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Una hora antes de llegar a Zaragoza, un desvío en la carretera lleva a Calatayud. Un «pueblo grande» o una pequeña ciudad de 20.000 habitantes que uno no se imagina lo que esconde entre sus calles hasta que después de dejar atrás la parte más nueva de la ciudad y situarse en la puerta de Terrer se van descubriendo las huellas de su pasado. Dos torreones semicilíndricos unidos por un arco dan la bienvenida a su casco antiguo, en el que al poco de ponerse a caminar se va a dar con la primera de las paradas imprescindibles: la colegiata de Santa María la Mayor.

 

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Ver la portada plateresca realizada en alabastro de este monumental templo levantado sobre la antigua mezquita deja con la boca abierta. Como también admirar su claustro, su torre de más de 70 metros de altura y el ábside de la fábrica múdejar original, declarados Patrimonio de la Humanidad. Pero si alguien quiere entretenerse aún más, que reserve tiempo para entrar en su museo.

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Un poco más adelante aguarda la plaza de España, la que en otro tiempo fuera zoco árabe y que preside el edificio del ayuntamiento. Si curioso es que las columnas de sus soportales del siglo XVI fueron traídas de la antigua ciudad romana de Bilbilis, a 4 kilómetros de Calatayud, no menos ver la inclinación de sus casas, pues parece que se vayan a desplomar de un momento a otro.

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A dos pasos de este espacio y al lado de un bonito singular trampantojo que simula una casa de vecinos, abre sus puertas en un palacio aragonés renacentista el Mesón de La Dolores (mesonladolores.com). La antigua Posada de San Antón, debe su nombre a la figura legendaria de la mujer que inspiró aquella famosa copla “Si vas a Calatayud…”, y hoy alberga una hospedería, un pequeño museo y un restaurante en el que hay que reservar para comer.

 

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El bonito patio empedrado con decoración típica da acceso a los distintos salones, aunque si se puede elegir mesa para dos, ninguna mejor que la que se asoma a él. A la hora de pedir, habrá que dejarse aconsejar y probar los platos típicos del mesón: los garbanzos con congrio a la bilbilitana –sí, desde hace más de cinco siglos, este pescado no falta en sus fogones y tiene su razón de ser–, las migas aragonesas con huevo y, por supuesto, la paletilla de ternasco asada con patatas panadera. Una sabrosa comida para acompañar con alguno de los vinos de la DO Calatayud, elaborados con la variedad garnacha tinta.

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El paseo continuará después en dirección hacia la puerta de Zaragoza, otra de las entradas principales al recinto medieval, donde unos pasos antes daremos con otro de los grandes monumentos de la ciudad: la colegiata del Santo Sepulcro, a imagen y semejanza de Jerusalén y que guarda dos importantes tesoros: el arquetipo de los claustros mudéjares aragoneses y un baldaquino barroco realizado en mármol.

 

No hay que abandonar las calles del casco antiguo, con sus casas de fachadas de colores, muchas de ellas ‘tocadas’ por los efectos del paso del tiempo, sin tomarse un respiro en los jardines de la plaza del Fuerte y contemplar las pechinas de la cúpula de la iglesia de San Juan el Real, que Francisco de Goya pintó cuando solo contaba 20 años de edad. Su primera obra maestra.

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Otro paseo interesante lleva al barrio judío, muy próximo a los restos del castillo árabe de Doña Martina, recorrido por callejuelas estrechas, y con la iglesia de la Consolación levantada sobre la que fuera la sinagoga mayor. Pero el día puede dar más de sí aún en Calatayud si queremos conocer la larga historia de su tradición vinícola visitando alguna de las bodegas de la comarca. Langa Hermanos (bodegas-langa.com) ofrece actividades de enoturismo. O la historia de los orígenes romanos de la ciudad en el yacimiento arqueológico de Bilbilis, de donde le viene el gentilicio de bilbilitanos, y el Museo Arqueológico.

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Media hora hay que conducir para llegar, después de sortear algunas curvas, hasta el Monasterio de Piedra, la excursión que acapara toda la atención de esta comarca aragonesa. Así que mejor será dormir en este enclave con 800 años de historia a unos kilómetros del pueblo de Núevalos y dejar para primera hora la visita al parque natura (monasteriodepiedra.com).

 

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Como buscaban aquellos primeros monjes cistercienses procedentes del monasterio de Poblet que fundaron en el siglo XII este cenobio en la margen derecha del río Piedra, el complejo y el paisaje que lo envuelve invitan al silencio y al recogimiento. Se respira en los largos pasillos en los que estaban las antiguas celdas de los monjes, ahora habitaciones, en sus salones con arcos y paredes de piedra vista, bajando y subiendo por su monumental escalera de factura renacentista y saboreando, a la hora de la cena, platos de la cocina aragonesa en el restaurante Reyes de Aragón.

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La ventaja de dormir en el hotel del monasterio no solo es ser de los primeros en entrar al parque, también tener un precio especial en el acceso a este. Rodeando las huertas del edificio principal se entra a este jardín histórico real que el visionario industrial barcelonés Juan Federico Muradas dio forma en el siglo XIX cuando, tras años de abandono, adquirió la finca y transformó el antiguo monasterio en una fonda y su entorno, en un jardín romántico insertado en la naturaleza.

 

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Alrededor de dos horas lleva completar el itinerario señalizado por un espacio alimentado a capricho por el río Piedra repleto de saltos de agua espectaculares, riachuelos, plácidos lagos, grutas, árboles centenarios y una asombrosa variedad de flora y fauna. Un ecosistema de extraordinaria riqueza biológica donde, no por casualidad, se creó aquí hace 150 años, la primera piscifactoría de España.

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El paseo por este paisaje kárstico modelado constantemente por la acción del agua está repleto de alicientes naturales y cada cual más fotogénico: el Baño de Diana, el lago de los Patos, la cascada La Caprichosa, la gruta Iris, la cascada de los Chorreadores, el lago del Espejo o la Cola de Caballo, la más alta del parque, una caída de más de 50 metros que esconde, tras su cortina de espuma y reflejos, una cueva sombría y húmeda a la que se puede acceder.

 

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De vuelta al hotel, ubicado en torno al claustro nuevo, bueno será darse un refrescante baño en la piscina o una reconfortante sesión de spa, antes de descubrir todo lo que abarca el recinto monacal que, como tantos cenobios medievales estaba rodeado de una muralla, de la que se conserva una parte.

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La visita al rico conjunto monumental que aglutina diferentes estilos –del gótico al barroco, pasando por el mudéjar y el renacentista– se hace por libre, con paneles explicativos que ilustran sobre sus espacios. La iglesia es el edificio central y en torno al claustro viejo se disponen las estancias monacales: la sala capitular, la cillería o almacén, la cocina, el refectorio y calefactorio. El recorrido también pasa por el Museo del Vino DO Calatayud, una exposición de carruajes y la exposición de la historia del chocolate.

 

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En la misma carretera al Monasterio de Piedra y a orillas del embalse de la Tranquera, la cocina de temporada del restaurante Río Piedra (hotelriopiedra.com) de Nuévalos, lleva años acumulando premios por su cocina tradicional y creativa y sus menús. Después de reponer fuerzas, si queda algo de tiempo, se puede tomar el desvío para recorrer en coche las espectaculares hoces del río Mesa entre los pueblos de Jaraba –famoso por sus balnearios de aguas mineromedicinales– y Calmarza, con una de las mayores concentraciones de buitres leonados de la península. Y si se pone empeño y ganas, seguir el camino que atraviesa la hoz Seca y contemplar encastrado entre las paredes del desfiladero el santuario de la Virgen de Jaraba. Un buen final para rematar 48 horas en la comarca de Calatayud y aprovechar los descuentos especiales que 24 hoteles de la capital y la provincia ofrecen entre el 17 de julio y el 1 de agosto durante los fines de semana (zaragozahoteles.es).

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