A simple vista, parece otro pueblo castellano más: una iglesia que domina el horizonte, calles tranquilas, casas de piedra y tejados con la típica teja árabe. Pero al mirar hacia la ladera del cerro, donde en tiempos medievales se alzaba un castillo, algo llama poderosamente la atención: decenas de pequeños respiraderos de piedra emergen del suelo como chimeneas silenciosas.
Son las señales visibles de lo que se esconde bajo tierra: 374 bodegas subterráneas, excavadas manualmente con técnicas tradicionales, en hasta seis niveles superpuestos, formando uno de los barrios de bodegas más extensos y singulares no solo de España, sino también de Europa. No en vano fue declarado Bien de Interés Cultural en 2015. Baltanás, además, es uno de los pueblos que forman parte de la Ruta del Vino Arlanza, uno de los 38 destinos que integran la marca Rutas del Vino de España.
Un rincón castellano con nombre propio
Este pequeño pueblo forma parte del Cerrato palentino, una comarca de suaves colinas que se abren entre los valles del Pisuerga y el Arlanza, en el extremo suroriental de la provincia de Palencia, a medio camino entre Burgos y Valladolid. En este paisaje, donde el cereal marca el ritmo de las estaciones y las encinas, quejigos y enebros salpican extensos páramos, este peculiar pueblo ejerce desde hace siglos como su capital histórica.
El municipio ronda actualmente 1.200 habitantes y concentra la mayor parte de los servicios y la actividad económica de la comarca. Su emplazamiento, a 28 kilómetros de la capital provincial, ha sido estratégico desde la Edad Media, cuando ya figuraba citado en un documento del año 1033 como donación al monasterio de San Isidro de Dueñas.
En el siglo XVI, Baltanás fue cabecera de la Merindad de Cerrato y sede de un arciprestazgo que articulaba la vida religiosa de buena parte de la comarca. El trazado de sus calles, que se acomoda al relieve, conserva el encanto de una villa castellana: callejuelas estrechas, casas tradicionales de piedra y adobe que guardan la memoria de la vida popular, y edificaciones señoriales que recuerdan el peso histórico de este lugar en el corazón del Cerrato.
El barrio de bodegas: Baltanás bajo tierra
A medida que se asciende hacia el cerro del Castillo se descubre un paisaje insólito: la colina está perforada por seis niveles de bodegas superpuestas, en total 374 galerías excavadas a mano que trepan desde la base hasta la meseta superior. Aunque las primeras menciones datan de 1543, cuando el marqués de Aguilafuente compró el cerro, los investigadores señalan que alguna de las bodegas podría remontarse a época medieval.
En la superficie sobresalen las zarceras o humores, pequeños respiraderos que regulan la temperatura del interior, junto a los descargaderos, por donde antiguamente se vertía la uva directamente al lagar. Bajo tierra, cada galería conserva la frescura y humedad necesarias para la conservación y crianza del vino, un ingenio natural que durante siglos convirtió a Baltanás en un centro vitivinícola del Cerrato. Además, el lagar comunal, recuperado recientemente, permite a los visitantes conocer de primera mano cómo se elaboraba el vino de manera tradicional, mostrando la prensa, el husillo y las pilas de piedra que componían este espacio colectivo, y que hoy en día sigue en uso por parte de los vecinos de Baltanás.
Aunque la producción de vino decayó tras la filoxera y la transformación de la agricultura en la comarca (con el paso de viñedos a cultivos de cereal y la modernización de técnicas), muchas bodegas continúan activas y otras se han reconvertido en merenderos o espacios de reunión familiar. En 2015, el conjunto fue declarado Bien de Interés Cultural, un reconocimiento a la pericia de la arquitectura popular y al valor etnográfico de este paisaje cultural.
Rincones con historia que sorprenden
Más allá de sus bodegas subterráneas, Baltanás atesora un patrimonio que refleja siglos de historia y tradición. Iglesias, ermitas y casonas conviven con ejemplos de arquitectura industrial y espacios culturales. Un recorrido que permite descubrir la huella histórico-artística y cotidiana de este pueblo cerrateño.
La Iglesia de San Millán, construida a finales del siglo XVI, es el gran referente monumental del pueblo. De estilo renacentista con toques barrocos en su interior, sorprende por el campanario rematado con pináculos. Dentro guarda un retablo mayor barroco del siglo XVII, un valioso órgano plateresco de 1795 y obras de maestros como Gregorio Fernández.
En las afueras se encuentra la Ermita de Nuestra Señora de Revilla, que conserva una talla gótica de la Virgen con el Niño en la Huida a Egipto, figura central de la devoción local.
El Museo del Cerrato Castellano, instalado en el antiguo hospital de Santo Tomás y un edificio modernista anexo, ofrece un recorrido por la historia, el arte y la vida cotidiana de esta comarca, con piezas arqueológicas y etnográficas de gran interés. Y, paseando por el casco urbano, aparecen otras huellas patrimoniales: casas solariegas de piedra, restos del convento de San Francisco y la antigua Cooperativa Vinícola San Millán, un edificio industrial de comienzos del siglo XX que hoy funciona como espacio cultural y social.
Sabor y tradición en pleno barrio de las bodegas
Para culminar la visita a Baltanás, nada mejor que detenerse en La Zarcera, la taberna que dirigen Julia López y Patxi Garrido, reconocida en 2022 como Mejor Establecimiento Enoturístico de España por ACEVIN (Asociación Española de Ciudades del Vino) y distinguida en 2023 y 2024 con un solete de la Guía Repsol.
El proyecto nació en 2019, cuando adquirieron una bodega con más de cuatro siglos de historia, singular por contar con una vivienda adosada. “En el cerro no había casas porque no hay agua; esta fue la excepción”, explica Julia. La planta baja se transformó en la taberna, mientras que la bodega subterránea fue restaurada y hoy se muestra a los visitantes.
Inaugurada en 2020, en plena pandemia, la propuesta se fue consolidando con visitas guiadas, catas y eventos estacionales. En la taberna, Patxi cocina a la vista del público, combinando tradición y toques modernos. “Nuestra filosofía es dar prioridad a los vinos de la D. O. Arlanza, sobre todo los palentinos, aunque también ofrecemos referencias de otras denominaciones de Castilla y León. Se trata de hacer cultura del vino”, cuentan Julia y Patxi, mientras muestran con orgullo su bodega.
La Zarcera se ha convertido en un espacio donde patrimonio, gastronomía y vino se entrelazan. “Lo importante es compartir: la arquitectura de las bodegas, la historia del Cerrato y sus sabores”, resume Julia.