La ciudad alemana de Múnich tiene mil vidas. Mientras que otras capitales alemanas exhiben su vanguardia con orgullo industrial o su cicatriz histórica con melancolía, la capital de Baviera nos sorprende por sus múltiples facetas.
Para entender este carácter único que tiene Múnich, es crucial que nos interesemos por su pasado, que se remonta a la Edad Media, cuando nació alrededor de un pequeño monasterio (de ahí su nombre, derivado de mönch o monje). Su época de esplendor llegó de la mano de la dinastía Wittelsbach, quienes gobernaron Baviera durante más de siete siglos, elevando a Múnich al estatus de capital real. Esta etapa dio a la ciudad su magnífico perfil barroco y neoclásico, con teatros, palacios y avenidas.
El inexcusable
El punto de partida es Marienplatz, la plaza nexo entre el pasado y el presente. Dominándola se alza el imponente Neues Rathaus o Nuevo Ayuntamiento, una obra maestra del neogótico que parece sacada de un cuento de fantasía. Su famosa torre alberga el Glockenspiel, un carillón con figuras animadas que, a las 11:00 ya las 12:00 (de marzo a octubre también a las 17:00h), se pone en marcha para representar escenas históricas con color y música. Tanto turistas como locales aprovechan para pararse un rato y contemplarlo con la ilusión de un niño. En uno de los laterales de la Marienplatz sigue en pie el Antiguo Ayuntamiento, de época medieval.
En una de las calles que dan a la plaza se encuentra la iglesia de San Pedro, a cuya torre hay que subir –tras salvar 300 escalones– para disfrutar de las mejores vistas del centro. A tan solo cinco minutos a pie, la catedral Frauenkirche (construida sobre los restos de una antigua basílica romana), con sus inconfundibles dos torres, es también una imagen de postal.
Alejándonos unos 10 minutos -en un paseo lleno de bonitos edificios, locales y tiendas–, llegamos al palacio urbano más grande de Alemania, la Residenz. Fue propiedad de los Wittelsbach y hoy, su laberinto de patios, salones de banquete y más de 130 habitaciones es un museo visitable (residenz-muenchen.de). No te pierdas el Antiquarium, una preciosa sala renacentista, ni la gran colección de joyas y objetos reales. La familia real bávara no solo fue mecenas de arquitectura, también de las artes. Al salir es obligatorio dar un paseo por el Hofgarten (Jardín de la Corte) y la cercana Odeonsplatz. La ópera está pegada a la Residenz. El Teatro Cuvilliés fue testigo de los estrechos lazos de Baviera con compositores como Richard Strauss.
El secreto mejor guardado: el jardín de los surfistas
Rompiendo con todas las expectativas, la cultura del surf también surca Baviera. En el inmenso Jardín Inglés, uno de los parques urbanos más grandes del mundo, fluye el canal Eisbach. Este crea una ola artificial constante que lleva por nombre la Eisbachwelle, convertida en un imán para surfistas expertos que, con sus trajes de neopreno e ignorando la señal que prohíbe el baño, cabalgan esta ola prácticamente todos los días del año, incluso cuando nieva. Observar este espectáculo inesperado es fascinante y completamente gratuito.
El Jardín Inglés es en sí un refugio de paz, un oasis verde lleno de vegetación, agua y cisnes que puedes explorar alquilando una bicicleta o un pastel. Desde el Monopteros, un templo neoclásico en la cima de una colina, hay vistas panorámicas de la ciudad. Además, este parque alberga una parada para disfrutar de una merecida cerveza: la Torre China. No es solo una curiosidad arquitectónica, sino el emplazamiento de uno de los biergärten más grandes y animados de Múnich, esos jardines al aire libre donde tomar un maß (la famosa jarra de litro) y probar comida tradicional.
¿Cómo es la gastronomía bávara?
La cultura cervecera en Múnich es casi una religión. La ciudad es el hogar y fábrica de las seis grandes cervezas –las únicas autorizadas para servirse en el Oktoberfest–: Augustiner, Hacker-Pschorr, Hofbräu, Löwenbräu, Paulaner y Spaten. Pruébalas en los biergärten, que son prácticamente una institución social.
Y, por supuesto, hay que hablar del Oktoberfest –la fiesta de la cerveza más grande del mundo–. Dura dos semanas al año, normalmente entre septiembre y octubre. Solo se sirven las cervezas nombradas anteriormente y es obligatorio acudir con la vestimenta tradicional. El dirndl para mujeres y los lederhosen para hombres. Al brindar, se mira a los ojos y se pronuncia: “Prost !”.
Los platos tradicionales son el codillo de cerdo y las salchichas weisswurst (hechas de ternera y cerdo con perejil y servidas con mostaza dulce y chucrut ). Ah, y los pretzels , claro. También hay mucha afición por el gulash, aunque es un plato originario de Hungría y sustancialmente austriaco.
Para experimentar la euforia colectiva de su gastronomía, el Hofbräuhaus (hofbraeuhaus.de) es la parada número uno. Es el beer hall más famoso del mundo y, por fin, el más turístico. Aquí tocan bandas de música tradicional para animar a grupos de todas las edades. Tiene varias plantas, zonas y un bonito patio interior. Otra parada estupenda para parar a comer gastronomía típica (ya veces bailar) es el restaurante cervecería Ratskeller (ratskeller.com), en el sótano del ayuntamiento.
La frescura del sabor local se encuentra en el Viktualienmarkt (viktualienmarkt-muenchen.de). Este gran mercado al aire libre es un festival de colores, aromas y productos gourmet. Aquí encontrarás desde puestos de quesos alpinos y frutas exóticas, hasta cervezas y salchichas para tomar o llevar.
Las tres mejores escapadas desde Múnich (por si vas con tiempo)
- Campo de concentración de Dachau: la belleza de Múnich esconde un capítulo mucho más oscuro. En el siglo XX, fue uno de los puntos de origen del Tercer Reich. A tan solo 30 minutos en tren, la visita es una experiencia dura, pero necesaria. No es un destino de ocio, sino un lugar de profunda reflexión sobre la memoria y la dignidad humana (kz-gedenkstaette-dachau.de).
- Castillo de Neuschwanstein: lo levantó el excéntrico Rey Luis II de Baviera y parece sacado de una película de Disney. Enclavado en los Alpes, deslumbra su fachada neogótica y su lujoso interior. Está más lejos que el destino anterior, a unas tres horas, deberás coger un tren a Füssen y un autobús. Pero las vistas desde el puente Marienbrücke harán que valga la pena (neuschwanstein.de).
- Olympiapark: esta joya arquitectónica fue construida para los Juegos Olímpicos de 1972 y es una visita obligatoria para los amantes del deporte. Tras 20 minutos en taxi desde el centro, subirás a la Torre Olímpica para disfrutar de las mejores vistas de la ciudad, que en días despejados llegan hasta los Alpes. El interesante museo de BMW (bmw-welt.com) está justo al lado. Y algo más lejos, a unos 10 minutos, ¿qué tal completar tu visita con una parada en el Allianz Arena (allianz-arena.com), hogar del FC Bayern (olympiapark.de).























