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Avenida Revolución en Tijuana, México© Javier García Blanco

De “ciudad del pecado” a capital cultural: así se reinventa la ciudad fronteriza más visitada del mundo

Arte urbano, alta gastronomía y contrastes de frontera: esta ciudad mexicana ha dejado atrás su pasado más canalla para convertirse en un imán cultural y gastronómico al borde del muro.


13 de agosto de 2025 - 7:30 CEST

Hubo un tiempo en que era un cóctel de excesos: tequila sin freno en clubes oscuros, noches de casino sin fin y universitarios que cruzaban la frontera en busca de libertades prohibidas más allá del muro. Aquella ciudad de desenfreno y clichés es hoy apenas un eco en la memoria. Sobre esa misma tierra de paso –siempre inquieta, siempre en tensión– ha florecido otra ciudad: vibrante, inagotable, reinventada por artistas, chefs y soñadores que han hecho de la antigua 'ciudad del pecado' un laboratorio cultural. Aquí, donde cada día cruzan cerca de 200.000 personas –unos 50 millones al año–, la frontera no solo separa: también dispara la imaginación y el mestizaje. Viajamos hasta Tijuana para dejarnos sorprender: 

De rancho polvoriento a ciudad de frontera

Mucho antes de convertirse en la frontera terrestre más transitada del planeta, Tijuana fue un modesto rancho llamado Tía Juana: unas cuantas casas de adobe y madera, polvo sobre caminos de tierra y un horizonte marcado por las lindes que nacieron tras la guerra con Estados Unidos (1846-1848).

Calle de Tijuana, México© Javier García Blanco

A comienzos del siglo XX, aquel caserío apenas reunía 245 almas aislado frente a su vecina en expansión, San Diego. Todo cambió con la Ley Seca estadounidense: la sed de diversión cruzó la frontera y Tijuana respondió con clubes nocturnos, casinos y salas de espectáculos que atrajeron a estrellas de Hollywood, empresarios y aventureros. Nació la Tijuana mítica, donde el sonido de las fichas de casino se mezclaba con humo, tequila y acordes de mariachis. Durante años, su nombre se susurró con picardía por toda California: era la ciudad sin reglas, donde todo era posible y el último destello de modernidad antes de adentrarse en el vértigo mexicano.

El tiempo ha ido borrando tópicos. La Tijuana de postal sepia, patio de recreo de actores de Hollywood y devotos del hedonismo más salvaje, ha dado paso una ciudad que mira al futuro con ambición: joven, multicultural, creativa y orgullosa de su esencia mestiza y fronteriza. 

El corazón de la ciudad

Basta dejarse llevar por la Avenida Revolución –La Revu, para los tijuanenses– para comprender que aquí el pulso urbano late distinto. Pasado y presente se entrelazan en cada esquina: antiguas fachadas art déco conviven con murales que estallan en color, cafeterías de aire hipster y tiendas donde se alinean calaveras de azúcar, máscaras de lucha libre y libros de poesía. En algunos cruces, el tráfico parece bailar al compás de los huapangos que escapan de los bares; en otros, músicos callejeros cantan bajo un sol inclemente, mientras una abuelita vende chucherías y un Rayo McQueen de carne y hueso, coche incluido, roba sonrisas a locales y visitantes.

Tijuana, Jai-Alai, México© Javier García Blanco
Palacio Jai-Alai.

La Plaza Santa Cecilia, corazón fundacional de Tijuana, es un hervidero de voces, vendedores y música en vivo, hoy enmarcado por el gran arco monumental que da la bienvenida a quienes cruzan la frontera. Muy cerca de allí, el Museo de Historia de Tijuana (MUHTI), repleta de fotografías y vitrinas, ofrece el relato de la ciudad: de las luchas revolucionarias y el nacimiento de la urbe a la migración contemporánea y su papel en la cultura pop. De vuelta a La Revu, el Antiguo Palacio Jai Alai, con su elegante fachada de aire morisco, recuerda una época en la que la pelota vasca y las veladas de apuestas marcaban el calendario social, aunque hoy sus salones se llenan de conciertos y eventos culturales. 

Tijuana es también color y bullicio: uno de los rincones más animados es el Mercado Hidalgo, un caleidoscopio de aromas: frutas, dulces típicos, tortillas recién hechas, hierbas milagrosas… Otro espacio similar, el Mercado El Popo –en la calle Benito Juárez– conserva la esencia cotidiana de la ciudad en puestos que ofrecen quesos, especias, artesanía e, incluso, figurillas de la Santa Muerte.  

Mercado Hidalgo en Tijuana, México© Javier García Blanco
Mercado Hidalgo.

Cultura, arte y vida artística

En Tijuana, el arte es espejo y crónica. Cada mural y cada obra de arte parecen contar un fragmento de su historia de frontera, hecha de encuentros, conflicto y reinvenciones. Museos, galerías, artistas urbanos, diseñadores, y músicos han convertido la ciudad en uno de los focos creativos más vibrantes de América. 

A sólo dos kilómetros de la frontera, el Centro Cultural Tijuana (CECUT), se reconoce desde lejos por su gran cúpula ocre. Dentro, las salas se llenan de exposiciones de arte contemporáneo y fotografía, proyecciones de filmoteca, conciertos, teatro y danza. También alberga el Museo de las Californias, que repasa la historia de la península, desde las antiguas misiones de franciscanos y jesuitas hasta el vértigo del siglo XXI, en un recorrido apasionante donde es fácil perder la noción del tiempo.

Museo CECUT en Tijuana, México© Javier García Blanco
Centro Cultural Tijuana (CECUT)

Los pasajes que se abren desde La Revu, como Rodríguez y Gómez, son un estadillo de creatividad: murales, galerías alternativas y librerías de autor seducen a jóvenes lectores, creadores y curiosos. A pocas calles, merece la pena visitar el Museo de la Lucha Libre, que rinde homenaje a este icono de cultura popular mexicana, con máscaras y trajes que revelan la épica del cuadrilátero. 

Pasaje Rodríguez en Tijuana, México© Javier García Blanco
Pasaje Rodríguez.

La vida cultural se cuela también en cafés y pequeñas salas donde suenan bandas experimentales y de jazz, o se recitan versos de spoken word entre acordes de guitarra. Sea de día o de noche, Tijuana es una agenda inabarcable: festivales, exposiciones, artistas emergentes… Todo habla de mezcla: de estilos, de ideas y de sueños que no piden permiso a ningún muro.

Pintor en la calle Revolución de Tijuana, México© Javier García Blanco

Y el muro, precisamente, es lienzo y herida. Si el centro de Tijuana está salpicado de arte urbano, otro tanto sucede en la costa. El Muro de la Hermandad, ideado por el artista Enrique Chiu, ha reunido a miles de manos para pintar poemas, figuras y gritos de esperanza sobre la frontera misma. Chiu comenzó en 2016, en la playa de Tijuana, donde coincidía con migrantes que aguardaban la noche para cruzar. El artista les ofrecía agua y comida, pero también pintura. El muro se convirtió así en un acto compartido de arte, encuentro y esperanza.

En las playas de Tijuana, la frontera deja de ser un concepto y se hace dolorosamente visible: barras metálicas que se hunden en el Pacífico, custodiadas por la brisa y el oleaje. En el Parque de la Amistad, las familias pasean junto al muro; otras se bañan a pocos metros y grupos de jóvenes patinan entre el aroma a tacos de los puestos callejeros. Mientras, la naturaleza sigue su ritmo, ajena a la política: las olas rompen igual en ambas orillas, y gaviotas y ardillas cruzan de un lado a otro sin necesidad de visado ni pasaporte… y sin miedo a las patrullas fronterizas. 

Museo de Historia de Tijuana, México© Javier García Blanco
Museo de Historia de Tijuana.

Tijuana para gourmets

En Tijuana basta dejarse llevar por el olfato para descubrir que la gastronomía es otra forma de cruce fronterizo. Entre aromas que despiertan el apetito, la ciudad se ha convertido en uno de los escenarios culinarios más vibrantes de México, mezcla de herencias y laboratorio de sabores.

El viaje comienza en la calle. Las taquerías –como la legendaria Tacos El Franc, reconocida por la Guía Michelin– son templos de la cocina popular. Frente a la barra, el trompo de carne gira lentamente, dorándose al fuego mientras desprende un aroma que atrapa desde la acera. El taquero corta finas láminas con movimientos precisos, las deja caer sobre la tortilla caliente y remata con cilantro, cebolla, guacamole y una salsa que enciende la lengua. Los clientes saborean este manjar popular entre risas y tragos de cerveza local, disfrutando de un ritual breve pero hipnótico.

En La Revu (una vez más), hay otra parada imprescindible: el histórico Caesar’s, donde nació en 1924 la célebre ensalada que lleva su nombre. El chef italiano Caesar Cardona la creó aquí mismo, y todavía hoy se prepara junto a la mesa con el ritual clásico: lechuga romana fresca, aderezo de anchoa, parmesano y crujientes dados de pan tostado. Un bocado de historia servido en plato hondo.

Pero Tijuana también viste de gala sus sabores. Chefs como Javier Plascencia y sus colegas han situado la ciudad en el mapa de la alta cocina mexicana. En Misión 19 (hoy con Román Almaraz al mando), la tradición se reinventa con productos del Pacífico, como atún, pulpo o camarones, y en cocteleras donde el mezcal es el protagonista casi absoluto.

Cuando el sol se esconde, la ciudad destapa su otra carta: cervecerías artesanales sin horario fijo, música y conversación bajo luces cálidas. El epicentro es Plaza Fiesta, un antiguo centro comercial que hoy rebosa vida gracias a sus tap rooms. Allí se sirven las creaciones de Border Psycho, Tres B, o Insurgente, en un ambiente joven y animado que se intensifica los fines de semana. Y en la Calle 4ª, Norte Brewing Co., casi escondida en la azotea de un antiguo club de striptease, regala vistas increíbles de Tijuana y cervezas con carácter. 

De Ensenada al Valle de Guadalupe

A menos de dos horas por la carretera costera, Ensenada es el contrapunto perfecto a la intensidad urbana de Tijuana. El puerto late con un ritmo propio: pescadores descargando en el Mercado Negro –rebautizado oficialmente como Mercado de Mariscos–, tiritas de pescado y ostiones servidos en puestos frente al malecón, y un paseo marítimo donde se cruzan paseantes, músicos y vendedores.

Calle principal de Ensenada, México© Javier García Blanco

Entre sus joyas arquitectónicas está Riviera del Pacífico, un edificio blanco de elegancia hispana inaugurado en 1930, que en su día fue uno de los hoteles más lujosos de la región y refugio de estrellas de Hollywood durante la Ley Seca. Su Bar Andaluz reclama, junto la mítica Hussong’s Cantina, la invención del Margaritaun cóctel que aquí sigue sirviéndose con el mismo ritual que hace casi un siglo.

Riviera del Pacífico, Bar Andaluz reclama, junto la mítica Hussong’s Cantina, la invención del margarita© Javier García Blanco
Bar Andaluz reclama la invención del Margarita.

Un suspiro más al este, el Valle de Guadalupe se despliega como un mosaico de viñedos y caminos de tierra. Sus más de 150 bodegas –unas de arquitectura vanguardista, otras con encanto rural– lo han convertido en la meca del vino mexicano: aquí nace el 90% del vino del país. Agosto es tiempo de vendimia y de fiestas que llenan el valle de música y brindis, pero en cualquier época del año la calma, la luz y la proximidad del mar lo convierten en refugio sobresaliente.

Valle Guadalupe, México© Javier García Blanco
Valle Guadalupe.

Entre las paradas imprescindibles: La Esperanza, del chef tijuanense –aunque de raíces aragonesas– Miguel Ángel Guerrero, creador de la cocina Baja Med. Este estilo, nacido en Baja California, fusiona ingredientes frescos de la región –mariscos del Pacífico, vegetales de huertos locales, carnes de rancho– con técnicas e influencias mediterráneas y asiáticas, creando platos que son pura identidad bajacaliforniana.

Valle Guadalupe, Restaurante La Esperanza, México© Javier García Blanco
La Esperanza, del chef tijuanense Miguel Ángel Guerrero.
Valle Guadalupe, Restaurante La Esperanza, México© Javier García Blanco
Restaurante La Esperanza.

También merece un alto Casa Frida, un espacio que combina bodega, restaurante, galería y hotel boutique, con un diseño que rinde homenaje al universo creativo de Frida Kahlo. Sus terrazas con vistas a los viñedos son escenario habitual de atardeceres memorables, música en vivo y una gastronomía que dialoga con el arte.

Casa Frida en Valle Guadalupe, México© Javier García Blanco
Casa Frida en Valle Guadalupe.

Para quienes buscan una experiencia integral, el complejo Cuatro Caminos reúne viñedos, bodega, alojamientos de lujo en plena naturaleza, restaurantes, zona wellness y actividades (paseos a caballo, tirolinas…) para sumergirse en el alma del Valle. Dormir entre viñas, o recorrer colinas a pie son sólo algunas de las experiencias de un valle que, aunque comparado a menudo con Napa o la Toscana, conserva un carácter único y profundamente mexicano.

Cuatro Caminos reúne viñedos, bodega, alojamientos de lujo en plena naturaleza, restaurantes, zona wellness y actividades© Javier García Blanco
Cuatro Caminos reúne viñedos, bodega, alojamientos de lujo en plena naturaleza, restaurantes, zona wellness y actividades© Javier García Blanco

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