequeña fui a Japón tres veranos seguidos para aprender japonés, y muchas palabras de la filosofía japonesa se me quedaron dentro. Me encanta analizar las palabras japonesas que se han colado en nuestro vocabulario y usamos con cierta frecuencia en Occidente, diseccionarlas y traducirlas. Una de ellas, aunque no tan común, es precisamente omotenashi, que significa hospitalidad.

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¿Cómo aplicas esa idea en tu podcast?

Pues es exactamente eso: si alguien como Sonsoles Ónega viene a mi casa, sin pedirme nada a cambio, ¿qué menos que ofrecerle todo lo que tengo a mano, como si estuviera en su propia casa? Desde un café, un bizcocho, hasta crear un ambiente cómodo y cálido. Hacerle la estancia lo más agradable posible a la otra persona sin esperar nada a cambio. 

¿Se nota la diferencia con la radio tradicional?

Totalmente. En la radio la gente acude por promoción; en televisión es diferente. Aquí los invitados vienen con su propio coche, a tu casa, sin obligación. Por eso me parece natural ofrecerles algo a cambio: hospitalidad, cercanía y un entorno que invite a abrirse. 

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¿Cómo se consigue eso?

Algo que en nuestra jerga se conoce como “generando clima”. Y con delicadeza, como en la filosofía japonesa. Esa es la clave. A veces se trata de algo tan simple como un bizcocho hecho por mí.

¿El bizcocho?

Exacto. (Ríe) El bizcocho se convierte en parte del ritual. Llega el día de la grabación y me entra la angustia: “¡Dios mío, el bizcocho!”. Lo preparo, lo tengo listo... y al final nadie se lo come. Siempre se queda ahí. Y claro, la que termina comiéndoselo soy yo. Me digo: “Piluca, vas a tener que cambiar de estrategia o te vas a coger unos kilos de más”. Y eso que soy bastante deportista. Pero sí, el bizcocho siempre se queda aquí, como parte del ambiente. Soy anfitriona en el sentido más amplio de la palabra.

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Y de todos los invitados, ¿quién te ha sorprendido más?

Uff… no podría quedarme solo con uno. Pero te diría que Carlos Alsina, que parece alguien inaccesible y, aunque lo es, en las distancias cortas se deja preguntar bastante. ¡Otra cosa es que conteste! (Risas). También Paco Roncero, por ejemplo.

Tuviste que desplazarte hasta su restaurante, ¿verdad?

Sí, fue la primera vez que el podcast salía de casa. Él me dijo: “Vale, pero ven a mi restaurante”, y allá fui. Iba nerviosísima, con todos los focos, micrófonos, cables, alargadores… ¡todo! Además, como soy la host, intento ir mona, pero también soy la que enchufa los cables. Y justo antes de empezar, me rajé la media entera. Pensé: “¡Dios mío, qué imagen voy a dar!”. Pero luego me tranquilicé: ni se iba a fijar. Llevaba un vestido monísimo, unas botas y, al final, la entrevista fue sentada en una mesa del comedor, así que nadie se dio cuenta.

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¿Y cómo fue la charla?

Maravillosa. Me encantó. Fue cercano, espontáneo, muy generoso. Terminamos hablando de que en su boda bailó primero un tango y luego un vals. ¡Imagínate!

También entrevistaste a Pedro Piqueras.

Sí, y me hizo mucha gracia porque, al terminar, con los micrófonos ya apagados, me dijo: “¿Se me ha notado que estaba nervioso?”. Y yo pensé: “¿Tú, nervioso? ¡Si la nerviosa era yo!”. (Ríe) Pero sí, también fue muy amable, muy generoso en sus respuestas. Ningún problema.

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De todas las charlas, ¿cuál te ha emocionado personalmente hasta el corazón?

A mí me gusta mucho bailar, y una de las ventajas de tener un podcast es que puedo traer a quien quiero. He tenido a dos bailarines: una, conocida como la reina de la bachata, y otro, campeón mundial de salsa. La entrevista con él me tocó especialmente, porque el baile es una disciplina que nos apasiona a ambos y, además, él venía de una familia que no aceptaba del todo su vocación. Escuchar cómo logró salir adelante y convertirse en campeón mundial fue muy emocionante. Pero, sinceramente, dentro de las entrevistas no suelo llegar a emocionarme del todo, porque estoy a mil cosas: pendiente del sonido, del tiempo, de si la conversación fluye, de si resultará interesante para quien nos escucha. No estoy completamente entregada a la emoción, sino a que todo salga bien. Hace poco, por ejemplo, grabé con un médium poco conocido en España, pero muy popular en Latinoamérica, donde lo consideran casi una figura divina. Al final de la charla, él se emocionó. Yo siempre me despido con un beso y un adiós —un beso metafórico, claro—, algo o alguien a quien se lo quieras dedicar. Siempre les aviso: “No me digas a tus hijos, que eso es trampa”. (Ríe) Todo el mundo suele decir a su madre o a sus hijos, y el adiós, a lo contrario: a los impuestos, al gobierno… algo más simbólico. Y él, con toda la emoción del momento, me dijo que le daba un beso a sus hijos. Entonces no me quedó más remedio que callarme y responder: “Bueno, pues un beso a Lola y Ernesto”. Me desarmó por completo.

Si pudieras invitar a cualquier persona del mundo, ¿quién te encantaría que se sentara a charlar contigo?

Me encantaría tener a Sara Carbonero, por muchos motivos. Compartimos profesión, admiro su delicadeza al escribir y sé que le gusta la poesía. Aunque no la conozco personalmente, la sigo en Instagram. Claro, Instagram es solo la punta del iceberg: ves un 10 % de la persona, y el 90 % restante queda oculto. Creo que podríamos tener una conversación muy interesante, porque nos mueven algunas pasiones similares. Además, juega al pádel, como yo, y tenemos una edad parecida. Me fascina que la fama que tiene hoy venga de su trabajo y no de su relación anterior. Todo eso hace que la charla fuese enriquecedora y muy cercana. Además, me apasionan los escritores y escritoras, porque me encanta leer. Por ejemplo, cuando leí a María Dueñas, simplemente me atrapó.

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¿Y a nivel internacional, soñando alto, con quién te gustaría sentarte a charlar?

Pues a mí me fascinan los artistas que son auténticamente artistas, cantantes y bailarinas. Por ejemplo, Jennifer López, que además habla español, Bruno Mars, pero, sobre todo, Dua Lipa. La vi en concierto y me alucina. Es algo más joven que yo, canta increíble y, además, baila como desganada y encima lo hace bien. Mejor que bien. Es brutal. Y, siguiendo en la línea de cantante y bailarina Shakira, sería un sueño para mí. Hacer un pódcast con ella y, luego, hacer un baile. O Rosalía. Otra diosa de la música.

¿Imaginas que tu podcast podría dar el salto a otros formatos, como eventos en directo o televisión?

Sí, por supuesto que me lo imagino. Y te voy a decir exactamente cómo lo veo. Hay una frase de Séneca, creo que era él, un estoico, que decía algo así como: “Ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va”. Yo me parapeto mucho en eso, porque muchas veces me digo: “No sé dónde voy”. Si me preguntas ahora qué quiero conseguir con mi podcast, te diría que no lo sé del todo. Solo quiero hacer algo que me guste, me haga vibrar y disfrutar del camino. Y si puedo monetizarlo, genial, porque quiero vivir de esto.  Me he dado cuenta de que he estado muchos años haciendo algo que no me gustaba y me tenía apagada y todavía soy joven para explorar aquello que realmente me apasione.

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¿Y hacia dónde te gustaría llegar?

Me encantaría ser la versión española de Jimmy Fallon. ¿Por qué? Porque, aunque canto fatal, bailo, interpreto, actúo… puedo montar un show y, al mismo tiempo, hacer la entrevista más cercana posible. Puedo llevar la conversación desde un tono íntimo hasta convertirla en un late night con registros muy distintos. Creo que en España, aunque estén Broncano (que ojo, él sí que se atreve con entrevistas en inglés) o Pablo Motos, ninguno hace algo como Jimmy Fallon, que tampoco es fácil porque este tipo canta y baila y, encima, entrevista. Fácil no es, pero imposible tampoco si se tienen los medios adecuados. 

¿Y por qué crees que nadie lo hace?

No lo sé. Pero el entretenimiento en EE.UU. juega en otra liga y pienso que estoy capacitada para ello. Sería un reto muy ilusionante. Y además, tengo un valor añadido: hablo inglés. Si me viene alguien como Will Smith, asiduo de El Hormiguero, no necesitaría traductor. Mi padre hacía entrevistas a actores de Hollywood en inglés, sin ayuda de nadie. ¿Hay alguien así en España? No. Y yo, encima, mujer… eso no se ve mucho.

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¿Te planteas también participar en programas de entretenimiento?

Sí, me gustaría. Por ejemplo, me haría ilusión que me cogieran para Mira quién baila, porque mi gran pasión es bailar. Aunque no soy famosa, mi nombre va ganando peso poco a poco. No me interesa la fama por sí misma, sólo si es una consecuencia del trabajo bien hecho. 

¿Nunca lo has intentado?

Lo he intentado, pero sin éxito. No me contestan. Buscan nombres muy mediáticos, y yo no encajo en ese perfil… aún. Pero lo importante es seguir soñando y aprovechar las oportunidades que vienen por el camino.

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Una pregunta muy personal: si tu padre pudiera escucharlo, ¿qué crees que te diría?

Me encantaría saberlo. Hace poco vino un médium al pódcast y me dijo, en directo, que estaba viendo a mi padre y que le decía: “Está muy orgulloso, muy, muy orgulloso de lo que haces”. Y yo pensé que claro, que decirme lo contrario sería absurdo. Lo natural es que me dijera que bien, que siga adelante. Creo que me haría la típica pregunta ácida de su estilo, algo como: “¿No podrías haber hecho tal cosa mejor?”, pero seguro que también me miraría con orgullo. Se nota en la mirada, esa mezcla de exigencia y cariño que me enseñó desde pequeña. Recuerdo una experiencia que me marcó mucho: cuando tenía 18 años, tras pasar tres veranos estudiando  en Japón, me presenté a un concurso de oratoria en japonés. Yo no había hecho oratoria ni siquiera en español. Estaba taquicárdica, pensando: “¿Quién me manda aquí?”. Mi padre me acompañó al escenario del Ateneo, frente a un público de 200 personas y un jurado completamente japonés. Me dijo: “Hija, respira. Tres respiraciones profundas, inhala, exhala. Tómate tu tiempo. Y cuando termines la tercera, sales”. Lo hice. Y estaba siendo grabado, algo muy raro en aquella época porque no había móviles con cámara. Al terminar, el público aplaudió, yo hice la reverencia japonesa de rigor y escuché la voz de mi padre decir: “¡Qué bien! ¡Qué bien lo has hecho!”. No sabía que estaba siendo grabado, y al escucharle después, sentí un orgullo enorme. 

Y si pudieras hacerle cualquier pregunta a tu padre en tu podcast, sin límites de tiempo ni de tema, ¿qué le preguntarías?

No lo sé… me has pillado. Le preguntaría, pero tendría que generar un clima, preparar el ambiente. Primero, entrarle con cuidado, porque me pondría nerviosa. Probablemente empezaría con la introducción que suelo hacer a todos los invitados, algo que no se esperaría y que estoy segura le emocionaría. No iría a lo fácil, no le preguntaría qué habría cambiado. Eso no me interesa. Me gustaría preguntarle cosas que me dejasen sin palabras: cuál ha sido la propuesta más indecente que ha recibido, cuál la presión más fuerte a la que lo han sometido… cosas que mirara hacia atrás y también hacia adelante. Le preguntaría, por ejemplo, a sus 74 años —murió a un mes de cumplir 75—, qué es lo que más satisfacción le ha dado de todo lo que ha logrado. Qué es lo que le dibuja la sonrisa más grande en la cara. Porque cuando llegas a conseguirlo todo, lo importante es saber qué te ha llenado de verdad.

A veces, las figuras públicas dejan recuerdos imborrables. ¿Qué legado de tu padre crees que más merece ser recordado hoy?

Creo que merece ser recordado mucho más de lo que se le recuerda. Mi padre siempre quiso mantener un perfil bajo, como dicen en inglés, low profile. Era su manera de ser, vasco de pocas palabras y muy centrado en su familia. Quizá si se hubiera relacionado más, habría conseguido aún más programas u oportunidades, pero él valoraba su discreción y eso le definía. Si esta entrevista sirve para algo, sería para que se reconozca su trabajo y su legado. Su carrera fue brutal y ha influido en muchos profesionales que hoy tienen éxito gracias a él. No se trataba de fama ni de cotilleo; era alguien que ayudaba a que otros crecieran y destacaran. Y eso merece un homenaje, me encantaría hacer un The ChitChat Club - live session en Florida Park invitando a todos los que se dieron a conocer en su programa Esta noche, Fiesta grabado allí mismo. Incluso un biopic, porque su historia tiene contenido, relevancia y, sobre todo, un valor humano que pocas veces se reconoce como es debido. 

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