A escasos kilómetros de Aranjuez, el Real Cortijo de San Isidro guarda el eco de una historia real entre campos de cereal y huertas centenarias. Aproximándose a él por la glorieta de las Doce Calles y el arbolado paseo de la Princesa se intuye que no es una aldea cualquiera. Bajo su trazado geométrico, cuidadosamente ordenado, se esconde un espacio único en Europa: una bodega construida en 1782 por orden directa de Carlos III.
El monarca ilustrado quiso convertir este lugar en una explotación modélica del siglo XVIII. Compró los prados de los alrededores, plantó viñas y olivos, y fue dando forma a un complejo rural que incluía casas para colonos, jardines, canales de riego, una almazara, un lagar de 900 m² y una bodega subterránea que abastecía de vino y aceite al palacio de Aranjuez. Hoy, esta joya histórica es un espacio enoturístico donde se organizan visitas, catas e incluso puedes criar tu propio vino.
Su directora, Marina Navarro, nos recibe en la entrada principal: una gran puerta de piedra, de estilo neoclásico, abierta a un coqueto jardín francés. Nos explica que las galerías subterráneas cruzan todo el pueblo: casi medio kilómetro de pasillos interminables de ladrillo visto, con dos plazoletas y dos ramales comunicados en forma de media luna. Una tras otra, se alinean 187 hornacinas que, en otro tiempo, acogieron enormes tinajas de barro –las dos más grandes, la del Rey y la de la Reina, con más de 11.000 litros– donde se almacenaban los caldos. Otras, enterradas, guardaban el aceite.
La bodega fue construida en 1782 por orden directa de Carlos III.
El vino que hoy envejece en condiciones extraordinarias –con temperatura y humedad constantes durante todo el año– lo hace en las galerías, en barricas de roble francés o en botellas apiladas. Se elabora en este mismo lugar, a partir de uvas tempranillo y merlot seleccionadas de la finca La Losa, que la familia de Marina Navarro –al frente de la bodega desde hace 25 años– posee al sur de Cuenca.
Nos cuenta que algunas de estas botellas pertenecen a ilustres personalidades –desde el rey o su primo Beltrán Gómez Acebo hasta la baronesa Thyssen–, y otras se sirven en los eventos que organizan en sus distintos espacios.
Durante la visita guiada, descubrimos que este mundo subterráneo ha vivido más vidas que muchos reinos. Tras la muerte de Carlos III, su hijo Carlos IV continuó el proyecto, aunque con menos entusiasmo. Quien realmente tomó las riendas fue su todopoderoso ministro, Manuel Godoy, bajo cuyo mandato la bodega vivió su época dorada, a la que sumó la fabricación de aguardientes.
Pero como todo imperio, el del vino también comenzó a agrietarse. Bajo el reinado de Isabel II, y tras más de cien años como propiedad real, la Corona vendió la bodega al general Prim, y las galerías quedaron cubiertas por el polvo del olvido. A partir de entonces tuvo los usos más insospechados: vaquería, almacén de alfalfa, búnker, sala de cine e incluso criadero de champiñones. Todo ello fue alterando la construcción original, hasta que se devolvió al edificio su lustre y su finalidad original: la elaboración y crianza de vinos.
Pero la Bodega del Real Cortijo no solo guarda historia bajo tierra. En los últimos años, se han ido sumando nuevos capítulos, como su conversión en escenario de rodaje para varias series. La entrada y las galerías subterráneas pueden reconocerse en Élite, Gran Reserva –protagonizada por Paula Echevarría–, 30 Monedas, de Álex de la Iglesia, o Las chicas del cable. Un rincón único para ambientar desde dramas familiares hasta tramas de misterio. Y mientras tanto, el vino sigue madurando…, como si el tiempo no hubiera pasado.