Una simbólica columna de humo blanco pareció alzarse este año desde el Palacio de Festivales de Cannes, cuando el jurado anunció su veredicto final: la Palma de Oro para Un simple accidente, de Jafar Panahi. La imagen, tan cinematográfica como precisa, resume lo que ha llamado Jeremy Strong, actor y miembro del jurado de esta 78ª edición, "un cónclave con champán". Porque sí, así —con solemnidad vaticana pero con el glamour de la Croisette— se decide el destino del cine de autor del año.
Una villa, once días y ningún móvil
Lejos de las cámaras y los focos, mientras la Croisette se entrega a fiestas interminables y flashes indiscretos, el jurado del Festival se retira a una villa en lo alto de Cannes. No siempre es la misma: este año pudo no ser la emblemática Villa Domergue, que suele ser el santuario de estas deliberaciones. El lugar cambia cada edición para despistar a los curiosos. ¿El protocolo? Silencio, secreto y desconexión total. Al entrar, se recoge el móvil de cada miembro del jurado. Desde ese instante, todo lo que ocurre pertenece únicamente a ellos.
Juliette Binoche: la presidenta de la escucha
Bajo la presidencia de Juliette Binoche, el jurado —compuesto por nombres como Halle Berry, Carlos Reygadas, Alba Rohrwacher o Jeremy Strong— dedicó once días a visionar las 22 películas en competición, debatirlas, y convivir. No fue fácil. “Esos once días me parecieron una eternidad”, confesó Strong, aunque también los calificó como una experiencia transformadora. La actriz francesa dirigió el grupo con rigurosidad: apostó por intercambios diarios y elaboró informes periódicos, huyendo del caos y la dispersión.
Afinidades, tensiones y cenas de gala
Aunque la misión es común, la convivencia no siempre es armónica. Como todo “conclave”, Cannes también tiene sus intrigas palaciegas. Las afinidades personales pesan. Las anécdotas lo demuestran: Nanni Moretti todavía recuerda con cierto desdén la frialdad de Isabelle Adjani en 1997. En contraste, jurados como el de 2018, con Cate Blanchett y Kristen Stewart, paseaban juntos como adolescentes entusiastas entre proyecciones. Porque hay jurados intensos, y otros diletantes. Hay noches de debate y noches de cócteles.
Eso sí: todos reciben un trato regio. Se hospedan en distintos palacios, disponen de chófer, peluquería, vestuario de lujo... pero nada de eso suaviza las decisiones que deben tomar: siete premios, sin repetir galardón, y solo una Palma de Oro.
La decisión final
Este año, la película elegida no fue un mero gesto artístico, sino también un acto político. Un simple accidente, de Panahi, narra la historia de unos ex prisioneros que deben decidir si tomar venganza contra su torturador. Rodada en Irán pese a la represión, el filme fue calificado como "necesario" por Binoche. “Queríamos premiar lo que trasciende el cine”, dijo Jeremy Strong. Y añadió una frase del dramaturgo Henrik Ibsen que parece pensada para el cine de Panahi: “En lo más profundo, hay un poema dentro del poema. Y cuando lo oigas, cuando lo comprendas, entenderás mi canción”.
Al final, Cannes es lo más parecido a un Vaticano del séptimo arte. Hay un jurado que se aísla, una espera tensa, un humo blanco simbólico y una revelación que marca el año. Solo que, en lugar de sotanas y rezos, hay smokings, vestidos de gala y copas de champán.