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«Bien podría ser que Lisboa no fuera ciudad sino mujer». Lo dijo José Saramago y lo intuyeron antes y después de él tantos poetas, artistas y cantores para los que la capital portuguesa fue mucho más que un caudal de inspiración. También hay quien ha señalado que su luz, esa que se desparrama por las colinas hasta caer sobre las aguas del Tajo, tiene el efecto del primer amor.

 

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Lisboa, con sus rincones congelados en el tiempo, es para muchos la ciudad más romántica del mundo. Especialmente en esta época, cuando el viento revuelve las hojas caídas sobre el suelo mojado y los fríos avivan la melancolía. Arranca el invierno y recorremos la ciudad que mejor encarna su inevitable nostalgia. Una ciudad que ha sido elegida en los premios World Travel Awards, en varias ocasiones, como la mejor del mundo para un city break o escapada corta.

 

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UN PASEO EN TRANVÍA

Es su imagen más reconocible, el elemento que mejor ha sabido resistir los embates de la modernidad. Hablamos de los tranvías, símbolo de esta ciudad, que, desde hace un siglo, trepan por las laderas con una pericia pasmosa. Históricos o modernos, amarillos o rojos, no son solo el medio de transporte público más común sino en sí mismos una atracción turística. Nada hay más pintoresco que abordar, por ejemplo, el recorrido del mítico nº 28 que avanza chirriante por las estrechas cuestas, bamboleándose entre los barrios de Graça, Baixa o Estrela.

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PERDERSE POR ALFAMA

El distrito más antiguo de Lisboa es un delicioso laberinto de calles empinadas y casas de influencia morisca con fuentes, patios y paredes desconchadas. Un cogollo que sube por la colina hasta llegar al castillo, atravesando al paso importantes monumentos, entre ellos la catedral. Barrio de los marineros y los vendedores de pescado, aquí nació San Antonio, el santo más popular, al que lo mismo se invoca para encontrar objetos perdidos como para conseguir un marido.

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Además, Alfama también es el rincón de la ciudad donde dejarse llevar por su banda sonora: el fado, alma portuguesa, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Por el camino hasta el punto más alto, no hay que perderse esta dirección: Miss Can (miss-can.com), una encantadora petiscaría (lugar para tapear) donde ofrecen conservas de calidad superior elaboradas con el método tradicional que usaban los antepasados en 1911. Un local pequeñito, con apenas tres mesas, donde un vino y un aperitivo sabrán a gloria bendita.

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DESCUBRIR SUS MIRADORES

Ya lo decía Pessoa, Lisboa nunca fue tan bella como desde las alturas: «El Tajo, al fondo, es un lago azul, y los montes de la otra orilla son de una Suiza achatada». Por eso conviene descubrirla desde sus miradores, que son muchos y diversos. Algunos requieren subir edificios como el famoso elevador de Santa Justa o el del Arco da rúa Augusta, con una bonita panorámica sobre la praça do Comercio.

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Pero otros forman parte de la alocada fisionomía de la ciudad y su acceso es completamente gratuito. Por ejemplo, el de Sao Pedro do Alcantara, con una preciosa imagen sobre los jardines; o el de Portas do Sol, a donde acuden los enamorados para inmortalizar el momento. Moderno y casi futurista el llamado Experiencia Pilar 7, en el centro interpretativo del puente 25 de Abril. Una aventura en la que, además de repasar la historia de esta joya de la arquitectura civil y atravesar una sala cuyos espejos multiplican la sensación del abismo, se accede a una plataforma a un paso del tráfico de los coches y colgada sobre el estuario del Tajo.

 

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TIENDAS CENTENARIAS

Sí, las hay, precisamente porque esta ciudad ha sabido mantener la esencia de sus comercios tradicionales, los de toda la vida, anclados en ese sabor antiguo que se resiste a la homogeneización. Esta es la razón por la que en La Baixa y en Chiado hallamos sastrerías de tiempo inmemorial, librerías de viejo, establecimientos con solera. Nada hay más romántico que perderse por estas reliquias donde retroceder en el tiempo. Es el caso de Luvaria Ulisses (luvariaulisses.com), una diminuta tienda de guantes que se remonta a 1925 y que conserva su aspecto original con idéntico toque de elegancia.

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O de A Vida Portuguesa (avidaportuguesa.com, en la imagen), donde se venden productos diversos (mermeladas, ropa de casa, objetos de jardinería…) pero siempre de creación local. O de Claus (clausporto.com), una marca de jabón y perfume con más de 130 años, inspirada en los paisajes del país. Otro clásico de la ciudad es la Ginjinha o licor de guindas, que no hay que irse sin probar. Especialmente si es el uno de los muchos establecimientos clásicos, con estética tradicional.

 

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AL CALOR DE UN BUEN CAFÉ

El tiempo lo pide. Hace frío y apetece una café calentito, humeante, en alguna de las cafeterías más emblemáticas, auténticas instituciones en una ciudad que siente pasión por esta bebida. Mítico el café A Brasileira (abrasileira.pt), en el corazón del barrio lisboeta de Chiado, fundado en 1905 este lugar forma parte de la historia de la ciudad, punto de encuentro de intelectuales y artistas como Fernando Pessoa, a quien se erigió una estatua frente a su puerta. También icónico el café Versailles (grupoversailles.pt), fundado hace un siglo, con un interior con decoración Art Nouveau, su escaparate de dulces es una tentación imposible de resistir.  Y otro de los más conocidos, el café Nicola (nicola.pt), pegado al elevador de Santa Justa.

 

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Y AL DE LAS CONFITERÍAS

Acompañar el café de un dulce, que podemos comprar en alguna de sus famosas confiterías, supone un todo un riesgo: el de no poder parar. Asumiéndolo, podemos empezar por el más característico de todos. Se trata de los Pasteles de Belém, que se pueden encontrar, además de en confiterías, en cualquier café que se precie. Un imprescindible, la confitería que lleva su nombre, Pasteis de Belem (pasteisdebelem.pt) junto al Monasterio de los Jerónimos, siempre atestada de gente. Pero también en la Confeitaria Nacional (confeitarianacional.com/pt/home), que pertenece a la misma familia de hace cinco generaciones.

 

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