Al país vecino no le faltan encantos: pueblos Patrimonio de la Humanidad, iglesias y catedrales históricas, aldeas de pescadores, recorridos panorámicos en tren, ciudades vibrantes y cientos de coordenadas donde descubrir la belleza natural, histórica, cultural y arquitectónica de Francia. Entre todos estos grandes lugares a veces pasan desapercibidas pequeñas joyas que se recogen en un nutrido catálogo conocido como 'Les Plus Beaux Détours', desvíos interesantes que se alejan de las rutas más conocidas y que merece la pena visitar para aumentar la gran lista de deseos que siempre hace querer volver a cruzar la frontera.
BRANTÔME (DORDOÑA)
Íntimamente ligada al agua hasta convertirse en un ‘pueblo isla’, la conocida como "Venecia del Périgord" parece flotar sobre el río Dronne, que la abraza por completo. Un recorrido en canoa bajo sus puentes de piedra, frente a las fachadas de las bonitas casas y junto a los caminos arbolados también muestra su joya más preciada: la abadía benedictina, cuya historia se remonta a Carlomagno.
Según la leyenda, fue fundada en el siglo VIII, aunque su campanario, uno de los más antiguos de Francia, es del siglo XI. Ubicada en la base del monte rocoso, su mayor secreto son las cuevas trogloditas excavadas en este hogar original de los primeros monjes, que crearon dos bajorrelieves dentro de la monumental Gruta del Juicio Final. Una vez fuera, no hay que dejar de dar un paseo entre las fachadas medievales y renacentistas de esta pequeña isla con una gran vida cultural.
El museo de la ciudad está dedicado al pintor y grabador espiritista Fernand Desmoulin y sus obras mediúmnicas. Durante el verano, las riberas se llenan de gente para disfrutar de las justas náuticas, mientras otros prefieren recorrer en kayak el que el geógrafo Élisée Reclus calificó una vez como el río más hermoso de Francia.
SAINT-VALEY-SUR-SOMME (SOMME)
Asomada a un promontorio sobre la bahía de Somme, esta ciudad medieval fue testigo de importantes momentos de la historia del país. Desde aquí partió Guillaume el Conquistador para invadir Inglaterra, y por sus calles adoquinadas pasó también Juana de Arco antes de su juicio final. La parte alta, donde sigue intacta la ciudadela medieval, es un viaje en el tiempo a lo largo de sus murallas, calles empedradas repletas de flores y las Torres de Guillaume.
El Herbarium, un jardín medieval escondido entre los antiguos muros de la localidad, es un rincón lleno de encanto que no puede obviarse en una visita a Saint-Valery-sur-Somme, así como tampoco puede faltar un paseo por la parte baja, el Courtgain, donde se ubica el antiguo barrio de pescadores, con sus pequeñas casas de colores vivos y el ambiente marinero que persiste. Durante la marea baja, caminar por la bahía con los pies descalzos es algo que merece la pena.
Las marismas saladas también son el día a día de los corderos que pastan en ellas y que son toda una delicatessen local, preparados en una receta, el agneau de pré-sale (cordero de prado salado), única en el mundo. Pero el mayor espectáculo del lugar es el espacio natural de la bahía, que puede conocerse a bordo del tren a vapor de época o en una excursión a la Pointe du Hourdel, donde descansa la mayor colonia de focas de puerto de Francia.
WISSEMBOURG (BAJO RIN)
En el extremo más septentrional de Alsacia, en el límite con Alemania, este desvío transporta a un cuento de hadas, una perfecta síntesis entre la cultura de la región y la palpable herencia germánica. El río Lauter atraviesa y divide la localidad en canales que serpentean por el barrio de la ‘Petite Venise’. Las casas de entramado de madera y vivos colores, tejados inclinados y ventanas rebosantes de geranios crean postales idílicas en un ambiente de calma absoluta.
El murmullo del agua viene acompañado de las campanas del corazón espiritual y arquitectónico de Wissembourg, la abadía de San Pedro y San Pablo, una de las iglesias góticas más importantes de Alsacia. Su majestuosa torre románica solitaria, vestigio de la iglesia anterior, contrasta con la elegancia del claustro gótico, uno de los más notables de la región, y con la capilla, donde se encuentra un fragmento del vitral figurativo más antiguo que se conserva en el mundo, del año 1060.
Las calles del pueblo también muestran otros lugares de gran belleza, con edificios notables como la Maison du Sel, del siglo XV, o el ayuntamiento de estilo clásico del siglo XVIII. La situación fronteriza de Wissembourg no solo marcó su historia, sino también su gastronomía y sus tradiciones. Puerta norte de la Ruta de los Vinos de Alsacia, aquí se encuentran los viñedos de Cleebourg, los únicos del norte de la región, perfectos para perderse por la naturaleza, al igual que los bosques del Parque Natural Regional de los Vosgos del Norte.
LE PUY-EN-VELAY (ALTO LOIRA)
Un desvío por el corazón de Auvernia ofrece paisajes de lo más singulares. En este caso, un antiguo cráter volcánico del que brotan dos espectaculares agujas de lava basáltica ocupa, en equilibrio sobre una de ellas, el Rocher Corneille, una colosal estatua roja de Notre-Dame de France fundida con el hierro de 213 cañones utilizados en la batalla de Sebastopol. Sobre la segunda aguja, el Rocher Saint-Michel d’Aiguilhe, se alza una capilla románica del siglo X precedida de 268 escalones tallados en la roca.
Bajo la protección de ambas figuras, la ciudad de Puy-en-Velay guarda su propia joya: la catedral Notre-Dame du Puy, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Punto de partida de la Via Podiensis, la ruta de peregrinación más concurrida de Francia hacia Santiago de Compostela, el templo es una obra maestra del románico con alguna influencia bizantina. Su imponente escalinata de acceso pasa por debajo de la nave principal en una experiencia inolvidable.
Más allá de su enigmática Virgen Negra y la Piedra de las Fiebres, un dolmen que dio origen al santuario, le Puy-en-Velay es todo un centro de artesanía y gastronomía de primer nivel. Además de ser capital mundial de encaje de bolillos, arte introducido en el siglo XV, el lugar es célebre por su lenteja verde (DOP) y su libro digestivo, el Verveine du Velay, elaborado con 32 plantas distintas en una receta que se transmite de generación en generación.
FIGEAC (LOT)
El exuberante valle de Célé es el escenario en el que se enmarca una de las ciudades medievales mejor conservadas de Francia. Este desvío imprescindible vivió su máximo esplendor entre los siglos XII y XIV gracias al comercio, lo que dejó un gran legado en su centro histórico. Su red de callejuelas descubre a cada paso magníficas mansiones de piedra arenisca y otras nobles casas de entramado de madera, patios secretos y plazas con soportales donde imaginarse tiempos pasados.
Los soleilhos son una característica arquitectónica remarcable de la localidad. Estas galerías abiertas en el piso superior de las casas era donde los comerciantes secaban los productos al sol. La figura de Jean-François Champollion también es muy importante para explicar la importancia de la ciudad. Nacido en 1790, es considerado el padre de la egiptología, por lo que existen varios tributos a él repartidos por Figeac, como una réplica a gran escala de la Piedra de Rosetta o su casa-museo.
Otros edificios de interés del pueblo son el Hôtel de la Monnaie, que hoy alberga el museo de historia de la ciudad, o las iglesias de Saint-Sauveur y Notre-Dame-du-Puy, que dominan Figeac desde la colina. Etapa importante del Camino de Santiago en su recorrido por Francia, uno de sus momentos de gran vitalidad es el mercado de los sábados en la plaza Carnot, uno de los más conocidos de la región, donde encontrar los mejores productos de Quercy.