Es curioso cómo, incluso desde las alturas, la deslumbrante ciudad de Utrecht resulta de lo más coqueta. No lo vamos a negar: subir los 465 escalones que llevan hasta la última parte de la Torre Dom, que desde hace un año —y tras otros cinco de intensos trabajos de restauración— vuelve a lucir su belleza despojada de andamios, no ha sido un juego de niños. Sin embargo, todo esfuerzo obtiene su recompensa, y nosotros andamos disfrutando de ella en estos momentos: no se nos ocurre mejor premio que contemplar Utrecht, con sus tejaditos naranjas y grises y sus fachadas de colores pastel, desplegada a nuestros pies.
Entre unas calles y otras, esas que marcan el entramado urbano de esta urbe fundada 700 años atrás, se reparten canales y más canales. Son las delgadas venas de la ciudad, regueros plateados cuyas aguas surcaremos también en este singular periplo. Antes, sin embargo, queremos conocer un poco más de historia sobre la ciudad, como que la Catedral de San Martín, de estilo gótico, y la torre en la que ahora nos encontramos, lucieron unidas en su origen, aunque hoy se hallen separadas. El edificio tardó nada menos que 275 años en construirse, pero una intensa tormenta hizo que gran parte se desplomara en 1674.
Bajo el suelo se halla DOMUnder, un submundo fascinante al que accedemos por unas escaleras desde la mítica Domplein. Una visita que nos invita a indagar, aún más, en el pasado, descubriendo las ruinas romanas desplegadas en las entrañas de la céntrica plaza. Un recorrido entre restos con dos mil años de antigüedad que nos hablan de los orígenes de esta enigmática ciudad que, por si aún no nos había conquistado, decide mostrarnos más bondades a solo un salto de nuestra ubicación. Recorremos unos metros entre tiendas de suvenires y pubs varios hasta alcanzar el Palacio Lofen, de cuyo edificio solo quedó, tras un incendio en el siglo XIII, el sótano. Fue aquí mismo donde Enrique V concedió a Utrecht ciertos privilegios como ciudad: recorrer las diferentes estancias de época medieval supone el mejor final a nuestra particular aventura en busca del pasado. ¿Qué tal si ahora exploramos el presente?
Al agua, patos
Nos citamos con Raphaël, guía de Utours (utours.nl), junto a uno de los brazos del Oudegracht, el canal principal. Allí nos aguarda, provisto de una enorme sonrisa y varios remos, para demostrarnos que existen tantas versiones de Utrecht como queramos encontrar. Nos propone, en esta ocasión, explorarla desde el agua: toca remar, subidos en kayaks individuales, para tomarle el pulso a la ciudad de una manera de lo más original.
Y lo hacemos, tranquilamente, mientras nuestro anfitrión nos narra historietas con las que comprender mejor la idiosincrasia de la urbe. Descubrimos que gran parte de las farolas de Utrecht lucen un grabado que resume alguna anécdota relacionada con la ciudad: cada año, es añadida una nueva a la colección.
Desde nuestro particular anfiteatro acuático, contemplamos, también, cómo la vida transcurre a pie de un canal cuya particularidad es poseer una doble altura, aprovechada desde tiempos inmemoriales. En el pasado, las tiendas situadas en un nivel superior, en la calle, contaban con acceso a través de túneles al canal, de manera que los barcos que les proveían de mercancías podían descargarla sin problema y almacenarlas en estancias inferiores. Hoy, esos locales se han ido adaptando a los nuevos tiempos y se han transformado en bares con terrazas junto al agua, lujosos apartamentos de alquiler, galerías de arte o estudios de yoga, entre otras muchas funciones. Resulta de lo más divertido observar las diferentes escenas desde esta perspectiva.
Poco tardamos en cambiar el kayak por el medio de transporte más abundante en la ciudad: si creíamos que a Ámsterdam la definían sus infinitas bicicletas, era porque no habíamos visitado aún Utrecht. Cientos, miles de ellas circulan a diario por las callejuelas y avenidas de esta ciudad, convirtiéndose en las dueñas y señoras del lugar. Más nos vale estar bien atentos si queremos fluir con ellos, pues cuentan con más de 420 kilómetros de ciclovías y 33 mil ciclistas recorren la ruta más transitada de toda la urbe cada día. Aquí, además, se encuentra el aparcamiento de bicicletas más grande del mundo, con espacio para 12.500.
Se convierte, esta, en la mejor manera de realizar una ruta por los diferentes barrios de Utrecht, en cuyos rincones más inesperados nos sorprende un mural. Es mediante el arte urbano como la ciudad rinde homenaje a sus más célebres científicos y descubridores, personajes que han pasado a la historia gracias a sus importantes aportaciones. Una iniciativa surgida de la voluntad de los físicos Sander Kempes e Ingmar Swart en colaboración con el movimiento artístico De Strakke Hand. También en bici, llegamos hasta un conjunto de casitas de 1621 levantadas junto a la muralla que un día defendió Utrecht: si estos pequeños adosados con diminutos jardines privados fueron habitados en sus orígenes por quienes tenían menos posibilidades, hoy, reconvertidos en casas de diseño, son todo un reclamo inmobiliario deseado por los más adinerados.
Hablemos de arquitectura
Cuenta Utrecht con una joya del diseño arquitectónico que debe de ocupar, sin duda, todas las listas de 'cosas que ver¡' si se visita la ciudad. Hablamos de la Rietveld Schröder House a la que llegamos tras un ameno paseo en bici desde el centro. Ubicada en el límite entre de la sección más urbanita, y el territorio boscoso que la rodea, brota esta maravilla, icono del movimiento De Stijl.
¿Y qué define a esta construcción? Lo comprobamos a simple vista: líneas rectas, tanto horizontales como verticales, acentúan su singularidad, así como la visión funcional de todos y cada uno de sus elementos, tanto exteriores, como interiores. Nos calzamos unos patucos de plástico para acceder al interior sin dañarlo y nos unimos a una visita guiada que nos narra la historia de Schröder y de su familia, que participó de cada una de las decisiones tomadas en el diseño de la casa, de cuyo proyecto se encargó el arquitecto local Gerrit Rietveld.
El edificio, que hasta 1985 se utilizó como residencia, cuenta con estancias modulables a través de rieles que permiten recolocar sus paredes, y con llamativos muebles que son auténticas obras de arte. Entre ellas, se halla la mítica Red and Blue Chair de Rietveld, todo un clásico.
Comer, dormir y comprar... ¡Todo es empezar!
Uno de esos murales históricos que reivindican la importancia y los logros alcanzados en la ciencia decora la fachada del Eye Hotel (eyehotel.nl/en). En ella, aparece el profesor Franciscus Cornelis Donders, fundador del hospital oftalmológico que ocupó, entre 1858 y 1984, el edificio donde estamos a punto de hacer check-in. Su interior, modernizado y caracterizado por un diseño de lo más vanguardista, hace un guiño al pasado en cada rincón y cuenta con coquetas habitaciones repartidas por sus diferentes plantas en las que entregarse al descanso tras intensas jornadas de turismo. El Eye Hotel cuenta, además, con bicicletas disponibles para sus huéspedes.
Muy cerca se encuentra la arteria comercial de la ciudad, Lange Viestraat, aunque llaman la atención, aún más, las tiendas repartidas por las calles aledañas a nuestro alojamiento. Negocios de vanguardia como PUHA (puhashop.nl), donde encontrar objetos de toda índole —bolsos, joyas o ilustraciones, por ejemplo— diseñados por más de 60 artistas de todo el mundo. En DAEN´S (daens.nl) hay espacio para una cafetería de especialidad, pero también para moda independiente e, incluso, para plantas.
¿Para comer? La oferta es extensísima, pero nos quedamos con la elegancia de Ruby Rose (rubyrose-utrecht.nl). Una opción perfecta para una cena distinta que disfrutar rodeados de papeles pintados de flores y con un surtido de pequeñas tapas sobre la mesa. Aquí abundan las recetas de inspiración neerlandesa, sí, pero también española o italiana. Algo más informal es Pothuys (pothuys.nl), un garito de esencia underground en el sótano de un local junto al canal en el que sirven las mejores hamburguesas de la ciudad mientras suena música en directo.