En el norte de Occitania, la región francesa enclavada entre el Mediterráneo y los Pirineos, se encuentran algunos lugares que atesoran joyas culturales que hay que conocer, donde historia, arte y gastronomía van de la mano. Tras aterrizar en el aeropuerto de Toulouse (capital de la región) y alquilar un coche nos adentramos en la provincia de Aveyron. La primera parada es Rodez, con casas medievales que nos fascinan. Detrás de la catedral de Notre-Dame, el centro histórico se extiende por el interior de las antiguas murallas. La riqueza patrimonial se encuentra en sus callejuelas, pequeñas plazas y en los patios de sus casas medievales, como en la casa Benedict o la casa Molinier, ambas del siglo XV.
La pequeña place d’Estaing reagrupa un conjunto de locales de comercios artesanos, aunque ahora también hay espacio para algunos foodtrucks que ofrecen quesos variados. En una esquina vemos un pasadizo empedrado, por el que caminamos para llegar al patio interior de la casa Benoit. Esta antigua casa señorial de estilo gótico flamígero fue construida en el siglo XVI para el canónigo Jean Pouget. Las gárgolas están al alcance de la mano… ¡es fascinante!
Contrastando con su entorno medieval, se encuentra el museo del pintor Pierre Soulages (musee-soulages-rodez.fr), conocido por su obra donde interpreta "todas las tonalidades del negro". La concepción del edificio, obra del estudio RCR Arquitectes, la conforma una concatenación de cajas rectangulares de acero corten, cuya pátina lleva la marca del tiempo y sorprende por sus volúmenes que parecen suspendidos. El cromatismo de su exterior se puede interpretar como una reminiscencia de la piedra arenisca rosa de Rodez; mientras que su interior es un viaje al universo personal de esta figura relevante en el mundo del arte abstracto mundial. Imprescindible para los amantes del arte moderno.
Continuamos viaje hasta el pequeño pueblo de Salles-la-Source, que se encuentra a medio camino de la carretera que une Rodez con el encantador pueblo colgante de Conques. Resulta una grata sorpresa en el viaje, porque entre los atractivos de esta pequeña comuna se hallan sus calles empinadas con casitas de piedra, un castillo, una iglesia románica, un interesante museo de antiguos oficios y, dispersos por los alrededores, uno de los mayores conjuntos de dólmenes de toda Francia. Sobresale una cascada que se precipita sobre el pueblo, dando vida a una clásica foto de postal. A dos pasos de ella, un buen lugar también para disfrutar de la gastronomía es el restaurante Cascade (cascaderestaurant.fr), donde descubrir la cocina local reinterpretada.
La ruta avanza y llegamos a Conques, el pueblo situado en lo alto de una montaña que ha sabido preservar su autenticidad y es etapa obligada para los peregrinos del Camino de Santiago francés. Legado intacto desde las profundidades del año 1000, la arquitectura de Conques vive en la armonía cromática de su gris azulado, el ocre de la piedra caliza y las casas medievales con entramado de madera. Su iglesia abacial de la Sainte-Foy custodia uno de los tesoros más notorios de orfebrería medieval: la estatua de su Majestad de Santa Fe, cubierta de oro y piedras preciosas.
Antes de entrar en la iglesia hay que contemplar el tímpano del Juicio Final, una obra maestra del arte románico que se ilumina cada noche en una ceremonia interpretativa donde los 124 personajes allí representados van cambiando de color. En el interior, sorprenden las vidrieras diseñadas en 1990 por Soulages, el artista "estrella" de la región.
Para sentir Conques es recomendable pasar la noche… El silencioso amanecer es inolvidable; así como también será inolvidable el hotel Le Comptoir de Germain (lecomptoirdegermain.com), un acogedor chambre d’hotes, como llaman los franceses a los alojamientos con encanto caseros.
Ponemos rumbo a Rocamadour, ya en la provincia de Lot. Un pueblo encaramado a una roca que merece la pena visitarlo de día y de noche. Desde la terraza del hotel Le Belvédède (hotel-le-belvedere.fr) se disfruta de una vista espectacular. También merece la pena pernoctar allí, porque la foto panorámica buena es al amanecer. Del conjunto de santuarios, destaca la capilla de Notre-Dame, donde la figura de la Virgen Negra es la pieza más simbólica.
CAMINO DE VUELTA
Volveremos por el mismo camino para así poder visitar los otros lugares que hemos ido dejando atrás a la ida. La primera parada en Figeac, una localidad que rezuma ambiente medieval y encanto a raudales. Destino obligado para los amantes de la historia, aquí nació, en 1790, Jean-François Champollion, el célebre egiptólogo que descifró los jeroglíficos de la Piedra Rosetta, los más importantes de la historia del Antiguo Egipto. Encontrada en 1799 por soldados franceses durante la campaña de Napoleón, terminó instalada en el British de Londres, y ahora, recién inaugurado el Gran Museo Egipcio de El Cairo, el gobierno egipcio reclama.
La casa natal de Champollion se ha convertido en un interesante museo temático sobre la historia de la escritura en el mundo (cahorsvalleedulot.com). En la plaza de las Escrituras, en la parte trasera del edificio, hay una gran losa de granito negro con la reproducción de los jeroglíficos de la Rosetta, obra del artista Joseph Kosuth, cuyo título, Ex Libris, rinde homenaje al gran lingüista francés.
Otra curiosidad del viaje, esta vez de la ingeniería, es el viaducto de Millau, diseñado por Norman Foster, que tiene la peculiaridad de ser el más alto del mundo. Está formado por siete pilares y constituye una auténtica proeza tecnológica. Alcanza 343 metros en su punto más alto sobre el valle del Tarn, uniendo Clermont-Ferrad con Béziers.
UN QUESO QUE TRASCIENDE FRONTERAS
Y después del tránsito por el viaducto llegamos a Roquefort-sur-Soulzon, donde el sabor del Aveyron se resume en un queso que ha trascendido fronteras. Se trata del mundialmente famoso roquefort, que este año, además, celebra el centenario de su denominación protegida, aunque la primera mención de esta excelencia gastronómica data del 1070.
Esta pequeña localidad, de apenas 700 habitantes, donde la mayoría de los vecinos trabajan en la producción de este manjar, es la única en la que se lleva a cabo el proceso de curación y afinado de este queso –“le roi des fromages” (según Diderot)–. La leche proviene de ovejas de raza lacaune, que viven en un radio de unos 80 kilómetros alrededor de Roquefort, y se ordeñan en el mismo pueblo.
Hace miles de años, en este mismo lugar se desplomó una gran ladera del acantilado formando una red de cuevas subterráneas. Gracias a sus peculiares corrientes de aire y a su fría temperatura, en ellas se mantiene constante un microclima ideal para el desarrollo del hongo responsable de la fermentación y que infunde el característico sabor a este queso. Así que, nada mejor que acabar el viaje con un buen sabor de boca degustando esta cremosa delicia en las cuevas originales donde se creó. Y después almorzar una Roc’Burguer en Les Caves des Saveurs (cavesaveurs.fr), donde el queso cheddar americano es sustituido por el roquefort, ¡naturalmente! Bon appétit.














