Ce n'est pas posible, les dijeron en 1783 a los hermanos Montgolfier y estos tuvieron que meter una oveja, un pato y un gallo en un globo –como si fuera un chiste– y hacerlo volar en Versalles, delante de Luis XVI, para demostrar que su invento era viable. «¡Estáis tocaos!», les dijeron en 2018 a los hermanos Bueno –Alejandro y Javier– y a su amigo Sergio Muñoz, tres conquenses enamorados de los globos, cuando se propusieron sobrevolar en uno el casco antiguo de su ciudad, porque una cosa es despegar y otra muy distinta aterrizar en un lugar lleno de pinares, hoces acantiladas y rascacielos medievales. Hasta que dieron con el piloto catalán Manel Rodríguez, que había probado su pericia volando varios años en los Alpes austriacos, y demostraron que se podía. De hecho, lo han demostrado ya más de 400 veces, metiendo en otros tantos globos a 5000 personas. Los Montgolfier, a su lado, eran aeronautas de granja.
Fácil no es, desde luego. Para empezar, hay que madrugar para estar en el Centro de Recepción de Visitantes de Cuenca a las siete de la mañana e ir abrigado, porque cuando se llega al lugar elegido para el despegue, después de subir media hora por la hoz del Huécar en los coches de la organización, el termómetro marca cuatro grados. «Para frío –evoca Alejandro– el día que sobrevolamos Cuenca con la Filomena», la borrasca que sepultó la ciudad y medio país bajo un metro de nieve en enero de 2021. Pero enseguida se entra en calor viendo cómo Manel y sus ayudantes descargan la barquilla de 504 kilos y la vela de 450, e inflan esta con 400.000 metros cúbicos de aire caliente, convirtiendo el globo en un pesadísimo juguete de 40 metros de altura que, sin embargo, flota. ¡Eureka!
El despegue se produce a las 8:30 y, nada más ganar altura, el rugido de los quemadores asusta y hace levantar la cabeza y saludar con la mano al dueño de una casa que hay pegada a los riscos del cercano hocino de San Pablo. «Es Armando Díaz Romeral», explica un pasajero conquense a los 18 restantes, «un vecino que se tiró 14 años buscando fósiles en el yacimiento de Las Hoyas, a 20 kilómetros de aquí, y descubrió el primer pájaro del mundo: el Iberomesornis romerali. Bueno, el del segundo pájaro, porque luego los chinos encontraron otro anterior. Claro, que ellos son 1400 millones de personas cavando sin parar. Así cualquiera». No le falta razón.
Aprovechando las corrientes anabáticas y catabáticas, que Manel husmea y domina como el viejo lobo de aire que es –más de 4000 horas como piloto comercial–, el globo baja suavemente por la hoz del Huécar dos kilómetros y medio y, a los seis minutos del despegue, pasa por encima de la tirolina doble que hay tendida entre las dos orillas acantiladas del barranco –la más larga de Europa– (tirolinacuenca.com), a pocos metros del antiguo convento de San Pablo, hoy Parador y Espacio Torner. El subidón está garantizado, se va a 70 kilómetros por hora durante 30 segundos. Y la seguridad, porque tiene dos cables. A Manel no le hacen gracia los cables, como a todos los pilotos, pero la mayoría de los pasajeros piensa que esta tirolina de 445 metros, a 120 sobre el río, puede ser la manera ideal de redondear un día en Cuenca por todo lo alto.
Todos los móviles a bordo disparan entonces las fotos que durante semanas llenarán el grupo de WhatsApp creado para la ocasión: el convento y el puente de San Pablo, la catedral y las Casas Colgadas iluminadas por el primer sol. Todos, menos el de Manel, que tiene las dos manos arriba, ocupadas accionando los quemadores para que el globo ascienda otro poco y pase raspando la linterna-cimborrio de la catedral, sobrevuele la plaza Mayor vacía y se plante en la vecina hoz del Júcar, dejando atrás los rascacielos medievales de ocho pisos que asombran este otro foso de Cuenca.
En condiciones ideales, la corriente catabática arrastraría el globo casi en dirección contraria, hacia el norte, siguiendo el «agua verde, verde, verde, / agua encantada del Júcar» –que dijo Gerardo Diego– hasta llegar a Mariana, a 14 kilómetros de Cuenca. Pero cuando la catabática no funciona y no queda otra que continuar en línea recta, se sobrevuela la ciudad nueva y los campos de cultivo inmediatos.
Sin el más leve sobresalto, el globo se posa a las nueve de la mañana en un barbecho, y después de recoger la vela, brindar con cava, desayunar con cecina, entregar diplomas a los 19 pasajeros y regresar en los coches de la organización a la ciudad, no son ni las once. Así que queda mucho día aún para ver esta con los pies en la tierra, probar la tirolina sobre la hoz del Huécar o acercarse al Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha (mupaclm.es) a conocer al Iberomesornis romerali, el primero que voló sobre Cuenca, hace 125 millones de años.
DATOS PRÁCTICOS
El vuelo dura una hora, aunque la actividad ocupa alrededor de cuatro. Cuesta 210 € por adulto. Cualquiera puede montar. La mayor dificultad es subir y bajar de la barquilla, porque no hay puerta, pero ayudan 38 manos. A Vista de Globo (avistadeglobo.com) vuela sobre Cuenca los sábados y domingos, en fines de semana alternos.
Si te quedas a comer en Cuenca
Todos recomiendan Raff San Pedro (raffsanpedro.es): la guía Michelin, las reseñas de Google y Tripadvisor, los propios conquenses con los que se coincide volando en globo... Por algo será. Su menú Acervo es sobresaliente. Otra buena elección es la cocina de producto y técnica, que aúna tradición y vanguardia, de Romera Bistró (romerabistro.es), un local moderno y acogedor a orillas del Húecar. Y también la del restaurante del Parador de Turismo (parador.es), en un monasterio del siglo XVI frente a las Casas Colgadas.