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Hay historias de amor que están escritas en letras doradas, y la que escribieron la Reina Isabel y el duque de Edimburgo es una digna de los libros. La monarca parecía una mujer inquebrantable, siempre entregada a su labor y con una fortaleza digna de admirarse, pero ella misma admitía que nada de eso hubiera posible si no hubiera tenido como apoyo a ‘su roca’, como se llegó a referir al príncipe Felipe. Cuando a principios del 2021 se anunciaba el fallecimiento del Duque, más de uno especulaba que el final del reinado más especial de la historia moderna estaba por terminar. La vida sin su eterno compañero era una difícil de vislumbrar para Isabel II, quien nunca se mostró abatida en público ante su pérdida. Siguiendo firmemente su lema, ‘nunca te quejes, nunca des explicaciones’, ante la partida de su marido se le veía con temple, pero aquel brillo en sus ojos y las sonrisas cómplices que dejaba ver en los eventos públicos se habían perdido. Ya no era Lilibet para nadie en el mundo y el día a día se hacía más complicado. Con el paso de los meses, su salud fue en declive; cada vez había más cancelación de compromisos públicos, y algunas de sus palabras -especialmente, refiriéndose a la entonces Duquesa de Cornwall, hoy reina consorte-, dejaban ver que estaba lista. Dejando un vacío imposible de llenar, este 8 de septiembre ha fallecido la Reina de reinas, y con ella una historia de un romance mítico.

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La imagen que lo cambiaría todo sería la del funeral del príncipe Felipe. Por primera vez, a los 95 años, Isabel II se presentaba como viuda ante el mundo. Era una fotografía impactante, la que mostraba a la Reina en completa soledad, en el mismo lugar que un par de años antes compartía con su marido en la Capilla de St. George en el castillo de Windsor. En luto total completamente vestida de negro y con apenas una lágrima que pasaba desapercibida por el cubrebocas, Isabel II representaba a las miles de personas que debido a las restricciones de la pandemia habían tenido que despedir a sus seres amados en soledad. A pesar de que la Familia Real británica había cerrado filas a su alrededor, ella había decidido respetar al máximo las reglas, dando como siempre un ejemplo a su pueblo, lo que hacía de esta escena una aún más resonante.

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El final del funeral, con apenas un puñado de sus familiares más cercanos presentes, marcaría el inicio de una nueva vida para Isabel II. Ya no estaba el Duque esperándola en Sandringham, mientras ella cumplía con su agitada agenda como había sucedido desde el retiro del Príncipe. Tampoco pasaría con él los meses más íntimos como los que disfrutaron en el Castillo de Windsor cuando tuvieron que aislarse por el inicio de la pandemia. Era momento de que por primera vez en su reinado, enfrentara al mundo sola.

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¿Cómo fueron estos meses?

Complicados, es la palabra que viene a la mente. Pues más allá de los declives que se fueron viendo paulatinamente en su salud, la familia se encontraba pasando algunas de las pruebas más complicadas de su historia. La firme ruptura con los duques de Sussex, simplemente se iba acrecentando. Aún con la visita del príncipe Harry para el funeral del duque de Edimburgo, el distanciamiento con los Windsor solamente se fue pronunciando con el paso del tiempo. Era innegable que cada nueva declaración llevaba consigo una fuerte sacudida al palacio, pero la inquebrantable fe de la Reina en su familia no mermaba. Las invitaciones a los Sussex continuaban, tanto que estuvieron de vuelta en Reino Unido con la Reina para celebrar su Jubileo de Platino. Afortunadamente, tendría la oportunidad de conocer a su bisnieta Lilibet, que era la única que faltaba en medio de una relación especialmente cercana que tuvo con cada uno de los hijos de sus nietos.

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A las turbulencias constantes derivadas de los desencuentros con los Sussex, se sumaba el caos con el Príncipe Andrés. A pesar de que se alejó de la vida pública, la Reina tenía que enfrentar lo que sucedía con su hijo, incluso, permitiéndole acompañarla en el homenaje público que se hizo al duque de Edimburgo en la Abadía de Westminster en el momento en el que las restricciones lo permitieron.

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A pesar de que su fortaleza se iba debilitando, la Reina era una mujer de costumbres y quería continuar con lo que correspondía en la agenda. No importaba que se tratara de un, sin duda, duro reencuentro con Sandringham -el que fuera hogar del Duque de Edimburgo desde su retiro- o el viaje a Balmoral que realizó en el verano del 2021, a meses de la pérdida de su marido. El lugar en el que se enamoraron, en donde pasaron su luna de miel y en donde a lo largo de los años encontraron su refugio ante la adversidad, era una visita infaltable para la Reina. Quien le diría que sería ahí en donde partiría, alejada del bullicio del Palacio de Buckingham y de los tristes recuerdos del Castillo de Windsor.

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Que si hubo penas en estos últimos meses, la Reina también contaba sus alegrías. Como nunca, se veía a Isabel II llevando bastón -uno que perteneció a su marido-, pero la sonrisa no faltaba, sin importar que era claro que tenía problemas de movilidad, seguía teniendo aquel entusiasmo por su labor que nunca abandonó. No solamente la familia creció significativamente en el último año y medio con el nacimiento del primogénito de la Princesa Eugenia, la segunda hija de los Duques de Sussex y la primogénita de la Princesa Beatriz, sino que también tuvo la oportunidad de aprovechar al máximo el tiempo con sus bisnietos. El cariño que se le veía por los pequeños Cambridge, era uno especial y que seguramente marcará el camino en su futuro.

Mucho se dijo que aquella mirada melancólica de la Reina desde el balcón del Palacio de Buckingham hace un par de meses se sentía como una despedida. Y es que la Reina tuvo que vivir sin su eterno compañero la celebración de su Jubileo de Platino, un momento histórico, pero también muy significativo. Rendía cuentas a sus súbditos, entregándoles a sus herederos. El que en el balcón se haya visto únicamente a Carlos -todavía príncipe- con Camila, y a los Duques de Cambridge con sus tres hijos, daba un claro mensaje de continuidad para la corona británica.

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Fiel al deber como fue desde que era muy pequeña, la Reina no dejó ningún asunto pendiente. Su fallecimiento se ha dado justamente la misma semana en la que se encontró con el último primer ministro que le tocó recibir en los 70 años de reinado que tuvo. Tal como hizo desde que recibió la corona, no dejó asignaturas pendientes, no quedó nada a deber.

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Con cuentas rendidas, entregando con sobrantes su servicio y fuerza al pueblo británico, compartiendo su ejemplo de entrega y de trabajo al mundo, la Reina Isabel ha partido este 8 de septiembre del 2022, para reunirse con el amor de su vida. Aquel hombre del que se enamoraría perdidamente siento apenas una niña y quien aceptaría acompañarla siempre un paso detrás de ella como ‘su sombra’, otro de los apodos que se ganó el Duque de Edimburgo en vida. Después de meses complicado sin él, parece que la Reina estaba lista para partir y poder continuar la vida eterna con su compañero eterno.

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