Así contó Álex en ¡HOLA! cómo afrontaba su enfermedad

El hijo de Ana Obregón se enfrentó al cáncer con optimismo y sin perder el sentido del humor

Por hola.com

Siempre fue un ejemplo de valentía y fuerza con mayúsculas durante los dos años en los que miró cara a cara a la experiencia más dura de su vida. Álex Lequio nunca se dejó vencer por el desánimo, enfrentándose a la enfermedad sin perder un ápice de su arrolladora personalidad, marcada siempre por una sincera sonrisa y un espontáneo sentido del humor. “No hay que dramatizar” fueron las primeras palabras que dijo en la entrevista que concedió a ¡HOLA! en diciembre de 2018, nueve meses después de comenzar su tratamiento contra el cáncer -en marzo lo inició en Nueva York, siguió en Nueva Jersey y después, en Madrid-. Durante aquel encuentro, Álex dio una auténtica lección de vida, demostrando que en todo instante de oscuridad, siempre se puede encontrar un rayo de optimismo. No faltaron en aquel encuentro sus padres, Ana Obregón y Alessandro Lequio, sus mejores amigos a los que adoraba, que nunca se separaron un minuto de su lado enfrentándose junto a él a cada obstáculo que aparecía en el camino.

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Hacía entonces Álex toda una declaración de intenciones, asegurando que su propósito era que al leer sus palabras la gente pasara “un ratito divertido” y supiera que “siempre hay esperanza”. Había perdido, a causa de la quimioterapia, sus característicos rizos rubios y unos quince kilos de peso, pero, aunque el exterior fuera distinto, en su interior lo tenía claro: seguía dispuesto a ser fiel a sí mismo cada segundo, como había hecho toda su vida. “Sigo siendo el chico despistado de siempre. Sigo siendo un bandido” aseguraba. “Yo, como me río de todo, pues también me río de esto. A mí, mirarme al espejo y parecer un reptil me hace gracia, si te digo la verdad”. Así era él, siempre encontrando un motivo para bromear aun en la situación más dura, pues el buen humor nunca dejó de ser una constante, a pesar de que era muy consciente de las circunstancias en las que se encontraba. “Entiendo la gravedad de la situación, pero ni yo ni mis padres hemos perdido el sentido del humor. Somos una familia que nos reímos de todo, y así vamos a continuar”.

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Demostró que hay otra manera de mirar cara a cara a la enfermedad y quiso quitarle a la palabra cáncer este tabú que la rodea. “Me gustaría llegar a normalizar e incluso vulgarizar la palabra cáncer, para que la gente lo vea como un simple diagnóstico médico más (…) El cáncer no es sinónimo de fatalismo y muerte, sino al revés: es sinónimo de vida. Porque los seres humanos hemos conseguido entender la biología de una manera tan eficaz que somos capaces de burlar a la muerte”. Asumió su situación sin dramatismo, guiándose por la filosofía del carpe diem y levantándose cada día dispuesto a exprimir sus posibilidades. Como él mismo resumió, “viviendo de manera más consciente”. “Cuando me pasó esto, digamos que me di cuenta de que no podía confiar en que, después de este tren vaya a pasar otro. Y ahora estoy como loco, intentando saltar y subirme a cada uno que pasa”.

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Durante aquella sesión de fotos no se puede encontrar ninguna en la que tuviera el semblante serio y es esa resiliencia la que impregnaba cada uno de sus pensamientos. “Yo siempre estoy feliz. Hay momentos de temor, pero el temor únicamente es incertidumbre y eso se combate a través del conocimiento, intentando entender. Yo siempre he tratado de entender lo que estaba pasando, observar todo desde un punto de vista empírico, analizarlo y comprenderlo”. En cada paso, asumiendo miedos e incertidumbres, extrayendo la energía positiva, estaban sus padres. Siempre con él, siempre a su lado, admirando y acompañando a un hijo al que adoraban. “Yo tengo seis amigos, dos de ellos son mis padres (…) La cercanía que tenemos mi madre y yo, yo y mi padre y los tres juntos es tan fuerte que somos los mejores amigos. Creo que no hay acontecimiento sobre la faz de la tierra, ni siquiera una guerra nuclear, que pueda unirnos más”.

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Son quienes mejor conocían ese lado divertido, “gamberro” y curioso de Aless, los rasgos que mejor definían su carácter. “Nunca he sido muy consciente de qué era lo que me ponían, pero sí es verdad que, a veces -pobrecita mi madre-, le he pegado unos sustos… Me ponía a temblar o a hacer cosas raras, de broma, para asustarla”. Los tres afrontaron más unidos y fuertes que nunca esta pelea, encontrando también oasis de calma en los que acumular recuerdos. “Estar en una ciudad como Nueva York me ha permitido juntarme con otro friki, que es mi padre, y poder investigar, ir a todos los rincones, museos y restaurantes” contaba.

Aless tomó la decisión de mirar a la adversidad sin miedo, manteniéndose fiel a sí mismo hasta el final y compartiendo esa manera única de sentir que le convirtió en alguien excepcional. “Conozco personas con condiciones extraordinarias. Obviamente, yo no soy un héroe… se nota. Todos somos héroes porque todos tenemos un lado extraordinario que sacamos a relucir en determinadas ocasiones”. Y así le recordaremos, siempre.