“La ciudad de los 100 palacios”, la llaman. La que vio nacer a grandes como Rafael Alberti o al mismísimo Toro de Osborne —guiño-guiño—, añadimos nosotros. Una urbe rebosante de solera, abrazada por el Guadalete y asomada al mar, en la que perderse por su entramado urbano, al amparo de las sombra que proyectan sus históricos edificios —muchos, abandonados; otros, dotados de una nueva vida— significa impregnarse de esa esencia gaditana que atrapa sin remedio y nos hace no querer salir de aquí jamás.
Porque El Puerto de Santa María presume de un carácter único y especial. De unas cualidades alimentadas por la mezcla cultural consecuente del paso, desde tiempos inmemoriales, de todo tipo de civilizaciones. Hablamos de tartesios y de fenicios, de romanos y musulmanes. Indudables protagonistas, todos ellos, de una historia a la que contribuyeron con su patrimonio y su cultura. Así fue como se moldeó esta ciudad cosmopolita del corazón de la Bahía de Cádiz que hoy nos disponemos a descubrir. ¿La mejor manera de empezar a hacerlo? Acodados en la barra de Bodegas Obregón, una de sus tabernas más gloriosas. Con una copa de fino en la mano, y una tapa de chicharrones en la otra, haremos el merecido repaso a aquellos rincones imperdibles de esta escapada postestival.
UNA DE HISTORIA
Juan de la Cosa, que participó en siete de los primeros viajes a América tras su descubrimiento, fue el primer cartógrafo español que dibujó un mapa en el que aparecía esta tierra. Y lo hizo, precisamente, aquí, en El Puerto de Santa María. Es por eso que su hazaña es homenajeada en la plaza donde se yergue uno de los emblemas monumentales de la ciudad, el castillo de San Marcos. Levantada en el siglo XIII por orden de Alfonso X el Sabio —también presente, mediante un busto de piedra, en el mismo enclave—, esta fortaleza, sin embargo, esconde en su interior restos de épocas pasadas, como los cimientos romanos descubiertos tras diferentes excavaciones o la mezquita sobre la que se construyó. Adentrarse en ella es maravillarse con detalles del antiguo templo musulmán, ya sean sus arcos o el mihrab original, del siglo X, hallado tras unas obras de restauración hace ya 40 años. Su capilla gótica, su sacristía o el patio de los Naranjos componen algunos otros de sus atractivos.
Pero nos quedamos con la subida a sus imponentes torres con inscripciones en latín, desde donde oteamos el vecino Guadalete. Estas sirvieron, según cuentan, para alojar al mismísimo Cristóbal Colón antes de partir a uno de sus viajes. De hecho, su vínculo con la ciudad fue mucho más allá, pues en aquella época los Duques de Medinaceli, además de ser dueños del castillo, dotaron a las exploraciones de una de las carabelas que acompañaron al descubridor, la Santa María. El histórico edificio, en manos, desde 1959, de Grupo Caballero, hace que complementar la visita sea posible con una cata de vinos en su bodega anexa, aunque si lo que pretendemos es ahondar un poco más en la vertiente enológica de El Puerto, nada como visitar las Bodegas Osborne. Fundada en 1772, su emblema, el Toro de Osborne, cuenta con galería propia en la que conocer todos los detalles sobre su curiosa historia —entre otros aspectos, que está considerado Bien de Interés Cultural desde 1988—. Para acompañar la experiencia, nada como degustar algunos de los caldos que envejecen en sus botas centenarias.
¿Un extra más? Dejando –solo por unas líneas— el universo vitivinícola a un lado, y retrocediendo de nuevo en el tiempo, nos escapamos a las afueras de El Puerto: en la vecina sierra de San Cristóbal se encuentra el yacimiento de Doña Blanca, donde sorprendernos con los restos de una antigua ciudad fenicia y su importante puerto fluvial, datada en el siglo VII a. de C.
UNA DE PALACIOS
Ya lo decíamos antes: aquello de “los 100 palacios” no es mero marketing: la ciudad se encuentra plagada. Y es cierto que, aunque muchos de ellos, construidos durante los siglos XVII y XVIII, presentan un estado de casi abandono, con interiores medio derruidos y desconchones en sus fachadas —un aire decadente que, en cierto modo, le da también cierto puntito a la ciudad—, hay otras muchas que siguen luciendo tan esbeltas como el primer día.
Su origen se halla vinculado a la época de los cargadores de Indias, cuando los comerciantes que controlaban el negocio con el Nuevo Mundo se asentaron en este preciso lugar y lo utilizaron de campo base. Entre las más representativas están el palacio de Villareal y Purullena, hoy sede de la Fundación Luis Goytisolo: dicen que en él llegó a alojarse la mismísima reina Isabel II. No muy lejos —¿qué hay lejos en El Puerto de Santa María?— aguarda otra fundación, esta, la de Rafael Alberti, para invitarnos a bucear por sus paredes encaladas y empaparnos de la vida y obra de aquel Marinero en tierra, uno de los más importantes genios del sur.
También hablamos de la casa palacio Blas de Lezo, de la Casa de los Leones —hoy convertida en hotel— o el de la Marquesa de Candia, que acoge el Museo Municipal. No es famosa, pero nos conquista igual, la casa señorial que acoge uno de los alojamientos boutique más exclusivos del destino: Monbull El Puerto (monbullhome.com), de solo 5 habitaciones, nos tienta a hacer check-in y a disfrutar de un completo oasis junto a la iglesia Mayor Prioral, su vecina, que bien merece que nos adentremos en ella para contemplar su portada de estilo plateresco o su retablo de plata mexicana.
De vuelta al alojamiento en cuestión, cuyo interiorismo, en el que predominan los colores vivos, está inspirado en la casa de Luis Barragán en Ciudad de México, nos impregnamos de esa esencia de las casonas del siglo XIX para disfrutar, no solo de su cuidada decoración, del arte contemporáneo que decora cada rincón o de la agradable luz gaditana que se cuela por cada una de sus ventanas, sino también para entregarnos al descanso más absoluto entre desayunos eternos en su coqueta cocina o lecturas maravillosas en cualquier salón.
UNA DE PLAYAS PARAÍSO
El salitre se apodera de nuestra piel en este momento del viaje. El jaleo del verano ya pasó, pero las playas de El Puerto de Santa María continúan llenándose de vida gracias a aquellos que se niegan a aceptar que el tiempo de vuelta y vuelta bajo el sol se despidió hasta el próximo año. Es lo bueno que tiene el clima del sur, que permite alargar la vida playera hasta bien entrado el otoño. Decidir por cuál de todas las playas portuenses nos decantamos, no será sencillo, pero no nos podremos quejar de variedad.
Empezando por la de La Calita, de arenas doradas y finas, o la de La Muralla, abrazada por un rocoso acantilado en el que descansan las murallas del antiguo castillo de Santa Catalina. Valdelagrana, popular donde las haya, es extensa y repleta de servicios y facilidades para los bañistas, ya que cuenta con un paseo marítimo colmado de cafeterías y bares. La Puntilla es la más cercana al núcleo urbano y desde sus dunas se disfruta de uno de los mejores atardeceres del lugar, mientras que la de Santa Catalina, dividida en otras más pequeñas —Vistahermosa, Las Redes o El Ancla—, es ideal para jornadas en familia entre chapuzones en sus frescas aguas. En total, 16 kilómetros de puro paraíso gaditano para deleite de locales y foráneos.
Y DE COMER, ¿QUÉ?
Pues, de comer, claro, una inmensa variedad de bares y restaurantes repartidos por territorio portuense en los que entregarnos al mayor de los placeres. Empezando por el gran referente de la alta cocina española, Aponiente (aponiente.com), el buque insignia del gran Ángel León. Tres estrellas Michelin y tres Soles Guía Repsol avalan el buen hacer del cocinero gaditano, que cuenta también con La Taberna del Chef del Mar (latabernadelchefdelmar.com), más canalla pero igualmente espectacular.
Y seguimos con la lista, porque la oferta gastro, aquí, no es cuestión baladí. Ahí está el mítico El Faro del Puerto (elfarodelpuerto.com), que lleva desde 1987 deleitando a propios y extraños con su cocina de corte más tradicional. O El Laúl (laul.es), desde cuyo jardín disfrutar de las mejores veladas otoñales. Para algo fresquito y alguna que otra tapilla al más puro estilo tradicional, Bar Vicente Los Pepes es el lugar: rodeados de carteles taurinos y paredes alicatadas, aquí se saborea el lado más auténtico de El Puerto. Algo más allá, con vistas al puerto deportivo de Puerto Sherry, se halla Bocana (bocana.grupoamarola.com), que apuesta por el producto fresco del mar y recetas mediterráneas.