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Entramos en el Parador de Limpias, la joya de Cantabria rodeada de jardines centenarios y una misteriosa leyenda


Así es desde dentro uno de los secretos mejor guardados del norte, un palacio envuelto en una atmósfera de magia otoñal en el que puedes alojarte

En colaboración con

Paradores


Image© Laura Negro
5 de noviembre de 2025 - 9:49 CET

Hay lugares que te acogen como un abrazo, que cuentan historias desde cada rincón y que, sin necesidad de palabras ni artificios, te invitan a quedarte un poco más. El Parador de Limpias, en Cantabria, es uno de ellos, y me bastaron tan solo 24 horas para comprobarlo.

Completamente fascinada por los árboles centenarios de su jardín, los salones amaderados y cubiertos de coloridas alfombras y una atmósfera casi mágica, descubrí un destino ideal para dejarse envolver por el encanto de lo auténtico. Especialmente, ahora, en otoño e invierno, cuando este lugar parece sacado de un cuento.

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Un palacio detenido en el tiempo

Antes de quedarme sin palabras con las vistas a los jardines a través del ventanal de la habitación en la que tuve el privilegio de dormir una noche, lo primero que me llamó la atención fue la arquitectura noble del edificio principal. Se trata del antiguo Palacio de Eguilior, levantado en 1903 y convertido en Parador en el año 2004. Una fecha que no pasa desapercibida dentro de las instalaciones, pues está bordada en las cenefas de las alfombras que decoran y ponen la nota de color a sus zonas comunes, como si se quisiera recordar que este edificio histórico volvió a la vida aquel 13 de febrero, cuando se inauguró oficialmente como parte de la red de Paradores de Turismo de España.

Nada más entrar, una monumental escalera de castaño, un techo artesonado, chimeneas imponentes y una vidriera que inunda de luz natural el descansillo principal me recibieron con una elegancia sobria y ecos de un pasado aristocrático. Y es que este palacio fue residencia estival del rey Alfonso XIII y testigo de relevantes reuniones políticas. A día de hoy, su restauración impecable lo convierte en un refugio donde se fusiona la solemnidad del pasado con una calidez acogedora que me hicieron sentir como en casa. Pero, si bien en su interior se respira tranquilidad, también sobrevuela cierta intriga; y es que este Parador no solo es sofisticado, también tiene fama de estar encantado. Aunque lo que yo sentí es que su atmósfera invita a imaginar y a escuchar con atención el silencio.

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El jardín: un universo mágico en sí mismo

Al abrir las ventanas de mi habitación, vi un tapiz verde que parecía infinito. Me llamó la atención la cantidad de ejemplares únicos que conforman los jardines del Parador, diseñados por el propio Eguilior —gran aficionado a la botánica—: con mis propios ojos contemplé la belleza de los robles americanos, cipreses, castaños de Indias y un magnolio de más de 15 metros, declarado Patrimonio de la Humanidad. Bajo el nublado cielo cantábrico, paseé entre caminos cubiertos de hojas otoñales, con el aroma de tierra húmeda y musgo envolviéndome a cada paso. Incluso encontré muérdago en el sendero campestre que rodea el edificio, un detalle casi mágico.

Este jardín es más que un telón de fondo: se vive desde dentro. Desde el restaurante, la terraza o la piscina, el verde inunda los espacios con una paz difícil de explicar.

Sabores que conectan con el territorio

Mientras mis ojos se deleitaban con el paisaje, mi paladar se entregaba al sabor de Cantabria. En el comedor del Parador, con vistas a ese jardín encantado, tuve el placer de degustar algunos de los platos de su amplia carta y recibir una breve explicación sobre ellos gracias al chef Pablo Álvarez, que se acercó personalmente para transmitirme su pasión por el producto local.

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De entre todos ellos, recomiendo especialmente probar el ciervo macerado con queso de Tresviso a la hora de comer, por su sabor pronunciado y presentación impecable, y la calabaza asada con huevo a baja temperatura y crema de queso con piñones para cenar, por su ligereza y alto nivel de originalidad. El arroz con bogavante y las rabas crujientes también merecen una mención especial, de igual forma que los postres y desayunos que ofrece el Parador. La variedad de panes y los picatostes tradicionales de la zona me ganaron por completo. Además, como guiño dulce, el Parador me recibió con una corbata, un imperdible dulce típico de la zona.

‘Naturaleza para los Sentidos’: sobaos, marismas y aves

Como parte del programa ‘Naturaleza para los Sentidos’, una apuesta de Paradores por el ecoturismo sostenible, realicé un taller de elaboración artesanal de sobaos y quesadas en la Granja de Santa Ana, especializada en producción de leche de vaca y actividades de formación y sensibilización. Es allí, en pleno corazón del Parque Natural de las Marismas de Santoña, donde desde 2012 Sara, ingeniera agrícola y dueña de las tierras y los animales, continúa la tradición de su familia arropada por su marido Jorge y sus hijas, que pronto pasarán a ser la cuarta generación. Más que una clase en sí, fue una inolvidable inmersión en la cultura cántabra, en la que las materias primas locales y los sabores exquisitos fueron el denominador común.

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Además de esta, el entorno del Parador permite un sinfín de actividades, como la visita a una conservera tradicional, hasta donde me desplacé para aprender sobre el fileteado de la anchoa. También navegué por las marismas del Parque Natural de Santoña, hogar de aves migratorias como el águila pescadora, y disfruté de un agradable paseo por Laredo, con su inmensa playa de 5 kilómetros, ideal para desconectar.

Incluso me dio tiempo a mojarme los pies en la playa de Berria, ubicada entre el monte Brusco y el macizo del Buciero y frecuentada por surfistas, y a conocer de primera mano la simpática rivalidad entre Santoña y Laredo... ¿Quién se comió la famosa ballena? Pregunta para locales. Y, ¡atención! También descubrí que Santoña es el place to be para alternar: sus bares son animados, auténticos y los más accesibles de la zona en cuanto a precio.

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Un lugar que se queda contigo

El Parador de Limpias no es un simple alojamiento. Es un palacio encantado con jardines que susurran, con suelos nobles, detalles que recuerdan el año de su renacimiento, y un ambiente que invita a parar, a observar, a disfrutar del tiempo de calidad. Ideal para una escapada otoñal o un retiro invernal. Y al marcharme, envuelta por el susurro del viento entre los árboles y el eco de las leyendas que aún recorren sus pasillos, entendí que volvería. Porque los lugares mágicos nunca se olvidan.

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